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Temas de historia y actualidad

MENTIRAS DE LOS INGLESES SOBRE LA DERROTA DE LA ARMADA INVENCIBLE (1588)

MENTIRAS DE LOS INGLESES SOBRE LA DERROTA  DE LA ARMADA INVENCIBLE (1588)

         Es cierto que los ingleses ganaron a España la batalla de la información. Fueron ellos los que llamaron a la armada española “Invencible” y fueron ellos los que difundieron el estereotipo de que David había derrotado a Goliat. Pero estudiosos contemporáneos han desmentido esta circunstancia. De hecho, se enfrentaron 150 naves españolas contra 180 o 190 navíos ingleses. Pero descartando los buques auxiliares, España combatía con 65 galeones frente a más de un centenar de naves gruesas de la armada inglesa. Por tanto, primera mentira: era falso lo de la aplastante superioridad de la Armada Invencible.

            La armada española nunca fue derrotada directamente en su enfrentamiento con la inglesa. Un cúmulo de circunstancias, la mayor maniobrabilidad de los buques ingleses y varios errores tácticos propios nos llevó a esa derrota. Varias tormentas, ocurridas los días seis, diecinueve y veintidós de septiembre terminaron por desaparejar la armada. No pocos navíos se vieron obligados a arribar a puertos escoceses e irlandeses, corriendo los tripulantes una suerte muy dispar. Algunos fueron acogidos por familias escocesas y regresaron meses después a España pero la mayoría de ellos fueron robados y asesinados, mientras el resto de las naves sufrían hambrunas por falta de víveres, frío y epidemias. En total, de los ciento treinta buques regresaron sesenta y seis y de los treinta mil hombres embarcados tan solo diez mil. De poco sirve decir que la mayor parte de las pérdidas se produjeron por tormentas y accidentes no por combates. La improvisación con la que fue pertrechada, las indecisiones del Duque de Medina- Sidonia, la incompetencia de Alejandro Farnesio que incumplió gravemente las órdenes de abastecimiento de hombres y víveres en Calais, y los desastres atmosféricos convirtieron a la Invencible en uno de los mayores dramas de la historia naval española.

            Y lo peor es que la derrota no acabó ahí. Los ingleses aprovecharon la indefensión española para atacar los puertos de la Coruña, Lisboa y Vigo. Tal desastre obligó a Felipe II a preparar una nueva armada, tan contundente como la invencible, que si no acabó enfrentándose a la inglesa fue por la muerte del rey Prudente. Ahora bien, huelga decir, que la derrota se debió a un cúmulo de desgracias y no exactamente a la superioridad naval inglesa. De hecho, igual que la batalla de Lepanto no fue decisiva en el Mediterráneo, tampoco lo fue la de la Invencible en 1588. Aunque es cierto que no lograron el dominio en el Canal de la Mancha, no lo es menos que siguió dominando las rutas americanas, manteniendo su hegemonía hasta el final de la Guerra de los Treinta Años.

            Ahora bien, la historiografía inglesa vuelve a tergiversar cuando interpreta que esta derrota supuso el inicio de la decadencia de España y el inicio de la hegemonía naval inglesa. Nada más lejos de la realidad.  Huelga decir, que igual que la batalla de Lepanto no fue decisiva en el Mediterráneo tampoco lo fue la de la Invencible en 1588. Aunque es cierto que los ingleses lograron el dominio en el Canal de la Mancha, no lo es menos que España siguió dominando las rutas americanas, manteniendo su hegemonía hasta el final de la Guerra de los Treinta Años.

         Felipe II, desde el desastre de la Invencible, promovió un programa de reconstrucción de la armada, repartiendo derramas entre todos los corregimientos de España. Una década después del desastre de la Invencible el potencial náutico de España era similar al que existía en antes de 1588. En 1602, ya reinando su hijo Felipe III, una armada inglesa, capitaneada por Sir Richard Levenson, decidió atacar en mar abierto a la flota de la plata. Sin embargo, ésta venía bajo la protección de treinta galeones, los mismos que dejó recién construidos Felipe II. No consiguió capturar ni uno solo de los navíos, pues fue rechazo por el fuego artillero de los galeones españoles. Su mayor mérito fue conseguir huir sin apenas bajas, pues los galeones españoles se limitaban a proteger la plata del rey y rehusaban atacar a aquellas armadas nacionales o corsarias que decidían huir.

 

PARA SABER MÁS

FERNÁNDEZ DURO, Cesáreo: La Armada Invencible. Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1884.

 

GARRETT MATTIMGLY: La Armada Invencible. Madrid, Turner, 2004.

 

MIRA CABALLOS, Esteban: Las Armadas Imperiales. Madrid, La Esfera de los Libros, 2005.

 

ORTEGA Y MEDINA, Juan A.: El conflicto anglo-español por el dominio oceánico (siglos XVI-XVII). Málaga, Editorial Algazara, 1992.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

MÍSTICOS Y SANTOS: ¿DEVOTOS O ENFERMOS?

MÍSTICOS Y SANTOS: ¿DEVOTOS O ENFERMOS?

        La lectura de los libros de profesiones de los conventos es siempre gratificante y sorprendente sobre todo porque se trata de personas reales. Había cientos de estos libros manuscritos, tantos como conventos. Se trataba de dejar constancia de la vida edificante que habían llevado muchos de los moradores de esos cenobios. Yo tengo fotocopiados en mi casa varios de ellos, y su lectura siempre me impresiona.

        En este artículo no quiero ofrecer datos concretos sobre los conventos en los que profesaron por respeto, entre otras cosas porque algunos de ellos todavía subsisten en la actualidad. Por otro lado, quiero tratar el tema con todo mi respeto a unas personas que, seguramente equivocadas, llevaron hasta sus últimas consecuencias su creencia en la vida eterna y su amor por Dios. Bien es cierto, que he subrayado los casos más extremos, la mayoría simplemente se enclaustró entre cuatro paredes y dedicaron su vida a la oración o, en el caso de algunos frailes, al servicio a los más desfavorecidos.  

        Veamos algunos de esos casos; Como ya he dicho, algunos en ese afán de acercarse a Jesús no dudaban en lesionarse gravemente con un silíceo, en azotarse hasta sangrar, en ayunar durante días o en dormir en un ataúd para mostrar su desapego a la vida terrenal. Por ejemplo, el venerable fray Pedro de Barcarrota, se dice que a los cuatro años ya oía misa de rodillas con muchísima devoción y siendo muy joven tomó los hábitos. Pues destacan las crónicas su santidad porque sus ayunos, disciplinas y silíceos fueron continuos: “arrojábase a las ortigas y zarzas desnudo y estaba en cruz mucho tiempo”.

        Fray Diego de Almendralejo, le pidió al Señor el favor de que le enviase graves padecimientos para acercarse a él y éste se lo concedió: “dándole un tan recio mal de gota en todas las junturas de pies, piernas, manos y brazos, con tan intensísimos dolores que le postró en la cama más de doce años, haciéndosele en todas las junturas unos grandes tumores y torciéndosele las manos y pies. En tanta y tan larga enfermedad, siempre se vio en el bendito fray Diego una alegría espiritual, una tolerancia de mártir y unas continuas gracias a Dios por la merced que le hacía. Aseguró su confesor que en estos trabajos le regaló el Señor con favores y consuelos espirituales. En los últimos años le dio un tan grande hastío que no podía comer, ni pasar más que algunos pocos tragos de sustancia por lo que llegaron a persuadir a los frailes que solo le alimentaba y conservaba la vida el sacro santo manjar Eucarístico que recibía todos los días. Conoció la hora última y pidió los santos Sacramentos, que recibió con admirable devoción, entregado el alma a su criador un viernes en cuyos días sentía con más viveza la Pasión y Muerte de Nuestro Redentor, a veintisiete de febrero de 1604”.    

        Fray Juan de Guinaldo se mortificaba ayunando y azotándose. Cuentan las crónicas de su orden que su comida era “una escudilla de agua caliente en que humedecía unos pedazos de pan y otras veces solo comía de lo que se recogía de las sobras de los demás frailes”. Se disciplinaba más que nadie pues “traía a continuo un áspero silíceo”. En cuaresma entraba en el refectorio –el comedor- “desnudo del medio cuerpo arriba, cubierto de ceniza, azotándose cruelmente y otras veces arrastrando por la tierra, tirando de él otro fraile con una soga de esparto”.

        Con no menos saña se empleaba fray Antonio de Zafra a mediados del siglo XVII.  Se disciplinaba “hasta derramar la sangre y entraba en la oración, después caminaba de rodillas desde el coro hasta el altar mayor…En la misma postura, rodillas por tierra, bajaba a otro altar y puesto en él tomaba una calavera de un difunto que tenía prevenida y con la otra mano una piedra, con la cual se hería cruelmente. Doliéndose de sus pecados y pidiendo a Dios misericordia por ellos y por los de todo el mundo”.

        Y por citar el caso de una monja, Sor María de la Concepción, dormía en un ataúd colocado en el coro, para evidenciar a todos su desapego a la vida terrenal. Solo bebía caldo de pollo y algún pedazo de pan que remojaba en dicho plato. Murió a la edad de veintitrés años, consumida en sus huesos, totalmente entregada a Dios y conm reputación de santa.

        Uno de los síntomas más comunes de santidad que aparecen en todos los libros de profesiones es que estos religiosos de vida santa, cuando morían, en vez de desprender el hedor propio de la corrupción del cuerpo, emanaban “gratísimas fragancias”. En 1661 se enterró fray Antonio de Zafra y todos los presentes juraron que en el momento justo de su óbito “exhaló de sí tal fragancia que llenó de ella no solo el cuarto donde estaba, pero toda la enfermería y que era tal y de tan suave gusto que no hallaban olor en la tierra con quien compararle. Y que por mucho tiempo perseveró en él aquella suave fragancia”. Asimismo, el ya citado fray Pedro de Barcarrota, cuando murió el 20 de octubre de 1684 se cubrió la atmósfera de su habitación “de una nieblecita sutil y clara, exhalando tan suave fragancia que todos pasmaron al ver semejante maravilla”. Por cierto, que  cuando a los cinco años abrieron su sepultura se encontraron supuestamente su cuerpo incorrupto “y con la misma suave fragancia”.

        Mi reflexión, con todos los respetos, es la siguiente: ¿Eran simplemente creyentes radicales o había algo más? Leyendo la forma que algunos de ellos tenían de mortificarse para acercarse a los padecimientos de Jesús, yo pienso que algunos tenían alguna patología mental. Seguramente un psiquiatra podría hacer una tesis doctoral con los comportamientos de algunos de ellos.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

LAS PROFANACIONES DE TUMBAS EN LA AMÉRICA DE LA CONQUISTA

LAS PROFANACIONES DE TUMBAS EN LA AMÉRICA DE LA CONQUISTA

        De acuerdo con Miguel de Unamuno, el hombre es un animal guardahuesos, siendo una de las diferencias con el resto de los animales. Cuando en el Neolítico, el hombre vivía en chozas, ya construía grandes túmulos de piedra para enterrar a sus muertos. Había pueblos seminómadas, como los hurones, que cuando emigraban lo hacían cargando con los huesos de sus antepasados. Y ello no por un culto a la muerte sino al contrario, a la inmortalidad.

        Hay que advertir que se conocen saqueadores de tumbas desde los orígenes de la historia. Famosos fueron en ese sentido los saqueos de los sepulcros egipcios, realizados muchos de ellos en la misma época. Es más, las pirámides contaban con pasadizos secretos y con trampas diversas para evitar que la cámara funeraria fuese profanada. También el derecho civil romano incluía penas de destierro a los que profanasen sepulcros. En el caso americano, también está documentada la profanación de tumbas por parte de los puritanos ingleses y de los alemanes en Venezuela. Lo que quiero decir con todo esto, es que los conquistadores españoles no hicieron más que continuar una tradición profanadora ancestral.

        En América se daban las condiciones idóneas para que proliferasen estos ladronzuelos de sepulturas, pues la incineración fue una práctica excepcional entre los pueblos amerindios. Dicho de otra forma, la tradición de enterrar a las personas poderosas con objetos suntuarios creó una predisposición en los españoles para hacerse saqueadores de tumbas cada vez que sospechaban de la presencia de un sepulcro bajo tierra.

        Los españoles trataban de conseguir oro a toda costa; una vez obtenido todo el metal de oro acumulado por los nativos en siglos, procedieron a extorsionarlos para que les confesasen el lugar donde inhumaban a sus caciques, curacas y señores principales. Muchos de ellos se convirtieron en verdaderos etnólogos pues siempre indagaban allá por donde llegaban en las costumbres funerarias de cada pueblo. De hecho Pedro Cieza de León, relata de manera rutinaria en su Crónica del Perú, la forma en que cada pueblo enterraba a sus curacas. Se trataba de una información útil que todos querían conocer de ahí que la incluyera en su obra.

        Ya en la expedición capitaneada por Juan de Grijalva a Yucatán, en 1518, se encontró varias sepulturas relativamente recientes con abundantes piezas de oro. Ni cortos ni perezosos las saquearon, pese al olor nauseabundo, y de creer es –escribió Fernández de Oviedo- que si tuvieran más oro, que aunque más hedieran, no quedaran con ello, aunque se lo hubieran de sacar de los estómagos. En 1527, Alonso de Estrada envió a Oaxaca al capitán Figueroa para que saquease las joyas de los sepulcros porque era costumbre entonces enterrarlos con ellas. Tan lucrativo resultó el negocio que, en 1538, la Corona le concedió la exclusividad en toda Nueva España y Venezuela a don García Fernández Manrique, Conde de Osorno. Desde ese momento todos los tesoros que se encontraran serían propiedad del Conde y sus herederos, aunque eso sí, pagando el quinto correspondiente.

        También en la conquista del incario se desvalijaron sistemáticamente las viejas sepulturas. Belalcázar, tras tomar Quito, se desilusionó por no hallar las riquezas esperadas, pese a que desenterraron a todos los muertos que se encontraron. Y Francisco Pizarro hizo lo propio cuando ocupó Cuzco; los soldados le pidieron autorización para saquear la ciudad sagrada y Pizarro se lo concedió o al menos no lo impidió. Y ello porque sabía que no podía evitar que estos mercenarios se cobrasen sus honorarios. El saco fue absoluto, comparable al de Roma ocurrido cinco años antes, pero con una diferencia que aquel fue fruto de la insubordinación de los soldados y éste se hizo con el consentimiento tácito de la máxima autoridad. Según Pedro Pizarro, emitió un bando prohibiendo la entrada en las viviendas particulares, pero en cualquier caso no dispuso en esos momentos de los medios para hacerlo cumplir. De hecho, se produjo una desbandada generalizada en la que unos y otros competían por entrar los primeros en los templos y en las casas así como en los depósitos estatales para robar cualquier cosa que hubiera de valor. Se desvalijaron todas las tumbas reales para despojar a las momias de sus joyas. No conformes con ello, extorsionaron hasta la muerte a muchos naturales para que confesaran la existencia de huacas o adoratorios y de tumbas. Y a veces la suerte sonreía, como le ocurrió a Martín Estete que encontró una tumba en el entorno de la villa de Trujillo, en la que obtuvo, sacado el quinto real, 8.551 marcos de plata. Lástima que falleció poco después y sólo lo pudo disfrutar su viuda María de Escobar.

        Dichas actividades continuaron porque en una Real Cédula, referida a Nueva Granada y fechada el 9 de noviembre de 1549, se prohibió que los españoles mandaran a los aborígenes a buscar las tumbas antiguas. En teoría el saqueo de tumbas se consideraba un delito a la par que un pecado. Sin embargo, como la misma Corona desconfiaba de que no se siquiera saqueando estableció que en ese caso la mitad de todo lo obtenido sería para ella. Obviamente, las actividades de los saqueadores de tumbas  prosiguieron, hasta el punto que un tal Juan de la Torre, encontró en una sepultura del valle de Ica, una cantidad de oro valorado en 50.000 pesos. En total, Cieza de León calculó que de las tumbas de Perú se sacaron más de un millón de pesos de oro. Todo esto dice mucho del ansia de riquezas de estos supuestos cruzados, reconvertidos en meros ladronzuelos de tumbas.

 

 

PARA SABER MÁS

 

 

FRIEDERICI, Georg: El carácter del descubrimiento y de la conquista de América. México, Fondo de Cultura Económica, 1973.

 

 

MIRA CABALLOS, Esteban: Conquista y destrucción de las Indias. Sevilla, Muñoz Moya, 2009.

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

EL ALZAMIENTO FRANQUISTA PUDO HABER FRACASADO

EL ALZAMIENTO FRANQUISTA PUDO HABER FRACASADO

          Un día como hoy de hace ochenta años se producía el golpe militar en España que acarreó una cruenta Guerra Civil y una dictadura de más de tres décadas. Todavía hoy argumentar sobre ella provoca grandes recelos porque se mantiene viva la memoria de los vencedores y de los vencidos. Por ello, he pensado no entrar en la polémica y centrarme en un asunto muy concreto, absolutamente histórico y con pocas conexiones ideológicas.    

            Por supuesto, el origen de la guerra parte de una conspiración militar, con el beneplácito de los elementos más conservadores del país. En realidad, era el último gran coletazo de un largo enfrentamiento entre la España conservadora y la progresista que había provocado ya tres guerras civiles en el siglo XIX. La Republica quería reformar, y los conservadores estaban a la defensiva; el triunfo de la derecha en las elecciones de 1933 los tranquilizó, pero el acceso al poder del Frente Popular en 1936 desencadenó el fatídico golpe militar de trágicas consecuencias.  Es cierto que en el período que transcurrió entre febrero y julio de 1936 hubo una grave crisis de convivencia, así como detenciones ilegales de derechistas. Pero, como ha escrito Francisco Espinosa, no sabemos aún hasta qué punto las amenazas y los intentos de golpe de estado, que empezaron en 1931, provocaron reacciones violentas entre los republicanos para así obtener la cobertura ideológica necesaria para emprender el alzamiento definitivo. En la zona gubernamental, controlada por la República, se produjeron excesos y matanzas de inocentes. Sin embargo, la diferencia fundamental es que mientras estos desmanes fueron obra de personas o de grupos de incontrolados, los nacionales urdieron un plan sistemático de exterminio del adversario político. Y prueba de esta premeditación es que allí donde triunfaba el alzamiento, le seguía la represión, variando tan sólo la intensidad de la misma, dependiendo de las circunstancias.

            Entrando en materia, diremos que la Armada Española pudo haber abortado el golpe de Estado, pero fracasó por la pasividad del Almirante Miguel Buiza, jefe de la Flota Republicana en la Guerra Civil. Buena parte de la armada española permaneció fiel al gobierno democráticamente elegido por los españoles. En Cartagena estaba fondeada la flota cuando estalló el alzamiento. El buque insignia de la armada era el crucero Libertad, bonito nombre con el que rebautizó la República al buque botado en 1927 con el nombre de Príncipe Alfonso. Y junto a él estaban los cruceros El Cíclope, Miguel de Cervantes, Méndez Núñez, el acorazado Jaime I, los destructores Almirante Ferrándiz, Almirante Miranda, Almirante Valdés, Almirante Antequera, Ulloa, Gravina, Escaño, Lepanto y Jorge Juan, así como otros navíos de aprovisionamiento, lanchas cañoneras, patrulleras y algunos submarinos de la clase C-2. Otros estaban en proceso de reparación como los destructores Velasco, Alsedo y Churruca. La mayor parte de la armada de guerra española permaneció en poder de los republicanos.

            Estos efectivos pudieron poner las cosas muy difíciles a los alzados. Había navíos suficientes como para bloquear su llegada a la Península desde las islas Canarias y el norte de África. Varios barcos, entre ellos el Libertad y el Miguel de Cervantes, además del acorazado Jaime I fueron enviados a la zona del estrecho para bloquear el paso. Un grave error pues el gobierno infravaloró las posibilidades del enemigo de sortear el bloqueo. La República debió enviar más medios, simplemente porque disponía de ellos, imponiendo así un bloqueo efectivo. Los alzados, entre ellos la Primera Bandera de la Legión y el Tercer Tambor de Regulares llegaron sanos y salvos a Algeciras con la única protección del viejo cañonero Dato, apoyado por algunos aviones de combate. Impotentes, con insubordinaciones a bordo y con escasa capacidad decisoria por parte de los oficiales, decidieron resarcirse bombardeando Ceuta, Melilla y Algeciras, alcanzando al Dato. Sin embargo, no dejaba de ser una anécdota porque los Nacionales habían conseguido su objetivo de llegar sanos y salvos a tierra.

            El 1 de septiembre de 1936 el gobierno nombró al sevillano Miguel Buiza Fernández Palacios, jefe de la flota republicana. Sin embargo, este hombre calificado por Hugh Thomas de reservado y valiente pero tímido, tuvo una actuación mucho más que mediocre. Dispuso de efectivos suficientes para haber conseguido el bloqueo del estrecho, impidiendo la llegada de nuevos refuerzos a los alzados. Pero tampoco lo logró; no se había aprendido la lección. Se destinó al bloqueo a dos destructores, el Ferrándiz y el Gravina, pensando que los Nacionales no disponían de buques que pudiesen hacerles frente. Pero volvieron a menospreciaron de nuevo al oponente, en un error que les costó caro. El crucero Canarias, que todos creían que estaba fuera de servicio, y el Almirante Cervera, en poder de los sublevados, hundieron al Ferrándiz al tiempo que el Gravina era alcanzado y debía refugiarse en un puerto de Marruecos. Todo se pudo haber solventado si Miguel Buiza hubiese destinado a ese fin un número superior de efectivos. Para colmo, en 1937 se produjo otro enfrentamiento en el cabo Cherchel, en la costa argelina, con superioridad aplastante de la flota republicana, y el crucero Baleares, consiguió huir sin sufrir ni un solo rasguño. Ante un fracaso que rozaba el ridículo, el 25 de octubre de 1937 era destituido Miguel Buiza, jefe de la Flota, nombrando en su lugar a Luis González Ubieta.

            La Armada Republicana no marchó mucho mejor con este cambio de mando, siempre quejosos de las insubordinaciones de la marinería y de su indefensión ante los ataques aéreos de los Nacionales. El 22 de enero de 1939 se decidió restituir en el cargo al experimentado Miguel Buiza, pese a estar éste convencido de que la guerra estaba perdida. El 16 de marzo de ese mismo año se reunió con varias autoridades civiles y militares, como el presidente Juan Negrín, el coronel Segismundo Casado y el general José Miaja, pidiendo la capitulación ante los franquistas. El presidente y el general Miaja se negaron por lo que decidió desertar por su cuenta. Dicho y hecho, zarpó con la Flota de Cartagena –tres cruceros, ocho destructores y otros navíos de apoyo- con destino a la base tunecina de Bizerta, donde fondeó los barcos, dejándolos bajo control francés. En su descargo dijo que el objetivo era evitar que cayesen en manos de los Nacionales. Pero se volvió a equivocar porque los franceses tardaron muy poco en entregar los barcos a los franquistas.

            Cada vez tengo más claro que la desastrosa actuación de la Armada Republicana en la guerra fue uno de los factores decisivos que desencadenaron la victoria final de los autollamados Nacionales. Si la armada hubiese estado a la altura de las circunstancias, si se hubiese bloqueado el aprovisionamiento por mar de los rebeldes, el triunfo de estos hubiese sido mucho más complicado y quizás el destino de la República hubiese sido otro. Insubordinaciones, decisiones erróneas, traiciones y cobardías se congratularon para hacer fracasar uno tras otro todos los objetivos encomendados a la Armada.

 

PARA SABER MÁS

 

-ALONSO, Bruno: La Flota republicana y la Guerra Civil española. Sevilla, Ediciones Espuela de Plata, 2006.

 

-FERNÁNDEZ DÍAZ, Victoria. El exilio de la marina republicana. Valencia, Universidad, 2011.

 

-PERAL PERAL, Aurelio: “Un marino sevillano Miguel Buiza Fernández Palacios, jefe de la Flota Republicana”, Archivo Hispalense Nº 294-296. Sevilla, 2014, pp. 141-170.

 

-PRESTÓN, Paul: El final de la guerra. Las últimas puñaladas a la República. Barcelona, Círculo de Lectores, 2014.

 

-THOMAS, Hugh: Historia de la Guerra Civil española. Barcelona, Círculo de Lectores, 1976.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS 

UN PROYECTO DE FORTALEZA PARA SANTO DOMINGO QUE PUDO CAMBIAR SU DESTINO (1538)

UN PROYECTO DE FORTALEZA PARA SANTO  DOMINGO QUE PUDO CAMBIAR SU DESTINO (1538)

          En una reciente estancia en el Archivo General de Simancas me salió al paso este curioso documento. Una carta dirigida por los oficiales reales de La Coruña al Emperador, fechada el 22 de octubre de 1538. En ella le informan de una propuesta de dos personas de aquella ciudad que pretendían construir, a su costa, una fortaleza que estaba trazada en la ciudad de Santo Domingo, “en la boca del puerto”. Estimaban el coste total de su edificación en 3.500 ducados que ellos pagarían de su propia hacienda, a cambio de un juro sobre los salarios de las dos fortalezas, la primitiva ya construida cerca del río Ozama y ésta nueva. Asimismo, se atreven a recomendar a Su Majestad que aceptase este “negocio” “porque así la isla estará tan segura como Sevilla”. Y finalmente mencionan que en ese momento estaba en la corte el principal interesado, un tal Vasco Rodríguez de Gayoso, regidor de La Coruña, hijosdalgo, “que es una persona a quien toca este negocio”.

            El documento no deja de ser una simple curiosidad, pero aporta un par de datos novedosos. Primero, existía un proyecto de fortaleza, justo en la boca del puerto, es decir, debían estar confeccionados los planos. Sin embargo, su paradero se desconocen, al menos que yo sepa. Y segundo, parece obvio que el proyecto no fue aceptado porque la única fortaleza que ha tenido Santo Domingo hasta nuestros días es una muy modesta  que está junto al río Ozama, construida en los primeros años de la colonización e ideada para defenderse de los indios. Y es que en las primeras décadas del siglo XVI no se pensó que la acometida corsaria pudiese llegar al continente americano pues, como informaron los oidores de Santo Domingo al Emperador, en los primeros tiempos pareció imposible pasar corsarios a estos mares… Por ello, el entramado defensivo en el período comprendido entre 1492 y 1530 estuvo destinado exclusivamente a frenar los siempre ingenuos alzamientos indígenas. Se instaló una red de fortalezas muy primitiva que fue suficiente para frenar las posibles rebeliones internas. De ahí que algunas de ellas estén en el interior del territorio frente a los enormes complejos defensivos exteriores que se construirán desde finales del siglo XVI frente a la amenaza corsaria.

          Cuando se plantea este proyecto, las flotas aún no habían delimitado sus rutas, pues no fueron reguladas hasta algo más de dos décadas después, concretamente hasta 1561 y 1564. De haber dispuesto Santo Domingo de una fortaleza inexpugnable hubiese tenido más posibilidades de disputarle a La Habana, el honor de ser el puerto obligado de atraque para el regreso a Castilla de las Flotas de Indias. Es solo una posibilidad pues la historia contrafactual siempre es arriesga. No sabemos qué hubiera ocurrido si Santo Domingo hubiese tenido su puerto bien protegido por una fortaleza. Pero, en cualquier caso, lo que sí es seguro es que hubiese resistido mejor los ataques corsarios que padeció o simplemente hubiese servido de arma disuasoria para evitarlos.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

LA VERDADERA ASCEDENCIA DE HERNÁN CORTÉS

LA VERDADERA ASCEDENCIA  DE HERNÁN CORTÉS

Dalmiro de la Válgoma y siguiéndole a él la mayoría de la historiografía, ensalzaron y fabularon los orígenes nobiliarios de la familia Cortés. Se hacía descender a Martín Cortés directamente de don Fernando de Monroy y María Cortés. De este linajudo matrimonio nacieron dos vástagos, Rodrigo de Monroy y Martín Cortés de Monroy, padre del conquistador. Sin embargo, en los últimos tiempos algunos estudios genealógicos se han encargado de desmentir esta versión, pues, ni Fernando de Monroy estuvo casado con María Cortés, ni tuvo más hijo que Rodrigo de Monroy.

La localización que hice en el año 2010 de un extenso expediente y privilegio de la familia Cortés en el Archivo Histórico Nacional, aclaró, cinco siglos después toda la ascendencia del conquistador metellinense. En realidad, como demostré en el libro que sobre el conquistador publiqué en el año 2010, éste tenía orígenes nobiliarios pero mucho más modestos de lo que se le atribuía.

No sabemos mucho de su bisabuelo Nuño Cortés, aunque fue el último de la familia que permaneció en tierras del antiguo reino de León, probablemente Salamanca. Con total seguridad debía ser hidalgo porque a su hijo, Martín Cortés El viejo, abuelo del conquistador, lo nombraron caballero de espuela dorada y éste era un honor reservado en exclusiva a las personas que poseían al menos esta condición.

La siguiente cuestión por resolver: ¿eran originarios de la ciudad de Salamanca? No tenemos una certeza absoluta. Cuando prueban hidalguía lo hacen siempre como hijosdalgos y notorios de la entonces llamada provincia de León. Sin embargo, esa denominación aludía a los territorios del antiguo reino leonés, entre los que también se encontraban Zamora y Salamanca. Cortés tuvo algunos amigos de suma confianza naturales de León, como Diego de Ordás, nacido en Castroverde del Campo. También la familia de Andrés de Tapia, íntimo colaborador suyo, era originaria de León. Y el apellido Cortés abundaba relativamente –y abunda hoy en día- tanto en León como en Salamanca. Ahora bien, tenemos un testimonio documental muy clarificador; se trata de la declaración de Juan Núñez de Prado en la probanza de la Orden de Santiago:

 

Que los padre y madre del dicho Martín Cortés eran vecinos y naturales de la ciudad de Salamanca.

 

Y aunque es la única referencia directa, la opinión de Núñez de Prado era muy cualificada porque se trataba de un caballero de abolengo de la villa de Medellín. De hecho, era hijo de Rodrigo de Prado, señor de Albiés en León, por lo que tenía datos suficientes para conocer perfectamente el origen de la familia. De todas formas no era del todo cierta su afirmación porque, cuando armaron caballero al abuelo de Hernán Cortés, en 1431, declaró ser vecino de Don Benito. Todo parece indicar que el natural y vecino de Salamanca no era su abuelo sino su bisabuelo Nuño Cortés.

El hecho de que la hermanastra de Martín Cortés de Monroy residiese en Salamanca, así como el aprecio de Hernán Cortés por esa tierra, son indicios adicionales que nos inclinan a pensar que efectivamente la familia procedía de la propia ciudad de Salamanca.

Lo cierto es que los Cortés arraigaron fuertemente en tierras de Medellín, y fueron una familia extensísima y con bienes raíces hasta la Edad Contemporánea. Sus miembros heredaron el privilegio de hidalguía de sus antepasados. De hecho, cuando en 1525 el Emperador le otorgó a Hernán Cortés un escudo de armas, se especificó que podía usarlo, además del que habéis heredado de vuestros antepasados. Eso no impidió que, en décadas posteriores, otros miembros de su extensísima familia, no todos adinerados, tuvieran que pleitear con el concejo de Medellín o de Don Benito para que no los sacasen del padrón de hidalgos. Fueron los casos de Francisco Cortés que tuvo que mantener un litis, a partir de 1537, en la Chancillería de Granada para que se le reconociese su hidalguía, o el de Juan Cortés que reclamó lo mismo en 1564.

 

MARTÍN CORTÉS EL VIEJO

          El primero de la familia Cortés en bajar al sur fue Martín, abuelo de Hernán Cortés, caballero que sirvió a las órdenes de los casi legendarios Pedro Niño y Álvaro de Luna. Parece ser que Martín Cortés estaba a las órdenes directas de Pedro Niño, quien a su vez las recibía del condestable Álvaro de Luna. Martín Cortés fue uno de esos más de 1.000 caballeros que, desde marzo de 1431, estuvieron haciendo incursiones en la vega de Granada. Según las crónicas de la época recorrieron las tierras del reino nazarí, talando e incendiando lugares y alquerías de la vega y entre ellas una casa muy buena que era del rey. Juan II instaló su campamento inicialmente a dos leguas de la ciudad de Granada, sin embargo, desde el 28 de junio lo instaló en Atarfe, a tan solo una legua de la capital Nazarí. Pocos días después, el 1 de julio de 1431 se produjo la famosa batalla de Higueruela en la que las tropas musulmanas fueron estrepitosamente derrotadas. Una contienda que tuvo lugar en la sierra Elvira, muy cerca de Granada, que estuvo comandada por Álvaro de Luna y seguida muy de cerca por el monarca castellano Juan II. Murieron entre 10.000 y 12.000 musulmanes –en ese dato no hay mucho acuerdo entre los cronistas- y a punto estuvo de caer la propia Granada. Se hubiera adelantado su reconquista 61 años.

          Después de esta gran batalla, Juan II concedió numerosas mercedes y reconocimientos a los caballeros que más se habían significado en la campaña. Dos días después, es decir, el tres de julio de 1431, el abuelo de Hernán Cortés se personó ante el citado monarca. Con Pedro Niño -nombrado ya Conde de Buelna- como testigo, fue armado solemnemente como caballero de Espuela Dorada. Al parecer, de las tres formas de caballería que había en Castilla, la de Espuela Dorada era la superior y sólo se concedía a hidalgos. Y antecedentes de caballeros armados con la espuela dorada los había muy célebres, como el mismísimo Cid Campeador, Ruy Díaz de Vivar. Era frecuente que el rey armase caballeros en pleno campo de batalla a aquéllos que habían destacado por su valentía en el combate o que habían protagonizado alguna hazaña. El ritual era claro y uniforme:

 

          Le da tres golpes de espada diciendo: Dios y el bienaventurado apóstol Santiago te haga buen caballero… y de esto le manda dar su carta, la cual es de hidalguía en efecto, y contiene toda esta solemnidad.

 

          Así obtuvo Martín Cortés su distinción, un tipo de caballería que había experimentado un gran resurgimiento en el siglo XIV y que prosiguió a lo largo e la centuria siguiente. Martín Cortés El Viejo se convertía en un noble de tipo medio, superior al hidalgo pero inferior a la nobleza titulada. Ahora bien, era un tipo de caballería de cuantía que obligaba a la persona en cuestión a mantener armas y caballos para salir en defensa del reino cuando fuese necesario. El problema vino cuando sus sucesores fueron incapaces de cumplir con la cuantía, poniéndose en duda la renovación del privilegio.

Probablemente, tras su nombramiento, continuó talando en las vegas de Málaga y Granada. Seguramente participó, en el verano de 1435 y en 1436, en la toma de Vélez-Blanco y Vélez-Rubio así como en los importantes combates que se produjeron en 1438 en la frontera granadina. No obstante, de tal extremo no tenemos constancia documental. Lo cierto, es que, tras finalizar su vida útil como caballero, decidió asentarse definitivamente en tierras de Medellín. Una decisión que no tenía nada de particular, pues Extremadura se repobló básicamente con castellano-leoneses. Martín Cortés El Viejo fue uno más de tantos pobladores procedentes del antiguo reino de León que decidieron quedarse en tierras extremeñas entre el siglo XIII y el XV.

Don Martín, había conseguido honra y fama para todo su linaje. No olvidemos que la Edad Media fue una de las menos individualistas de la historia, donde primaban más los intereses de la familia que los del individuo. Como otros caballeros tenía una casa solariega en la villa matriz, en este caso Medellín, pero pasaba la mayor parte del tiempo en una aldea del entorno, concretamente en Don Benito, donde tenía sus propiedades. Las tierras las adquirió seguramente en compensación por sus servicios de guerra. Era normal que los caballeros recibieran en reparto entre 4 y 12 yugadas de tierra.

          Desconocemos de momento, el nombre de su esposa. Se especuló con una enigmática María Cortés que, a nuestro juicio, nunca existió. Eso se hizo para intentar meter con calzador el linajudo apellido de los Monroy en la familia paterna del conquistador, mientras que el apellido Cortés se incorporaría secundariamente a través de su abuela paterna. Más probable parece que el ennoblecido caballero de la espuela dorada decidiese asentar su nueva condición, desposándose con una Monroy. Sea como fuere, lo cierto es que el matrimonio tuvo un buen número de hijos, seis legítimos –cuatro varones y dos mujeres- y una ilegítima. El mayor de los hijos legítimos era Hernán Cortés de Monroy, después le seguían Juan, Alonso y Martín –padre del conquistador de México-. Hernán Cortés, como primogénito de Martín Cortés El Viejo fue el que reclamó la continuidad del privilegio de caballería. En un alarde celebrado en Medellín en 1502, compareció un Hernán Cortés El Viejo, que presentó a un hijo suyo del mismo nombre a caballo, con coraza, lanza y espada, cuyo oficio era la labranza y la crianza de animales.

De Juan Cortés y de Alonso Cortés no sabemos gran cosa; ambos estaban al servicio del Conde de Medellín. Concretamente, a Juan Cortés lo encontramos citado en un documento de 1506 como criado del Conde de Medellín, participando en un asalto contra la cilla de Don Benito, en la que por la fuerza tomaron 12 fanegas y media de trigo y una cuartilla de cebada. Se refugió con sus secuaces en la fortaleza de Miajadas que era del Conde de Medellín, y hasta allí acudió el alguacil mayor para detenerlos. En cuanto a Alonso Cortés, nos consta que en 1500 era vecino de Don Benito, estaba casado y tenía dos hijas. En 1508 ocupaba el cargo de teniente del alguacil mayor Rodrigo de Portocarrero.

En cuanto a la hija natural, Inés Gómez de Paz, que jugaría un importante papel en la vida de Hernán Cortés, sabemos más cosas. Carlos Pereyra, siguiendo a López de Gómara, sostuvo que era hermana de Martín Cortés de Monroy. Pero, a juzgar por el testimonio del propio conquistador de México, no era exactamente hermana sino hermanastra. Efectivamente, éste declaró, en 1546, que su tía Inés Gómez de Paz era hija natural de su abuelo, habida con otra mujer fuera del matrimonio legítimo. Obviamente, a los hijos de Inés Gómez, que eran tres, Rodrigo, Pedro y Ana, el conquistador les dio siempre el tratamiento de primos.

 

MARTÍN CORTÉS DE MONROY

          El padre del conquistador de México, era el más pequeño de los hijos varones de Martín Cortés El Viejo. En el interrogatorio para el ingreso de Hernán Cortés en la Orden de Santiago, muchos testigos conocieron a sus abuelos maternos, pero ninguno conoció a sus abuelos paternos, probablemente porque habían muerto hacía mucho tiempo. De hecho, la probanza aporta mucha información sobre la familia Pizarro Altamirano pero, en cambio, apenas nada de la familia Cortés.

Martín Cortés de Monroy nació en torno a 1449, probablemente en la casa solariega que la familia poseía en el centro de la villa de Medellín, en la calle Feria, y donde pasaban una parte del año. Esta vivienda, sin ser una casa-palacio, era amplia y confortable. En torno a un patio central empedrado se disponían un buen número de habitaciones muy espaciosas.

 

Y aunque era la residencia oficial de la familia, poseían otras viviendas menores tanto en Medellín como en Don Benito, donde se localizaban la mayor parte de sus propiedades. De hecho, de las ocho cartas protocolizadas por el padre del conquistador en Sevilla, una respectivamente en 1506, 1520, 1523, 1525, 1526 y tres en 1519, salvo en la primera en que se declaró de Don Benito, en las siete restantes manifestó ser vecino de Medellín. En junio de 1526 protocolizó otra en la villa de Medellín y, tanto él como su esposa, declararon ser vecinos de esta última localidad.

Era hidalgo porque su padre y su abuelo lo habían sido, aunque bien es cierto que la evolución de su nombre muestra un ansia de ennoblecimiento. Así se explica que el vulgar García Martín Cortés, lo simplificara inicialmente a Martín Cortés, y posteriormente a Martín Cortés de Monroy mucho más sonoro. Y no es que no fuese Monroy, sino que hasta una edad bastante avanzada no lo utilizó.

López de Gómara lo calificó de devoto y caritativo. Debió pleitear junto a sus hermanos por mantener el privilegio de caballería que la villa le discutía probablemente por no disponer de caballo para acudir a la guerra. No en vano, el concejo de Don Benito justificó su inclusión en el padrón de pecheros, esgrimiendo que no habían mantenido sus caballos, ni acudido a los alardes periódicos a los que estaban obligados. Y lo curioso es que ellos, y particularmente Hernán Cortés, tío del conquistador de México, aceptó dicho extremo, advirtiendo sin embargo que su condición de caballeros la obtuvieron por privilegio no por cuantía por lo que no hacía falta mantener caballos. De hecho, siempre se dijo que la participación de Martín Cortés de Monroy en la guerra de Granada la hizo en calidad de peón y no de caballero.

          Su actuación en acciones bélicas no está nada clara; de hecho, no tenemos datos fehacientes que verifiquen su presencia en la guerra de Sucesión de Enrique IV. Como es bien sabido, éste había fallecido el 11 de diciembre de 1474 sin dejar clara su sucesión. Dos días más tarde se proclamó reina Isabel La Católica, enfrentándose directamente con los partidarios de doña Juana de Castilla, apoyada por su madre Juana de Portugal y por lo más granado de la nobleza española y extremeña, entre ellos el Marqués de Villena, los Enríquez, los Monroy, los Paredes, el Marqués de Cádiz y el Conde de Medellín.

López de Gómara, empeñado siempre en vincularlo con los Monroy, emparentados a su vez con los Portocarrero, afirmó que siendo joven –tenía entonces 26 años- fue a la guerra por su deudo Alonso de Hermosa, como teniente de una compañía de jinetes. Allí luchó, junto a Alonso de Hinojosa en el bando de su pariente Alonso de Monroy, clavero de Alcántara, en la batalla de La Albuera, contra las tropas de Isabel de Castilla, mandadas por Alonso de Cárdenas, maestre de Santiago. La contienda duró casi cinco años y supuestamente Martín Cortés luchó del lado de los Monroy y del Condado de Medellín a favor de doña Juana. Esta versión de López de Gómara ha sido sostenida hasta la saciedad por la historiografía moderna y contemporánea.

Sin embargo, no hay ni una sola prueba documental que apoye esta hipótesis. Pero, es más, la historiografía cortesiana suele ignorar que el grueso de la familia Monroy se cambió de bando en 1476, por supuesto a cambio de un buen número de prebendas. De hecho, desde ese mismo año encontramos tanto a Fernando de Monroy como a Alonso –este último maestre electo de Alcántara- socorriendo a Luis de Chávez en la defensa de Trujillo.

La villa de Medellín, junto con las fortalezas de Mérida y Montánchez, sí que estuvieron contra la reina Isabel hasta el final de la contienda. De hecho, Medellín no capituló hasta el verano de 1479, firmándose la paz poco después. Por tanto, podemos concluir que a fecha de hoy no existe ni un solo indicio que vincule al padre de Hernán Cortés con el bando de doña Juana la Beltraneja.

En cambio, sí hay algo más que indicios que avalan su participación en la Guerra de Granada, aunque no parece que tuviera ni muchísimo menos el protagonismo de su padre. Es muy improbable que participase en la reconquista de Gibraltar (1462) porque contaba tan sólo con 13 años. Pero en el Archivo de Simancas aparece citado como soldado de infantería al menos en 1489, 1497 y 1503. Es decir, está documentada su presencia en hechos de armas cuando tenía, 40, 48 y 54 años respectivamente, aunque no a caballo sino a pié, en la infantería. Precisamente el padre Las Casas menciona a Martín Cortés como un pobre escudero. Y los escuderos, como es bien sabido, eran auxiliares de los caballeros y servían en la guerra como peones. Concretamente, el pleito que reproducimos en el apéndice IV se inició porque se pretendía quitar a los hijos de Martín Cortés El Viejo el privilegio de caballeros, acusándolos de no haber mantenido caballos, ni ejercitarse en la guerra. Y es que el hecho de ser caballero implicaba algunos beneficios pero también conllevaba una serie de obligaciones. Sobre los caballeros recaían repartimientos periódicos para que acudiesen con sus caballos y armas a los conflictos bélicos y, además, debían personarse en los alardes que cada cierto tiempo se realizaban. También existía la posibilidad de comprar los servicios de otra persona que acudiese a la guerra en su lugar, pero no era el caso de Martín Cortés de Monroy cuya economía no le permitía tales lujos.

Ahora, bien, estos pleitos con los concejos por mantener la exención tributaria fueron frecuentes y continuos. No en vano, en la misma villa de Medellín otros caballeros de cuantía como Pero Sánchez, vecino de Don Benito, o Juan Redondo, Juan Flores y Martín Muñoz, vecinos de Medellín, debieron pleitear largos años para mantener sus respectivos estatus.

Martín Cortés desempeñó distintos cargos en el concejo de Medellín, como regidor y como procurador general, según declararon en la probanza de hidalguía tanto el clérigo Diego López como Juan de Montoya. Se desposó con Catalina Pizarro Altamirano, una mujer de ascendencia hidalga, cuya familia procedía de Trujillo a donde habían llegado en el siglo XIII, procedentes de Ávila. Era hija de Leonor Sánchez Pizarro y de Diego Alfón Altamirano, escribano y mayordomo de Beatriz Pacheco, Condesa de Medellín. López de Gómara la describió como muy honesta, religiosa, severa y reservada. Cervantes de Salazar también se muestra parco en su descripción aunque al menos deja clara su noble ascendencia, escribiendo de ella que era de la alcurnia de los Pizarro y Altamirano, también noble. Los Altamirano eran una de las familias más señeras de Trujillo, cuyos miembros controlaban el cabildo local.

Por tanto, la nobleza de los Altamirano está fuera de toda duda. De hecho, cuando Hernán Cortés regresó a España por primera vez se dirigió a Medellín, se llevó consigo a Juan de Altamirano y sus hermanos, de los que se dijo que eran personas nobles, hijosdalgo muy principales. En 1529 en la probanza que hizo Martín Cortés, el hijo de doña Marina, para acceder a la Orden de Santiago, Juan de Hinojosa afirmó de manera taxativa:

 

Que conoció a sus abuelos paternos, Martín Cortés y Catalina Pizarro y siempre este testigo los tuvo por hidalgos todo el tiempo que los conoció.

 

Es obvio que la familia materna del conquistador parecía ser de mayor abolengo. No obstante, los Cortés también pertenecían al primer estamento, pues tenían escudo de armas y gozaban de exenciones fiscales.

Ahora, bien, ¿dónde tuvieron su hogar los padres de Hernán Cortés? Todo parece indicar que, al igual que sus abuelos, tenían casa en Medellín, pero que pasaban una buena parte del año en su vivienda de Don Benito. Para un hidalgo, hijo de un caballero de espuela dorada, era casi obligatorio tener residencia en la villa matriz, aunque residiese una parte o todo el año en algunas de las aldeas del entorno. Eso explica que unas veces –la mayoría- se declare vecino de Medellín, donde incluso llegó a ostentar cargos en su concejo, mientras que en otras manifestase su vecindad en Don Benito. Hugh Thomas descubrió un interesante documento, una provisión Real, fechada el 26 de noviembre de 1488, en la que se aludía a la actitud de varios vecinos de Medellín, entre ellos Martín Cortés, que habían denunciado al Conde de Medellín por no permitir a los vecinos el nombramiento de los oficiales del cabildo, pese a ser costumbre inmemorial. Sin embargo, en el documento por el que se formalizó el pasaje de Hernán Cortés a Santo Domingo, en 1506, declaró ser vecino de Don Benito. Insisto que nada tiene de particular que un hidalgo como Martín Cortés mantuviese su vecindad en la cabecera jurisdiccional, al tiempo que residía en una aldea de los alrededores más cerca de sus explotaciones rústicas.

          Pero el documento de 1488 tiene otro interés añadido, se demuestra que las relaciones entre Martín Cortés y el Conde de Medellín no eran precisamente cordiales, como se había creído. Eso refuerza la idea de la fidelidad de la familia Cortés con el partido isabelino, frente al bando del Conde de Medellín.

          Ha quedado otra cuestión que resolver, ¿cuántos hijos tuvieron Martín Cortés y Catalina Pizarro? Como es bien sabido, la historiografía siempre ha sostenido que Hernán Cortés era hijo único. Salvo algún problema físico o reproductivo de la madre o el padre la verdad es que no era común que los matrimonios se quedasen entonces con un solo vástago. Hay historiadores que han visto indicios para creer que tuvo dos hermanas, y hasta tres. De hecho, según Juan Miralles, tres personajes varones fueron tratados por Cortés como cuñados: Francisco de Las Casas, Diego Valadés y Blasco Hernández. Sin embargo, los argumentos son tan poco consistentes que no soportan el más mínimo análisis. Lo único que al presente es seguro es que fue el único hijo varón. Quizás por ello, en una época en la que el hombre tenía todos los privilegios, Martín Cortés se volcó con su hijo desde el principio. Ambos, pese a la distancia, llegaron a tener una relación estrechísima.

          Se empeñó en que estudiara leyes en Salamanca, junto al marido de su hermanastra, Inés Gómez de Paz. Probablemente lo ayudó económicamente durante su estancia en Sevilla. Y una vez que inició la Conquista de Nueva España se convirtió en su principal valedor en la Península. De hecho, en 1519 se encontraba en Sevilla donde, entre noviembre y diciembre, otorgó varias escrituras ante notario. El 29 de noviembre de 1519 reconoció haber recibido 102 pesos que le había enviado su hijo a través de Andrés de Duero. A continuación, poco más de una semana después, envió a su vástago ropa y otros enseres en la nao Santa María de la Concepción. Y pocos días después, pidió dos préstamos por un importe total de 350 ducados, 200 de Luis Fernández de Alfaro y Juan de Córdoba y 150 de Juan de la Fuente, todos ellos vecinos de Sevilla.

          En 1520 acompañó a Alonso Hernández Portocarrero, a Francisco Montejo y a su sobrino Francisco Núñez al encuentro con el Emperador en Barcelona. Pero, enterados de que había partido hacia Burgos, a celebrar la fiesta de San Matías y que después iría a Tordesillas a ver a su madre, la reina Juana, se encaminaron hasta allí. Era importante hablar con él y entregarle los escritos de su hijo justificando sus acciones, porque Diego Velázquez contaba con el apoyo incondicional del obispo de Badajoz, Juan Rodríguez de Fonseca y había hecho llegar sus quejas a la Corona. Y no era el único al que había escrito porque, el 12 de octubre de 1519, había remitido sus acusaciones al camarero mayor del rey y de su Consejo. Pero nuevamente, el Emperador había abandonado la ciudad con destino a Valladolid, donde finalmente consiguieron darle alcance y entrevistarse con él. Allí pudieron entregar la Carta de Relación escrita por su hijo y los demás documentos, justificando su forma de actuar y, sobre todo, su insumisión a Diego Velázquez. Los cortesanos quedaron impresionados con los presentes que se les entregaron así como con los cinco indios totonacas que les presentaron.

          Lo cierto es que, gracias a estas gestiones, consiguieron que el rey ratificase la actuación de Hernán Cortés a través de una Real Cédula dada en Valladolid el 22 de octubre de 1522. Un instrumento que se pregonó en Cuba en mayo de 1523, apesadumbrando los últimos meses de vida de Diego Velázquez. A decir de Gonzalo Fernández de Oviedo, el teniente de gobernador acabó pobre y enfermo y descontento por la traición de que fue objeto por parte del metellinense.

          Tras pasar un tiempo entre Palencia y Valladolid, junto a Francisco Núñez, solucionando asuntos relacionados con su hijo, en 1523, viajaron juntos a Sevilla. Su situación económica, merced a los envíos de su vástago, parecía ser bastante menos precaria. De hecho, donó a fray Antón de Zurita, ministro de la Orden de la Santísima Trinidad, diversas cantidades para el rescate de cautivos.

          Martín Cortés debió fallecer cuatro años después, hacia 1527, aunque Hernán Cortés no lo supo probablemente hasta principios de 1528. Tenía la avanzada edad de 77 años, y fue enterrado en el convento de San Francisco de Medellín, que había sido fundado en mayo de 1508 por Juan de Portocarrero. Por fortuna para él, la muerte le sobrevino después de haber saboreado y disfrutado de los éxitos de su único hijo varón. El conquistador del imperio mexica debió sentir profundamente el óbito de su progenitor porque le unían a él grandes lazos afectivos y filiales. Prueba de este afecto es que nada menos que a dos de sus hijos les puso el nombre de Martín, al hijo de doña Marina, y al de su legítima esposa doña Juana de Arellano y Zúñiga.

Catalina Pizarro murió en Nueva España tres años después, es decir, en 1530, y fue enterrada en la capilla del convento de San Francisco de Texcoco. También con ella mantuvo una entrañable relación. Posteriormente, Hernán Cortés dispuso en su testamento que se trasladasen los restos de su madre desde Texcoco al monasterio de Culiacán que pretendía utilizar como panteón familiar.

 

PARA SABER MÁS:

 

MIRA CABALLOS, Esteban: “Hernán Cortés. El fin de una leyenda”. Badajoz, Palacio Barrantes Cervantes, 2010, 589 págs.

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

SANTIAGO CONTRA HUITZILOPOCHTLI. CLAVES DE LA DERROTA INDÍGENA EN LA CONQUISTA

SANTIAGO CONTRA HUITZILOPOCHTLI. CLAVES DE LA DERROTA INDÍGENA EN LA CONQUISTA

Contaba el Inca Garcilaso que, al igual que los cristianos, también los indios creían que sus dioses los asistían en el combate. Se trata de una constante en la historia de las guerras. La mayoría de las religiones politeístas tenían en su panteón a dioses guerreros, que ayudaban a sus adoradores en el combate. El fin de los dioses era ayudar a la comunidad y que mejor momento para hacerlo que en la guerra: los primitivos germanos tenían a Walhalla; los mexicas tenían a Huitzilopochtli; los asirios disponían de todo un panteón de dioses belicosos a imagen y semejanza de sus crueles soberanos que luchaban junto a ellos en la batalla; los antiguos egipcios a Horus, los griegos a Ares, los romanos a Marte, los musulmanes a Alá y los españoles a Santiago –nuestro particular dios de la guerra-.

Los mexicas llamaban en su auxilio a su dios de la guerra, Huitzilopochtli, quien se presentaba bajo la forma de un pequeño colibrí para indicarles la estrategia que debían seguir en la contienda. También, los incas entendían que su dios, el sol, estaba con ellos en el fragor de la batalla, prestándoles una valiosa ayuda. Moralmente se hundieron cuando ellos mismos se convencieron que sus dioses se habían esfumado, habían enmudecido, dejándolos en la más cruel de las soledades. Los propios conquistadores y evangelizadores usaban la derrota para convencerlos de cuán engañados habían estado por sus dioses que no les habían ayudado para nada en la batalla. Francisco Pizarro, como buen guerrero, no se conforma con reforzar la moral de sus hombres sino que mina la de los propios nativos. Francisco de Jerez, describió una conversación entre el trujillano y el Inca, justo después de ser apresado este último, en la que le dijo sus ídolos no eran dioses verdaderos, pues detrás de ellos estaba el diablo. Y como prueba un botón: que mirase cuán poca ayuda le había hecho su dios… cuando fue desbaratado y preso de tan pocos cristianos. El propio Atahualpa quedó espantado por estas palabras, pues probablemente acentuaron su soledad y su desazón por su cautiverio.

Fray Diego Durán escribió que los naturales seguían convocando a sus ídolos en los oráculos pero que no se manifestaban por lo que era público que los tenían ya por mudos y muertos. Mudos, muertos, huidos o evaporados, lo mismo daba; el caso es que ante la abrumadora superioridad de los españoles se convencieron de que habían sido abandonados a su suerte y que el Dios cristiano era superior. Desde muy pronto se sintieron abandonados por ellos, “sin cielo ni tierra, sin puntos de referencia en un universo desmoronado”. El extremeño fray Pedro de Feria O. P., en su catecismo en lengua castellana y zapoteca, publicado en México en 1567, no dudó en utilizar este argumento para convencer a los nativos de que abandonasen sus diabólicas creencias y adoptasen la nueva religión:

 

Si eran verdaderos vuestros dioses, decía a los indios, ¿qué se han hecho después que vinieron los cristianos?, ¿dónde se han ido?, ¿dónde están escondidos, ¿dónde se han huido?, ¿por qué no vuelven por su ley y religión? De donde se ve claramente que no eran verdaderos dioses, sino que todo era mentira y engaño grande del demonio”.

 

Y lo peor de todo, no sólo dejaron de ver a sus dioses sino que no tardaron en contemplar a Santiago en el bando contrario, guiando a las huestes cristianas. Les ocurrió lo mismo que a los galos que, viendo la capacidad militar de las tropas de Julio César, se convencieron de que peleaban asistidos por sus dioses. Según Antonio de Herrera, los indios del Perú afirmaron haber visto a un caballero con un caballo blanco y una espada en la mano que los atemorizaba y perseguía. También pensaron que el símbolo que siempre portaban los cristianos, la cruz, irradiaba un poder especial a sus portadores. No tardó en convertirse en un elemento disuasorio para los atemorizados amerindios.

Decía Octavio Paz, refiriéndose a los naturales de Nueva España, que ningún otro pueblo del planeta se sintió tan desamparado como los mexicas cuando interpretaron que sus avisos y profecías que anunciaban el fin de su mundo se estaban cumpliendo. Los hombres blancos no sólo les robaron su cuerpo sino también su alma. No menos traumática fue la caída del imperio inca. De hecho, contaba Antonio de Herrera, en relación a la toma de Cuzco por Francisco Pizarro, que los indios lloraban amargamente quejándose de sus dioses, que de tal manera los habían abandonado. Al año siguiente, muy lejos del escenario peruano, Alonso de Alvarado derrotó a los chiachapoyas, que viendo tal descalabro les entró grandísima desesperación y sentimiento, como decían, por verse desamparados de la ayuda de sus creadores.

Esta superioridad psicológica fue hábilmente utilizada por los españoles, que montaban toda una escenografía antes de entrar en combate. Hacían intencionadamente sus entradas con gran ruido, tocando trompetas, poniendo cascabeles a los caballos y disparando bombardas y arcabuces. Así conseguían aterrorizar a los indios antes de entrar en acción, facilitando su victoria. López de Gómara decía que en la entrada a Cajamarca de Francisco Pizarro, donde estaba concentrado lo mejor del ejército de Atahualpa, los indios no llegaron a entrar en combate por el siguiente motivo:

O porque Atahualpa no les dio la orden o porque se cortaron todos, de puro miedo y ruido que hicieron a un mismo tiempo con las trompetas, los arcabuces y artillería, y los caballos que llevaban pretales de cascabeles para espantarlos.

 

Los indios además sentían gran pavor por esos barbudos hombres blancos. Gil González Dávila, consciente de ello, les cortó el pelo a 25 jóvenes imberbes y les preparó unas barbas postizas antes de comenzar la contienda. Pensaba que si había más barbudos, infundirían mucho más terror a los ingenuos aborígenes y su derrota sería más fácil.

El desanimo total les llegó cuando se dieron cuenta que los españoles jamás se irían de sus tierras. Mientras creyeron que iban a robarles y a marcharse la esperanza se mantuvo. Pero pasadas las primeras décadas se dieron cuenta de que eso no ocurriría. Un viejo sacerdote, Alquimpech, le dijo a Francisco de Montejo que sufrían peor el poder de los españoles porque sabían que nunca se marcharían. Y la desesperación llegó a tal extremo que no pocos optaron por la solución extrema, es decir, por el suicidio. La sociedad indígena en general, aunque diversa, era fundamentalmente holista, frente a la hispana que era más individualista. Para este tipo de sociedades la comunidad tenía la primacía frente a la individualidad. El valor supremo era la supervivencia de la comunidad. Esto explicaría muchos comportamientos así como los suicidios sistemáticos que practicaron en ocasiones extremas.

 

PARA SABER MÁS:

MIRA CABALLOS, Esteban: Conquista y destrucción de las Indias. Sevilla, Muñoz Moya, 2009.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

CONSIDERACIONES SOBRE EL BREXIT Y OTRAS REFLEXIONES ÉTICAS

CONSIDERACIONES SOBRE EL BREXIT  Y OTRAS REFLEXIONES ÉTICAS

Vivimos tiempos difíciles y muy preocupantes, donde las noticias saltan a diario y cada cual es peor. Desde 2008 vivimos una gravísima crisis económica del capitalismo y actualmente el brutal problema de los refugiados o, en estos días, el famoso y cacareado BREXIT.

Pero lo que yo quiero insistir ahora que el famoso BREXIT es solo un eslabón más en ese proceso de descomposición del sistema económico y político global que estamos viviendo en el siglo XXI. Ya escribió hace algunos años Jorge Riechmann que el siglo XX fue trágico pero que el XXI lo iba a ser multiplicadamente, de no producirse un cambio radical en el modo de producción, el consumismo y la relatividad ética. Otros muchos intelectuales, en esta misma línea, como José David Sacristán, Slavoj Zizek, Juan Pedro Viñuela o Tzvetan Todorov han advertido por activa y por pasiva que de no dar la situación un giro radical llegará una nueva Edad Media.

En el fondo lo que subyace es una profunda crisis ética, donde cada individuo lo que quiere es salvarse a sí mismo, y hacer oídos sordos a lo que pasa a su alrededor. Lo importante soy yo, después mi familia, luego mi Comunidad Autónoma y luego, si acaso, mi país. Lo que ocurra en Europa me coge demasiado lejos mientras que lo extraeuropeo ya ni siquiera existe. Y por supuesto, el poder lo delegamos en políticos –corruptos o no, eso es lo de menos- que tiren del carro como puedan mientras nos ajustamos a esa "servidumbre humana voluntaria" de la que hablara La Boètie.

Socialmente, la tendencia mundial es hacia una progresiva polarización. Es decir, hay una minoría que está concentrando la riqueza y que cada vez es más rica mientras que el grueso de la población se empobrece. Una realidad que, si ningún cambio radical lo impide, se irá acentuando progresivamente en las próximas décadas. Y mientras eso ocurre, las autoridades transmiten la idea de que solo hay dos modelos productivos: el capitalismo existente o el fracasado modelo soviético. Es decir, capitalismo o capitalismo. Y lo peor de todo, es que estos discursos terminan calando en una parte de la población que piensa erróneamente que no hay alternativa.

Ante esta situación, la respuesta de los países desarrollados, sometidos a la dictadura de los mercados, ha sido emprender una política de ajustes económicos, consistentes básicamente en la reducción de los salarios públicos y privados y en una disminución considerable del gasto social. Lo cual está provocando, a corto plazo, un aumento de la tasa de población que vive en el umbral de la pobreza y una reducción del poder adquisitivo de las clases medias. De hecho, los autores aportan un dato demoledor: 1.400 personas en España acaparan el 80,5% del PIB nacional. Es decir, el 0,0034% de la población acumula más de cuatro quintas partes de la riqueza. Y lo peor de todo, es que las recetas neoliberales sólo van a conseguir acentuar aún más esta brecha social. La competitividad no aumentará bajando los salarios. De hecho, en España son más bajos que en los países ricos de la Unión Europea y no por ello el país es más competitivo.

A nivel mundial, la situación es aún más catastrófica, hay 2.400 millones de personas por debajo del umbral de la pobreza, y la cifra tiende a aumentar por el descenso acusado de la ayuda de los países desarrollados al llamado Tercer Mundo.

El BREXIT es un eslabón más en esta cadena de despropósitos que a largo plazo van a acabar con el mundo que conocemos. Éste nos preocupa más porque afecta al corazón de Europa, a nuestro mundo.

A mi juicio, fue un despropósito la propia convocatoria del Referéndum porque ha creado un grave problema donde no lo había. La salida de la segunda economía europea de la Unión va a tener consecuencias catastróficas tanto para Gran Bretaña como para el resto de Europa.

Políticamente ya hay otros partidos ultraderechistas que están reivindicando este mismo refrendo para Francia, Austria, etc. Habrá nuevos plebiscitos de resultado incierto que pueden terminar con este proyecto democrático que fue la Unión Europea. Al final, los nacionalismos, la gran enfermedad de la Edad Contemporánea, están acabando con el gran sueño de la unión europea. Ni que decir tiene que el BREXIT supone un camino reaccionario que implica más nacionalismo y menos cosmopolitismo así como el triunfo de la reacción frente al progreso. Los partidos ultraderechistas europeos se frotan las manos, esperando pescar en aguas revueltas, al igual que el presidente de la Federación Rusa, que espera ocupar los espacios que deje Europa.

Socialmente, supondrá un debilitamiento de los amplísimos derechos que otorgaba la ciudadanía europea. Los valores sociales europeos, los mismos que hasta hace poco todo el mundo admiraba, están a punto de naufragar, dando la razón a los regímenes totalitarios que siempre confiaron en su fracaso.

Y económicamente el perjuicio puede ser catastrófico tanto para Gran Bretaña, que puede decrecer más de un 5 por ciento anual en los próximos años, como para la Unión Europea en su conjunto. Para España el menoscabo puede ser la gota que colme el vaso. Somos el tercer inversor mundial en Gran Bretaña con una inversión global de 60.000 millones de euros. La recesión en Gran Bretaña afectará también a la de decenas de compañías españolas que operan en aquel país. Asimismo, hay 250.000 españoles trabajando en Gran Bretaña que en breve necesitarán pasaporte y visado. Y por último, no olvidemos que Gran Bretaña es el país que más turistas envía a España. Una recesión económica en aquel país como la que se espera puede provocar un descenso drástico del número de ingleses que visitan nuestro país, afectando a la primera industria de España. Y en medio de esta zozobra, lo único que se le ocurre decir al Ministro de Exteriores español, García-Margallo, es que a lo mejor estamos más cerca de colocar nuestra bandera en Gibraltar.

Y a todo esto, el domingo tenemos unas nuevas elecciones en nuestro país que vive una crisis política, social y económica mucho más delicada de lo que la gente cree. La situación financiera de España, con una deuda equivalente al cien por cien de nuestro P.I.B., es preocupante. Dependemos de los mercados internacionales para obtener liquidez y estos están extremadamente volátiles, especialmente después del BREXIT. Y a todo esto España sin gobierno y con muchas posibilidades de que sigamos en esta situación muchos meses más.

Desgraciadamente se están cumpliendo las peores predicciones de grandes sociólogos, filósofos y economistas. Se avecinan tiempos difíciles; suerte a todos y, sobre todo, animo a todos los ciudadanos de bien a votar con responsabilidad el próximo domingo 26 de junio.



ESTEBAN MIRA CABALLOS