La historiografía ha insistido en el análisis de los aspectos rituales por parte de los curanderos amerindios –llamados behiques o chamanes-, de alguna forma para ridiculizar sus ceremonias pero sin profundizar en el poso de conocimientos que ellos poseían. Realmente dominaban la medicina naturista que era lo que realmente les otorgaba una posición social preeminente. Que su medicina era espiritualista y que concebían el mal como la presencia en el cuerpo del enfermo de una "sustancia extraña" es algo que está fuera de toda duda a jugar por las fuentes que nos han llegado. Sin embargo queremos detenernos en esta ocasión en analizar estos conocimientos herborísticos que poseían los curanderos taínos de las Antillas. Unos conocimientos que en buena parte se perdieron, porque los mantuvieron en secreto hasta su extinción a mediados del siglo XVI.
Los aborígenes que encontraron los europeos a su llegada al área caribeña, vivían en un estadío muy atrasado de civilización, pero estaban perfectamente adaptados a su hábitat natural. Evidentemente, conocían su ecosistema, con el que coexistían en perfecta armonía, y sabían los remedios fundamentales para el tratamiento de aquellas enfermedades que de manera más común les afectaban. No en vano, es bien sabido que en los primeros tiempos estos behiques indígenas rivalizaron con los barberos y los cirujanos españoles, pues, no debemos olvidar que en el período estudiado por nosotros la infraestructura médica española era extremadamente precaria. A las Antillas Mayores llegaron en los primeros años numerosos sanitarios que tenían dificultades para practicar la medicina en la Península, bien, debido a su pertenencia a una minoría étnica, o bien por carecer de título oficial. Ya en el propio siglo XVI el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo advirtió que la mayoría de los médicos y cirujanos que arribaban a Santo Domingo olvidaban sus títulos acaso "porque nunca los tuvieran".
Por desgracia los españoles tan sólo llegaron a conocer algunos de los conocimientos herborísticos de estos indígenas. Y ello porque estos ocultaron sus remedios terapéuticos como medio de persuadir a los españoles a abandonar su territorio y, en palabras de Pedro Mártir de Anglería, "abolir toda memoria de ellos". Para lograr este fin, habida cuenta de la superioridad española -por supuesto logística no numérica-, llevaron a cabo una resistencia pasiva que se catalizó en alzamientos a los montes, destrucción de sus propios campos de cultivo y en un mutismo premeditado sobre los remedios médicos a determinadas enfermedades subtropicales.
En relación a este último aspecto tenemos una referencia muy interesante de Joseph Peguero que se hizo eco de un hecho ocurrido en esta isla varias décadas después de la llegada de los españoles. Concretamente relató que a un español desposado con una india le entró el mal de las bubas y ésta, para evitar que se la contagiase a sus hijos, le proporcionó unas hierbas curativas, advirtiéndole "que en cuanto me descubras, yo moriré y me matarán mis parientes, que no quieren que ustedes sepan el cómo se cura este mal por ver si mueren todos". Igualmente, los indios guardaron celosamente la pócima para sanar las heridas causadas por las flechas envenenadas que lanzaban los indios caribes y que tantos estragos causaron entre las huestes hispanas hasta 1540 en que por fin se averiguó el remedio.
Por tanto, queda claro que los aborígenes ocultaron de manera consciente sus conocimientos médicos a los españoles como un sistema más de oposición hacia ellos. Evidentemente eran los behiques indígenas, cuya sabiduría era fruto de la experiencia acumulada de generaciones pasadas, los mejores conocedores de las soluciones médicas a las patologías propias de la isla.
Además estaba claro que a estos chamanes no les convenía difundir sus métodos curativos, pues, a la sazón ya durante sus ceremonias prehispánicas pedían a la mayoría de los asistentes que se saliesen fuera mientras le aplicaba a su paciente la medicación. Evidentemente su poder radicaba en la exclusividad de sus conocimientos que desde luego no estuvieron nunca dispuestos a compartir con el resto de los indígenas, ni muchísimo menos con los españoles. Estos formaban parte de la élite dirigente, y eran personas muy respetadas por toda la población, aunque desde luego subordinados al cacique. En cualquier caso algunos de ellos, en función a sus méritos personales como sanadores, tuvieron una "grandísima autoridad" entre los demás miembros de su comunidad.
Entrando ya en el análisis de algunas de las soluciones médicas empleadas por los aborígenes debemos decir que nuestro conocimiento se limita a lo que escribieron los cronistas, especialmente Fernández de Oviedo, el cual en su ya citada Historia General y Natural de las Indias le dedicó varios capítulos. Aunque fueron acusados de farsantes por algunos cronistas como fray Bartolomé de las Casas, lo cierto es que tenían, como ya hemos afirmado, un amplio conocimiento de la medicina natural que les permitía solventar positivamente las heridas más comunes, las calenturas y las fracturas "envolviendo los miembros en yaguas mojadas". Evidentemente el prestigio de estos behiques sólo se afianzaría con reiterados éxitos médicos y con la confianza auténtica de los demás miembros de su comunidad. Así, Pedro Mártir de Anglería afirmó, refiriéndose a los curanderos indios, lo siguiente:
"Las calenturas se las curan fácilmente con jugo de hierbas, y con igual facilidad las heridas con tal que sean curables. Tienen y conocen mucha clase de hierbas salutíferas... Y no usan ningún otro género de medicinas, ni quieren más médico que a los viejos de experiencia o a los sacerdotes conocedores de las ocultas virtudes de las hierbas...".
Igualmente, Gonzalo Fernández de Oviedo, pudo comprobar personalmente en la Española los grandes conocimientos de estos chamanes indígenas tal y como podemos observar en el texto que exponemos a continuación:
"Estos, por la mayor parte, eran grandes herbolarios y tenían conocidas las propiedades de muchos árboles y plantas e hierbas; y como sanaban a muchos con tal arte, teníanlos en gran veneración y acatamiento como a Santos..."
Efectivamente, aunque los behiques revestían todas sus sesiones curativas con un amplio ritual mágico-ceremonial en el que supuestamente intentaban extraer al enfermo su mal lo cierto es que sus éxitos médicos estaban fundamentados en dos sólidos pilares, a saber: Primero, en sus ya mencionados conocimientos herborísticos -los cuales no eran privativos de los taínos de la Española, sino de la mayoría de las comunidades indígenas americanas-, y, segundo, en sus grandes dotes psicológicas perfectamente descritas por algunos cronistas. Así, según Anglería, una vez acabado el ritual y concluido asimismo el tratamiento, el curandero salía corriendo “a la puerta, que está abierta, y abriendo las manos las sacude y persuade que ha quitado la enfermedad y que pronto quedará bueno el enfermo. Pero, acercándose por la espalda, le quita de la boca el pedacito de carne como un prestidigitador, y le grita al enfermo diciendo: “mira lo que habías comido sobre lo necesario, te pondrás bueno porque te lo he quitado". No cabe duda de que está persuasión que ejercía el curandero indio sobre sus pacientes y sus familiares era muy beneficiosa para su rápida recuperación.
Esta circunstancia unida a la profunda fe que los indios tenían depositada en sus behiques hacía que el éxito estuviese asegurado al menos en los casos de las enfermedades más comunes. Habida cuenta de que el curandero se debía consolidar por sus propios méritos sólo de esta forma lograba un prestigio importante sobre el resto de la población. Incluso, cuando se equivocaban podían ser recriminados y duramente castigados por los familiares si se demostraba que había sido por negligencia. Sin embargo, todos los cronistas coinciden en que esta situación no era frecuente ya que les era fácil demostrar que el fallecimiento había sido fruto de la providencia divina. Incluso, los propios indios cuando consideraban que la persona padecía una enfermedad que excedía los conocimientos curativos de los behiques lo llevaban directamente al monte con agua y comida y lo abandonaban. No cabe duda de que los propios indígenas eran sabedores de las posibilidades reales de su medicina naturista, por lo que en situaciones extremas, ni ellos mismos confiaban en su curación.
Antes de proceder a la aplicación del tratamiento le hacían un sahumerio en base a una mezcla de tabaco y otras hierbas con la intención de adormecerlos. En este sentido el cronista Girolamo Benzoni, tan agudo como siempre, afirmó que los behiques cuando "querían curar a algún enfermo, iban a visitarlo, le suministraban ese humo y cuando estaban bien aturdido(s) le hacían la mayor cura".
Entre las habilidades que más brillantemente solventaban estos behiques estaba el restañamiento de heridas para lo cual conocían numerosas pócimas que se elaboraban con diferentes plantas. Uno de estos productos para remediar las heridas eran unos polvos extraídos de un árbol, común en la isla, llamado Yaruma y cuyos resultados describió Fernández de Oviedo con las siguientes palabras:
"Estimaban mucho los indios aquestos árboles y decían que eran buenos para curarse las llagas... Y dicen (los españoles) que es como un cáustico, y que majados los cogollos tiernos de las puntas de las ramas de este árbol, los han de poner sobre la llaga, y aunque sea vieja, le comen la carne mala, y la ponen en lo vivo y sano, y la sesenconan (sic), y continuándolas la encueran y totalmente sanan la llaga...".
No era este el único sistema empleado por los taínos para sanar las heridas ya que, por ejemplo, Peguero, cita una especie de palmera datilera, llama Tamarinda, cuya corteza se molía y el producto resultante se colocaba sobre las heridas dando unos excelentes resultados como cicatrizante.
Igualmente curaban las diarreas, básicamente a base de dietas "porque -según el padre Las Casas- se están tres y cuatro días sin comer ni beber". Luego consumían la fruta del guayabo que, a decir de Peguero, era de muy buena digestión "y son buenas para el flujo del vientre, y restriñen cuando se comen no del todo maduras, que estén algo durillas, para que cese el flujo del vientre...".
Asimismo sabemos que sanaban fácilmente la enfermedad de bubas que tan mortífera fue para los españoles antes de averiguarse el secreto de su tratamiento. Los indios la remediaban cociendo el palo del guayacán y extrayendo su zumo con tal éxito que, a decir de Fernández de Oviedo, "entre los indios no es tan recia dolencia ni tan peligrosa como en España, y en las tierras frías".
Los naturales empleaban otras muchas plantas con cualidades medicinales, a saber: el bálsamo o guaconax -comercializada en la primera década del siglo XVI por los españoles- como cicatrizante de heridas y llagas, la semilla del manzanillo como purgante, la grasa de la iguana para reducir hinchazones, el zumo del "hobo" para los problemas de estómago, etc. Por desgracia, los documentos callan tanto el procedimiento exacto para aplicar estas pócimas como otras muchas soluciones médicas utilizadas por los indígenas. Sin duda, una parte importante de la ciencia herborística taína murió con la desaparición de su cultura, muriendo los últimos behiques sin confesar los secretos de su oficio.
A modo de resumen podemos decir que los conocimientos herborísticos de los indígenas fueron bastante amplios y en ello se sustentaba precisamente su prestigio. Igualmente ha quedado claro a lo largo de este trabajo que los indígenas intentaron ocultar esos conocimientos a los españoles para que las enfermedades los convencieran de abandonar esos territorios, constituyendo, sin duda, un elemento más de la resistencia pasiva mostrada frente al grupo hispano.
PARA SABER MÁS:
CASSA, Roberto: Los indios de las Antillas. Madrid, Mapfre, 1992.
MIRA CABALLOS, Esteban: “La medicina indígena en La Española y su comercialización (1492-1550)”, Asclepio, Revista de Historia de la Medicina y de la Ciencia Vol. XLIX. Madrid, 1997.
----- “Aportes a la cultura taína de las Grandes Antillas en la documentación española del siglo XVI”, en Epistemología de las Culturas Aborígenes del Caribe. Santo Domingo, 1999.
VEGA, Bernardo: Santos, Shamanes y Zemíes. Santo Domingo, Fundación Cultural Dominicana, 1987.
ESTEBAN MIRA CABALLOS