LA VERDADERA ASCEDENCIA DE HERNÁN CORTÉS
Dalmiro de la Válgoma y siguiéndole a él la mayoría de la historiografía, ensalzaron y fabularon los orígenes nobiliarios de la familia Cortés. Se hacía descender a Martín Cortés directamente de don Fernando de Monroy y María Cortés. De este linajudo matrimonio nacieron dos vástagos, Rodrigo de Monroy y Martín Cortés de Monroy, padre del conquistador. Sin embargo, en los últimos tiempos algunos estudios genealógicos se han encargado de desmentir esta versión, pues, ni Fernando de Monroy estuvo casado con María Cortés, ni tuvo más hijo que Rodrigo de Monroy.
La localización que hice en el año 2010 de un extenso expediente y privilegio de la familia Cortés en el Archivo Histórico Nacional, aclaró, cinco siglos después toda la ascendencia del conquistador metellinense. En realidad, como demostré en el libro que sobre el conquistador publiqué en el año 2010, éste tenía orígenes nobiliarios pero mucho más modestos de lo que se le atribuía.
No sabemos mucho de su bisabuelo Nuño Cortés, aunque fue el último de la familia que permaneció en tierras del antiguo reino de León, probablemente Salamanca. Con total seguridad debía ser hidalgo porque a su hijo, Martín Cortés El viejo, abuelo del conquistador, lo nombraron caballero de espuela dorada y éste era un honor reservado en exclusiva a las personas que poseían al menos esta condición.
La siguiente cuestión por resolver: ¿eran originarios de la ciudad de Salamanca? No tenemos una certeza absoluta. Cuando prueban hidalguía lo hacen siempre como hijosdalgos y notorios de la entonces llamada provincia de León. Sin embargo, esa denominación aludía a los territorios del antiguo reino leonés, entre los que también se encontraban Zamora y Salamanca. Cortés tuvo algunos amigos de suma confianza naturales de León, como Diego de Ordás, nacido en Castroverde del Campo. También la familia de Andrés de Tapia, íntimo colaborador suyo, era originaria de León. Y el apellido Cortés abundaba relativamente –y abunda hoy en día- tanto en León como en Salamanca. Ahora bien, tenemos un testimonio documental muy clarificador; se trata de la declaración de Juan Núñez de Prado en la probanza de la Orden de Santiago:
Que los padre y madre del dicho Martín Cortés eran vecinos y naturales de la ciudad de Salamanca.
Y aunque es la única referencia directa, la opinión de Núñez de Prado era muy cualificada porque se trataba de un caballero de abolengo de la villa de Medellín. De hecho, era hijo de Rodrigo de Prado, señor de Albiés en León, por lo que tenía datos suficientes para conocer perfectamente el origen de la familia. De todas formas no era del todo cierta su afirmación porque, cuando armaron caballero al abuelo de Hernán Cortés, en 1431, declaró ser vecino de Don Benito. Todo parece indicar que el natural y vecino de Salamanca no era su abuelo sino su bisabuelo Nuño Cortés.
El hecho de que la hermanastra de Martín Cortés de Monroy residiese en Salamanca, así como el aprecio de Hernán Cortés por esa tierra, son indicios adicionales que nos inclinan a pensar que efectivamente la familia procedía de la propia ciudad de Salamanca.
Lo cierto es que los Cortés arraigaron fuertemente en tierras de Medellín, y fueron una familia extensísima y con bienes raíces hasta la Edad Contemporánea. Sus miembros heredaron el privilegio de hidalguía de sus antepasados. De hecho, cuando en 1525 el Emperador le otorgó a Hernán Cortés un escudo de armas, se especificó que podía usarlo, además del que habéis heredado de vuestros antepasados. Eso no impidió que, en décadas posteriores, otros miembros de su extensísima familia, no todos adinerados, tuvieran que pleitear con el concejo de Medellín o de Don Benito para que no los sacasen del padrón de hidalgos. Fueron los casos de Francisco Cortés que tuvo que mantener un litis, a partir de 1537, en la Chancillería de Granada para que se le reconociese su hidalguía, o el de Juan Cortés que reclamó lo mismo en 1564.
MARTÍN CORTÉS EL VIEJO
El primero de la familia Cortés en bajar al sur fue Martín, abuelo de Hernán Cortés, caballero que sirvió a las órdenes de los casi legendarios Pedro Niño y Álvaro de Luna. Parece ser que Martín Cortés estaba a las órdenes directas de Pedro Niño, quien a su vez las recibía del condestable Álvaro de Luna. Martín Cortés fue uno de esos más de 1.000 caballeros que, desde marzo de 1431, estuvieron haciendo incursiones en la vega de Granada. Según las crónicas de la época recorrieron las tierras del reino nazarí, talando e incendiando lugares y alquerías de la vega y entre ellas una casa muy buena que era del rey. Juan II instaló su campamento inicialmente a dos leguas de la ciudad de Granada, sin embargo, desde el 28 de junio lo instaló en Atarfe, a tan solo una legua de la capital Nazarí. Pocos días después, el 1 de julio de 1431 se produjo la famosa batalla de Higueruela en la que las tropas musulmanas fueron estrepitosamente derrotadas. Una contienda que tuvo lugar en la sierra Elvira, muy cerca de Granada, que estuvo comandada por Álvaro de Luna y seguida muy de cerca por el monarca castellano Juan II. Murieron entre 10.000 y 12.000 musulmanes –en ese dato no hay mucho acuerdo entre los cronistas- y a punto estuvo de caer la propia Granada. Se hubiera adelantado su reconquista 61 años.
Después de esta gran batalla, Juan II concedió numerosas mercedes y reconocimientos a los caballeros que más se habían significado en la campaña. Dos días después, es decir, el tres de julio de 1431, el abuelo de Hernán Cortés se personó ante el citado monarca. Con Pedro Niño -nombrado ya Conde de Buelna- como testigo, fue armado solemnemente como caballero de Espuela Dorada. Al parecer, de las tres formas de caballería que había en Castilla, la de Espuela Dorada era la superior y sólo se concedía a hidalgos. Y antecedentes de caballeros armados con la espuela dorada los había muy célebres, como el mismísimo Cid Campeador, Ruy Díaz de Vivar. Era frecuente que el rey armase caballeros en pleno campo de batalla a aquéllos que habían destacado por su valentía en el combate o que habían protagonizado alguna hazaña. El ritual era claro y uniforme:
Le da tres golpes de espada diciendo: Dios y el bienaventurado apóstol Santiago te haga buen caballero… y de esto le manda dar su carta, la cual es de hidalguía en efecto, y contiene toda esta solemnidad.
Así obtuvo Martín Cortés su distinción, un tipo de caballería que había experimentado un gran resurgimiento en el siglo XIV y que prosiguió a lo largo e la centuria siguiente. Martín Cortés El Viejo se convertía en un noble de tipo medio, superior al hidalgo pero inferior a la nobleza titulada. Ahora bien, era un tipo de caballería de cuantía que obligaba a la persona en cuestión a mantener armas y caballos para salir en defensa del reino cuando fuese necesario. El problema vino cuando sus sucesores fueron incapaces de cumplir con la cuantía, poniéndose en duda la renovación del privilegio.
Probablemente, tras su nombramiento, continuó talando en las vegas de Málaga y Granada. Seguramente participó, en el verano de 1435 y en 1436, en la toma de Vélez-Blanco y Vélez-Rubio así como en los importantes combates que se produjeron en 1438 en la frontera granadina. No obstante, de tal extremo no tenemos constancia documental. Lo cierto, es que, tras finalizar su vida útil como caballero, decidió asentarse definitivamente en tierras de Medellín. Una decisión que no tenía nada de particular, pues Extremadura se repobló básicamente con castellano-leoneses. Martín Cortés El Viejo fue uno más de tantos pobladores procedentes del antiguo reino de León que decidieron quedarse en tierras extremeñas entre el siglo XIII y el XV.
Don Martín, había conseguido honra y fama para todo su linaje. No olvidemos que la Edad Media fue una de las menos individualistas de la historia, donde primaban más los intereses de la familia que los del individuo. Como otros caballeros tenía una casa solariega en la villa matriz, en este caso Medellín, pero pasaba la mayor parte del tiempo en una aldea del entorno, concretamente en Don Benito, donde tenía sus propiedades. Las tierras las adquirió seguramente en compensación por sus servicios de guerra. Era normal que los caballeros recibieran en reparto entre 4 y 12 yugadas de tierra.
Desconocemos de momento, el nombre de su esposa. Se especuló con una enigmática María Cortés que, a nuestro juicio, nunca existió. Eso se hizo para intentar meter con calzador el linajudo apellido de los Monroy en la familia paterna del conquistador, mientras que el apellido Cortés se incorporaría secundariamente a través de su abuela paterna. Más probable parece que el ennoblecido caballero de la espuela dorada decidiese asentar su nueva condición, desposándose con una Monroy. Sea como fuere, lo cierto es que el matrimonio tuvo un buen número de hijos, seis legítimos –cuatro varones y dos mujeres- y una ilegítima. El mayor de los hijos legítimos era Hernán Cortés de Monroy, después le seguían Juan, Alonso y Martín –padre del conquistador de México-. Hernán Cortés, como primogénito de Martín Cortés El Viejo fue el que reclamó la continuidad del privilegio de caballería. En un alarde celebrado en Medellín en 1502, compareció un Hernán Cortés El Viejo, que presentó a un hijo suyo del mismo nombre a caballo, con coraza, lanza y espada, cuyo oficio era la labranza y la crianza de animales.
De Juan Cortés y de Alonso Cortés no sabemos gran cosa; ambos estaban al servicio del Conde de Medellín. Concretamente, a Juan Cortés lo encontramos citado en un documento de 1506 como criado del Conde de Medellín, participando en un asalto contra la cilla de Don Benito, en la que por la fuerza tomaron 12 fanegas y media de trigo y una cuartilla de cebada. Se refugió con sus secuaces en la fortaleza de Miajadas que era del Conde de Medellín, y hasta allí acudió el alguacil mayor para detenerlos. En cuanto a Alonso Cortés, nos consta que en 1500 era vecino de Don Benito, estaba casado y tenía dos hijas. En 1508 ocupaba el cargo de teniente del alguacil mayor Rodrigo de Portocarrero.
En cuanto a la hija natural, Inés Gómez de Paz, que jugaría un importante papel en la vida de Hernán Cortés, sabemos más cosas. Carlos Pereyra, siguiendo a López de Gómara, sostuvo que era hermana de Martín Cortés de Monroy. Pero, a juzgar por el testimonio del propio conquistador de México, no era exactamente hermana sino hermanastra. Efectivamente, éste declaró, en 1546, que su tía Inés Gómez de Paz era hija natural de su abuelo, habida con otra mujer fuera del matrimonio legítimo. Obviamente, a los hijos de Inés Gómez, que eran tres, Rodrigo, Pedro y Ana, el conquistador les dio siempre el tratamiento de primos.
MARTÍN CORTÉS DE MONROY
El padre del conquistador de México, era el más pequeño de los hijos varones de Martín Cortés El Viejo. En el interrogatorio para el ingreso de Hernán Cortés en la Orden de Santiago, muchos testigos conocieron a sus abuelos maternos, pero ninguno conoció a sus abuelos paternos, probablemente porque habían muerto hacía mucho tiempo. De hecho, la probanza aporta mucha información sobre la familia Pizarro Altamirano pero, en cambio, apenas nada de la familia Cortés.
Martín Cortés de Monroy nació en torno a 1449, probablemente en la casa solariega que la familia poseía en el centro de la villa de Medellín, en la calle Feria, y donde pasaban una parte del año. Esta vivienda, sin ser una casa-palacio, era amplia y confortable. En torno a un patio central empedrado se disponían un buen número de habitaciones muy espaciosas.
Y aunque era la residencia oficial de la familia, poseían otras viviendas menores tanto en Medellín como en Don Benito, donde se localizaban la mayor parte de sus propiedades. De hecho, de las ocho cartas protocolizadas por el padre del conquistador en Sevilla, una respectivamente en 1506, 1520, 1523, 1525, 1526 y tres en 1519, salvo en la primera en que se declaró de Don Benito, en las siete restantes manifestó ser vecino de Medellín. En junio de 1526 protocolizó otra en la villa de Medellín y, tanto él como su esposa, declararon ser vecinos de esta última localidad.
Era hidalgo porque su padre y su abuelo lo habían sido, aunque bien es cierto que la evolución de su nombre muestra un ansia de ennoblecimiento. Así se explica que el vulgar García Martín Cortés, lo simplificara inicialmente a Martín Cortés, y posteriormente a Martín Cortés de Monroy mucho más sonoro. Y no es que no fuese Monroy, sino que hasta una edad bastante avanzada no lo utilizó.
López de Gómara lo calificó de devoto y caritativo. Debió pleitear junto a sus hermanos por mantener el privilegio de caballería que la villa le discutía probablemente por no disponer de caballo para acudir a la guerra. No en vano, el concejo de Don Benito justificó su inclusión en el padrón de pecheros, esgrimiendo que no habían mantenido sus caballos, ni acudido a los alardes periódicos a los que estaban obligados. Y lo curioso es que ellos, y particularmente Hernán Cortés, tío del conquistador de México, aceptó dicho extremo, advirtiendo sin embargo que su condición de caballeros la obtuvieron por privilegio no por cuantía por lo que no hacía falta mantener caballos. De hecho, siempre se dijo que la participación de Martín Cortés de Monroy en la guerra de Granada la hizo en calidad de peón y no de caballero.
Su actuación en acciones bélicas no está nada clara; de hecho, no tenemos datos fehacientes que verifiquen su presencia en la guerra de Sucesión de Enrique IV. Como es bien sabido, éste había fallecido el 11 de diciembre de 1474 sin dejar clara su sucesión. Dos días más tarde se proclamó reina Isabel La Católica, enfrentándose directamente con los partidarios de doña Juana de Castilla, apoyada por su madre Juana de Portugal y por lo más granado de la nobleza española y extremeña, entre ellos el Marqués de Villena, los Enríquez, los Monroy, los Paredes, el Marqués de Cádiz y el Conde de Medellín.
López de Gómara, empeñado siempre en vincularlo con los Monroy, emparentados a su vez con los Portocarrero, afirmó que siendo joven –tenía entonces 26 años- fue a la guerra por su deudo Alonso de Hermosa, como teniente de una compañía de jinetes. Allí luchó, junto a Alonso de Hinojosa en el bando de su pariente Alonso de Monroy, clavero de Alcántara, en la batalla de La Albuera, contra las tropas de Isabel de Castilla, mandadas por Alonso de Cárdenas, maestre de Santiago. La contienda duró casi cinco años y supuestamente Martín Cortés luchó del lado de los Monroy y del Condado de Medellín a favor de doña Juana. Esta versión de López de Gómara ha sido sostenida hasta la saciedad por la historiografía moderna y contemporánea.
Sin embargo, no hay ni una sola prueba documental que apoye esta hipótesis. Pero, es más, la historiografía cortesiana suele ignorar que el grueso de la familia Monroy se cambió de bando en 1476, por supuesto a cambio de un buen número de prebendas. De hecho, desde ese mismo año encontramos tanto a Fernando de Monroy como a Alonso –este último maestre electo de Alcántara- socorriendo a Luis de Chávez en la defensa de Trujillo.
La villa de Medellín, junto con las fortalezas de Mérida y Montánchez, sí que estuvieron contra la reina Isabel hasta el final de la contienda. De hecho, Medellín no capituló hasta el verano de 1479, firmándose la paz poco después. Por tanto, podemos concluir que a fecha de hoy no existe ni un solo indicio que vincule al padre de Hernán Cortés con el bando de doña Juana la Beltraneja.
En cambio, sí hay algo más que indicios que avalan su participación en la Guerra de Granada, aunque no parece que tuviera ni muchísimo menos el protagonismo de su padre. Es muy improbable que participase en la reconquista de Gibraltar (1462) porque contaba tan sólo con 13 años. Pero en el Archivo de Simancas aparece citado como soldado de infantería al menos en 1489, 1497 y 1503. Es decir, está documentada su presencia en hechos de armas cuando tenía, 40, 48 y 54 años respectivamente, aunque no a caballo sino a pié, en la infantería. Precisamente el padre Las Casas menciona a Martín Cortés como un pobre escudero. Y los escuderos, como es bien sabido, eran auxiliares de los caballeros y servían en la guerra como peones. Concretamente, el pleito que reproducimos en el apéndice IV se inició porque se pretendía quitar a los hijos de Martín Cortés El Viejo el privilegio de caballeros, acusándolos de no haber mantenido caballos, ni ejercitarse en la guerra. Y es que el hecho de ser caballero implicaba algunos beneficios pero también conllevaba una serie de obligaciones. Sobre los caballeros recaían repartimientos periódicos para que acudiesen con sus caballos y armas a los conflictos bélicos y, además, debían personarse en los alardes que cada cierto tiempo se realizaban. También existía la posibilidad de comprar los servicios de otra persona que acudiese a la guerra en su lugar, pero no era el caso de Martín Cortés de Monroy cuya economía no le permitía tales lujos.
Ahora, bien, estos pleitos con los concejos por mantener la exención tributaria fueron frecuentes y continuos. No en vano, en la misma villa de Medellín otros caballeros de cuantía como Pero Sánchez, vecino de Don Benito, o Juan Redondo, Juan Flores y Martín Muñoz, vecinos de Medellín, debieron pleitear largos años para mantener sus respectivos estatus.
Martín Cortés desempeñó distintos cargos en el concejo de Medellín, como regidor y como procurador general, según declararon en la probanza de hidalguía tanto el clérigo Diego López como Juan de Montoya. Se desposó con Catalina Pizarro Altamirano, una mujer de ascendencia hidalga, cuya familia procedía de Trujillo a donde habían llegado en el siglo XIII, procedentes de Ávila. Era hija de Leonor Sánchez Pizarro y de Diego Alfón Altamirano, escribano y mayordomo de Beatriz Pacheco, Condesa de Medellín. López de Gómara la describió como muy honesta, religiosa, severa y reservada. Cervantes de Salazar también se muestra parco en su descripción aunque al menos deja clara su noble ascendencia, escribiendo de ella que era de la alcurnia de los Pizarro y Altamirano, también noble. Los Altamirano eran una de las familias más señeras de Trujillo, cuyos miembros controlaban el cabildo local.
Por tanto, la nobleza de los Altamirano está fuera de toda duda. De hecho, cuando Hernán Cortés regresó a España por primera vez se dirigió a Medellín, se llevó consigo a Juan de Altamirano y sus hermanos, de los que se dijo que eran personas nobles, hijosdalgo muy principales. En 1529 en la probanza que hizo Martín Cortés, el hijo de doña Marina, para acceder a la Orden de Santiago, Juan de Hinojosa afirmó de manera taxativa:
Que conoció a sus abuelos paternos, Martín Cortés y Catalina Pizarro y siempre este testigo los tuvo por hidalgos todo el tiempo que los conoció.
Es obvio que la familia materna del conquistador parecía ser de mayor abolengo. No obstante, los Cortés también pertenecían al primer estamento, pues tenían escudo de armas y gozaban de exenciones fiscales.
Ahora, bien, ¿dónde tuvieron su hogar los padres de Hernán Cortés? Todo parece indicar que, al igual que sus abuelos, tenían casa en Medellín, pero que pasaban una buena parte del año en su vivienda de Don Benito. Para un hidalgo, hijo de un caballero de espuela dorada, era casi obligatorio tener residencia en la villa matriz, aunque residiese una parte o todo el año en algunas de las aldeas del entorno. Eso explica que unas veces –la mayoría- se declare vecino de Medellín, donde incluso llegó a ostentar cargos en su concejo, mientras que en otras manifestase su vecindad en Don Benito. Hugh Thomas descubrió un interesante documento, una provisión Real, fechada el 26 de noviembre de 1488, en la que se aludía a la actitud de varios vecinos de Medellín, entre ellos Martín Cortés, que habían denunciado al Conde de Medellín por no permitir a los vecinos el nombramiento de los oficiales del cabildo, pese a ser costumbre inmemorial. Sin embargo, en el documento por el que se formalizó el pasaje de Hernán Cortés a Santo Domingo, en 1506, declaró ser vecino de Don Benito. Insisto que nada tiene de particular que un hidalgo como Martín Cortés mantuviese su vecindad en la cabecera jurisdiccional, al tiempo que residía en una aldea de los alrededores más cerca de sus explotaciones rústicas.
Pero el documento de 1488 tiene otro interés añadido, se demuestra que las relaciones entre Martín Cortés y el Conde de Medellín no eran precisamente cordiales, como se había creído. Eso refuerza la idea de la fidelidad de la familia Cortés con el partido isabelino, frente al bando del Conde de Medellín.
Ha quedado otra cuestión que resolver, ¿cuántos hijos tuvieron Martín Cortés y Catalina Pizarro? Como es bien sabido, la historiografía siempre ha sostenido que Hernán Cortés era hijo único. Salvo algún problema físico o reproductivo de la madre o el padre la verdad es que no era común que los matrimonios se quedasen entonces con un solo vástago. Hay historiadores que han visto indicios para creer que tuvo dos hermanas, y hasta tres. De hecho, según Juan Miralles, tres personajes varones fueron tratados por Cortés como cuñados: Francisco de Las Casas, Diego Valadés y Blasco Hernández. Sin embargo, los argumentos son tan poco consistentes que no soportan el más mínimo análisis. Lo único que al presente es seguro es que fue el único hijo varón. Quizás por ello, en una época en la que el hombre tenía todos los privilegios, Martín Cortés se volcó con su hijo desde el principio. Ambos, pese a la distancia, llegaron a tener una relación estrechísima.
Se empeñó en que estudiara leyes en Salamanca, junto al marido de su hermanastra, Inés Gómez de Paz. Probablemente lo ayudó económicamente durante su estancia en Sevilla. Y una vez que inició la Conquista de Nueva España se convirtió en su principal valedor en la Península. De hecho, en 1519 se encontraba en Sevilla donde, entre noviembre y diciembre, otorgó varias escrituras ante notario. El 29 de noviembre de 1519 reconoció haber recibido 102 pesos que le había enviado su hijo a través de Andrés de Duero. A continuación, poco más de una semana después, envió a su vástago ropa y otros enseres en la nao Santa María de la Concepción. Y pocos días después, pidió dos préstamos por un importe total de 350 ducados, 200 de Luis Fernández de Alfaro y Juan de Córdoba y 150 de Juan de la Fuente, todos ellos vecinos de Sevilla.
En 1520 acompañó a Alonso Hernández Portocarrero, a Francisco Montejo y a su sobrino Francisco Núñez al encuentro con el Emperador en Barcelona. Pero, enterados de que había partido hacia Burgos, a celebrar la fiesta de San Matías y que después iría a Tordesillas a ver a su madre, la reina Juana, se encaminaron hasta allí. Era importante hablar con él y entregarle los escritos de su hijo justificando sus acciones, porque Diego Velázquez contaba con el apoyo incondicional del obispo de Badajoz, Juan Rodríguez de Fonseca y había hecho llegar sus quejas a la Corona. Y no era el único al que había escrito porque, el 12 de octubre de 1519, había remitido sus acusaciones al camarero mayor del rey y de su Consejo. Pero nuevamente, el Emperador había abandonado la ciudad con destino a Valladolid, donde finalmente consiguieron darle alcance y entrevistarse con él. Allí pudieron entregar la Carta de Relación escrita por su hijo y los demás documentos, justificando su forma de actuar y, sobre todo, su insumisión a Diego Velázquez. Los cortesanos quedaron impresionados con los presentes que se les entregaron así como con los cinco indios totonacas que les presentaron.
Lo cierto es que, gracias a estas gestiones, consiguieron que el rey ratificase la actuación de Hernán Cortés a través de una Real Cédula dada en Valladolid el 22 de octubre de 1522. Un instrumento que se pregonó en Cuba en mayo de 1523, apesadumbrando los últimos meses de vida de Diego Velázquez. A decir de Gonzalo Fernández de Oviedo, el teniente de gobernador acabó pobre y enfermo y descontento por la traición de que fue objeto por parte del metellinense.
Tras pasar un tiempo entre Palencia y Valladolid, junto a Francisco Núñez, solucionando asuntos relacionados con su hijo, en 1523, viajaron juntos a Sevilla. Su situación económica, merced a los envíos de su vástago, parecía ser bastante menos precaria. De hecho, donó a fray Antón de Zurita, ministro de la Orden de la Santísima Trinidad, diversas cantidades para el rescate de cautivos.
Martín Cortés debió fallecer cuatro años después, hacia 1527, aunque Hernán Cortés no lo supo probablemente hasta principios de 1528. Tenía la avanzada edad de 77 años, y fue enterrado en el convento de San Francisco de Medellín, que había sido fundado en mayo de 1508 por Juan de Portocarrero. Por fortuna para él, la muerte le sobrevino después de haber saboreado y disfrutado de los éxitos de su único hijo varón. El conquistador del imperio mexica debió sentir profundamente el óbito de su progenitor porque le unían a él grandes lazos afectivos y filiales. Prueba de este afecto es que nada menos que a dos de sus hijos les puso el nombre de Martín, al hijo de doña Marina, y al de su legítima esposa doña Juana de Arellano y Zúñiga.
Catalina Pizarro murió en Nueva España tres años después, es decir, en 1530, y fue enterrada en la capilla del convento de San Francisco de Texcoco. También con ella mantuvo una entrañable relación. Posteriormente, Hernán Cortés dispuso en su testamento que se trasladasen los restos de su madre desde Texcoco al monasterio de Culiacán que pretendía utilizar como panteón familiar.
PARA SABER MÁS:
MIRA CABALLOS, Esteban: “Hernán Cortés. El fin de una leyenda”. Badajoz, Palacio Barrantes Cervantes, 2010, 589 págs.
ESTEBAN MIRA CABALLOS
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