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EL CONVENTO DE CARMELITAS DE TALAVERA LA REAL EN LOS MANUSCRITOS DE ASCENSIO DE MORALES (S. XVIII)

EL CONVENTO DE CARMELITAS DE TALAVERA LA REAL EN LOS MANUSCRITOS DE ASCENSIO DE MORALES (S. XVIII)

        Ascensio de Morales y Tercero en una carta autógrafa, fechada en Badajoz, el 26 de abril de 1754, explicaba todos los pormenores de su comisión de archivos. Una orden del Consejo de Estado dada en 1743 le encomendó la tarea de investigar en los archivos para hacer una Historia Eclesiástica de España. Sin embargo, detrás de esa aparentemente altruista misión había motivos de más calado. Al parecer, los cardenales Acquaviva y Belluga, comisionados para negociar el Concordato de 1723 habían sostenido, frente al Papa, que la grandeza de los conventos y de las iglesias de España se debía al mecenazgo de los reyes. Felipe V quiso llevar a cabo una investigación para verificar eso y de paso recuperar los legítimos derechos que con la Corona le habían dejado los señores reyes sus predecesores gloriosos en las iglesias que habían conquistado, fundado y dotado en sus dominios, y saber cuántas eran fundaciones reales. Y para llevarlo a cabo se le otorgó el cargo de oidor honorario de Sevilla con la intención de que recibiese un sueldo de 75 reales diarios para llevar a cabo su misión. Empezó investigando en Castilla, León, Asturias y Galicia, para ver la regalía de patronatos de las iglesias catedrales de Palencia, Valladolid, León, Astorga, Santiago, Tuy, Lugo, Orense, Oviedo y Burgos. Con Fernando VI se le propuso Galicia, y, finalmente, por decreto del 23 de junio de 1750 se le encargo los obispados de Cuenca, Murcia, Cartagena, Orihuela, Plasencia y Badajoz (Rodríguez Moñino, 1930: 121-136).

        Su obra más acabada fueron cuatro volúmenes con documentación sobre la diócesis de Badajoz. El cuarto de esos volúmenes, conservado por duplicado en el Archivo Histórico Nacional y en la Biblioteca Colombina fue publicado en Badajoz en 1910 bajo el título de Crisis Histórica de la Ciudad de Badajoz y reeditado en la misma ciudad en el año 2006. Sin embargo, este último volumen era resumen de los tres anteriores, conservados en la sección de Códices del Archivo Histórico Nacional y que nunca vieron la letra impresa. Uno de estos tres volúmenes es la historia de los conventos del obispado de Badajoz, de los que extractamos en estas líneas lo correspondiente a la villa de Talavera la Real.

        Fue mal investigador y buen copista, se dedicó a copiar literalmente de fuentes muy concretas: las crónicas de las respectivas órdenes, los libros de profesión de cada convento y de la Historia eclesiástica de la ciudad y obispado de Badajoz de Juan Suárez de Figueroa. Su valor es relativo, de aquellos cenobios de los que se conserva su documentación apenas presenta ninguna novedad reseñable pero sí, en cambio, de aquellos otros en los que la documentación está desaparecida o perdida.

        Y por último decir que hemos adoptado como criterios de transcripción la actualización de las grafías. Asimismo, hemos corregido sin previo aviso las erratas del propio autor y alterado aquellos signos de puntuación colocados inoportunamente, todo ello para facilitar su lectura.

 

TALAVERA. CONVENTO DE CARMELITAS DESCALZAS

 

            Por los años de 1618, ocupando la silla de Badajoz don Cristóbal de Lovera, tuvo principio el convento de Carmelitas Descalzas de la villa de Talavera. Era este prelado primo hermano de la venerable madre Ana de Jesús, carmelita descalza y coadjutora de Santa Teresa en sus fundaciones de conventos. Y por lo tanto deseaba fundar un convento del referido orden e instituto en esta ciudad. Solicitó para esto del padre general de la religión que le diese fundadoras, pero por la distancia y por otros motivos no vino en ello, lo cual consta por un capítulo de la carta respuesta que la venerable Ana de Jesús, su prima, le escribió desde Flandes consolándola de que el general se hubiese resistido a su pretensión en que le dice no hay que reparar en ninguna dificultad, solo procure vuestra Señora le den monjas que comiencen. Si no estuviéramos tan lejos de acá se las daríamos, que tengo muy buenas españolas de las damas y criadas de la infanta, que fueran de buena gana. Yo la tengo de que como pudiere se funde.

            Éste era el estado que tenía este negocio cuando habiendo venido de Indias, Juan del Campo Saavedra, vecino de Talavera y queriendo emplear en servicio de Dios una buena parte del caudal que había traído, vino a consultarlo con el obispo y a pedirle monjas para el nuevo convento que deseaba hacer en aquella villa. Como el prelado estaba tan inclinado persuadió a que eligiese carmelitas. Pareciole bien y quedó ajustado por escritura que se otorgó en 20 de agosto del referido año de 1618, que se hiciese la fundación del convento con título de la Concepción de Nuestra Señora, hábito y regla de carmelitas y dotación de 900 ducados de renta.

            Juntó el obispo al general para que le diese monjas fundadoras y consta que se las negó (por) segunda vez porque quejándose de nuevo a la venerable Ana, su prima, de ello le respondió: “No deje vuestra señora de hacer la amistad que pudiere a nuestros frailes y aunque se muestre ahora seco el general, otro día no lo estará; no hay que desconfiar que con el tiempo muchas cosas se hacen. Entre tanto no cese vuestra señora de fundar si hubiere ocasión en alguna parte, aunque sean sujetas al ordinario, pero siempre con condición que lo estén a los frailes en queriéndolas ellos.

            Con este dictamen resolvió el obispo traer fundadoras para el nuevo convento del de Villanueva de Barcarrota porque aunque eran de la Tercera Orden vivían con mucho recogimiento y reformación y tenían andado mucho para introducir la observancia y aspereza del Carmen. Las que vinieron fueron María de la Trinidad por priora, María de San Gerónimo, sub-priora, maría de la Encarnación, maestra de novicias, y María de San Juan, tornera. Entraron éstas en la nuestra habitación el día 18 de agosto del dicho año de 1618 en que ya estaba el convento en proporción. No asistió el obispo este día pero lo hizo en el de la Natividad de Nuestra Señora, a 8 de septiembre, en que con la correspondiente solemnidad, colocó el Santísimo Sacramento en la iglesia, les enseñó el tono que habían de cantar y, después, habiendo comunicado las monjas a la señora Mariana de los Ángeles, religiosa carmelita de Talavera, la Reina les envió estos ceremoniales y el modelo de hábito, tocas y túnicas que habían de vestir. Con lo cual salió este convento tan perfecto en la observancia que hoy es un relicario y de él han salido a fundar el convento de Fuente de Cantos, villa del conde de Cantillana, en el priorato de San Juan. Y han florecido en él en santidad muchas religiosas que refieren sus crónicas.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

EL CONVENTO DE CONCEPCIÓN DE VALENCIA DEL VENTOSO EN LOS MANUSCRITOS DE ASCENSIO DE MORALES (S. XVIII)

EL CONVENTO DE CONCEPCIÓN DE VALENCIA DEL VENTOSO EN LOS MANUSCRITOS DE ASCENSIO DE MORALES (S. XVIII)

        Ascensio de Morales y Tercero en una carta autógrafa, fechada en Badajoz, el 26 de abril de 1754, explicaba todos los pormenores de su comisión de archivos. Una orden del Consejo de Estado dada en 1743 le encomendó la tarea de investigar en los archivos para hacer una Historia Eclesiástica de España. Sin embargo, detrás de esa aparentemente altruista misión había motivos de más calado. Al parecer, los cardenales Acquaviva y Belluga, comisionados para negociar el Concordato de 1723 habían sostenido, frente al Papa, que la grandeza de los conventos y de las iglesias de España se debía al mecenazgo de los reyes. Felipe V quiso llevar a cabo una investigación para verificar eso y de paso recuperar los legítimos derechos que con la Corona le habían dejado los señores reyes sus predecesores gloriosos en las iglesias que habían conquistado, fundado y dotado en sus dominios, y saber cuántas eran fundaciones reales. Y para llevarlo a cabo se le otorgó el cargo de oidor honorario de Sevilla con la intención de que recibiese un sueldo de 75 reales diarios para llevar a cabo su misión. Empezó investigando en Castilla, León, Asturias y Galicia, para ver la regalía de patronatos de las iglesias catedrales de Palencia, Valladolid, León, Astorga, Santiago, Tuy, Lugo, Orense, Oviedo y Burgos. Con Fernando VI se le propuso Galicia, y, finalmente, por decreto del 23 de junio de 1750 se le encargo los obispados de Cuenca, Murcia, Cartagena, Orihuela, Plasencia y Badajoz (Rodríguez Moñino, 1930: 121-136).

        Su obra más acabada fueron cuatro volúmenes con documentación sobre la diócesis de Badajoz. El cuarto de esos volúmenes, conservado por duplicado en el Archivo Histórico Nacional y en la Biblioteca Colombina fue publicado en Badajoz en 1910 bajo el título de Crisis Histórica de la Ciudad de Badajoz y reeditado en la misma ciudad en el año 2006. Sin embargo, este último volumen era resumen de los tres anteriores, conservados en la sección de Códices del Archivo Histórico Nacional y que nunca vieron la letra impresa. Uno de estos tres volúmenes es la historia de los conventos del obispado de Badajoz, de los que extractamos en estas líneas lo correspondiente a la villa de Valencia de Alcántara.

        Fue mal investigador y buen copista, se dedicó a copiar literalmente de fuentes muy concretas: las crónicas de las respectivas órdenes, los libros de profesión de cada convento y de la Historia eclesiástica de la ciudad y obispado de Badajoz de Juan Suárez de Figueroa. Su valor es relativo, de aquellos cenobios de los que se conserva su documentación apenas presenta ninguna novedad reseñable pero sí, en cambio, de aquellos otros en los que la documentación está desaparecida o perdida.

        Y por último decir que hemos adoptado como criterios de transcripción la actualización de las grafías. Asimismo, hemos corregido sin previo aviso las erratas del propio autor y alterado aquellos signos de puntuación colocados inoportunamente, todo ello para facilitar su lectura.

 

VALENCIA. CONVENTO DE RELIGIOSAS DE LA CONCEPCIÓN

            El convento de religiosas de Nuestra Señora de la Concepción de la villa de Valencia del Ventoso lo mandó fundar, por su testamento que otorgó en 24 de junio de 1542 y bajo de cuya disposición murió, el ministro Íñigo de Rosales, cura de la villa de Yepes, en el arzobispado de Toledo, natural de la referida villa y uno de los primeros colegiales que tuvo después de su fundación el colegio de Santa María de Jesús de Sevilla. Previniendo que las religiosas fuesen de la Concepción y que estuviesen sujetas al ordinario, así se ejecutó todo y aunque no constan las particularidades de esta fundación se sabe que vinieron por fundadoras Beatriz de San Bernardo y Luisa de Santo Domingo, del convento de Yepes. Es convento poco autorizado en la fábrica y las religiosas viven con desacomodo. No se ha podido averiguar de él otra cosa.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

REPENSANDO EL GENOCIDIO DE LA CONQUISTA DE AMÉRICA

REPENSANDO EL GENOCIDIO DE LA CONQUISTA DE AMÉRICA

        A continuación procederemos a aclarar los conceptos de etnocidio y genocidio. Empezando por el primero, se trata de una noción popularizada en los años 70 por los estudios del antropólogo francés Robert Jaulin. Éste lo utilizó para designar cualquier acción conducente a la desaparición, a corto, medio o largo plazo, de una cultura indígena. En el diccionario de la RAE aparecía definido como destrucción de una etnia en el aspecto cultural. Con mucha más precisión, en la Reunión de San José de Costa Rica, patrocinada por la Unesco, el 11 de diciembre de 1981, se consensuó la siguiente definición:

 

        "El etnocidio significa que a un grupo étnico colectiva o individualmente, se le niega el derecho de disfrutar, desarrollar y transmitir su propia cultura y su propia lengua. Esto implica una forma extrema de violación masiva de los derechos humanos, particularmente del derecho de los grupos étnicos al respeto de su identidad cultural…"


 

        A juzgar por estos axiomas queda claro que, tanto en la conquista como en la colonización de América, se produjo un etnocidio generalizado. De hecho, el fin último siempre fue la integración de los nativos cultural y religiosamente. Se pretendía hacer tabla rasa con ellos, sustituyendo su mundo imperfecto por el perfecto orbe cristiano. En el Imperio de los Habsburgo tan sólo tendría cabida el homo christianus. ¿Se trataba de una decisión exclusivamente religiosa o también tenía un componente racista? Inicialmente era una exclusión de tipo religioso como ha defendido Antonio Domínguez Ortiz, pero de alguna forma ésta implicaba un cierto grado de racismo, como lo prueban los expedientes de limpieza de sangre. Además, en América, la primacía social la detentaron los blancos, seguidos en teoría por los indios y, en el último eslabón, se situaron los negros y las castas. Los propios manuscritos de la época lo decían con toda claridad: en una sociedad dominada por los blancos tienen más privilegios quienes tienen menos porción de sangre negra o india. Siglos después, el alemán Alexander von Humboldt, que recorrió América del Sur, escribió en este sentido lo siguiente:

 

        "En España, por decirlo así, es un título de nobleza no descender de judíos ni de moros. En América, la piel más o menos blanca decide la posición que ocupa el hombre en la sociedad".

 

 

        Los testimonios, pues, muestran a una sociedad en la que existía una intolerancia casticista pero también un componente racista, donde el fenotipo determinaba la ubicación de cada grupo dentro de la sociedad. Y este racismo era más manifiesto en las colonias, hasta el punto que los expedientes de limpieza de sangre se aplicaron más en la discriminación de las castas que en la persecución de los judeoconversos como había ocurrido en la Península. Por tanto dejaron de ser un mecanismo de persecución del neófito para convertirse en un instrumento de limpieza fenotípica.

        El indigenismo era pues esencialmente etnocida, pese a contar con personajes de la talla del defensor de los indios, fray Bartolomé de Las Casas. El objetivo último de todos –desde la Corona hasta los colonos, pasando por los religiosos- era su conversión y su integración como labradores de Castilla. A eso llamaban en el siglo XVI, vivir en policía. Todos tenían claro que la empresa indiana no estaría concluida hasta que todos sus habitantes hablasen el castellano y practicasen la religión católica. De hecho, desde 1550 encontramos disposiciones Reales para que no se demorase la enseñanza del castellano a los indios, considerándola un vehículo fundamental para la adopción de las costumbres hispanas. Obviamente, si algunos religiosos aprendieron las lenguas nativas no fue por un afán altruista de conservación sino para lograr una más rápida conversión y aculturación. Hubo decenas de casos, por ejemplo, el del jesuita Juan Font que cultivó la lengua que se hablaba en Vilcabamba para catequizar personalmente, sin necesidad de usar intérpretes. También fray Domingo de Santa María dominó el habla mixteca, publicando incluso un catecismo en dicha lengua, mientras que Vasco de Quiroga editó otra doctrina en el idioma de Michoacán.

        Ni tan siquiera fray Bernardino de Sahagún, padre de la antropología, lo hizo por un afán de conocimiento, sino como un medio para hacer más eficiente su conversión. Como muy acertadamente escribió Luis Villoro, Sahagún, no fue un científico sino un misionero, un soldado del Señor en lucha constante contra la idolatría y el pecado.

        El etnocidio quedó definitivamente consagrado a partir de las Ordenanzas de nueva población y pacificación de las Indias, expedidas en el Bosque de Segovia, el 13 de julio de 1573. La palabra conquista fue desde entonces desterrada; en adelante, cumpliendo con las bulas de donación, solamente habría penetración misional. Etnocidio puro y duro, con la coartada de la evangelización.

        No obstante, huelga decir que toda forma de colonización a lo largo de la Historia ha sido etnocida porque siempre se pretendió la imposición de la cultura de los vencedores sobre los vencidos. Y etnocidas siguen siendo los intentos contemporáneos de integrar a los aborígenes en la sociedad actual. De hecho, cuando el presidente ecuatoriano José María Urbina manifestó, en 1854, su determinación de sacar definitivamente a los indios de su barbarie y civilizarlos, estaba actuando de forma etnocida.

        Pero el etnocidio no excluye el genocidio. La RAE define este último concepto como el exterminio o eliminación sistemática de un grupo social por motivo de raza, de religión o de política. También la ONU, por una resolución de 1948 para la prevención y sanción de dicho delito, refería en su artículo segundo:

 

        "Se entiende por genocidio cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal: a) matanza de miembros del grupo; b)lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo; c) sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial; d) Medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo; e) traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo".

 

 

        Posteriormente ha habido algunos intentos de clasificar y sistematizar los distintos tipos de genocidio. Por ejemplo, Vahakn Darian propuso cinco tipos posibles, a saber: el cultural -que pretende la asimilación-, el latente –que provoca daños no deseados como la propagación de epidemias-,  el retributivo –que castiga a las minorías irreductibles-, el utilitario –que provoca matanzas para obtener el control económico- y el optimal –exterminio intencionado de un grupo humano- . Christiane Stallaert sostiene que en la Conquista hubo tres subtipos de genocidios, es decir, el cultural, el latente y el utilitario. El primero de ellos se correspondería más bien con lo que nosotros hemos llamado etnocidio, mientras que sí que hubo claramente sendos genocidios latente y utilitario. Y aunque no existiera como fin último el extermino de grupos humanos, sí es cierto que no se tomaron las medidas oportunas para evitarlo. Y aunque Stallaert no lo menciona, en casos muy concretos, se dio la forma más dura y cruel de genocidio, el optimal, que pretendía intencionadamente el exterminio de grupos humanos.

        El genocidio americano tenía un precedente inmediato, como el desencadenado en las islas Canarias a lo largo del siglo XV. Los guanches fueron diezmados y esclavizados hasta su total extinción. En América ocurrió exactamente lo mismo, con la única diferencia de la magnitud, porque cuantitativamente la población canaria no podía compararse con la americana. Las Casas estimó que, entre 1492 y 1560, murieron en las Indias Occidentales al menos 40 millones de nativos, despoblándose unas 4.000 leguas, cosa nunca jamás otra oída, ni acaecida, ni soñada. Los taínos de las Antillas Mayores fueron exterminados de la faz de la tierra en apenas unas décadas.

        Se ha afirmado sin razón que, pese al desastre demográfico, no hubo genocidio porque no existió voluntad de aniquilación sino de incorporarlos a la cadena productiva como mano de obra. Pero, esta afirmación parte de una idea errónea, es decir, la de considerar a los amerindios como una unidad. En realidad, como es bien sabido, en América hubo tres categorías de pueblos indígenas, a saber: una primera formada por las complejas civilizaciones de los Andes y Mesoamérica. Los incas eran los que disponían de un imperio más avanzado políticamente a diferencia de los mexicas que no tenían sometidos a los tlaxcaltecas, huejotzingos y cholultecas ni a los pueblos mayas. Una segunda categoría, que abarcaba las regiones caribeñas y las áreas araucanas, sedentarias en su mayor parte pero con una estructura socio-política poco desarrollada. Vivían en estado tribal y practicaban una agricultura de roza. Y una tercera categoría en la que se incluían los amplios territorios tropicales y septentrionales donde habitaban pueblos seminómadas, dedicados básicamente a la caza y a la recolección y, por tanto, muy atrasados cultural y tecnológicamente. 

        Pues bien, fueron sobre todo los indios de la primera categoría los que se incorporaron de forma menos traumática a la cadena productiva, aunque fuese en penosísimas condiciones laborales. Los propios españoles, con alborozo, se dieron cuenta que los naturales de Nueva España eran más hábiles para el trabajo y estaban acostumbrados a tributar a sus señores, al igual que lo hacían los labradores de España. Igualmente, decía Cieza de León que los quechuas del Perú, a diferencia de los indómitos nativos de Popayán, tenían muy buena razón y una gran capacidad de trabajo porque siempre estuvieron sujetos a los reyes Incas.

        Los nativos de la segunda categoría no se llegaron a adaptar al trabajo sistemático, por lo que perecieron aceleradamente, sin que apareciese una voluntad clara de evitar su dramático final. Y citaré un ejemplo concreto, por una Real Cédula, fechada el 30 de abril de 1508, se declaró a los islotes de las Bahamas y a algunas de las Antillas Menores como islas inútiles y, por tanto, su población susceptible de ser deportada. Los pacíficos e inocentes lucayos de las Bahamas fueron trasladados en condiciones inhumanas a los centros neurálgicos de las Antillas Mayores, especialmente a La Española, para que a cambio de su trabajo se les enseñase la doctrina cristiana. Pero, estos primitivos seres, acostumbrados a formas de vida pre-estatales,  fueron incapaces de adaptarse a la nueva vida que se les proponía: se les daría las aguas del bautismo y con ello la salvación eterna, y a cambio, servirían a los cristianos. La mayor parte de ellos pereció en la travesía o en los meses inmediatamente posteriores a su arribo. Su única culpa, vivir en unas islas que, al menos en esos momentos, no reportaban beneficios económicos. Tan drástica y cruel disposición, lejos de abolirse, fue ratificada en 1513, deportándose en tan sólo cuatro o cinco años entre 15.000 y 40.000 personas. El licenciado Alonso de Zuazo describió en una carta, fechada en enero de 1518, las penosísimas condiciones en que fueron trasladados estos desdichados individuos:

 

        Como los sacaron de sus naturalezas y por causa de los pocos mantenimientos de que iban fornecidos los navíos, ha sucedido que se han muerto más de los trece mil de ellos; y muchos al tiempo que los sacaban de los navíos, con la grande hambre que traían se caían muertos, y los que quedaron, siendo libres, los vendieron a muy grandes precios por esclavos, con hierros en las caras; y pieza hubo que se vendió a ochenta ducados.    

    

 

        Las Bahamas se despoblaron de tal forma que el padre Las Casas ironizó, diciendo que quedó habitada exclusivamente por flores y pájaros. Aunque probablemente no previera el desenlace, la decisión del rey Católico fue verdaderamente genocida. Un cruel decreto que abocó a los lucayos a su desaparición en apenas unos años. Pero no fueron los únicos; también los taínos antillanos, los picunches y huilliches en el norte del área araucana, los chichimecas, los caribes o los nómadas de la pampa argentina fueron diezmados, algunos hasta su exterminio, en un descabellado intento por integrarlos en el sistema socio-laboral.

        Y en cuanto a los nativos del tercer grupo, ni tan siquiera existió un intento de incorporarlos a la cadena productiva. Se trataba de grupos seminómadas dedicados en gran parte a la caza y a la recolección que ocupaban territorios tropicales, esteparios o montañosos de escasa productividad económica. En algunas zonas al norte de Nueva España, el chaco argentino, Uruguay y Paraguay se dieron estas circunstancias y dado que, además de no ser aptos para el trabajo sistemático, suponían una molestia para los europeos, se planteó una verdadera guerra de exterminio. Los chichimecas del norte de México fueron masacrados indiscriminadamente y su afán fue puramente genocida porque ni tan siquiera hubo un intento serio de integración. Juan de Cárdenas, en el siglo XVI se planteó, por qué los chichimecas enfermaban y morían poco después de ser capturados por los hispanos. Sus conclusiones fueron claras: por los estragos de la mudanza pero también por la tristeza que les producía verse entre gente que por tan extremo aborrecen. Lo mismo podemos decir de las tribus calchaquíes del noroeste argentino, cuyo conflicto duró hasta el siglo XIX y provocaron verdaderas campañas de exterminio. En otras zonas inhóspitas de la frontera guaraní los bandeirantes portugueses, causaron grandes estragos sin que nadie hiciera gran cosa por remediarlo. El resto de los territorios tropicales fueron ocupados mucho más tarde por portugueses, ingleses, franceses y holandeses que paulatinamente provocaron su repliegue o su desplazamiento hacia las zonas más inaccesibles.

        Esta estructuración se puede reducir aún más; Los hispanos distinguieron a groso modo dos tipos de territorios, a saber: los útiles, que serían poblados y explotados en base a la mano de obra indígena y negra. Y los inútiles, como las islas Lucayas, Nicaragua, Yucatán o Río Pánuco, cuya población fue deportada hacia las áreas neurálgicas como mano de obra esclava y prácticamente exterminada.  

        Hubo, asimismo, un exterminio sistemático de caciques y de líderes indígenas que eran sustituidos por sus propios hijos o sobrinos, ya leales al Emperador. Los ejemplos se cuentan por decenas. Así, cuando, en 1524, Pedro de Alvarado se adentró en territorio quiché lo primero que hizo fue ejecutar a los jefes indígenas Tecum Umal y Tepepul, quemando sus pueblos. Acto seguido, para evitar el vacío de poder, les quitó las cadenas a sus respectivos hijos y los proclamó oficialmente como nuevos caciques. Y todo ello lo hizo, según contó él mismo a Hernán Cortés, para bien y sosiego de esta tierra. Con no menos saña se comportó el medellinense Gonzalo de Sandoval que, al norte de México, en la región de Pánuco, quemó en la hoguera a 400 caciques, hecho que fue elogiado después por su paisano Hernán Cortés.

        Se utilizó sistemáticamente el terror como medio de sometimiento. En la plaza mayor de Cholula se cometió una de estas grandes matanzas de que estuvo jalonada la Conquista. Hernán Cortés siempre alegó que previamente los indios cholutecas habían urdido una conspiración para acabar con ellos. Y probablemente era cierto, pues, todos los cronistas coinciden en señalar toda una serie de síntomas. Para empezar, habían sacado de la ciudad a la mayor parte de sus mujeres e hijos y habían acumulado piedras en las azoteas. Y además, habían sacrificado a varios niños lo que se interpretó como parte del ritual previo al combate. Pero, con conspiración o sin ella, lo cierto es que la matanza fue brutal, despiadada y desproporcionada, dejando sin vida sobre el frío pavimento de la Plaza Mayor a seis millares de nativos. El objetivo real de tal masacre no fue frenar esa conspiración, pues con el ajusticiamiento de los cabecillas hubiese sido suficiente. Se pretendía infundir en los nativos tal temor que perdieran toda esperanza de resistencia. Uno de los españoles que participaron en la masacre, Bernal Díaz del Castillo, escribió en este sentido lo siguiente:

 

        "Que si no se hicieran estos castigos esta Nueva España no se ganara tan presto, ni se atreviera (a) venir otra armada y que ya que viniera fuera con gran trabajo, por que les defendieran las puertas".


 

        No menos claro fue el padre Las Casas cuando dijo que la única justificación que tuvieron para consumar la masacre de Cholula fue sembrar u temor y braveza en todos los rincones de aquellas tierras.

        La colonización fue aún peor porque el indio fue discriminado y depauperizado hasta límites insospechados. Todavía en nuestros días quedan residuos de ello en nuestra lengua. Cuando hablamos de hacer el indio nos referimos a hacer el tonto, equiparando indio con un ser poco inteligente o inferior intelectualmente. 

        Ahora bien, ¿es posible comparar el genocidio de la Conquista con el llevado a cabo por los Nazis antes y durante la II Guerra Mundial? Bueno, Christiane Stallaert ha establecido paralelismos entre la Alemania Nazi y la España Inquisitorial porque ambas tenían como objetivo la cohesión social, aunque la primera optase para ello por la exclusión y, la segunda, por la asimilación. La pureza racial Nazi y la pureza religiosa española tuvieron puntos en común. Cuando un español probaba su condición de cristiano viejo y, por tanto, libres de sangre mora o judía, llevaba implícito necesariamente un componente racista. Incluso llega a afirmar esta antropóloga que los Nazis no lograron finalmente su objetivo de limpieza étnica pero España sí, en unos territorios andalusíes que había perdido hacía más de siete siglos. 

        A mi juicio, ya es hora de liberarnos de prejuicios y, aunque a priori nos pueda parecer anacrónica esta comparación lo cierto es que, a lo largo de la Historia, el genocidio y los genocidas siempre han tenido puntos en común. Pese a ello, a mi juicio, el Nazismo implicó una versión de genocidio mucho más acabada, perfeccionada y malvada. Implicó la instrumentalización de la ciencia, el apoyo estatal y la eliminación de pruebas y testigos, conscientes de que algún día la historia les juzgaría. Además, el exterminio de las minorías formaba parte intrínseca de la Alemania Nazi: judíos, gitanos, polacos o disminuidos físicos debían ser eliminados. Incluso, Hitler pensó en sus últimos meses de vida que el mismo pueblo alemán merecía su aniquilación por no ser lo suficientemente fuerte como para dominar el mundo.

        En cambio, los conquistadores asolaron más por su afán de hacer fortuna que por un deseo de exterminio en sí mismo. En general, no parece que llegaran a desarrollar una voluntad explícita de exterminio. España pretendió uniformizar e integrar; sólo habría una lengua, una cultura y una religión. Todo lo demás no tendría cabida. Pero no existió nada parecido a lo que los Nazis llamaron la solución final. Ahora, bien, también es cierto que la Conquista tuvo dos agravantes: el primero, la magnitud de la mortandad que afectó a más de 70 millones de personas. Y el segundo, que los crímenes quedaron impunes, pues no hubo ningún proceso parecido ni similar al de Nuremberg, donde, como es sabido, una buena parte de los Nazis supervivientes fueron condenados a muerte o a cadena perpetua.  

        En definitiva, hubo un etnocidio sistemático y más puntualmente un genocidio que podríamos llamar arcaico o moderno. Muy lejos de esa versión más perfecta, y a la vez más siniestra, que alcanzará en la Edad Contemporánea.    

 

¿SE PUEDE CULPAR A ESPAÑA?

 

        En 1894 el eminente historiador y erudito García Izcalbalceta afirmó que, a diferencia de otras potencias colonizadoras, ni el gobierno ni la nación española fueron cómplices de las crueldades cometidas en el Nuevo Mundo. Obviamente, con el volumen de documentación que hoy disponemos, dicha afirmación es absolutamente indefendible. La Corona recibió cientos de memoriales delatando los malos tratos que estos recibían. Pero, desgraciadamente su máxima preocupación nunca fue la verdadera y efectiva protección de los aborígenes sino evitar que disminuyese el flujo de metal precioso con destino a la Península. Además, siempre temió mucho más un posible alzamiento de los conquistadores o de las élites encomenderas que de los nativos. Conforme avanzó la colonización siempre fue consciente del mayor peligro que suponían los mestizos y, sobre todo los criollos, intentando no disgustarlos en exceso.   

        Ahora bien, dicho esto, también debemos reconocer que es tan gratuito como absurdo responsabilizar a España de una forma de actuar que han practicado todos los pueblos de occidente desde hace más de 2.000 años. Obviamente, no se puede sostener el europeismo exculpatorio sino al revés pero, insisto, de todos, no solamente de España.

        Tampoco es posible pedir hoy disculpas por lo que hicieron otros hace ya medio milenio, como no es posible que los italianos pidan perdón por lo que hicieron los romanos con los pueblos primitivos del Mediterráneo. Por tanto, es inútil y falaz pedir indulgencia tal y como se ha solicitado en más de una ocasión desde algunos foros indianistas. Algunos grupos indígenas han sido más prácticos, pues en 1989 exigieron ante el Tribunal Internacional de La Haya una indemnización de 10 billones de dólares. Ni cortos ni perezosos cuantificaron el daño recibido en un buen puñado de billetes, lo cual no deja de ser subjetivo, surrealista y hasta ofensivo con la memoria de los millones de seres humanos que perdieron sus vidas en tan dramático encuentro.

        Juan Pablo II, en 1984 destacó la cristianización del Nuevo Mundo como una de las obras más bellas llevadas a cabo por la Iglesia. Sin embargo, eso no le impidió que 16 años después, concretamente, el 12 de enero de 2000, en un documento titulado Memoria y Reconciliación pidiera perdón oficialmente en nombre de la Iglesia por los excesos allí cometidos. Un gesto de buena voluntad que honra a este venerable y recordado Pontífice pero que no deja de ser anacrónico y absurdo. E igual de irracional es sentirse ofendido cuando se describen los dramas y las brutalidades que allí ocurrieron.

        Lo que, en cambio, sí es posible y deseable es narrar y censurar el comportamiento de aquellos conquistadores del siglo XVI y, de camino, recordar que todavía en el siglo XXI muchos Estados continúan sometiendo y aniquilando a la minoría indígena. No se les puede pedir a los conquistadores que hubiesen practicado la interculturalidad o al menos el relativismo cultural, que son conceptos de nuestro tiempo, pero sí existía una importante corriente crítica, única en Europa, contraria a los métodos de expansión utilizados. Además está demostrada la existencia de unos conceptos morales absolutamente universales: el asesinato, la mentira, el incesto o la pederastia han sido siempre comportamientos censurables, al menos desde el origen de la civilización. Incluso la esclavitud fue reprobada por no pocos pensadores de la época, como el padre Las Casas, Tomás de Mercado o fray Bartolomé Frías de Albornoz y, ya en el siglo XVII, por el Capuchino fray Francisco José de Jaca. Y es que desde siempre se valoró la libertad –o lo que se entendía como tal- como un derecho natural y como un preciado bien. Ya en las Partidas de Alfonso X se destacaba la libertad como el bien más apreciado que las personas podían tener. Más claro aún fue don Quijote de la Mancha quien, en un pasaje, le dijo a su fiel escudero lo siguiente:

 

        "La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres".

 

 

        Ahora, bien, insisto que los españoles actuaron exactamente igual que otros pueblos occidentales antes y después de la Conquista. No se les puede culpar de pensar y actuar de acuerdo con el pensamiento dominante en la Europa Moderna. Fueron tan etnocidas y genocidas como los demás pueblos occidentales antes y después de la Conquista. Ni que decir tiene que portugueses, ingleses, franceses, holandeses y alemanes actuaron de forma parecida en sus respectivas colonias. Sin ir más lejos, a los Welser les concedió Carlos V la gobernación de Venezuela. Estos nombraron a varios delegados: Ambrosio Alfinger, Espira, Hutten, Dortal, Féderman, etcétera. Todos ellos causaron gravísimos estragos, cometiendo matanzas sistemáticas y convirtiendo el territorio en un inmenso mercado de esclavos. Esto prueba, una vez más, que el genocidio era realmente la forma en que occidente entendió cualquier forma de expansión durante buena parte de nuestra era. Estaba generalizada la creencia de que existían pueblos superiores e inferiores y que era un derecho y una obligación someterlos para llevarles la luz de la civilización y una religión superior. Salvaje era sacrificar muchachos al dios de la guerra o comerse a los prisioneros; civilizado era quemar a los herejes en la hoguera o someterlos a cruel esclavitud. Eran civilizaciones en estadíos evolutivos muy diferentes, ni mejores ni peores, pero los europeos no supieron apreciar ni valorar esta circunstancia.

            La Conquista fue presentada como el triunfo de la civilización sobre la barbarie. Para la mayoría de los europeos de la época los amerindios constituían sociedades degeneradas y bárbaras por lo que se imponía la necesidad caritativa de civilizarlos o de cristianizarlos, que era la misma cosa. Por ejemplo, Antonio de Herrera contrapuso la civilización castellana al barbarismo indígena, donde mandaban todos con violencia, prevaleciendo el que más puede. Ahora bien, excluía del barbarismo a los mexicas y a los incas. El padre Las Casas también contrapone el concepto civilización-barbarie, aunque invirtiéndolos. Para él los bárbaros eran sus compatriotas mientras que los civilizados eran los indios.

        Esta oposición entre civilización y barbarie ha estado presente invariablemente al menos hasta el Imperialismo decimonónico. Precisamente, en 1885, George Clemenceau se oponía a la opinión mayoritaria en Francia de la misión civilizadora en África, afirmando en la Cámara de los Diputados:

 

            "¡Razas superiores!, ¡razas inferiores! Es fácil decirlo, no existe el derecho de las llamadas naciones superiores sobre las llamadas inferiores… La conquista que usted preconiza es el abuso, liso y llano de la fuerza que da la civilización científica sobre las civilizaciones primitivas, para apropiarse del hombre, torturarlo y exprimirle toda la fuerza que tiene, en beneficio de un pretendido civilizador".

 

 

        Unos años más tarde, en la II Internacional, se criticó la política colonial porque llevaba al avasallamiento de las poblaciones primitivas. R. Tagore, Mahatma Gandhi y otros pensadores contemporáneos censuraron igualmente el expansionismo capitalista, es decir, el dominio de los pueblos presumiblemente civilizados sobre los supuestamente bárbaros.

        Creo que han quedado bien asentadas y demostradas tres premisas: una, que los españoles del siglo XVI actuaron exactamente igual que los demás pueblos de occidente a lo largo de nuestra era. Dos, que aún siendo ciertos los crímenes cometidos es tan absurdo como anacrónico culpar a los españoles de hoy por lo que hicieron personas de hace cinco siglos. Y tres, que todavía hoy algunos poderes hispanoamericanos siguen culpando a España de sus males para ocultar sus propias miserias. Ricardo García Cárcel, citando a Mario Vargas Llosa, lo ha dicho con una claridad meridiana:

 

        "No son los conquistadores de hace quinientos años los responsables de que en el Perú de nuestros días haya tanta miseria, tan aparatosas desigualdades, tanta discriminación, ignorancia y explotación, sino peruanos vivitos y coleando de todas las razas y colores".


 

        Dicho todo esto, sólo queda concluir, que no es posible pedir perdón hoy por lo que hicieron aquellos conquistadores y colonizadores del siglo XVI. De acuerdo con Manuel Lucena, el único objetivo de los historiadores de hoy debe ser conocer la verdad histórica y aceptarla, por dura que resulte.

 

 

PARA SABER MÁS:

 

 

MIRA CABALLOS, Esteban: “Conquista y destrucción de las Indias (1492-1570)”. Sevilla, Muñoz Moya Editor, 2009.

 

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

EL CONVENTO DE FRANCISCANOS DE VALVERDE DE LEGANES EN LOS MANUSCRITOS DE ASCENSIO DE MORALES (S. XVIII)

EL CONVENTO DE FRANCISCANOS DE VALVERDE DE LEGANES EN LOS MANUSCRITOS DE ASCENSIO DE MORALES (S. XVIII)

        Ascensio de Morales y Tercero en una carta autógrafa, fechada en Badajoz, el 26 de abril de 1754, explicaba todos los pormenores de su comisión de archivos. Una orden del Consejo de Estado dada en 1743 le encomendó la tarea de investigar en los archivos para hacer una Historia Eclesiástica de España. Sin embargo, detrás de esa aparentemente altruista misión había motivos de más calado. Al parecer, los cardenales Acquaviva y Belluga, comisionados para negociar el Concordato de 1723 habían sostenido, frente al Papa, que la grandeza de los conventos y de las iglesias de España se debía al mecenazgo de los reyes. Felipe V quiso llevar a cabo una investigación para verificar eso y de paso recuperar los legítimos derechos que con la Corona le habían dejado los señores reyes sus predecesores gloriosos en las iglesias que habían conquistado, fundado y dotado en sus dominios, y saber cuántas eran fundaciones reales. Y para llevarlo a cabo se le otorgó el cargo de oidor honorario de Sevilla con la intención de que recibiese un sueldo de 75 reales diarios para llevar a cabo su misión. Empezó investigando en Castilla, León, Asturias y Galicia, para ver la regalía de patronatos de las iglesias catedrales de Palencia, Valladolid, León, Astorga, Santiago, Tuy, Lugo, Orense, Oviedo y Burgos. Con Fernando VI se le propuso Galicia, y, finalmente, por decreto del 23 de junio de 1750 se le encargo los obispados de Cuenca, Murcia, Cartagena, Orihuela, Plasencia y Badajoz (Rodríguez Moñino, 1930: 121-136).

        Su obra más acabada fueron cuatro volúmenes con documentación sobre la diócesis de Badajoz. El cuarto de esos volúmenes, conservado por duplicado en el Archivo Histórico Nacional y en la Biblioteca Colombina fue publicado en Badajoz en 1910 bajo el título de Crisis Histórica de la Ciudad de Badajoz y reeditado en la misma ciudad en el año 2006. Sin embargo, este último volumen era resumen de los tres anteriores, conservados en la sección de Códices del Archivo Histórico Nacional y que nunca vieron la letra impresa. Uno de estos tres volúmenes es la historia de los conventos del obispado de Badajoz, de los que extractamos en estas líneas lo correspondiente a la villa de Valverde de Leganés.

        Fue mal investigador y buen copista, se dedicó a copiar literalmente de fuentes muy concretas: las crónicas de las respectivas órdenes, los libros de profesión de cada convento y de la Historia eclesiástica de la ciudad y obispado de Badajoz de Juan Suárez de Figueroa. Su valor es relativo, de aquellos cenobios de los que se conserva su documentación apenas presenta ninguna novedad reseñable pero sí, en cambio, de aquellos otros en los que la documentación está desaparecida o perdida.

        Y por último decir que hemos adoptado como criterios de transcripción la actualización de las grafías. Asimismo, hemos corregido sin previo aviso las erratas del propio autor y alterado aquellos signos de puntuación colocados inoportunamente, todo ello para facilitar su lectura.

 

VALVERDE, CCONVENTO DE DESCALZOS DE SAN FRANCISCO

            El convento de Valverde, está media legua de la villa de su nombre, tierra del marqués de Leganés y obispado de Badajoz y un cuarto de legua de la rivera de Olivenza, donde dividen la jurisdicción los dos reinos, España y Portugal. Es uno de los conventos más estrechos y pobres que tiene la provincia, siempre basta solo el decir que el dormitorio  tiene una vara de ancho, poco más. Fundose este convento por los años del Señor de 1540, siendo provincial el señor San Pedro de Alcántara que fue quien le recibió. Estaba en este sitio una ermita (que hoy permanece inclusa en el convento) del señor San Antonio de Padua y tomó primero la advocación suya. Después el señor don Enrique, obispo de Ceuta, que a la sazón se hallaba en la villa de Olivenza, reino de Portugal, dio copiosas limosnas para la fundación y una imagen de Nuestra Señora de la Encarnación que ésta estaba en la iglesia de Santa María, primera parroquia de dicha villa de Olivenza, y de aquí y por los muchos y raros milagros (que parece imposible reducirlos al guarismo) que obró Dios por medio de esta santa imagen, tomó el convento el título: la Madre de Dios de Valverde. Con que con lo que dio dicho señor obispo, la villa de Valverde y otras personas de ambos reinos, se principió y concluyó la obra.

            El pie de religiosos con que se fundó este convento fue de nueve a once. Y que por los años del Señor de 1640 en aquella rebelión que tuvo Portugal contra su legítimo dueño, vinieron los portugueses y robaron la santa imagen patrona. Padeció muchos atrasos esta comunidad en la enajenación porque faltaron las limosnas de Portugal, porque como éstas las daban a título de los milagros que hacía, como faltó el objeto principal, faltaron ellos con su devoción. Escarmentada la comunidad con este suceso no esperado, el año de setecientos y tres, cuando el rey de Portugal se declaró auxiliar del archiduque, retiró su santa imagen a Badajoz. Entonces los portugueses vinieron de tropel al convento e hicieron tal estrago que hasta las cosas más menudas robaron del convento. Quedó éste desamparado porque los religiosos se retiraron A Badajoz. En este desamparo quedó tan arruinado que solo quedó la iglesia y las paredes maestras.

            Llegó el día feliz de las paces y determinó la provincia el reedificarlo a instancias de la devoción de Castilla y Portugal. Los que concurrieron con copiosas limosnas para la fábrica que se levantaron las paredes media vara más de lo que tenían sus antiguas. Se hizo un hermoso retablo y se doró. Y proporcionado un hermoso trono se colocó la santa imagen Madre de Dios de la Encarnación. Después ha habido parciales reedificaciones, como una azotea que se hizo de bóveda y algunas oficinas. No ha tenido este convento traslación alguna. Mantiene hoy día de dieciséis a diecisiete religiosos y algún donado.

            Varones ilustres en virtud y ciencia ha tenido muchos este convento. Sea en primer lugar fray Juan de Cabrera, religioso lego. Nació en la villa de Alcántara, en Extremadura, de la nobilísima familia de los Cabrera. Manifestó el cielo su futura santidad al tiempo de bautizarle, pues por ser el primogénito y tan deseado, asistieron muchos al bautizo. Vieron todos que sobre la cabeza del niño le servía de trono una cruz bien formada de color oscuro. Padeció en los primeros años muchos trabajos por causa de una madrastra que a ésta la tomó por instrumento el demonio, porque presagió el ruido que había de dar al infierno. Era dócil y de buen genio y estaba de todas las virtudes morales adornado. Con tan buena disposición le movió Dios a que tomase el hábito y dejase las vanidades y placeres del mundo. Obediente a la inspiración, habiendo muerto su padre, tomó el hábito en el convento de Villalpando, de la provincia de Santiago. Pero deseoso de vida más estrecha, dejó el hábito y se vino a Alcántara, su patria, y haciendo renuncia de todos sus bienes los repartió todos a los pobres. Pidió el hábito en esta provincia de San Gabriel y lo admitió gustoso el provincial. Enviolo al convento de Belvis para que pasara su noviciado. Pero, viéndole los religiosos tan ricamente vestido y, al parecer tan delicado, lo despidieron, juzgando no ser capaz para tolerar los trabajos de la religión.

            Muy afligido el santo mozo, hizo voto de visitar a Nuestra Señora de Guadalupe donde derramó su corazón en ternuras y desconsuelos, viendo malogrados sus designios. Alentole la madre de piedad y le inspiró que dejase aquel vestido, vistiéndose en traje rústico y hiciese una buena experiencia, de lo que en la religión se pasa. Así lo ejecutó, poniéndose a servir a un labrador en el lugar de la Calzada, sin perdonar en el oficio tarea, ni penuria y sin olvidar la oración y penitencia. Aquí le armó un  peligroso lazo el demonio, pues conocidas sus prendas de su señor, se le aficionó una hija suya y él se sintió inclinadísimo a casarse con ella. Atribulado entre este peligro y su vocación primera, recurrió a Dios. Pero el Señor que sabe hacer para muestras de sus maravillas que raye la luz entre las tinieblas le inspiró: que celebrase el matrimonio con la doncella y que sin consumarle entrase en religión.

            Así lo ejecutó, y la noche del desposorio declaró a su consorte que tenía la virginidad consagrada a Dios y que esperaba que en esta revocación tan santa, le hiciese grata y gustosa compañía. Halló a la moza de buen temple, y en su voluntad muy conforme. Un mes durmió con ella en un mismo lecho, viéndose el poder de la diestra divina, rayar en tan rara continencia. Cumplido el mes salió el devoto mozo de su casa, pretextando un negocio grave y que deseaba con ansias el cumplirle. Fue al convento referido de Belvis y habiendo perdido el hábito, se lo dio el guardián muy gustoso, y él lo recibió consoladísimo. Escribió a su esposa el nuevo estado, confortándola en el servicio del altísimo. Ya alistado en la milicia de Francisco, tanto de novicio como de profeso emprendió tan penitente vida que aseguró con ella una buena muerte.

            Sus disciplinas, silíceos, ayunos, desnudez y total pobreza causaba en los religiosos tal admiración que parecían inimitables a nuestro modo flaco de entender. Cuando iba a pedir limosna a algún pueblo, se iba azotando todo el camino. Formó un silíceo como jubón, que le ceñía pecho y espaldas, de puntas de alfileres, y apretábaselo de tal modo que era una pura llaga todo su cuerpo. Lo más del año ayunaba a pan y agua. Era obediente, humilde y casto y en la oración muy fervoroso. Era devotísimo, de la pasión de Cristo nuestro bien, en cuya memoria absorto vivía, padecía y gozaba. Arrebatado un día a la vista de una cruz, fue tal el dolor íntimo de su ccoracón y la avenida del gozo espiritual que se salió al campo y, postrado en cruz, arrastrando la boca por la tierra decía: “Quitaos Señor allá, apartaos de mí, que no puedo con tanto; apartaos señor que me abrasáis las entrañas”. Eran muy frecuentes sus éxtasis y en ellos se le vio muchas veces clamar al Señor: “Ya no más Señor mío, ya no más: y estos favores para quien os ama de veras, no a mí indigno pecador”. En el misterio de la Natividad del Señor, con extraordinaria alegría salía fuera de sí, y desde prima noche se iba al establo de las bestias y entre ellas se quedaba arrobado hasta maitines, despidiendo de sí soberanas luces. Una noche de esta festividad, hallándose en el lugar de Vicencio, asistió a la misa del gallo. Acabada ésta, pidió con instancias al cura le dejase encerrado en la iglesia. Volvieron a la misa de la aurora y no le hallaron, aunque exquisitas diligencias hicieron. Acabada la misa, cerraron las puertas hasta la tercia u, cuando abrieron les salió al encuentro, bañado en súbitos indecibles y exhalando de sus admirables resplandores. Creyeron todos haber sido arrebatado su cuerpo y alma a Belén, donde tenía su deseo y corazón.

            Tuvo don de profecía, como se verificó en muchos y repetidos casos. Viviendo en el convento de la Lapa, en tiempo de gran sequedad, era allí el siervo de Dios fray Pedro de Valencia, guardián, dijole a fray Juan un día, porque no ruega al Señor que nos envíe agua, yo os digo que os habemos de azotar si no lo pedís a Dios. Él respondió con alegría: “Aquí a mañana hemos de tener mucha agua”. Riéronse los frailes que le oyeron porque el cielo estaba muy sereno y sin alguna señal de agua. Pero sucedió como lo dijo el siervo de Dios, pues antes del día siguiente llovió con tanta abundancia que quedó bien harta la tierra.

        Estando en Badajoz, fray Juan fue a visitar a un caballero, llamado Julián Becerra,   que estaba a la sazón con yerno don Íñigo de Argüello y le dijo: padre fray Juan, pídale a Dios dé sucesión a mi hija, que tres años está casada y no pare y estamos con bastante desconsuelo. Miró entonces el siervo de Dios a don Íñigo y le dice así: “haga usted estas devociones y entre ellas mande decir unas misas que, cuando se comenzaren las misas a decir, se pondrá preñada su mujer. El caballero luego que se retiró a Brozas, puso en planta lo que le dijo fray Juan pero a los nueve meses después que se empezaron a decir las minas, parió la señora un niño tan hermoso que fue de todos consuelo y alegría y gloria de aquella familia.

        Lo mismo sucedió a la condesa de Cifuentes que, estando muchos años sin parir y sin esperanzas de ello, le pidió a fray Juan de Cabrera (a quien tenía una devoción suma) rogase a Dios le diese sucesión. Fray Juan, entonces, le dio un Niño Jesús que tenía y le prometió hijos con abundancia. Así sucedió con admiración de todos, imprimió de la mucha devoción que tenía a la provincia de San Gabriel y al siervo de Dios fray Juan. A la duquesa de Feria le profetizó los trabajos que había de tener por medio de una doncella suya, llamada doña Mayor, pero que de todo saldría bien. Así le sucedió a esta señora, y con el dicho fray Juan se consolaba. Fuera nunca acabar si todas sus profecías se hubieran de referir, y así me contento con decir de lo mucho poco.

        Por esto y por la notoriedad de sus virtudes y milagros fue estimadísimo este siervo de Dios, de los pueblos, príncipes y señores. Nuestro católico rey don Felipe II le trajo algunas veces a la Corte, y veneraba sus cartas como a oráculo, ejecutando los documentos que para bien de su alma le decía.

        Lo mismo sucedió con las serenísimas reinas doña Isabel y doña Ana, y mucho más con la señora princesa de Portugal, doña Juana, a quien una vez alcanzó milagrosa sanidad. Las señoras marquesas de Priego y duquesa de Feria, su nuera, le trataron con tanta cercanía como veneración, teniéndole en su compañía en Madrid y Montilla, muchas veces con licencia de los prelados generales, siendo estas señoras testigos de muchas maravillas y milagros. Lleno de méritos y virtudes llegole la última hora tan feliz como su portentosa vida. Predicó algunos meses antes la hora de su muerte y a donde se había de enterrar. Y al pié de la letra sucedió que fue en este convento de la Madre de Dios de Valverde de Leganés a los sesenta años de su edad, y ocho de abril (de) 1571. La señora duquesa de Feria, pudo lograr tiempo después la cabeza de este siervo de Dios para el convento de La Lapa que es de su estado. La misma señora había guardado un hábito suyo para amortajarse en él y en el verano de 1581 mandó (a) una familiar suya, doña Bernardina, a cuyo cuidado estaba, que lo pusiese al aire en una torre, donde nadie subía. Una noche se apareció en sueños el venerable padre a una criada y le dijo: “Decid a Bernardina que se ha descuidado mucho de mi hábito, que está caído en el suelo”. Así le hallaron y tuvieron en mayor veneración. La señora al tiempo de morir, escrupulizó santamente en vestirse de aquel hábito y mandó amortajarse con otro de la Orden, y que aquel se le pusiese doblado sobre la cabeza. Ha hecho Dios por su intercesión muchos y repetidos milagros.

        Yace en este mismo convento fray Antonio Requengo, religioso lego, el que estaba antes de la fundación de este convento en la ermita de San Antonio, que ya está inclusa en el convento, haciendo vida solitaria. Era de una sinceridad columbina. Después que entraron los religiosos, deseoso de su vida apartada de todo comercio humano, consiguió breve de su santidad por medio del duque de Berganza (que éste le amaba mucho, lo uno por sus virtudes y lo otro por haber sido su criado) para retirarse a la sierra del Alor, término de Portugal, y una legua de este convento. Allí, en una ermita vivió en estrecha, se ejercitó algunos días en muchas y graves penitencias y dejando entre ambos reinos mucho olor de sus virtudes, acabó su vida santamente y se trajo a enterrar a este convento por ser religioso de esta santa provincia.

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS           

EL CONVENTO DE MONTEVIRGEN DE VILLALBA DE LOS BARROS EN LOS MANUSCRITOS DE ASCENSIO DE MORALES (S. XVIII)

EL CONVENTO DE MONTEVIRGEN DE VILLALBA DE LOS BARROS EN LOS MANUSCRITOS DE ASCENSIO DE MORALES (S. XVIII)

        Ascensio de Morales y Tercero en una carta autógrafa, fechada en Badajoz, el 26 de abril de 1754, explicaba todos los pormenores de su comisión de archivos. Una orden del Consejo de Estado dada en 1743 le encomendó la tarea de investigar en los archivos para hacer una Historia Eclesiástica de España. Sin embargo, detrás de esa aparentemente altruista misión había motivos de más calado. Al parecer, los cardenales Acquaviva y Belluga, comisionados para negociar el Concordato de 1723 habían sostenido, frente al Papa, que la grandeza de los conventos y de las iglesias de España se debía al mecenazgo de los reyes. Felipe V quiso llevar a cabo una investigación para verificar eso y de paso recuperar los legítimos derechos que con la Corona le habían dejado los señores reyes sus predecesores gloriosos en las iglesias que habían conquistado, fundado y dotado en sus dominios, y saber cuántas eran fundaciones reales. Y para llevarlo a cabo se le otorgó el cargo de oidor honorario de Sevilla con la intención de que recibiese un sueldo de 75 reales diarios para llevar a cabo su misión. Empezó investigando en Castilla, León, Asturias y Galicia, para ver la regalía de patronatos de las iglesias catedrales de Palencia, Valladolid, León, Astorga, Santiago, Tuy, Lugo, Orense, Oviedo y Burgos. Con Fernando VI se le propuso Galicia, y, finalmente, por decreto del 23 de junio de 1750 se le encargo los obispados de Cuenca, Murcia, Cartagena, Orihuela, Plasencia y Badajoz (Rodríguez Moñino, 1930: 121-136).

        Su obra más acabada fueron cuatro volúmenes con documentación sobre la diócesis de Badajoz. El cuarto de esos volúmenes, conservado por duplicado en el Archivo Histórico Nacional y en la Biblioteca Colombina fue publicado en Badajoz en 1910 bajo el título de Crisis Histórica de la Ciudad de Badajoz y reeditado en la misma ciudad en el año 2006. Sin embargo, este último volumen era resumen de los tres anteriores, conservados en la sección de Códices del Archivo Histórico Nacional y que nunca vieron la letra impresa. Uno de estos tres volúmenes es la historia de los conventos del obispado de Badajoz, de los que extractamos en estas líneas lo correspondiente a la villa de Villalba de los Barros.

        Fue mal investigador y buen copista, se dedicó a copiar literalmente de fuentes muy concretas: las crónicas de las respectivas órdenes, los libros de profesión de cada convento y de la Historia eclesiástica de la ciudad y obispado de Badajoz de Juan Suárez de Figueroa. Su valor es relativo, de aquellos cenobios de los que se conserva su documentación apenas presenta ninguna novedad reseñable pero sí, en cambio, de aquellos otros en los que la documentación está desaparecida o perdida.

        Y por último decir que hemos adoptado como criterios de transcripción la actualización de las grafías. Asimismo, hemos corregido sin previo aviso las erratas del propio autor y alterado aquellos signos de puntuación colocados inoportunamente, todo ello para facilitar su lectura.

 

 

CONVENTO DE MONTE-VIRGEN, DESCALZOS DE SAN FRANCISCO

 

 

            La imagen de Nuestra Señora que se venera en el convento de su título de Monte-Virgen, es tradición que refieren algunos instrumentos haber sido hallada en un montón de piedras, donde estuvo mucho tiempo oculta. Descubriola la voz de una urraca que girando por aquel sitio voceaba: “Montevirgen, Montevirgen”, lo que observado por un hombre que habitaba aquel desierto fue estímulo para buscar, hallarla y fabricarle una ermita con el expresado título de Montevirgen. Habitabanla por los años de 1532 algunos religiosos de San Francisco que se llamaban los ermitaños de Nuestra Señora de Montevirgen, como consta por una bula de perdones, con data de 10 de octubre del referido año de 1532, expedida a solicitud y petición de fray Francisco Ulmensa, fraile de san Francisco, ermitaño de la ermita de Nuestra Señora de Montevirgen, cerca de la villa de Villalba, obispado de Badajoz. Siendo, al parecer, de aquellos que a causa de los muchos trabajos que padecía entonces la reforma o descalzez, privados de muchas causas que tenían, quedaron necesitados a hacer vida solitaria en las ermitas y desiertos.

            En el año de 1568, el reverendo padre fray Juan de Talavera, provincial de esta de San Gabriel, con comisión del reverendo padre fray Francisco de Guzmán, comisario general de esta familia cismontana, convocó a su definitorio en el convento de Madre de Dios de la villa de Alburquerque, y en su junta, celebrada a 26 de agosto del mismo año, recibió la ermita citada de Montevirgen, de la liberalidad de don Juan de Ribera, obispo de Badajoz, para fabricar convento a sus religiosos, como se ejecutó desde este año hasta el de 1598 en que se concluyó, a esmeros de la piedad de los señores duques de Feria, Gómez Suárez de Figueroa, don Lorenzo, su hijo, y con especialidad la Excelentísima señora doña Juana Dormer, viuda de dicho don Gómez, y de la devoción y limosnas de las vecinas (de las) villas de Villalba y Aceuchal.

            A fines del año 1585, hecha ya la sacristía de bóveda, se proporcionó lo mejor que fue posible para iglesia y trasladaron a ella desde la referida ermita el Santísimo Sacramento y la milagrosa imagen de Nuestra Señora, con lo que cesó la incomodidad que padecían los religiosos por tiempo ya de diecisiete años, pasando a las horas y divinos oficios a dicha ermita, unida por medio de un callejón largo al nuevo convento.

            En el año de 1591, Lunes Santo, 8 de abril, siendo guardián de este convento fray Francisco de Madrid, y provincial fray Juan Bautista Moles, bendijo éste y puso por su mano, ayudado de Andrés Maheda, maestro de la obra, la primera piedra de la iglesia nueva, y en ella esculpida una cruz y el número en guarismo del año que corría. Y sobre ella pusieron otra el referido guardián, y el del convento de Salvatierra, fray Francisco Bolaños, con un letrero que dice: “Santa María”.

            No consta el número de religiosos que comenzaron a habitar este convento que hoy, aunque con mucha escasez y necesidad, mantiene veinte profesos y cuatro o cinco donados sirvientes, a expensas únicamente de las limosnas con que subviene la piedad de algunos pueblos vecinos.

            Por cuanto los religiosos de esta provincia de San Gabriel no tienen domicilio cierto porque la obediencia los muda con frecuencia de un lugar a otro, aunque en dicho convento han vivido muchos venerables, no se atreve a decir que fue la cuna de sus virtudes. Y solo entre muchos que profesaron en el estado de legos y donados se acuerda de uno que con especialidad se dice haber sido de vida muy ejemplar, sin expresar la virtud en que se singularizó. Dice lo escrito así: “En tres de febrero de mil seiscientos y cincuenta murió en este convento de Montevirgen Clemente de San Francisco, donado profeso y varón de buena vida, siendo guardián fray Fernando de Brozas”. Consta todo lo dicho de un libro pequeño que guarda el guardián de dicho convento y mucho de ello de la primera parte de las crónicas de la citada provincia de San Gabriel.   

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

LOS CONVENTOS DE ALMENDRAL (BADAJOZ) EN LOS MANUSCRITOS DE ASCENSIO DE MORALES (S. XVIII)

LOS CONVENTOS DE ALMENDRAL (BADAJOZ) EN LOS MANUSCRITOS DE ASCENSIO DE MORALES (S. XVIII)

        Ascensio de Morales y Tercero en una carta autógrafa, fechada en Badajoz, el 26 de abril de 1754, explicaba todos los pormenores de su comisión de archivos. Una orden del Consejo de Estado dada en 1743 le encomendó la tarea de investigar en los archivos para hacer una Historia Eclesiástica de España. Sin embargo, detrás de esa aparentemente altruista misión había motivos de más calado. Al parecer, los cardenales Acquaviva y Belluga, comisionados para negociar el Concordato de 1723 habían sostenido, frente al Papa, que la grandeza de los conventos y de las iglesias de España se debía al mecenazgo de los reyes. Felipe V quiso llevar a cabo una investigación para verificar eso y de paso recuperar los legítimos derechos que con la Corona le habían dejado los señores reyes sus predecesores gloriosos en las iglesias que habían conquistado, fundado y dotado en sus dominios, y saber cuántas eran fundaciones reales. Y para llevarlo a cabo se le otorgó el cargo de oidor honorario de Sevilla con la intención de que recibiese un sueldo de 75 reales diarios para llevar a cabo su misión. Empezó investigando en Castilla, León, Asturias y Galicia, para ver la regalía de patronatos de las iglesias catedrales de Palencia, Valladolid, León, Astorga, Santiago, Tuy, Lugo, Orense, Oviedo y Burgos. Con Fernando VI se le propuso Galicia, y, finalmente, por decreto del 23 de junio de 1750 se le encargo los obispados de Cuenca, Murcia, Cartagena, Orihuela, Plasencia y Badajoz (Rodríguez Moñino, 1930: 121-136).

        Su obra más acabada fueron cuatro volúmenes con documentación sobre la diócesis de Badajoz. El cuarto de esos volúmenes, conservado por duplicado en el Archivo Histórico Nacional y en la Biblioteca Colombina fue publicado en Badajoz en 1910 bajo el título de Crisis Histórica de la Ciudad de Badajoz y reeditado en la misma ciudad en el año 2006. Sin embargo, este último volumen era resumen de los tres anteriores, conservados en la sección de Códices del Archivo Histórico Nacional y que nunca vieron la letra impresa. Uno de estos tres volúmenes es la historia de los conventos del obispado de Badajoz, de los que extractamos en estas líneas lo correspondiente a la villa de Almendral.

        Fue mal investigador y buen copista, se dedicó a copiar literalmente de fuentes muy concretas: las crónicas de las respectivas órdenes, los libros de profesión de cada convento y de la Historia eclesiástica de la ciudad y obispado de Badajoz de Juan Suárez de Figueroa. Su valor es relativo, de aquellos cenobios de los que se conserva su documentación apenas presenta ninguna novedad reseñable pero sí, en cambio, de aquellos otros en los que la documentación está desaparecida o perdida.

        Y por último decir que hemos adoptado como criterios de transcripción la actualización de las grafías. Asimismo, hemos corregido sin previo aviso las erratas del propio autor y alterado aquellos signos de puntuación colocados inoportunamente, todo ello para facilitar su lectura.

 

 

EL CONVENTO DE ROCAMADOR

 

            El convento de Nuestra Señora de Rocamador es uno de los conventos primitivos de descalcez. Fue admitido por los primeros fundadores, fray Juan de Guadalupe, fray Ángel de Valladolid, fray Pedro Melgar, y se principió por los años del Señor de 1512. Es este convento uno de los que señalaron para la custodia del Santo Evangelio que fueron once, siendo general de la Orden, el reverendísimo fray Bernardino de Prado. Está (a) una legua pequeña de la villa de Barcarrota (sic) y una legua grande de las villas de Almendral y Salvaleón. Barcarrota es de la jurisdicción de los marqueses llamados de Villanueva. Salvaleón y Almendral, es tierra de don Lorenzo Suárez de Figueroa, Duque de Feria, primero de este nombre, en cuyo término, digo del  Almendral, está este convento de Rocamador y todos tres lugares son del obispado de Badajoz, ciudad que dista de este convento siete leguas. El Duque de Feria cedió este sitio de Rocamador que se llama así por las peñas o rocas, en que está asentado y con autoridad Real y Pontificia se fundó este convento.

        Todo fue a expensa de los señores Duques de Feria, limosnas de los lugares ya referidos, de un sujeto que vivía en el Almendral (al parecer rico) que no está escrito su nombre en los libros del convento, y con especialidad de la señora doña Blanca de Vargas, señora de una dehesa que se llama Sierra Brava, en el término de Barcarrota, que vivía en la ciudad de Mérida, donde murió y viven sus herederos. Esta señora dio trescientos ducados para la iglesia con que se empezó a hacer la fábrica. Mandó también cien ducados para dorar el retablo que está en el altar mayor asentado. Juntamente mandó hacer un sepulcro debajo de dicho altar, donde yace una hija suya y la señora está en dicha ciudad de Mérida como en depósito. En el crucero de la capilla de dicho convento mandó poner las armas de los Vargas, como parece claro. Este convento tuvo su asiento primero junto a la villa de Salvaleón, como un tiro de fusil, en una huerta que allí está, viniendo a la fuente que llaman la Regadera, a mano derecha. De aquí se trasladó media legua del dicho Salvaleón, en la dehesa que llaman los Palacios, donde parecen los vestigios. De allí pasó a donde ahora está, y aun este está trasladado algunos pasos del primer sitio que tuvo, quedando el asiento primero fuera de la huerta, y junto a los muros de ella y de una fuente que allí está. Después acá ha tenido parciales reedificaciones de algunos guardianes, como hacer la bóveda, claustro, dormitorio y celdas y algunas añadidas de nuevo, En sus principios mantuvo de doce a trece frailes y hoy de veintidós a veintitrés con que está hoy el convento muy proporcionado para la vivienda religiosa, por estar rodeado de soberbios riscos y alcornoques, que todo está convidando a la oración y contemplación. 

            Varones ilustres en santidad, virtudes y letras ha tenido muchos este convento, sea primero el ínclito y esclarecido mártir San Juan de Prado, pues tomó el hábito y profesó en este convento a 18 de noviembre de 1585, siendo general de la orden fray Francisco de Gonzaga, ministro provincial de esta provincia de San Gabriel, fray Juan de Santa Ana y guardián de este convento, fray Andrés de Plasencia. Todo esto consta de un libro de a cuarteta, intitulado “Fundación del convento” donde también se asientan los que toman el hábito y profesan en dicho convento. Y porque el santo paso a la provincia de San Diego en Andalucía, donde fue su primer provincial y resplandeció en muchas y heroicas virtudes y desde allí pasó a Marruecos, donde coronó su portentosa vida con la palma del martirio.

            Fray Francisco Moneo, fue sacerdote y confesor muy humilde y de gran caridad, deseó grandemente el padecer martirio y con las licencias necesarias pasó a Marruecos. Allí predicó la palabra del Santo Evangelio con tanto espíritu y fervor que aquellos tiranos le dieron bien que padecer y merecer. No alcanzó la palma del martirio que tanto deseaba porque en aquella ocasión por ciertas treguas que hubo y lo echaron de aquella corte y lo enviaron con mercader a España. Visto por el siervo de Dios que le convenía mudar el martirio de sangre que tanto deseaba en el de una continua penitencia, la ejecutó con tal rigor que todos se llegaron a admirar. No le sabía otro nombre el pueblo que (a) boca llena llamarle santo. Diole la última enfermedad, habiéndole dicho antes a un religioso (lo que testifica con juramento) la hora y día de su tránsito. El guardián temeroso de perder tanta virtud lo envió con gran cuidado a curar a Barcarrota, pero allí (según piadosamente se cree) entregó su espíritu al Señor. Trajéronle a enterrar al convento, y como le tenían tanta devoción, todo el pueblo le vino acompañando y por más que los religiosos tenían cuidado con el cuerpo, por partes lo quedaron desnudo, quitándole mucha parte del hábito. Enterrose en el sepulcro de bóveda que estaba recién acabado. Hoy se mantiene entero e incorrupto, exhalando de sí un olor tan especial que da bien a entender su salvación.

            Yace asimismo, en este convento fray Rodrigo de Belvis. Vino a la provincia de tierna edad y de tierna edad murió. Aseguran sus confesores que era de tanta inocencia y candidez que en toda su vida cometió culpa mortal. Con todo eso, y no tener culpa, hizo una rígida penitencia; estando una vez enfermo con unas gravísimas calenturas, el enfermero que le asistía le quiso quitar los paños para ponerle otros limpios. El corista se resistió grandemente sin querérselos quitar, ni tampoco se quería rodear de una parte a otra. El enfermero forcé(je)ó con él, a que se dejase limpiar y el bendito corista por dos veces se llegó a resistir hasta que a la tercera, con grande humildad, permitió aquel beneficio, aunque con disgusto suyo. Pero, ¡o gran Dios! Llegó el enfermero a quitarle los paños y los tenía pegados en dos partes de sus carnes, y en cada una llaga como la palma de la mano. Quedó éste admirado y para honra y gloria de Dios le dijo el enfermo: yo cuando los religiosos dormían hacía disciplinas crueles, aun cuando tenía calenturas mayores. Supo el día y la hora que había de morir y aquella mañana le dijo al enfermero que fuese a ver el sol y que en dando las ocho que había de morir. Así fue como lo dijo, y murió en la misma hora, dando un hermoso presagio de su bienaventuranza.

            Aquí está sepultado también fray Juan de San Miguel, religioso lego, y aunque éste llegó a muy anciano, hacía horrorosas penitencias como su fuera mozo, Dotole Dios con gracia de curación pues curaba las heridas más canceradas, haciendo milagrosas curas. Venían de diversas partes a él, y a todos llegaba a beneficiar. Era pobre en extremo, tenía un hábito solo y ese muy viejo y remendado. Cuando lo quería rendondear se metía en el agua hasta el tobillo, y cortaba el hábito hasta donde llegaba lo mojado. Era muy devoto del señor San Alejo, y así, muchos años antes de morir, se retiró a una celda muy estrecha que está por (de)bajo de la escalera, que baja para la cocina. Allí tenía su vivienda y cama que era de paja sola. Como le veían los religiosos tan viejo y necesitado se compadecían mucho de él, rogándole que se quitase de allí y le diese algún alivio, a su necesitado y mortificado cuerpo. Él respondía: gracioso he de vivir y morir como San Alejo. Así fue por los años del señor de 1567, donde con piedad bien fundada se discurre que acompaña a San Alejo en la Gloria.

            También yace aquí fray Pedro de Leyva, religioso lego de santa vida. Era de mucha oración y en todo muy recoleto y espiritual. Dotole Dios de una admirable prudencia, conversaba mucho con príncipes y señores porque admiraban a un mismo tiempo en él, la discreción y santidad. Era enemigo de la ociosidad y decía que el religioso lego (no olvidando lo espiritual) era solo para el trabajo, y así él nunca se vio ocioso. Tuvo en la provincia fama de santo, pasó al Señor por los años de 1568.

            Está sepultado en este mismo convento el venerable fray Pedro de Barcarrota, corista, cuya fama póstuma, hermoseada por repetidos prodigios y milagros, corre hasta el día de hoy en estos pueblos vecinos. Nació en la villa de su apellido, a 19 de junio de 1652, criaronle sus padres con gran cuidado, nunca le vieron inquieto, ni lloroso. A los cuatro años ya tenía su diversión en la iglesia y oía de rodillas misa y con tanta devoción estaba fijo y suspenso a la vista de la imagen de Nuestra Señora, que le costaba muchos llanos el traerle a casa. Llegó a los seis años y sus entretenimientos pueriles era el aseo de los altares. Ya mayor era de muy ardiente caridad, y estando en la casa de sus padres, todo lo que él había de comer lo repartía a los pobres. Tomó por su cuenta ser procurador de los vergonzantes, y el bien que con este oficio hizo, solo se supo en las informaciones que se hicieron de él, después de muerto. Sus ayunos, disciplinas y silíceos fueron continuos: arrojábase a las ortigas y zarzas desnudo y estaba en cruz mucho tiempo.

            Tomó el hábito en el convento de Aguas Santas, y pasó su noviciado con mucho ejemplo. Hizo su profesión a 16 de febrero de 1678. Fue a vivir al convento del Palancar y allí, a instancias del señor Obispo de Coria, se ordenó de menores y epístola. De aquí pasó a vivir a la ciudad de Trujillo. Acometiole en este convento una calentura ética y el superior por ver si mejoraba, lo envió a tomar los aires de su tierra. Llegó a Barcarrota, su patria, y halló a su madre bien enferma y habiéndola consolado, corriendo los accidentes de ambos dijo un día: “Mi madre y yo hemos de partir juntos”, instándole después contra esto porque su madre estaba mejor, respondió: hemos de morir en una misma hora, y ésta es la voluntad de Dios. Así se vio con asombro de los que fueron notando las circunstancias. Recibió los santos Sacramentos devotísimamente y luego, al punto, su madre, y uno y otro luego al punto entregaron sus almas al criador Divino a 20 de octubre de 1684. Quedó el cuerpo de fray Pedro, antes por la enfermedad, muy flaco y pálido, hermoso y rubicundo como una rosa y se cubrió de una nieblecita sutil y clara, exhalando tan suave fragancia que todos pasmaron al ver semejante maravilla. Sepultose en el dicho convento de Rocamador y a los cinco años se halló incorrupto y con la misma hermosura y suave fragancia. Y hoy día, después que se hicieron las informaciones de su vida y milagros por el ordinario, está colocado en un arca, experimentando la misma maravilla. Afirman sus confesores que cuando murió, no había manchado la gracia bautismal. Las aclamaciones a su santidad y devoción a sus reliquias fueron y son raras, confirmadas con repetidos prodigios que omito por no ser molesto; como los puede ver el curioso en el lugar de la margen.

            Fray Gabriel de Santa Cruz, confesor, fue perfectísimo religioso. Nunca vio (como afirman sus confesores) ni un ápice la observancia de la regla seráfica, y fue de todos su virtud muy conocida. Nunca permitió (aun en graves enfermedades) cosa especial de regalo, y alivio. Conservó siempre la pobreza y austeridad común, hasta el tiempo de morir que fue año de 1636. Fue reputado por todos (de) santo, y está sepultado en este dicho convento de Rocamador.

            Yace asimismo, en este mismo convento, fray Benito de Santa Ana, lector de Teología, cuya penitente y religiosa vida, la corona con una muerte muy preciosa. Es hoy día muy notoria su santidad y murió a 7 de marzo de 1695. Hoy se haya su cuerpo incorrupto y en un arca depositado, aforrada con terciopelo que le dio la devoción.

            Están aquí sepultados (dejando muchos) diversos religiosos que fueron en virtud y letras muy ejemplares y se merecieron muchas atenciones. Fray Juan Jesús de Berzocana, predicador general, murió a 29 de junio de 1692. Fray Domingo de Membrío, lector de moral, murió a 23 de diciembre de 1704. Fray Fernando de Alburquerque, lector de moral y ex definidor, murió a 15 de agosto de 1714. Fray Miguel de Burguilllos, predicador general, murió a 12 de julio de 1726. Fray Ponciano de San Vicente, lector graduado en teología, murió a 12 de junio de 1737. Fray Pedro Mata de Burguillos, lector de moral, murió a 6 de julio de 1735. En 21 de marzo de 1733 murió y se sepultó fray Juan de la Concepción y Trujillo, lector de moral. En 20 de febrero de 1752 fray Manuel Olalla de Garrovillas, lector graduado en teología y similar de artes. En 10 de junio de 1753 fray José Jesús de Badajoz, lector graduado en teología. En 10 de septiembre de 1702 fray Pedro Marcos de Garrovillas, predicador general. Todos fueron tenidos por especiales religiosos en virtud y letras cada uno en su ministerio.

            Corone las glorias de este convento la hermana Isabel López, natural de Villanueva de Barcarrota, que por ser mujer tan especial de la tercera orden de San Francisco y estar enterrada en este convento no quise privar de esta gloria a su sepulcro. Fue mujer rica y poderosa y todo lo gastó en pobres y religiosos, llegando a necesidad tan extrema que tenía a gran gusto pedir una limosna. Hizo muchos milagros en vida y muerte y hoy permanece su memoria. Al tiempo de morir, que fue una mañana antes de amanecer, vieron salir de su cuarto una claridad muy especial en figura de cometa que subía al cielo, y como por sus virtudes tenía tanta fama de santidad todos los que vieron el prodigio, quedaron admirados y edificados y no se oye otra voz entre ellos sino ya murió la señora, ya murió la santa. Enterrose en este convento de Rocamador pues así ella lo llegó a pedir. Está su cuerpo incorrupto y demás de éste y los referidos hay dos que no se sabe de quiénes son. 

 

 

CONVENTO DE SANTA CLARA

 

            El convento de religiosas franciscanas de la Orden de Santa Clara de la villa de Almendral lo mandó fundar Juan Pérez del Almendral, criado que fue de la señora reina católica doña Isabel, por su testamento que otorgó a 22 de enero de 1514. Tardose en ejecutar su voluntad porque su mujer, Mencía Vázquez, quedó por usufructuaria durante sus días, de los bienes que dejó señalados para la fundación. Y aun muerta ésta no hubiera tenido efecto si el conde de Feria don Pedro, con noticia que tuvo de ella y de que los referidos bienes estaban en poder de administradores no hubiera tomado la mano, haciendo venir de las Terceras de la Cruz de Zafra y a las de Salvatierra algunas que dispusiesen la fundación del convento, entre las cuales solo hay memoria de María de Figueroa, como lo ejecutaron en las casas destinadas por el fundador.

            Había éste dispuesto que profesasen las monjas la regla de Santa Clara y que cuando no se hallasen religiosas de ella que viniesen a fundar y viniesen de la Tercera Orden, procurasen cuanto antes profesar la referida regla. Con cuyo motivo, luego que se hizo la división de provincias, el primer provincial de esta de Santiago, en conformidad de lo dispuesto por el fundador y que pretendían las monjas, teniendo ya iglesia y convento formal, le dio el hábito y regla de Santa Clara, año de 1549. Hizose la habitación con capacidad para treinta religiosas y ayudó mucho para ella el licenciado Pedro Mexía Bejarano que les dejó su hacienda en valor de cinco mil ducados. Padeció el convento mucho en la invasión que hicieron los portugueses el año de 1650 y quedó tan derrotado que las monjas estuvieron albergadas primero en el hospital de la villa de los Santos y después divididas en otros conventos por el tiempo de diez años hasta que ganada Olivenza volvieron al convento en donde se han conservado, aunque no en el número primero por lo que se ha deteriorado la hacienda.

            Tienen en la iglesia una espina de la corona de Nuestro Redentor en gran veneración, como legítima que dicen la dio un general de la Orden y que con ella se han experimentado muchas maravillas que es la única auténtica que la legítima. Y también se venera por la experiencia de muchos casos milagrosos una imagen de San Diego.

            Han florecido en él muchos religiosos de virtud, entre ellos la madre Mayor de San Francisco, Francisca de San Lorenzo, Mayor de los Ángeles, Felicia de Jesús, Isabel de San Diego y Leonor de San Bernardo de quienes trata el cronista de esta provincia.

 

 

CONVENTO DE FINIBUS TERRE

 

            Las primeras noticias que se halla del convento de religiosas agustinas de la villa de Almendral, conocido con el nombre de Finibus Terre son del año de 1513, en cuyo tiempo era su advocación de Nuestra Señora de la Concepción, pues en él ya consta del libro de profesiones que tiene haber profesado Leonor de Aliste a 15 de agosto en manos del padre fray Juan de Calahorra, prior del convento de San Agustín de Badajoz, en voz del reverendísimo padre maestro Egidio de Viterbo, general de la dicha Orden y del reverendo padre maestro Antonio de Fuentes, provincial de los reinos de Castilla y Navarra. No consta otra cosa de sus principios y solo sí que su primera situación la tuvo en donde están las casas que fueron del bachiller Pedro Martínez Bejarano, hasta el año de 1527 en que se pasaron a la ermita de Nuestra Señora de Finibus Terre, extramuros de la villa, la cual aseguran los naturales fue oratorio de templarios y desde entonces fue conocido el convento por el nombre de la ermita.

            De él no hacen memoria las crónicas de la región aunque se conservó debajo de su obediencia hasta el año de 1537 en que a 7 de julio consta haber hecho profesión María de las Vírgenes, en manos de fray Luis de Gines, prior del convento de Badajoz. Después dieron la obediencia al ordinario y resulta que en 18 de enero de 1542 hizo profesión María de Santa Cruz, natural de la Albuera, en manos de don Gerónimo Suárez, obispo de esta ciudad, y de su provincial Cristóbal Fernández Valtodano, desde cuyo tiempo se han conservado en ella. Es convento muy religioso y en él han florecido muchas religiosas virtuosas quienes no se ha podido adquirir novedad segura.

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS      

HISTORIA DE LOS CONVENTOS DE JEREZ EN LOS MANUSCRITOS DE ASCENSIO DE MORALES (S. XVIII)

HISTORIA DE LOS CONVENTOS DE JEREZ EN LOS MANUSCRITOS DE ASCENSIO DE MORALES (S. XVIII)

        Ascensio de Morales y Tercero en una carta autógrafa, fechada en Badajoz, el 26 de abril de 1754, explicaba todos los pormenores de su comisión de archivos. Una orden del Consejo de Estado dada en 1743 le encomendó la tarea de investigar en los archivos para hacer una Historia Eclesiástica de España. Sin embargo, detrás de esa aparentemente altruista misión había motivos de más calado. Al parecer, los cardenales Acquaviva y Belluga, comisionados para negociar el Concordato de 1723 habían sostenido, frente al Papa, que la grandeza de los conventos y de las iglesias de España se debía al mecenazgo de los reyes. Felipe V quiso llevar a cabo una investigación para verificar eso y de paso recuperar los legítimos derechos que con la Corona le habían dejado los señores reyes sus predecesores gloriosos en las iglesias que habían conquistado, fundado y dotado en sus dominios, y saber cuántas eran fundaciones reales. Y para llevarlo a cabo se le otorgó el cargo de oidor honorario de Sevilla con la intención de que recibiese un sueldo de 75 reales diarios para llevar a cabo su misión. Empezó investigando en Castilla, León, Asturias y Galicia, para ver la regalía de patronatos de las iglesias catedrales de Palencia, Valladolid, León, Astorga, Santiago, Tuy, Lugo, Orense, Oviedo y Burgos. Con Fernando VI se le propuso Galicia, y, finalmente, por decreto del 23 de junio de 1750 se le encargo los obispados de Cuenca, Murcia, Cartagena, Orihuela, Plasencia y Badajoz (Rodríguez Moñino, 1930: 121-136).

        Su obra más acabada fueron cuatro volúmenes con documentación sobre la diócesis de Badajoz. El cuarto de esos volúmenes, conservado por duplicado en el Archivo Histórico Nacional y en la Biblioteca Colombina fue publicado en Badajoz en 1910 bajo el título de Crisis Histórica de la Ciudad de Badajoz y reeditado en la misma ciudad en el año 2006. Sin embargo, este último volumen era resumen de los tres anteriores, conservados en la sección de Códices del Archivo Histórico Nacional y que nunca vieron la letra impresa. Uno de estos tres volúmenes es la historia de los conventos del obispado de Badajoz, de los que extractamos en estas líneas lo correspondiente a la villa de Jerez de los Caballeros.

        Fue mal investigador y buen copista, se dedicó a copiar literalmente de fuentes muy concretas: las crónicas de las respectivas órdenes, los libros de profesión de cada convento y de la Historia eclesiástica de la ciudad y obispado de Badajoz de Juan Suárez de Figueroa. Su valor es relativo, de aquellos cenobios de los que se conserva su documentación apenas presenta ninguna novedad reseñable pero sí, en cambio, de aquellos otros en los que la documentación está desaparecida o perdida.

        Y por último decir que hemos adoptado como criterios de transcripción la actualización de las grafías. Asimismo, hemos corregido sin previo aviso las erratas del propio autor y alterado aquellos signos de puntuación colocados inoportunamente, todo ello para facilitar su lectura.

 

 

CONVENTO DE SANTA MARGARITA, DESCALZOS FRANCISCANOS

 

            El convento de Santa Margarita, extramuros de la ciudad de Jerez de los Caballeros, de la provincia de San Gabriel, Descalzos de San Francisco, está sito en una dehesa que dista media legua de Jerez, que hoy se dice Margarita, en un espacioso valle, de que empieza a elevarse la Sierra de San José, y en lo antiguo a la parte del medio día fundose el año de 1440, en primero de septiembre. Y aunque se expresan cinco religiosos en el instrumento de posesión, pero se infiere (que) había más. Habitáronse entonces religiosos claustrales de este orden que lo donaron a esta provincia, cerca del año de 1508. La fundadora fue Catalina Pérez, vecina que fue de dicha ciudad y viuda de Álvaro Alfonso Sirgado, quien le dotó con algunas heredades que renunció la provincia luego que entró a habitarle. El sitio es muy saludable, deleitoso y proporcionado al instituto.

            Su fábrica es estrecha y aun lo más de tapias, sin haber tenido otros aumentos que los precisos reparos. Y los más se han hecho en el siglo presente de setecientos. Y ha subsistido siempre en el mismo sitio de su fundación.

            En el estado presente se habitan por lo regular de veintiún a veinticuatro individuos, según las procedencias del superior, en el cual número entran los donados, sirvientes precisos en la comunidad y se mantiene de la divina providencia y limosnas que le ofrecen los fieles.

            En esta casa vivió mucho tiempo y está sepultado en ella fray Antonio Ortiz, que fue dos veces provincial, muy docto, penitente, austero y un dechado de toda perfección y predicador celebérrimo y fervoroso. Y pasó a las Indias americanas a la conversión de gentiles de donde se restituyó a la provincia, fue de tan ferviente oración que pasaba en ella las noches enteras y en cruz. Pasó también al África a predicar a los mahometanos. Y premió Dios las ansias del martirio con sus fervorosos deseos.

            También floreció y murió en esta casa   el doctosísimo y famoso fray Gerónimo de Ariza, tan terrible en el púlpito que temblaban las gentes y mejoraban sus costumbres, convirtiendo un sinnúmero de pecadores a verdadera penitencia. Fue austerísimo, muy pobre y de una castidad angélica. Y hasta la mayor ancianidad ejerció el ministerio de la predicación, diciendo con jocosidad santa, que aunque le faltaban los pies, tenía aún voz para exterminar los vicios y plantar virtudes. Tuvo revelación de su muerte y los dos o tres días la daba a entender a los religiosos en las palabras de David: “Non mires in iudicium”.     

            Fray Alonso Velázquez, acabó también (en) este convento su carrera. Fue celosísimo de la salvación de las almas, y tanto que pasó a las misiones del Río de la Plata, en que trabajó treinta y dos años con infinitos pareceres e incomodidades. Fue azotado y apaleado muchas veces por aquellos bárbaros, y aun una vez le ataron a un tronco para asaetarle y comérsele vivo, de lo que le libró una india cristiana. Lo que lloraba hartas veces, atribuyéndolo a sus pecados, no haber alcanzado la palma del martirio. Fundó cinco grandes poblaciones en aquellas partes de indios cristianos. A favor de los que volvió a España y le señaló la provincia este convento en el que acabó su santa vida en rigurosas penitencias y perpetua oración. Y tanto que en cualquiera hora de día y de noche le encontraban en oración.

 

 

CONVENTO DE NUESTRA SEÑORA DE AGUAS SANTAS

 

        El convento de Nuestra Señora de Aguas Santas extramuros de la ciudad de Jerez de los Caballeros está a la parte de occidente de dicha ciudad, un paseo algo largo fuera de ella, junto (a) un cerro alto que llaman del Mercado. Fundose con las facultades necesarias, por los años de 1571. No consta en qué día, ni con qué número de religiosos empezó. Su fábrica es la moda de la descalzés, perfecta y acabada. La que se costeo con algunas limosnas que dieron nuestros antiguos monarcas, y otras personas bienhechoras. El año pasado de cincuenta y dos se acabó un pedazo del ángulo que mira hacia el norte en que están sacristía, librería y otras piezas.

        El número de los individuos de este convento son treinta por lo regular, incluso los donados sirvientes. Y tal vez suele exceder en dos o tres más, según los tiempos y providencias de los superiores.

        Este convento fue instituido por bula especial de nuestro señor padre Benedicto XIII, en Seminario de Misioneros, cuyo apostólico ejercicio continúa por Extremadura y Andalucía con fruto conocido de las almas. Y el número de misioneros es doce, incluido el guardián.

        Está sepultado en él, el venerable fray Cristóbal de Tornavacas, muy austero, penitente, caritativo y un dechado de toda perfección religiosa y a quien reveló su Majestad la hora de su muerte. También yace en su sepulcro fray Francisco de la Concepción, religioso laico, de vida tan austera que daban horror sus disciplinas y silíceos. De tan elevada oración que se puede decir sin hipérbole que siempre estaba orando, de forma que las veinticuatro horas que componen el día natural, solo dos gastaba en el preciso descanso del sueño y las relevantes a la oración, mortificación y ocupaciones de la obediencia. Usaba de un hábito sencillo, el pie siempre desnudo sobre la tierra, su cama una tabla desnuda y una piedra por almohada. Tuvo revelación de su muerte que sensiblemente se la dio San Pascual. Yace también en si iglesia fray Martín Curiel, predicador y padre de provincia, religioso muy austero, perfecto y celosísimo de la disciplina regular. Asimismo, descansan las cenizas de fray Manuel de Plasencia, lector de teología moral, muy docto en ella, y vicario provincial que fue. Está también depositado en su iglesia fray Alonso de San Antonio y Villar del Rey, religioso muy ejemplar, y de vastísima erudición, como consuma en todas (las) artes y facultades, de suerte que se tenía por el monstruo de sus tiempos y lo dicen algunos rasgos que dio a la prensa, pues jamás pudo acabarse con él diese al público alguna obra de mayor estofa.

 

 

CONVENTO DE NUESTRA SEÑORA DE GRACIA

 

            Este convento de Nuestra Señora de Gracia, religiosas franciscanas de la Orden Tercera de la ciudad de Jerez tuvo sus primeros principios por una casa de beatas de honrado linaje y hacienda que había en ella, las cuales separadas del comercio del mundo vivían santamente, observando el instituto de la Orden Tercera. Erigiose en formal convento a las instancias y persuasiones del  visitador general fray Bernardino de Guaza, concurriendo a este fin la autoridad del sumo pontífice Inocencio VIII por su bula, expedida a este fin en 30 de mayo de 1491, en que concedió la facultad de erigir el convento, incorporando en él el hospital de San Bartolomé contiguo, dando en trueque para que sirviese de hospital otras casas mejores. Y mandando que las monjas observasen y profesasen la Orden Tercera y estuvieran sujetas al provincial de la provincia de Santiago o al visitador del ordinario de Santa Clara si el primero no las quisiere recibir.

            Todo se hico como el Papa dispuso y las primeras monjas que ocuparon el convento fueron Catalina Pinel, que era la principal y fue la superiora. Y hasta ocho que eran: Beatriz Vázquez, Mencía Álvarez, Beatriz González, María Sánchez, Leonor de Silva, Mencía de Vargas y Antonia Vázquez. Quedaron estas religiosas sujetas al visitador porque el provincial de Santiago no parece quiso cargar con este cuidado y, a instancias de él, aunque con diversidad de pareceres y no sin repugnancia, ocho años después profesaron la regla de Santa Clara que observaron algún tiempo. Así, mientras duró la sujeción a los visitadores como a las claustrales y observantes después volvieron a su primer instituto de terceras y quedó este convento con otros de la ciudad sujetos al ordinario, como lo están al presente.

 

 

CONVENTO DE NUESTRA SEÑORA DE CONSOLACIÓN

 

            El convento de Nuestra Señora de Consolación de Terceras también de San Francisco de la misma, tuvo el mismo origen y principios que el antecedente pues al propio tiempo que en Jerez vivía Catalina Pinel y otras beatas en una casa observando la orden Tercera que fueron las fundadoras del convento. De general había también otras beatas que seguían el propio rumbo en otras cosas diferentes y este beaterio, a persecución del mismo visitador de Bernardino se erigió en convento formal, bajo el título de Nuestra Señora de Consolación, y regla de Santa Clara, con breve que a este fin expidió el Papa Alejandro VI el año de 1499.

        Corrió también la propia fortuna este convento en cuanto al gobierno que el antecedente porque primero estuvo sujeto a los visitadores del orden de Santa Clara, después a los claustrales hasta la extinción de estos, y últimamente, desde el año de 1577, al ordinario, hoy observan la Tercera Orden y no se sabe cuando mudaron el instituto, aunque se cree o presume que fue cuando se sujetaron al ordinario.

 

 

CONVENTO DE MADRE DE DIOS

 

            El convento de Madre de Dios, religiosas de la orden de Santa Clara de la misma ciudad, es hijo del de Nuestra Señora de Gracia que queda referido, pues viniendo aún las primeras fundadoras y viendo que la comunidad iba creciendo y que la habitación que tenían no les bastaba, solicitó la abadesa Catalina Pinel con doña Mayor Pinel y don Juan de Silva, parientes muy cercanos suyos, que se hiciesen el cargo de labrarles un convento. Estos convinieron en la propuesta y habiendo sacado licencia por la traslación del visitador fray Bernardino Guaza, llegado el caso se ejecutase ésta, salieron solo Catalina Pinel y hasta catorce monjas a ocupar el nuevo convento a lo que se entiende por la contradicción que entre ellas había, ocasionada de haber recibido con violencia la regla de Santa Clara, mudando su primer instituto de terceras.

            Este convento se fundó por los referidos don Juan de Silva y su mujer a la parte del oriente de la ciudad, en el arrabal que llaman de los Mártires. Tardose en erigirse formalmente por las fundadoras que había entonces, con la reforma de los claustrales y por otros motivos hasta el año de 1507 en que solo habían quedado cinco de las catorce monjas que salieron del convento de Gracia. Expidió su bula para el referido efecto León X, su data a 11 de octubre de 1513. Y por un breve de la misma fecha les concedió la facultad de que pudiesen vivir la Tercera Regla de la Orden que era lo que apetecían y sujetarse al provincial ordinario. Hiciéronlo al primer momento y las gobernaron los claustrales hasta la reforma de Pío V, año de 1567 que les sucedieron los observantes, cuyo provincial de San Miguel desde entonces es su superior, habiendo el año de 1590 abrazado la regla de Santa Clara que es la que hoy profesan.

        En él han florecido muchas religiosas de gran virtud, como son María de Cristo, Doña María Bolaños, Catalina de San Antonio, doña María de Silva, doña María de Vargas, doña Leonor de Silva, Francisca de Jesús, de cuyas virtudes hace honorífica mención el cronista de esta provincia de San Miguel.

 

 

CONVENTO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

 

            Casi cincuenta años después de la fundación formal del convento de Madre de Dios de Jerez tuvieron, con otras, cierta disensión tres hermanas, doña Leonor, doña Isabel y doña María Bazán, y las tres resolvieron salir para fundar un nuevo convento del orden de Santa Clara. Dioles licencia el provincial de Santiago, fray Pedro Bañuelos. Depositaronse en el convento de Gracia y estuvieron en él hasta que se concluyó la habitación, y estándolo ya, en 13 de diciembre de 1562, dio el mismo provincial su patente para erigirla en convento formal del orden de Santa Clara, con advocación de la Santísima Trinidad y bendecir iglesia. Previendo habían de estar sujetas al general provincial y prelados del expresado orden. Todo se hizo así y fue elegida por primera abadesa, doña Isabel Bazán, después, en el año de 1564 bendijo la iglesia y convento el Ilustrísimo don José Francisco de Salazar, obispo de Salamina, adjunto del referido orden y observancia.

            Tres años después de esta bendición, llegó la reforma de Pio V por la que pasó este convento, como los de Gracia y Consolación, quedando todos, por disposición del Pontífice, reducidos al gobierno de los observantes y provincia de San Miguel. Pero habiendo esta tenido embarazo de acudir a tantos conventos los dejó al ordinario que es el que desde entonces los gobierna, aunque éste de la Trinidad sin que se sepa el motivo tardó más en sujetarse al obispo que los de Gracia y Consolación que son los tres que tiene este superior en Jerez. Volvió también a la Orden Tercera, aunque no se sabe cuándo ni otra cosa de él.  

 

 

CONVENTO DE NUESTRA SEÑORA DE LA LUZ

 

            Aunque del archivo de este convento de Nuestra Señora de la Luz de Jerez, religiosas de Santa Clara no consta de su fundación, no hay más documentación que los causados desde la reformación de San Pio V. No obstante, lo que está recibido acerca de este convento es que, viviendo en el de la Consolación de la misma ciudad debajo de la regla de Santa Clara, doña María de Alvarado, hija de Arias Vázquez de Silva y de María de Alvarado, su mujer, viendo que se iba resfriando el primer instituto y que sus compañeras casi observaban ya la Tercera Orden, no queriendo asentir a esto pidió y consiguió licencia del provincial Fray Silvestre de Avisa para salir del convento y depositarse en el de Gracia, mientras buscaba en donde mantener el instituto que habían profesado. En él estuvo siete años y al fin de ellos, viendo también que aquellas monjas habían pasado a la Tercera Orden, resolvió salir de él y con licencia del provincial, acompañadas de dos hermanas suyas se trasladó a unas casas pequeñas donde determinó fundar nuevo convento con las rentas que su padre Arias Vázquez de Silva había depositado a las tres hermanas y dotes que las nuevas monjas llevasen y que en él se observase el orden de Santa Clara. Con efecto así sucedió y, aunque no consta el tiempo que se tardó en reducir las casas a convento, labrar iglesia, se conjetura que todo esto vino a estar corriente el año de 1523. Aumentó la renta después Vasco Fernández de Silva, señor de la casa y mayorazgo de los Reales, y los descendientes de ella labraron la capilla mayor y son patronos y hoy la condesa de la Roca que es la sucesora.

            Este convento ha mantenido siempre, desde su institución, loablemente, el primitivo orden de Santa Clara, así en los trece años que estuvo sujeto a los claustrales como después de la reformación de estos, desde el año de 1567, el que ha estado hasta de presente a los observantes.

            En él han vivido muchas religiosas con gran fama de santidad, pero por descuido ha quedado la memora de pocas, tales son la venerable madre Mayor de San Francisco, la venerable María de la Cruz, la madre Inés de la Cruz y Leonor de Cristo, cuyas vidas y ejemplares virtudes refiere el cronista de esta provincia de San Miguel.

 

 

CONVENTO DE NUESTRA SEÑORA DE LA ESPERANZA

 

            El convento de Nuestra Señora de la Esperanza, religiosas descalzas de San Francisco, de la misma ciudad de Jerez, tuvo su origen por beaterio que instituyó San Pedro de Alcántara cuando andaba por esta provincia, en unas casas de la parroquia de San Miguel. Vivían en ellas, retiradas, diferentes mujeres virtuosas, beatas de la Tercera Regla de San Francisco, y su vida era tan ejemplar que se determinaron muchas a seguir sus pisadas. Entre éstas fue una doña Elvira de Soto, doncella, hija de Gutierre de Acosta y de doña Ana de Aguilar, la cual huyendo de su casa y del estado del matrimonio a que la destinaban sus padres se albergó en este recogimiento. En él estuvo algún tiempo hasta que, muerto el padre, a instancias de su madre y aconsejada de san Pedro de Alcántara, volvió a la compañía de ésta, en donde cumpliéndose lo que le había profetizado el santo se erigió el convento de un pequeño principio.

            El caso fue que viendo la referida doña Elvira, retirada en sus c asas, haciendo una vida penitente, movidas de su virtud y persuasión, determinaron seguirla su hermana menor, doña Beatriz, y dos primas suyas. A éstas les dio el santo fundador ciertas constituciones para su conservación y, con licencia del vicario, les hizo oratorio y señaló capellán. Fueronse multiplicando y habiendo conseguido de Badajoz, don Juan de Rivera y don Gómez de la Madriz, facultad para formar oratorio y celebrar misas públicamente, se conservaron así por el espacio de cuarenta años, en los cuales ya se había extinguido el antiguo beaterio y trasladándose las beatas que en él había a éste que se llamaba el de las Acostas.

             Pasado este tiempo, solicitaron estas beatas la erección formal en convento y con efecto, conseguidas las licencias necesarias y obrado en las casas lo necesario, se efectuó la erección y colocó en la iglesia el Santísimo Sacramento en 10 de julio de 1594, declarándose por patrón de él, Francisco de Acosta, presbítero, hermano de las fundadoras y sus sucesores. Y dieron el mismo año la obediencia al prelado de su orden, el provincial de San Miguel, declararon que querían profesar la segunda regla de Santa Clara por tener rentas de qué vivir y no atreverse a observar vida cuaresmal, aunque lo demás abrazaron la primera regla y así son verdaderamente descalzas. Pasó a instruirlas, a su pedimento, la venerable madre María de Bolaños, religiosa del convento de la Madre de Dios de la misma ciudad que habiéndolas asistido en su noviciado profesaron y algunos años después se volvió a su convento.

            Cumplido el noviciado, hicieron profesión todas que en número eran once, quedando por abadesa la madre doña María de Bolaños. Y luego que ésta se retiró a su convento, le sucedió en la prelacía sor Beatriz de los Santos, que lo fue tres veces y era unas de las dos fundadoras. Muertas éstas, viendo que el convento se iba arruinando y que por falta del patrono que había fallecido no había esperanzas del reparo, con sus dotes y limosnas compraron unas casas más acomodadas, las cuales se pudieron en forma de convento y se trasladaron a ellas con las licencias necesarias, año de 1622. Acabose la capilla mayor y se dijo la primera misa en 24 de diciembre de 1631. Después se perfeccionó la iglesia que es muy bastante y aseada, aunque lo interior del convento padecen las monjas inconvenientes por no haber podido perfeccionarlo con la disminución que han padecido en rentas y limosnas con las Guerras de Portugal.  

            Siempre ha florecido este convento en virtud de modo que todas las religiosas que lo han habitado han dejado muy buen olor de virtud, pero con singularidad las dos hermanas fundadoras, sor María de San Francisco y sor Beatriz de los Santos y demás de éstas, Mencía de Jesús, Catalina de la Concepción, Francisca de San José, Catalina de la Ascensión e Inés de Jesús, de nación portuguesa, de quienes trata el cronista de esta provincia.

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

LA DEFENSA TERRESTRE DEL IMPERIO HABSBURGO

LA DEFENSA TERRESTRE DEL IMPERIO HABSBURGO

        Desde tiempos de Carlos V, el Imperio de los Habsburgo alcanzó unas dimensiones realmente indefendibles, con tres frentes bien diferenciados: el europeo, el americano y el africano. No había en esos momentos medios humanos, técnicos ni económicos para garantizar la defensa de decenas de miles de km2  repartidos entre los cuatro continentes conocidos. Sus compromisos militares para defender su integridad territorial provocaron un incremento de la actividad militar que tuvo un altísimo coste humano y financiero. Una lucha en la defensa de su imperio, tanto en las Indias como en Europa, especialmente en los Países Bajos y en los frentes italiano, francés y alemán. 

        La defensa terrestre de la Península Ibérica tendría como puntal básico la fortificación del litoral. Se trataba de una extensa franja de una anchura de veinte leguas donde habría toda una red de plazas estratégicas, bien abaluartadas y con personal suficiente para garantizar su defensa, todo ello con el apoyo de las tropas de las Guardas de Castilla. Ya Jerónimo Castillo de Bobadilla, en el siglo XVI, destacó a necesidad de fortificar bien las principales plazas españolas tanto para contrarrestar las guerras civiles interiores como para frenar el odio que las demás naciones tienen a su gran imperio. El sistema se completaría con una red de atalayas y torres a lo largo de la costa que cumplían una labor estrictamente de vigilancia, controladas por las Guardas de la Mar. Este cuerpo estaba integrado tanto por los guardas de las atalayas como por jinetes atajadores que recorrían diariamente el trecho comprendido entre un puesto de vigilancia y otro.

        El amplísimo programa de fortalezas llevado a cabo durante el reinado de Felipe II, no tenía precedentes en la historia, levantando baluartes defensivos en todos los confines del Imperio. Un caso extremo y por ello representativo es la construcción, a partir de 1585, de la fortaleza de San Felipe, en la isla de Santiago, en el archipiélago de Cabo Verde, con el objetivo de proteger la ruta del comercio de esclavos.

        Ahora bien, las fortalezas del interior peninsular y aquellas costeras que no fuesen estrictamente imprescindibles quedarían abandonadas a su suerte. De ahí que muchos castillos, fortalezas, murallas y atalayas de la España interior, que habían perdido su utilidad estratégica, entrasen en ruinas en la misma época moderna. Y es que no había ninguna potencia en aquella época que pudiese mantener una red defensiva tan extensa. Había que optar por mantener las estrictamente operativas, fundamentalmente las ubicadas en la costa, cuyas infraestructuras mejoraron desde la segunda mitad del siglo XVI, y algunas plazas claves en el interior. En las fortalezas estratégicas se pondrían todos los esfuerzos, siendo descomunal la inversión en infraestructuras defensivas durante el reinado de Felipe II. Para el abaluartar las principales fortalezas costeras se contrataron los servicios de ingenieros extranjeros de la talla de Francesco di Marchi, Felipe Terzi, João Nunes, Juan Bautista Calvi, Cristóbal de Rojas y sobre todo los hermanos Juan Bautista y Bautista Antonelli. Ellos fueron los responsables de visitar los principales baluartes y planificar la mejora de sus defensas.  Pese a los esfuerzos, las dificultades para su mantenimiento y para el abono de los salarios fue un problema recurrente a lo largo de toda la Edad Moderna.

        La estrategia de los Habsburgo en el Mediterráneo fue fundamentalmente defensiva, incluyendo en ellas la toma de Túnez (1538) o la batalla naval del golfo de Lepanto. Es cierto, por un lado, que se perdieron plazas como Vélez de la Gomera (1522), Argel (1529) o Bujía (1555) y, por el otro, que los corsarios se atrevían a asaltar con éxito lo mismo Gibraltar (1529 y 1543), que Cádiz (1596). La defensa de esta última ciudad requería solo en mantenimiento de sus estructuras defensivas y de personal una inversión de más de 100.000 ducados anuales y aun así, nunca estuvo garantizada su seguridad frente a los enemigos. Tal era el coste que tenía su defensa que a finales del siglo XVI, se llegó a plantear incluso su abandono, pasando su población al Puerto de Santa María.  Obviamente, la propuesta no prosperó, pero nos da una idea exacta de las dificultades defensivas de un Imperio que sufría el acosó incluso en sus propias fronteras peninsulares. No obstante, todos estos contratiempos no dejaban de ser pequeñas derrotas dentro de una gran batalla global que tuvieron controlada los Habsburgo durante un siglo y medio. Que pudieran atacar Cádiz, Mahón, o el castillo de Salobreña no era más que una anécdota, teniendo en cuenta que los turcos ocuparon Hungría y estuvieron a punto dos veces de tomar Viena, lo que les hubiese abierto las puertas de Italia. Insisto, en general, la estrategia defensiva del Mediterráneo funcionó y prueba de ello es que España conservó intactos casi todos sus territorios en los siglos XVI y XVII.

        En cuanto a las Guardas de Castilla, originalmente llamadas Guardas Viejas, constituyeron un cuerpo de a pie y de a caballo, creado por los Reyes Católicos el 2 de mayo de 1493, y que era algo así como un pequeño ejército profesional permanente. Aunque en sus orígenes su misión era exclusivamente la defensa del territorio peninsular, ya en tiempos del Emperador Carlos V extendieron su campo de acción ocasionalmente a todos territorios del imperio, como Perpiñán, el norte de África e incluso Italia. En general, fueron el complemento idóneo de los soldados ubicados en las fortalezas, siendo las primeras fuerzas de choque ante cualquier ataque enemigo. Y todo ello a pesar de que, como se reconocía en las propias ordenanzas de 1573, su número era insuficiente, estaban mal retribuidos y peor equipados.

         La defensa terrestre de la Península se completaba con un número difícil de precisar de hombres de reserva, para casos de extrema urgencia, procedentes de las levas de milicianos que los municipios de realengo, los propietarios de señoríos jurisdiccionales y las órdenes militares estaban obligados a aportar, cada vez que el soberano lo solicitara. También los caballeros y aristócratas, estaban obligados a acudir armados cuando fuesen requeridos. Incluso, había prelados, como el obispo de Toledo, con señorío territorial, que también contribuía con un número de hombres armados. Había una milicia general de interior para acudir en ayuda de las zonas costeras en situaciones de emergencia, y una milicia local o compañías de socorro, formadas por vecinos de la costa para la defensa de su propio territorio. Dado que su recluta y organización dependía de los propios concejos, ésta recibía distintos nombres: batallones de milicias de voluntarios de Granada, compañías de socorro de la ciudad de Almería o la milicia local de Málaga, en unos casos formadas por voluntarios y en otras por reclutas forzosos.  En un interesante documento, fechado en 1632 y extractado por José Contreras, se cifraba el número de hombres de armas que podían acudir a la milicia en la franja de veinte leguas de los territorios de la Corona de Castilla –desde el País Vasco a Murcia- en 197.443 hombres. No estaba mal, pero una cosa era la teoría y otra la práctica. A la hora de la verdad, muchos trataban de escabullirse, no acudiendo a los llamamientos, mientras que otros carecían de cualquier formación militar y, en ocasiones, no disponían ni tan siquiera de un arcabuz. Así ocurrió en un alarde realizado en Almería en enero de 1621, pues la mayoría de los vecinos acudieron desarmados y solo unos pocos llevaron un arcabuz de mecha. El cabildo adquirió de inmediato medio millar de armas de fuego para repartirlos entre los reclutas. Lo cierto es que estas milicias estaban siempre a expensas de la improvisación y su nivel de preparación por lo general era muy deficiente.

        Había municipios donde el alistamiento era obligatorio por parte de todos los vecinos con capacidad para empuñar un arma, y otros, en los que éste era voluntario. Bien es cierto que en el siglo XVI muchos de los enrolados eran hidalgos bien armados que veían en el servicio militar una forma de obtener mercedes. Sin embargo, desde finales de dicha centuria, se perdió el ardor guerrero de la reconquista, la sociedad se desarmó y la milicia se desprofesionalizó. Y no era para menos; en unos reclutamientos realizados en varias ciudades de Castilla entre 1592 y 1599 cada soldado cobraba 34 maravedís diarios, menos de la mitad que un jornalero que recibía unos 83. Los quintos eran ya de baja extracción social, mal formados, mal equipados y levados de manera forzosa.

        El descenso del número de reclutas en Castilla unido a la delicada situación económica de la Corona, los dos males endémicos de la época de los Austrias, tuvieron dos consecuencias indeseables para la defensa: en primer lugar, se generalizó la venalidad, es decir, la venta de todo tipo de cargos militares. Así, hasta mediados del siglo XVI, la selección de los altos militares se hacía en función al mérito y tras haber ascendido en el escalafón, desde esta época los altos cargos se entregaban, bien a cambio de una cantidad de dinero, o bien, bajo el compromiso de entregar, armar y mantener un contingente de soldados. Por poner un ejemplo, ya el 29 de abril de 1558 se vendió la alcaidía de Carmona a don Fadrique Enríquez de Ribera por 30.000 ducados, cargo que ostentaron posteriormente sus herederos y que, por supuesto, sirvieron a través de tenientes. Evidentemente, la ruptura desde mediados del siglo XVI del sistemática meritocrático para lograr un ascenso provocó una disminución drástica de la efectividad de las tropas hispanas. Y en segundo lugar, se decidió paliar las necesidades de numerario, exigiendo más contribución económica y humana a los territorios periféricos.

        En general, en la defensa peninsular hubo improvisación, deficiente formación de las reclutas, escaso número, retraso tecnológico en el armamento y deficiencias en las fortalezas y en el número de hombres destinados en ellas. Pero, no es menos cierto, por un lado, que consiguieron mantener íntegro el territorio peninsular y, por el otro, que el esfuerzo continuado a lo largo de siglos fue verdaderamente ingente, titánico, colosal.

        Una buena parte del grueso de los recursos se dedicaban a pagar los Tercios de Infantería, cuerpos de una amplia capacidad de acción que combatían fuera de la Península Ibérica. Las Ordenanzas de Génova de 1536 regularon formalmente esta arma de infantería en cuatro unidades, a saber: Nápoles, Sicilia, Normandía y Málaga o Niza, prefiriendo entre sus integrantes a los españoles, que no en vano se reservaban en exclusiva los altos mandos. En total sumaban unos 20.000 efectivos de infantería más algunos artilleros y un millar de caballeros. Estos Tercios eran algo así como cuerpos de élite que asombraron a Europa por su eficacia y por constituir las primeras unidades militares europeas profesionales y permanentes. En cambio, las Guardas Viejas no pasaron nunca de ser un cuerpo militar mediocre, a pesar de que nunca fueron puestas a prueba seriamente. Con razón se suele decir que mientras la Península Ibérica era defendida con tropas poco cualificadas y mal armadas, la élite militar hispana –los Tercios- se dedicaban a las guerras que la monarquía mantenía en Europa. En cualquier caso, incluso estos cuerpos de élite que lucharon en Europa, fueron perdiendo la supremacía, por no aprovechar las innovaciones tecnológicas que usaban sus adversarios y por la escasez de recursos económicos que reducían el número de hombres disponibles.

         En lo referente a los territorios coloniales, el objetivo siempre fue que la defensa se costease de las rentas que cada uno de ellos producía. También Portugal, durante los años que estuvo anexionada a España, debía financiar su propia salvaguardia costera, así como sus presidios y armadas. Había territorios, como la isla de Cerdeña, que no ofrecían ingresos a la Corona porque todas sus rentas se gastaban en su propia defensa. Sin duda, un gran esfuerzo económico pero parecía coherente que la defensa de las colonias o del imperio portugués se financiase de sus propias rentas.

         Ahora bien, según el derecho medieval castellano sólo el monarca podía construir fortalezas y nombrar alcaides. Sin embargo, en el caso de las colonias americanas esta facultad fue delegada con frecuencia en capitanes generales y adelantados. En cuanto a la estrategia, hubo claramente una política de sostenibilidad del sistema: primero, solo se fortificarían los grandes enclaves coloniales, aquellos que eran estrictamente necesarios para garantizar el control de las remesas de oro y plata americana, cuya principal interesada era la misma institución. Y segundo, todas las colonias debían autofinanciarse, a través de impuestos propios. La mayor parte de estas fortificaciones y su sostenimiento se financiaron  del situado, es decir, de unas partidas de dinero de la hacienda real indiana que se destinaban a sufragar gastos de la administración colonial. Dicho numerario se uso con frecuencia para financiar la defensa, desde las construcciones militares a los salarios de los militares de las principales guarniciones. Aunque a fin de cuentas era dinero de menos que recibía la Corona tenía la ventaja de que evitaba la salida de capital de la Península, favoreciendo la autofinanciación de las colonias. Mediante el situado se financiaron las principales construcciones defensivas indianas, como las de Portobelo, Veracruz, o La Habana.  Gracias al propio metal precioso americano, se construyó a lo largo del siglo XVI una amplia red de plazas bien fortificadas. No obstante, el situado fue la principal fuente de financiación de la defensa pero no la única, pues también se destinó la sisa, un gravamen variable y eventual similar a un arancel que  los cabildos locales solían imponer a la entrada en la ciudad de algún producto.

         Hubo reclutas realizadas en Castilla para el envío a los presidios y fortalezas indianas, pero tan mal pagadas que muchos las aceptaban con el objetivo de desertar y obtener pasaje gratuito a las Indias. Por lo general, siempre adolecieron de guarniciones adecuadas para garantizar la defensa. Y ello ¿Por qué motivo? ¿Se desconocía la necesidad de soldados? ¿Se infravaloraba la ofensiva corsaria? Pues no, nada de eso, la necesidad de proteger tanto la Península como los territorios coloniales fue una de las mayores preocupaciones de la administración de los Habsburgo. El problema era simple y llanamente económico; el sostenimiento de amplias guarniciones militares en cada plaza era absolutamente inviable desde el punto de vista económico no sólo para el Imperio español sino para cualquier otra potencia de su tiempo. Por poner un ejemplo significativo, solamente el mantenimiento de un capitán y 50 soldados en la fortaleza de San Juan de Puerto Rico costaba más de dos millones y medio de maravedís. Asimismo, en 1590, se estimó que sólo en salarios se gastaría en el mantenimiento de una guarnición de poco menos de 300 hombres en la fortaleza de La Habana más de 13 millones de maravedís anuales, mientras que los 244 soldados destinados en las fortalezas de Cartagena costaban al fisco más de 8,5 millones. Y por poner un último ejemplo, los 409 soldados que había en la isla de Cuba en 1612 costaban a la hacienda pública más de 160 millones de maravedís, abonados del situado de Nueva España. Su alto coste provocó que muchas fortalezas indianas en la primera mitad del siglo XVI mantuviesen guarniciones inferiores al medio centenar de hombres. Con tan pobres destacamentos era imposible asegurar ninguna plaza, pues un solo galeón enemigo podía disponer de medio centenar de cañones y 600 hombres. Pero tan sólo el mantenimiento de este pequeño contingente de soldados en todas las ciudades y villas del Imperio habría supuesto un desembolso económico inasumible para la Corona. 

         Por todo ello, en el siglo XVI se pensó que la única forma viable de garantizar la defensa costera era movilizando a la población cada vez que las circunstancias así lo requerían. No es de extrañar que la mayor parte de la tropa estuviese formada por encomenderos y hacendados. Los primeros estaban obligados por ley a prestar contraprestaciones militares, es decir, debían poseer armas, y en los casos de encomenderos con más de medio millar de indios, caballo, y acudir tanto a los alardes como, en caso de ataque, a la defensa del reino. La no comparecencia podía acarrear, al menos en teoría, la pérdida de su encomienda. Por ejemplo, cuando a principios de 1523 se construyó la fortaleza de Cumaná, se destinaron 900 pesos al año como salario del alcaide, Jácome de Castellón y de una guarnición de ¡nueve hombres! Se entendía que se trataba de un retén de vigilancia y que, llegado el caso, debían ser las milicias locales quienes debían defender su propio territorio. Así, lo dispuso Hernán Cortés en sus ordenanzas militares de 1524, aunque sobre todo pensando en un posible alzamiento indígena. En el caso de Puerto Rico, la Corona compelía a los vecinos a que fuesen permanentemente armados y a caballo. En el importante enclave de Cartagena de Indias hasta después del asalto de Drake de 1586 no hubo ninguna guarnición militar. Ya en 1541, ante los rumores de un asalto corsario, el gobernador Pedro de Heredia se presentó en Cartagena y convocó un alarde en la plaza principal para que todos los españoles varones se presentasen con sus armas, los de a caballo a caballo y los de a pie, a pie. Ante la sorpresa del propio gobernador, muchos encomenderos ni siquiera acudieron al alarde, pese a que estaban obligados por ley. Por ello, el corsario francés Roberto Baal no tuvo problemas para asolar y saquear la ciudad con una pequeña escuadra compuesta por cuatro naves y 450 hombres. Pero, en las décadas posteriores la situación no cambio; Cartagena en esta época ni dispuso de fortalezas ni tampoco de guarnición militar. La defensa se confió exclusivamente a los vecinos quienes defendían la tierra, sirviéndoles además la posesión de arma y caballo como un elemento diferenciador de un alto status social. En la tardía fecha de 1650 la defensa de Jamaica se limitaba a medio millar de milicianos, encuadrados en seis escuadrones de infantería y uno de caballería, lo que facilitó su ocupación por los ingleses cinco años después. Con frecuencia estos hacendados, estancieros y dueños de ingenios acudían acompañados de su servidumbre, tanto indios como negros. Ya en la primera batalla naval de la Historia de América, librada en las costas de Nueva Cádiz de Cubagua, en 1528, varias decenas de canoas, una carabela y un bergantín se enfrentaron al galeón de Diego Ingenios que disponía de 45 cañones. Tras una dura resistencia en la que los flecheros indios causaron auténticos estragos, el corsario decidió retirarse en busca de objetivos más asequibles. La primera batalla naval indiana se decantó a favor del Imperio gracias a las tropas auxiliares indígenas.

         Para concluir, permítame el lector insistir en mi hipótesis: pese a las dificultades extremas por las que atravesó el Imperio, el sistema defensivo funcionó razonablemente bien. Y digo más, precisamente, y al contrario de lo que se suele decir, ese fue a mi juicio el mayor mérito de la España Imperial. Otra cosa bien distinta es que precisamente esos excesivos gastos militares a los que tuvo que hacer frente la monarquía, y que en parte pudo haber evitado, terminaron empobreciendo a los reinos peninsulares. Como escribió Antonio Miguel Bernal, las remesas de metales preciosos que pudieron emplearse en inversiones productivas, terminaron pagando los ejércitos de mercenarios que debía mantener en diversas partes del Imperio.

 

 

PARA SABER MÁS

 

ALBI DE LA CUESTA, Julio: “De Pavía a Rocroi. Los tercios de infantería española en los siglos XVI y XVII”. Madrid, Balkan Editores, 1999.

 

BERNAL, Antonio Miguel: “España, proyecto inacabado. Costes/beneficios del Imperio”. Madrid, Marcial Pons, 2005.

 

CALDERÓN QUIJANO, José Antonio: “Las defensas Indianas en la Recopilación de 1680”. Sevilla, E.E.H.A., 1984.

 

MARCHENA FERNÁNDEZ, Juan: “Ejército y milicias en el mundo colonial americano”, Madrid, MAPFRE, 1992.

 

MIRA CABALLOS, Esteban: “Defensa terrestre de los reinos de Indias”, en Historia Militar de España (Hugo O’ Donnell, dir.), T. III, vol. I. Madrid, Ministerio de Defensa, 2012, pp.143-193,

 

-----“La relación coste/eficacia en la defensa de la España Imperial”, Revista de Historia MilitarNº 118. Madrid, 2015, pp. 111-146.

 

O`DONNEL Y DUQUE DE ESTRADA, Hugo: “Los hombres de armas de las Guardas de Castilla, elemento básico en la estructura militar de la España de Felipe II”, en La organización militar en los siglos XV y XVI. Málaga, 1993, pp. 43-47.

 

------ “Defensa militar de los reinos de Indias. Función militar de las flotas de Indias”, en Historia Militar de España (Hugo O’ Donnell, dir.), T. III, vol. I. Madrid, Ministerio de Defensa, 2012

 

PARKER, Geoffrey: “El ejército de Flandes y el Camino Español (1567-1659)”. Madrid, Alianza Editorial, 2006.

 

PI CORRALES, Magdalena de Pazzis: “Las Guardas de Castilla: algunos aspectos orgánicos”, en Guerra y sociedad en la Monarquía Hispánica, política, estrategia y cultura en la Europa moderna (1500-1700), T. I, Enrique García Hernán-Davide Maffi, edts. Madrid, 2006, pp. 767-785.

 

QUATREFAGES, R.: La Revolución Militar Moderna. El crisol Español. Madrid, Ministerio de Defensa, 1996.

 

THOMPSON, I.A.A.: Guerra y decadencia, gobierno y administración en la España de los Austrias, 1560-1620. Barcelona, Crítica, 1981.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS