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Temas de historia y actualidad

Historia de España

EL LLERENENSE LUIS ZAPATA: UN METROSEXUAL DEL SIGLO XVI

EL LLERENENSE LUIS ZAPATA:  UN METROSEXUAL DEL SIGLO XVI

 

        Leyendo documentos y libros de hace cuatro o cinco siglos uno no deja de sorprenderse de lo poco que hemos cambiado los seres humanos. Como siempre digo hemos evolucionado mucho en el terreno de la industria y de la tecnología, pero aún no ha llegado una revolución ética ni humanística.

        Los escritos de Luis Zapata de Chaves, un llerenense nacido en 1526 y fallecido en 1595 a la edad de 69 años, son siempre muy interesantes de leer y de releer. Fue consejero de Felipe II, y en su texto titulado “Miscelánea o Varia Histórica” cuenta todo tipo de anécdotas relacionadas con la vida de su tiempo. Hoy me ha parecido oportuno comentar sus opiniones sobre la obesidad y el sobrepeso, que parecen escritas por un metrosexual del siglo XXI.

        Cuando se dice que el cuadro “Las Tres Gracias” de Pedro Pablo Rubens es un ejemplo de que en su tiempo gustaban las personas entradas en carnes no es verdad. Era un gusto propio del pintor flamenco que de hecho, tomó como modelo a su obesa esposa, Elena Fourment, para representar a las féminas en sus lienzos. En realidad, el modelo de belleza estilizada está presente en las artes desde la antigüedad hasta el mismo siglo XXI, desde la Venus de Cnido de Praxíteles (del siglo IV a. C.) a la Venus del Espejo de Velázquez o a las Majas de Goya.

        Hay que decir que en aquellos tiempos la obesidad era un atributo más común entre el Primer Estado, pues la mayoría de los jornaleros y campesinos hacían dieta forzada durante buena parte de su vida. Pero Zapata pertenecía a la aristocracia donde el mal afectaba lo mismo a hidalguillos ociosos y adinerados que a marqueses, condes, duques y a la mismísima realeza. En este sentido son bien conocidos los excesos culinarios del Emperador Carlos V que le provocaron gota y tuvieron relación con su muerte relativamente prematura.

El llerenense empieza destacando los males de la obesidad, que le da tratamiento de enfermedad aunque sostiene que se puede curar con dieta y el que dice “no lo puede excusar…es un necio”. Continúa señalando los males que el sobrepeso trae consigo, sociales y físicos. Con respecto a los primeros, afirma que la gordura excesiva “a la más hermosa mujer afea y al más gentil hombre varón le desfigura”. Los gordos son objetos de risa y de motes, y además, les impide “servir a su patria y a sus príncipes”. Pero además, sostiene que conlleva un riego físico grave, pues la mayoría “viven poco, y en tanto que viven tienen poca salud, llenos de humores, de corrimientos, de reuma y de gota…”. Y finalmente, insinúa que es falso que los gordos sean más felices, porque no pueden hacer muchas actividades cotidianas y de noche “no pueden dormir sino sentados, que echado se ahogarían”. De hecho, afirma Zapata, que los condenados a muerte salen gordos de la cárcel y no van precisamente contentos al patíbulo.

        La causa de la obesidad la tiene clara: la comida excesiva y la vida ociosa, que lo mismo “engordan a halcones, caballos y perros que a las personas”. Él mismo, declaró que temió toda su vida dicha dolencia pero que estuvo en todo momento cuidándose para no padecerla. Los remedios y cuidados que se autoimpuso, fueron varios:

        Primero, no cenar, pues dice que pasó más diez años sin hacerlo, y que solo comía una vez al día. En este sentido, es muy antiguo el dicho de que “de buenas cenas están las sepulturas llenas”.

        Segundo, no beber vino, que dice que era la bebida de la época que más engordaba, ni comía cocido. Es cierto que el alcohol es un producto muy calórico y que entonces era frecuente beber un litro diario de vino por persona. La reducción de su ingesta podía ser un buen remedio frente a la obesidad.

        Tercero, vestía y calzaba ropa muy ajustada hasta el punto –dice- “que era menester descoserme las calzas a la noche para quitármelas”.

        Y cuarto, antes de las fiestas y saraos en Palacio, pasaba más de un día acostado porque a su juicio “la cama enflaquece las piernas”, mientras que el ejercicio las engordaba.

        Está claro que el noble extremeño estaba obsesionado con su peso; algunos remedios estaban bien como evitar la cena o moderar el consumo excesivo de vino. Otros de sus remedios parecen excesivos, propios de un metrosexual de su tiempo, como el de llevar la ropa muy ajustada o el de yacer largo tiempo en la cama para enflaquecer las piernas antes de ir a algún sarao a mantener relaciones con mujeres de la nobleza.

        Sin embargo, a su moderación en la mesa atribuía él que tuviese en el momento en que escribía sesenta y seis años y los disfrutase con salud. Probablemente, algo de razón tenía aunque también es posible que la suerte hubiese jugado un papel importante. De todas formas, ésta no le duró mucho más porque tres años después enfermó repentinamente y murió sin haber cumplido los setenta años de edad.

        Curiosa la mentalidad de este aristócrata del siglo XVI, obsesionado por mantener la línea, como muchas de las personas de nuestro tiempo. Y lo mismo que actualmente en los países del Primer Mundo padecemos sobrepeso y en el Tercer Mundo hambre, en el siglo XVI, los privilegiados debían cuidarse de la obesidad mientras el pueblo padecía hambrunas extremas de manera periódica. Egoísmos de la especie humana de ayer, de hoy y de siempre.

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

RECOMENDACIONES PARA LLEVAR UNA VIDA SANA, SEGÚN UN TRATADISTA DEL SIGLO XVI

RECOMENDACIONES PARA LLEVAR UNA VIDA SANA, SEGÚN UN TRATADISTA DEL SIGLO XVI

 

        Leyendo un escrito del profesor Eduardo Álvarez del Palacio sobre el Tratado de Medicina del zafrense Pedro de Valencia sorprende la actualidad de sus palabras. El humanista segedano estaba convencido de que la alimentación era la base de una buena salud. Me han sorprendido sus recomendaciones –disculpen mi ignorancia- pues no difieren mucho de las que haría un dietista o un endocrino del siglo XXI. A su juicio la alimentación debe regirse por varios principios:

        Primero, la necesidad, es decir que se coma para saciar el hambre no por gula o por disfrute. Segundo, el límite, que se hagan como máximo dos comidas diarias. Tercero, la moderación, ya que el empacho reiterado es muy perjudicial para la salud. Cuarto, la variedad, pues interpreta que ningún alimento es tan completo como para que contenga todos los nutrientes que el cuerpo necesita. Y quinto, la salubridad de los alimentos, pues deben ser ricos en fibras y bajos en grasas y azúcar, y estar poco condimentados. Y concluye diciendo que la mayor parte de las enfermedades provienen de una inadecuada alimentación, bien por la escasa calidad y variedad de los alimentos, o bien, por la ingesta excesiva.

        Los alimentos que recomienda son el pan, especialmente el pan frito en aceite, la carne de ave, la miel, el vino y los dátiles. Y desaconseja el queso muy curado, la carne de vaca vieja y el pescado en salazón entre otros.

        Completa sus recomendaciones con otros dos consejos útiles para mantener una salud de hierro: uno, pasear después de comer, ya que a su juicio facilitaba la digestión. Y otro, dormir la tercera parte del día –ocho horas- siempre conservando los biorritmos, es decir, durmiendo de noche y velando de día.

        Bueno, pues ahí queda eso, para los que creen que los hombres del siglo XXI hemos descubierto la pólvora.

 

 

PARA SABER MÁS

 

ÁLVAREZ DEL PALACIO, Eduardo: “La valoración de la salud corporal en la obra de Pedro de Valencia”, II Jornadas del El Humanismo Extremeño. Trujillo, 1998, pp. 299-313.

 

SÁNCHEZ GRANJEL, Luis: “La Medicina Española Renacentista”. Salamanca, Universidad, 1980.

 

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

INDEPENDENTISMO EN CATALUÑA: LA TRAICIÓN DE LAS ÉLITES

INDEPENDENTISMO EN CATALUÑA:  LA TRAICIÓN DE LAS ÉLITES

 

 

El 3 de septiembre de 2015 publiqué en mi blog un artículo titulado “La lacra del Nacionalismo: el caso catalán” en el que insistía en el hecho de que los nacionalismos habían sido la mayor enfermedad de la Edad Contemporánea, responsable de casi todas las guerras. Y en relación al independentismo en Cataluña decía que quedaban muchos años de tira y afloja entre las independentistas catalanes y el Estado español.

Pues bien, poco más de dos años después me ratifico totalmente en lo que decía e, incluso, me permito abundar en mi argumentación. Como es bien sabido, el nacionalismo catalán surgió como un intento de la burguesía catalana por neutralizar el movimiento proletario, tan arraigado en aquella tierra desde finales del siglo XIX. Décadas después, cuando las tropas franquistas ocuparon Cataluña a principios de 1939, las élites burguesas no dudaron en cambiar la chaqueta nacionalista por la de la nueva España ultraconfesional, centralista y patriótica, mientras los nacionalistas de base y los independentistas eran represaliados. Como ha ocurrido siempre a lo largo de la historia se produjo la traición de las élites nacionalistas en favor de sus propios intereses personales, sin importarles a los militantes de base que quedaron a los pies de los caballos.

Con el advenimiento de la democracia en España y la aprobación de la Constitución de 1978 llegó otra nueva oportunidad para estas élites catalanas. Una vez más se produjo un nuevo cambio de chaqueta de la burguesa, cuya cabeza visible durante décadas fue la familia Puyol. Estos se erigieron en los herederos de la más rancia tradición catalanista que iban a usar para consolidar sus intereses económicos y su poder hasta nuestros días. Estos nuevos salvadores de la patria catalana no se parecen en casi nada a aquellos nacionalistas soñadores como Companys, Cambó o Maciá. Como a estas alturas sabemos todos, estos son oportunistas que vienen sacando tajada política y económica a costa de engañar y manipular a una mayoría ignorante o poco formada. Me gusta citar al respecto la opinión sobre esta cuestión que ofrece el maestro Miquel Izard, un catalán de pura cepa, nada sospechoso de hispanofilia, pero que nunca se ha dejado embaucar por las mentiras nacionalistas. Un intelectual íntegro que siempre ha dicho lo que ha pensado, sin someterse ni vincularse al poder, de un lado ni de otro. Este texto redactado en el año 2001, no tiene desperdicio:



“Cualquier nacionalismo es esperpéntico, excluyente, irracional y racista. Hay abundante bibliografía desenmascarándolo, pero el catalán alcanza su cénit y tiene curiosas particularidades: ser muy tardío y no pretender la clase social que lo alumbró, la burguesía, a principios del 20, conquistar el Estado sino neutralizar un arraigado proletariado internacionalista y libertario con un proyecto arrebatador, trabado y alternativo, o la incapacidad de la izquierda, tras la muerte de Franco, de echar por la borda la telaraña de enredos, mentiras y trampas que habían urdido intelectuales que mudaron, cómo no, de chaqueta cuantas veces hizo falta” (Izard, 2001: 145-165).



Todo nacionalismo, incluido obviamente el español, se fundamenta en mitos, en medias verdades o directamente en puras mentiras. Un ideario ficticio que calan mejor si a sus militantes se les ha adoctrinado desde la más tierna infancia y si el nivel intelectual de estos es medio o bajo.

El monstruo que el ultranacionalismo ha generado en Cataluña ha provocado una desafección notable entre una parte de la población catalana y el resto de España. Educar desde niños a las nuevas generaciones en el “España nos roba”, al tiempo que se traza una historia mítica de los países catalanes, ha creado unos sentimientos opuestos a todo lo español. Hay dos millones de independentistas en Cataluña –quizás más- que están convencidos de todo ello y de que la nueva República les traerá una sustancial mejora del bienestar social.

Lamentablemente, el doble enfrentamiento está servido: primero, entre los catalanes independentistas y los que no lo son. Y segundo, entre los primeros y la inmensa mayoría de los españoles. Un problema irresoluble porque la independencia en la Europa del siglo XXI no es factible. En el mundo globalizado y neoliberal en el que vivimos las ideologías cuentan poco, lo realmente importante es el capital y las multinacionales. Estoy totalmente seguro que no va a haber independencia porque no le interesa económicamente a nadie: ni a los españoles, ni a los catalanes, ni a los europeos. Tampoco a las multinacionales que pretender campar a sus anchas por el mundo sin que nadie les levante fronteras. Y como cualquier historiador sabe, al final, en el fondo de cualquier hecho histórico, siempre están los intereses económicos, lo mismo si se trata de las guerras de religión, que de las cruzadas o de la Conquista de América.

Asimismo Cataluña no va a ser independiente porque lo proclame –y acto seguido lo desactive- el presidente de la Generalitat ni el problema va a desaparecer porque el Estado lo prohíba. No basta con decir, “soy independiente”, pues para serlo realmente lo tienen que reconocer los demás, y de momento, no parece que lo vaya a reconocer ni el propio Puigdemont.

¿Qué va ocurrir? Pues me ratificó en las mismas palabras que escribí hace varios años, el problema se va a enquistar y durará años, quizás décadas. Un tira y afloja entre unos y otros que tendrá momentos más álgidos y otros más tranquilos. Pero en cualquier caso afectará gravemente a la convivencia entre los propios catalanes y entre una parte de estos y el resto de España. También se verá afectada la economía, especialmente la catalana que puede sufrir en los próximos lustros un efecto descentralizador con traslados de empresas a otros lugares de España e incluso de Europa. Asimismo, la economía española se verá afectada por la inestabilidad catalana, que supone el 20 por ciento del P.I.B. español, y por el deterioro de la imagen de España en el mundo. Eso puedo provocar un descenso de la inversión extranjera y quizás a largo plazo un freno de la principal industria de este país, el turismo. Igualmente, la prima de riesgo está empezando a subir ligeramente y seguirá haciéndolo, perjudicando gravemente la financiación de un Estado tan endeudado como el nuestro.

Por tanto, el problema de Cataluña no es solamente de los catalanes sino de todos los españoles. Y es importante decirle a la gente que nos va a afectar a todos, incluso a aquellos que no quieren saber nada del problema. Hasta un pensionista de cualquier rincón de España, que ni siquiera sabe lo que es el Nacionalismo, puede verse afectado económicamente por el conflicto.

Algunos pensarán que soy pesimista, pero como siempre digo mi conocimiento del pasado y las circunstancias del presente no me hacen albergar muchas esperanzas. La situación no pinta nada bien y es poco lo que yo como historiador puedo hacer más allá de destapar las mentiras y las miserias de una parte de la élite catalana que ha montado todo esto en su propio beneficio. Que nadie tenga dudas: cuando las cosas se pongan feas abandonaran el barco y pagarán el pato otros, como ocurrió durante el franquismo. Al final, los políticos se las apañaran para pactar su propia amnistía y ¿quiénes pagarán? Pues la gente de a pie, el propio jefe de los Mossos de Escuadra que será detenido en breve, directores de colegio, maestros adoctrinadores, funcionarios, etc. etc. Algunos pasaran algún tiempo a la sombra mientras que otros serán inhabilitados de empleo y sueldo durante algún tiempo. Y el resto, cualquier funcionario, pensionista, autónomo o parado de toda España sufriremos la crisis económica y la inestabilidad que todo esto va a provocara. Y todo ello, por culpa de unos pocos que además seguro que se van a ir de rositas.



ESTEBAN MIRA CABALLOS

LA ARMADA GUARDACOSTAS DE CATALUÑA EN EL SIGLO XVI

LA ARMADA GUARDACOSTAS DE CATALUÑA EN EL SIGLO XVI

          La costa catalana y en especial el puerto de Barcelona jugaban un papel fundamental en el comercio y en la navegación peninsular con el mediterráneo. En el puerto de la ciudad Condal se ubicaban uno de los más activos astilleros de toda la Península, donde se construyeron muchas de las galeras que abastecieron las armadas y las flotas comerciales españolas. No olvidemos que Barcelona tenía al alcance de su mano un elemento cada vez más escaso en las zonas costeras europeas, la madera. Se abastecía de pinos y de robles del Pirineo catalán que se consideraban de una calidad excelente para la construcción de galeras (Braudel 1987: I, 186). Así, por ejemplo, el veintisiete de marzo de 1528 se dispuso que se condujese abundante madera a las atarazanas de Barcelona porque el Emperador había mandado construir allí nada menos que medio centenar de galeras (Fernández Duro 1972: I, 407). Tan solo dos años después se aprestaron seis galeras y se mandaron entregar al capitán general de la Armada Real de Galeras Álvaro de Bazán (Ibídem: 409).Y ya, hacia 1568, se dio la orden para que la galera Real que se iba a construir para la batalla de Lepanto se realizase en Cataluña porque el pino catalán es “el mejor leñamen que en Asia, África y Europa se halla…” (Camarero 1999: 721).

           Probablemente sus astilleros fueron languideciendo a lo largo de la centuria de manera que hacia 1594 se buscaba un nuevo maestro Mayor de las Atarazanas de Barcelona que conociese las destrezas del oficio y enseñase a otros. Una carta dirigida por el rey Prudente a Juan Andrea Doria, el diez de septiembre de 1594 no tiene desperdicio en ese sentido:

 

           “Para que la fábrica de las galeras que se hacen en el atarazana de la ciudad de Barcelona se haga más acertadamente como conviene y se enmienden las faltas que algunas de las que hasta aquí se han hecho han tenido, os encargo y mando que hagáis diligencia para saber dónde habrá algún famoso maestro, de ellos para que se procure traer a Barcelona y se críen con él hombres que puedan sucederle en el oficio…” (Vargas-Hidalgo 2002: 1377).

 


           También la Ciudad Condal constituía uno de los puntos de atraque más comunes, junto con Málaga y Cartagena, de la Armada Real de Galeras de España, así como punto fundamental en el abastecimiento de víveres, especialmente del bizcocho. Pero además de ello, en este puerto tenía su sede una armada de galeras que se encargaba, primero, de la defensa de noreste peninsular y segundo, de servir de refuerzo a otras armadas cuando la situación así lo requería. Sabemos de su existencia en el cuatrocientos y de su pervivencia, más o menos precaria a lo largo del siglo XVI.

           De todas formas su importancia era limitada en tanto en cuanto se le solía asignar a la Armada Real de galeras de España la protección de sus costas. Pero, en ocasiones, cuando la Armada de Galeras de España estaba muy ocupada defendiendo las costas andaluzas se encargaba a las armadas italianas, su protección. De hecho, en marzo de 1587 Felipe II ordenó a Juan Andrea Doria que se dirigiera a “limpiar” y “abrigar” las costas de Cataluña y Cartagena “por ser pocas las galeras que acá hay y haberse de ocupar en las costas más a poniente…” (Vargas-Hidalgo 2002: 1204).

           Por tanto, queda claro que la escuadra catalana debió ser una pequeña e inestable, aprestada en años concretos por necesidades también muy concretas. Y de hecho son muy pocas las referencias documentales que han llegado a nuestros días. Concretamente, de la Armada Guardacostas de Cataluña existe algún documento referente a la jurisdicción del Capitán General, que al menos nos sirve para confirmar su presencia en la decimosexta centuria (AGS, GyM 1318-70).

           Entre 1508 y 1510 estuvo al frente de esta escuadra el prestigioso marino don Ramón de Cardona que había estado en los años previos al frente de la Armada Real (Fernández Duro 1972: I, 93). No disponemos de muchos más datos de esta armada, lo cual quizás nos esté evidenciando su carácter eventual e inestable. Prueba de ello es la petición que hizo el Emperador a su hijo, en 1551, para que solicitara al general de Cataluña que aprestara una galera “para la seguridad y reputación de aquella costa” (Fernández Álvarez 2003: III; 325).

 

 

PARA SABER MÁS:

 

 

FERNÁNDEZ DURO, Cesáreo (1972): Armada española, desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Madrid, Museo Naval.

 

MIRA CABALLOS: Las Armadas Imperiales. La guerra en el mar en tiempos de Carlos V y de Felipe II. Madrid, La Esfera de los Libros, 2005.

 

VARGAS-HIDALGO, Rafael (2002): Guerra y diplomacia en el Mediterráneo. Correspondencia inédita de Felipe II con Andrea Doria y Juan Andrea Doria. Madrid, Ediciones Polifemo.


 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

LA FIEBRE DEL ORO: LA BUSQUEDA DE MINAS EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XVI

LA FIEBRE DEL ORO: LA BUSQUEDA DE  MINAS EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XVI

 

 

El descubrimiento de América espoleó el sueño áureo de los pobladores del Viejo continente. Pasado los momentos iniciales en los que se saqueó el metal precioso acumulado durante siglos por los indios, comenzó la búsqueda de filones y vetas. La temprana aparición de algunos placeres auríferos y, posteriormente de ricas minas de plata, tanto en Nueva España como en el Perú, espolearon la imaginación de los europeos. Miles de personas empobrecidas en la España Moderna soñaban con encontrar un tesoro incaico, con descubrir un tesoro oculto o incluso, con encontrar una mina de oro que le sacase de la miseria en la que vivían.

Por ello, en el siglo XVI, hubo un renacer de las exploraciones mineras, no sólo en el Nuevo Mundo sino también en la vieja Castilla. Los contratos para la exploraciones de vetas se multiplicaron en esta centuria espoleados por las noticias de hallazgos que llegaban desde el otro lado del océano.

Aunque desde la Baja Edad Media las minas eran una regalía regia, desde principios del siglo XVI encontramos mercedes Reales en las que se concedía a señores no solo la jurisdicción del suelo sino también la del subsuelo. Así, mientras el 17 de mayo de 1520 se hizo merced al Duque de Alburquerque de todas las minas que se descubriesen en su señorío, el 24 de enero de 1521 se le concedió una merced similar al Conde de Plasencia. Estas concesiones las hacía a cambio de una cuantía previamente fijada o por una parte de la producción final, que se solía ubicar entre la octava y la décima parte de los beneficios.

Hasta 1559 no se expidió la pragmática que regulaba a las explotaciones mineras: todo el que descubriese una mina la debía explotar continuadamente y pagar a las arcas reales dos tercios de los beneficios, pagadas previamente las costas. Posteriormente, 1584 se reformó estableciéndose la posibilidad de explotación a cualquier compañía siempre y cuando, pagasen un canon al dueño de la tierra y otro tanto a la Corona.

        En Carmona existían algunos antecedentes de tesorillos encontrados. De hecho en 1479, se hizo merced al corregidor de Carmona Sancho de Ávila del tesorillo que se había encontrado en la villa y que consistió en cierta cuantía de reales (AGS, RGS 147.909, f. 46). El 24 de marzo de 1553 se formalizó una compañía en Carmona para buscar minas de oro y plata. Los socios capitalistas eran Diego de Velázquez y Diego de Torres, vecinos de la villa en la collación de Santa María, mientras que el buscador de monas era Miguel Sánchez del Cuerpo, también vecino de la localidad. Los dos primeros pondrían el capital y el tercero su trabajo, a cambio de repartir a tres partes iguales lo obtenido, sacando previamente el quinto real.

        De este contrato minero no volvemos a tener noticias lo que delata, probablemente, el fracaso del proyecto. Había oro en América, plata en Guadalcanal y se soñaba con la posibilidad de encontrar oro en el fértil término de Carmona, algo que no llegó a ocurrir.

Nuevamente, en 1559 se firmó una compañía entre Juan de Chávez Mayorazgo, Jerónimo González, cantero, y Pedro Duarte, cuchillero, todos vecinos de Trujillo, para explorar una veta que habían localizado en la dehesa llamada el Palacio del Millar de los Llanos, propiedad del primero, en término de la ciudad de Trujillo. Los trabajos los realizarían los dos últimos, repartiéndose los beneficios entre los tres en partes iguales.

        Estos contratos, uno de los cuales reproducimos en el apéndice documental, no son más que el reflejo del espejismo áureo que llegó desde América a la Península; la fiebre del oro.

 

 

APÉNDICE DOCUMENTAL

 

        Contrato para buscar minas de oro en el término de Carmona, Carmona, 24 de marzo de 1553.

 

        Sepan cuantos esta carta de concierto y transacción vieren como nos Diego de Velázquez y Diego de Torres, vecinos de somos en esta muy noble y leal villa de Carmona en uno de la una parte y de la otra Miguel Sánchez del Cuerpo, vecino de esta dicha villa, y yo el dicho Miguel Sánchez me obligo de ir a buscar y descubrir mina o minas de oro o plata u otro cualquier metal en esta villa y su término o en otras cualesquier partes que yo quisiere y por bien tuviere y de lo que así hallare o hubiere hallado hasta ahora en las dichas minas yo el dicho Miguel Sánchez me obligo de todo lo que así hubiere y de ellas se sacare de partir por iguales partes cada uno su tercia parte con tanto que de lo que así se hubiere y sacare se saque de principio el quinto de ello, si a su majestad le perteneciere, con tal cargo y condición que nos los dichos Diego Velázquez y Diego de Torres seamos obligados a nuestra costa y misión a abrir cualesquier mina o minas, estando ensayadas y hecho experiencia que son buenas y de provecho y las ahondar y sacar todo cualquier oro o plata u otro cualquier metal y hacerlo fundir a nuestra costa, demás los susodichos hasta tanto que esté fundida y para se partir de manera que vos el dicho Miguel Sánchez seáis obligado a poner vuestra persona y trabajo posible en hacer y beneficiar lo susodicho y con cargo y condición que vos el dicho Miguel Sánchez no podáis dar parte ni meter en esta compañía a otra persona ninguna hasta tanto que nos los dichos Diego de Torres y Diego Velázquez queramos dejar nuestras partes o lo hayamos por bien.

        Y yo el dicho Miguel Sánchez así me obligo de lo hacer y cumplir según y como dicho es. Y en esta manera y con estas dichas condiciones otorgamos y nos obligamos de tener y mantener y guardar y cumplir y haber por firme todo lo contenido en esta dicha escritura y otorgamos y nos obligamos que no podamos decir ni alegar ni querellar que esto que dicho es que no fue ni pasó así y según y como dicho es. Y si lo dijéremos y alegáremos que nuestro escrito nom vala en esta dicha razón en juicio ni fuera de él en tiempo alguno ni por alguna manera y otorgamos de lo así tener y cumplir y no ir contra ello so pena de cincuenta mil maravedís para la parte de nos que fuere obediente…

        Fecha y otorgada la carta en Carmona, en las casas de morada del dicho Diego Velázquez que son en esta villa en la collación de Santa María de ella, en viernes, veinticuatro días del mes de marzo año del nacimiento de Nuestro Salvador Jesucristo de mil y quinientos y cincuenta y tres años, testigos que fueron presentes en todo lo que dicho es Alonso Belloso y Gabriel Paje y Juan de Herrera, vecinos de esta dicha villa de Carmona, y por mayor firmeza los dichos otorgantes firmaron de sus nombres este registro.

(A.P.C. Escribanía de Pedro de Toledo 1553, fols. 511r-512r).

 

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

ECOHISTORIA: LA CIENCIA HISTÓRICA ANTE LOS RETOS DE NUESTRO TIEMPO

ECOHISTORIA: LA CIENCIA HISTÓRICA ANTE LOS RETOS DE NUESTRO TIEMPO

        La actual crisis ecológica, el cambio climático y la agonía del planeta Tierra, están provocando una situación tan extrema como nueva que debe tener respuesta desde las distintas disciplinas humanas y científicas. La contribución de la Historia puede ser importante en este terreno.

        Como ya hemos comentado en otros lugares, la Historia debe recuperar el fin social que le corresponde. Pues, bien, este fin social no trata sólo de redimir a los marginados o de analizar las desiguales relaciones de producción, o el desarrollo tecnológico sino que también puede y deber incidir en la relación con el medio, en lo que se puede llamar la ecohistoria.

        No soy partidario de crear una nueva rama de la Historia, la Historia Ambiental, con la que trocear una vez más la Ciencia Histórica. Hace más de medio siglo Lucien Febvre, defendió la Historia en su integridad, pues a su juicio no se podía descomponer la historia sin acabar como ella de la misma forma –decía- que no se podía trocear un hombre sin matarlo. Por eso la historia ambiental deberían contemplarla todos los historiadores de manera transversal, cada uno en sus distintas época y objetos de estudio.

        La Historia de la Humanidad es también, la historia de la progresiva destrucción del medio natural. Por ello es fundamental que la llamada en el pasado Historia Natural y la actual Historia Ambiental, ocupe el lugar y el tratamiento que merece. En el fondo, de acuerdo con Manuel González de Molina, el objetivo último es ecologizar toda la Historia.

        Habrá que reconstruir la Historia incidiendo en la capacidad destructora del medio en cada momento. La humanidad no siempre vivió de espaldas a la madre naturaleza. Es más, incluso hoy en día existen pueblos amerindios que conviven armónicamente con la madre naturaleza. Es un concepto que está muy enraizado en las sociedades indígenas, sobre todo del área andina. En la era paleolítica, que duró al menos dos millones de años, el ser humano convivió armónicamente con la naturaleza. Obviamente, no tanto por una conciencia ecológica de supervivencia como cultura, sino por su propio retraso tecnológico. Con el Neolítico, y la revolución agraria y ganadera comenzó incipientemente la destrucción del medio. Lo que la historiografía burguesa interpreta como el primer gran hito de la Historia, fue en realidad el inicio de la depredación humana sobre el medio.

        A partir del siglo XVI, y durante toda la Edad Moderna, con el descubrimiento de América y los inicios del capitalismo la destrucción del medio se agudizó. Son bien conocidas las deforestaciones de bosques de pino en toda Europa para la construcción de carabelas, naos, bergantines, galeras y galeones. Asimismo, son bien conocidas las talas indiscriminadas de bosques en Santo Domingo, Cuba y posteriormente Centroamérica y Brasil, por la industria azucarera. La zafra requería mucha madera para la cocción del dulce lo que provocó un daño ecológico sin precedentes en el continente americano. Por cierto, que la propia deforestación, así como el descenso del caudal del agua de los ríos, provocó una reducción de la producción del dulce que terminó afectando a la propia industria azucarera. Se evidencia, una vez más, la irracionalidad a largo plazo de este modo de producción. A partir de finales del siglo XVIII se inicia la depredación a gran escala, porque el metabolismo industrial requiere grandes cantidades de energía, en base a combustibles fósiles, primero carbón y después petróleo. Y desde la segunda mitad del siglo XX, lo más preocupante que esa forma de depredación industrial se está extendiendo desde el mundo desarrollado al Tercer Mundo. Estamos próximos a una situación de no retorno.

        La actual agonía medioambiental del planeta requiere soluciones drásticas, y el compromiso de todos: científicos, humanistas y políticos. Los historiadores podemos aportar nuestro granito de arena, trazando este nuevo perfil de la Historia, en el que la ecología tenga un papel preponderante. Y con ello no solo contribuiremos a una mayor conciencia social sobre la ecología sino que también podemos aportar soluciones concretas a la formas de producción. Muchísimas técnicas de producción del pasado fueron descartadas por ser menos poco productivas y no rentables en la economía capitalista pero que podrían recuperarse en el futuro. Por ejemplo, los incas poseían unas infraestructuras de explotación agrícola por pisos ecológicos que era totalmente armónica con el medio ambiente. A lo mejor podemos aprender bastante de técnicas del pasado, desechadas por poco productivas que ahora, en cambio, podemos valorar por su aporte ecológico. La necesidad de una agricultura ecológica, no sólo más sana para las personas sino también mucho más respetuosa con el medio.

Así contribuiremos a una concienciación social necesaria y fundamental para superar los funestos retos que ya se están planteando y que se agudizarán en las próximas décadas. Eso también forma parte del compromiso social de los historiadores.

 

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA


 

FEBVRE, Lucien: Combates por la Historia. Barcelona, Planeta Agostini, 1986.

 

FUNES MONZOTE, Reinaldo: Del bosque a la sabana. Azúcar, deforestación y medio ambiente en Cuba, 1492-1926. México, Siglo XXI, 2004.

 

GONZÁLEZ DE MOLINA, Manuel: “Sobre la necesidad de un giro ambiental en la historiografía”, en El valor de la Historia. Homenaje al profesor Julio Aróstegui. Madrid, Editorial Complutense, 2009.

 

TURNER, Billy Lee, Willian C. CLARK y Robert KATES (edts.): Earth as Transformed by Human Action. Cambridge, University Press, 1994.

 

WOSTER, Donald: “Transformation of the Earth, Toward and Agroecological Perspective in History”, en Journal of American History, nº 76. Lillington, 1990.

 

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

PROGRAMA DE LAS VIII JORNADAS DE HISTORIA DE ALMENDRALEJO Y TIERRA DE BARROS

PROGRAMA DE LAS VIII JORNADAS DE HISTORIA DE ALMENDRALEJO Y TIERRA DE BARROS

TRES CENTENARIOS: TEATRO CAROLINA CORONADO, CERVANTES Y RUBÉN DARÍO

Viernes 18 de noviembre de 2016 (tarde)

 

16:00 Recepción de asistentes. Entrega de documentación (Centro Cívico de Almendralejo, salvo que se exprese otro lugar).



16:30 Inauguración Oficial de las Jornadas.



16:45 Ponencia 1: “La restauración del Teatro Carolina Coronado. Reconciliación de un edificio con la ciudad”, por don Vicente López Bernal, Arquitecto



17:45 Café



18:00 Comunicaciones. Sesión I: Teatro y cultura.

 

Sábado, 19 de noviembre de 2016 (mañana)



10:00 Ponencia 2: "Personajes y programas cervantinos en el arte extremeño", por don Francisco Javier Pizarro Gómez, Director de la Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes.



11:00 Café



11.15 Comunicaciones. Sesión II: El Tiempo de Cervantes en Extremadura.



Debate.



14:00 Almuerzo (se indicará más adelante el lugar y precio)

 

Sábado, 19 de noviembre de 2016 (tarde)



16:30 Ponencia 3: “Huellas extremeñas de Rubén Darío”, por don José Luis Bernal Salgado, Catedrático de Literatura Española de la Universidad de Extremadura / Académico de la Real Academia de Extremedura de las Letras y las Artes.



17:30 Comunicaciones. Sesión III: Las letras extremeñas en la época modernista



Debate.



18:45 Café



19:00 Comunicaciones: Sesión IV: Tema libre (I).



Debate.



20:30 Concierto: LUNA DE PONIENTE.

Mamen Navia, acompañada por un grupo de músicos, interpreta poemas de Carolina Coronado y otros poetas extremeños e hispanoamericanos. (Teatro Carolina Coronado).

 



Domingo, 20 de noviembre de 2016 (mañana)



10.00 Traslado de los congresistas a Salvatierra de los Barros



11.00 Casa de la Cultura: Ponencia 4: “Alfarería tradicional de Salvatierra de los Barros en el tiempo del Quijote”, por don José Ángel Calero Carretero y don Juan Diego Carmona Barrero, de la Asociación Histórica de Almendralejo.



Debate



12.15 h Visita guiada a la localidad de Salvatierra de los Barros y al Museo de Alfarería



14.00 Acto de Clausura.

 



Ponencias VIII Jornadas

Alfarería tradicional de Salvatierra de los Barros en tiempos del Quijote, por José Ángel Calero Carretero y Juan Diego Carmona Barrero

 

Huellas extremeñas de Rubén Darío, por José Luis Bernal Salgado

La restauración del Teatro Carolina Coronado. Reconciliación de un edificio con la ciudad, por Vicente López Bernal

 

Personajes y programas cervantinos en el arte extremeño, por Francisco Javier Pizarro Gómez

Comunicaciones VIII Jornadas

La Fuente del Maestre a fines del Antiguo Régimen, por Teodoro Martín Martín

LXXX años de Hermandad en la vida cofrade de los almendralejenses, por Antonio Rodríguez Rol

 

Pedro González Torres y el Teatro Carolina Coronado de Almendralejo en vida de su fundador, por Francisco Zarandieta Arenas

 

La compra-venta de esclavos en Tierra de Barros (siglos XVI al XVIII), por Esteban Mira Caballos

 

Publicaciones regionalistas de Don Antonio Elviro Berdeguer, por Juan Carlos Monterde García

 

Salvatierra de los Barros en la segunda mitad del siglo XVIII. Economía y sociedad, por José Antonio Ballesteros Díez

 

Cervantes y el Quijote en la Filatelia Española de comienzos del siglo XX, por Miguel Ángel Amador Fernández

 

Volver a los pupitres: el Centro de Educación Permanente de Adultos San Francisco de Almendralejo (1970-1980), por Isabel Collado Salguero

 

El cine de una época en Almendralejo (1933-1947) y la vinculación del antiguo Palacio de Justicia con el Teatro Cajigal, por María Luisa Navarro Tinoco

 

Francisco Valdés lee a Rubén Darío: apuntes sobre su prosa crítica, por Guadalupe Nieto Caballero

 

Regionalismo extremeño y su influencia en los autores extremeños en la literatura de principios del siglo XX. Una puesta en común, por Pedro Manuel López Rodríguez

 

Espacios de ocio y sociabilidad en Almendralejo (1830-1850), por Carmen Fernández Daza Álvarez

 

Felipe Trigo, un modernista europeo, 150 años después, por Víctor Guerrero Cabanillas

Datos para la biografía de Jaime Graño y Graño, médico titular de Salvatierra en el siglo XVIII, por Miguel Ángel Amador Fernández

 

El contencioso del duque de Feria y Medinaceli contra los planes beneficiales de las iglesias de las villas del marquesado de Villalba, por Joaquín Castillo Durán

 

El Puente del Cardenal sobre el Tajo. Nuevas aportaciones históricas, recomposición de 1855, por Francisco Javier Cambero Santano

 

Gobernar la villa en la Edad Moderna. Elecciones y candidatos en Salvatierra de los Barros, por José María Moreno González

 

Estudio y catalogación de la sección colonial existente en la casa-museo Guayasamín de Cáceres, por Alicia Díaz Mayordomo

El convento franciscano de Santa María de Jesús de Salvatierra de los Barros visto desde las nuevas tecnologías, una ventana al pasado, por Juan Diego Carmona Barrero y José Ángel Calero Carreter.

LA DEFENSA TERRESTRE DEL IMPERIO HABSBURGO

LA DEFENSA TERRESTRE DEL IMPERIO HABSBURGO

        Desde tiempos de Carlos V, el Imperio de los Habsburgo alcanzó unas dimensiones realmente indefendibles, con tres frentes bien diferenciados: el europeo, el americano y el africano. No había en esos momentos medios humanos, técnicos ni económicos para garantizar la defensa de decenas de miles de km2  repartidos entre los cuatro continentes conocidos. Sus compromisos militares para defender su integridad territorial provocaron un incremento de la actividad militar que tuvo un altísimo coste humano y financiero. Una lucha en la defensa de su imperio, tanto en las Indias como en Europa, especialmente en los Países Bajos y en los frentes italiano, francés y alemán. 

        La defensa terrestre de la Península Ibérica tendría como puntal básico la fortificación del litoral. Se trataba de una extensa franja de una anchura de veinte leguas donde habría toda una red de plazas estratégicas, bien abaluartadas y con personal suficiente para garantizar su defensa, todo ello con el apoyo de las tropas de las Guardas de Castilla. Ya Jerónimo Castillo de Bobadilla, en el siglo XVI, destacó a necesidad de fortificar bien las principales plazas españolas tanto para contrarrestar las guerras civiles interiores como para frenar el odio que las demás naciones tienen a su gran imperio. El sistema se completaría con una red de atalayas y torres a lo largo de la costa que cumplían una labor estrictamente de vigilancia, controladas por las Guardas de la Mar. Este cuerpo estaba integrado tanto por los guardas de las atalayas como por jinetes atajadores que recorrían diariamente el trecho comprendido entre un puesto de vigilancia y otro.

        El amplísimo programa de fortalezas llevado a cabo durante el reinado de Felipe II, no tenía precedentes en la historia, levantando baluartes defensivos en todos los confines del Imperio. Un caso extremo y por ello representativo es la construcción, a partir de 1585, de la fortaleza de San Felipe, en la isla de Santiago, en el archipiélago de Cabo Verde, con el objetivo de proteger la ruta del comercio de esclavos.

        Ahora bien, las fortalezas del interior peninsular y aquellas costeras que no fuesen estrictamente imprescindibles quedarían abandonadas a su suerte. De ahí que muchos castillos, fortalezas, murallas y atalayas de la España interior, que habían perdido su utilidad estratégica, entrasen en ruinas en la misma época moderna. Y es que no había ninguna potencia en aquella época que pudiese mantener una red defensiva tan extensa. Había que optar por mantener las estrictamente operativas, fundamentalmente las ubicadas en la costa, cuyas infraestructuras mejoraron desde la segunda mitad del siglo XVI, y algunas plazas claves en el interior. En las fortalezas estratégicas se pondrían todos los esfuerzos, siendo descomunal la inversión en infraestructuras defensivas durante el reinado de Felipe II. Para el abaluartar las principales fortalezas costeras se contrataron los servicios de ingenieros extranjeros de la talla de Francesco di Marchi, Felipe Terzi, João Nunes, Juan Bautista Calvi, Cristóbal de Rojas y sobre todo los hermanos Juan Bautista y Bautista Antonelli. Ellos fueron los responsables de visitar los principales baluartes y planificar la mejora de sus defensas.  Pese a los esfuerzos, las dificultades para su mantenimiento y para el abono de los salarios fue un problema recurrente a lo largo de toda la Edad Moderna.

        La estrategia de los Habsburgo en el Mediterráneo fue fundamentalmente defensiva, incluyendo en ellas la toma de Túnez (1538) o la batalla naval del golfo de Lepanto. Es cierto, por un lado, que se perdieron plazas como Vélez de la Gomera (1522), Argel (1529) o Bujía (1555) y, por el otro, que los corsarios se atrevían a asaltar con éxito lo mismo Gibraltar (1529 y 1543), que Cádiz (1596). La defensa de esta última ciudad requería solo en mantenimiento de sus estructuras defensivas y de personal una inversión de más de 100.000 ducados anuales y aun así, nunca estuvo garantizada su seguridad frente a los enemigos. Tal era el coste que tenía su defensa que a finales del siglo XVI, se llegó a plantear incluso su abandono, pasando su población al Puerto de Santa María.  Obviamente, la propuesta no prosperó, pero nos da una idea exacta de las dificultades defensivas de un Imperio que sufría el acosó incluso en sus propias fronteras peninsulares. No obstante, todos estos contratiempos no dejaban de ser pequeñas derrotas dentro de una gran batalla global que tuvieron controlada los Habsburgo durante un siglo y medio. Que pudieran atacar Cádiz, Mahón, o el castillo de Salobreña no era más que una anécdota, teniendo en cuenta que los turcos ocuparon Hungría y estuvieron a punto dos veces de tomar Viena, lo que les hubiese abierto las puertas de Italia. Insisto, en general, la estrategia defensiva del Mediterráneo funcionó y prueba de ello es que España conservó intactos casi todos sus territorios en los siglos XVI y XVII.

        En cuanto a las Guardas de Castilla, originalmente llamadas Guardas Viejas, constituyeron un cuerpo de a pie y de a caballo, creado por los Reyes Católicos el 2 de mayo de 1493, y que era algo así como un pequeño ejército profesional permanente. Aunque en sus orígenes su misión era exclusivamente la defensa del territorio peninsular, ya en tiempos del Emperador Carlos V extendieron su campo de acción ocasionalmente a todos territorios del imperio, como Perpiñán, el norte de África e incluso Italia. En general, fueron el complemento idóneo de los soldados ubicados en las fortalezas, siendo las primeras fuerzas de choque ante cualquier ataque enemigo. Y todo ello a pesar de que, como se reconocía en las propias ordenanzas de 1573, su número era insuficiente, estaban mal retribuidos y peor equipados.

         La defensa terrestre de la Península se completaba con un número difícil de precisar de hombres de reserva, para casos de extrema urgencia, procedentes de las levas de milicianos que los municipios de realengo, los propietarios de señoríos jurisdiccionales y las órdenes militares estaban obligados a aportar, cada vez que el soberano lo solicitara. También los caballeros y aristócratas, estaban obligados a acudir armados cuando fuesen requeridos. Incluso, había prelados, como el obispo de Toledo, con señorío territorial, que también contribuía con un número de hombres armados. Había una milicia general de interior para acudir en ayuda de las zonas costeras en situaciones de emergencia, y una milicia local o compañías de socorro, formadas por vecinos de la costa para la defensa de su propio territorio. Dado que su recluta y organización dependía de los propios concejos, ésta recibía distintos nombres: batallones de milicias de voluntarios de Granada, compañías de socorro de la ciudad de Almería o la milicia local de Málaga, en unos casos formadas por voluntarios y en otras por reclutas forzosos.  En un interesante documento, fechado en 1632 y extractado por José Contreras, se cifraba el número de hombres de armas que podían acudir a la milicia en la franja de veinte leguas de los territorios de la Corona de Castilla –desde el País Vasco a Murcia- en 197.443 hombres. No estaba mal, pero una cosa era la teoría y otra la práctica. A la hora de la verdad, muchos trataban de escabullirse, no acudiendo a los llamamientos, mientras que otros carecían de cualquier formación militar y, en ocasiones, no disponían ni tan siquiera de un arcabuz. Así ocurrió en un alarde realizado en Almería en enero de 1621, pues la mayoría de los vecinos acudieron desarmados y solo unos pocos llevaron un arcabuz de mecha. El cabildo adquirió de inmediato medio millar de armas de fuego para repartirlos entre los reclutas. Lo cierto es que estas milicias estaban siempre a expensas de la improvisación y su nivel de preparación por lo general era muy deficiente.

        Había municipios donde el alistamiento era obligatorio por parte de todos los vecinos con capacidad para empuñar un arma, y otros, en los que éste era voluntario. Bien es cierto que en el siglo XVI muchos de los enrolados eran hidalgos bien armados que veían en el servicio militar una forma de obtener mercedes. Sin embargo, desde finales de dicha centuria, se perdió el ardor guerrero de la reconquista, la sociedad se desarmó y la milicia se desprofesionalizó. Y no era para menos; en unos reclutamientos realizados en varias ciudades de Castilla entre 1592 y 1599 cada soldado cobraba 34 maravedís diarios, menos de la mitad que un jornalero que recibía unos 83. Los quintos eran ya de baja extracción social, mal formados, mal equipados y levados de manera forzosa.

        El descenso del número de reclutas en Castilla unido a la delicada situación económica de la Corona, los dos males endémicos de la época de los Austrias, tuvieron dos consecuencias indeseables para la defensa: en primer lugar, se generalizó la venalidad, es decir, la venta de todo tipo de cargos militares. Así, hasta mediados del siglo XVI, la selección de los altos militares se hacía en función al mérito y tras haber ascendido en el escalafón, desde esta época los altos cargos se entregaban, bien a cambio de una cantidad de dinero, o bien, bajo el compromiso de entregar, armar y mantener un contingente de soldados. Por poner un ejemplo, ya el 29 de abril de 1558 se vendió la alcaidía de Carmona a don Fadrique Enríquez de Ribera por 30.000 ducados, cargo que ostentaron posteriormente sus herederos y que, por supuesto, sirvieron a través de tenientes. Evidentemente, la ruptura desde mediados del siglo XVI del sistemática meritocrático para lograr un ascenso provocó una disminución drástica de la efectividad de las tropas hispanas. Y en segundo lugar, se decidió paliar las necesidades de numerario, exigiendo más contribución económica y humana a los territorios periféricos.

        En general, en la defensa peninsular hubo improvisación, deficiente formación de las reclutas, escaso número, retraso tecnológico en el armamento y deficiencias en las fortalezas y en el número de hombres destinados en ellas. Pero, no es menos cierto, por un lado, que consiguieron mantener íntegro el territorio peninsular y, por el otro, que el esfuerzo continuado a lo largo de siglos fue verdaderamente ingente, titánico, colosal.

        Una buena parte del grueso de los recursos se dedicaban a pagar los Tercios de Infantería, cuerpos de una amplia capacidad de acción que combatían fuera de la Península Ibérica. Las Ordenanzas de Génova de 1536 regularon formalmente esta arma de infantería en cuatro unidades, a saber: Nápoles, Sicilia, Normandía y Málaga o Niza, prefiriendo entre sus integrantes a los españoles, que no en vano se reservaban en exclusiva los altos mandos. En total sumaban unos 20.000 efectivos de infantería más algunos artilleros y un millar de caballeros. Estos Tercios eran algo así como cuerpos de élite que asombraron a Europa por su eficacia y por constituir las primeras unidades militares europeas profesionales y permanentes. En cambio, las Guardas Viejas no pasaron nunca de ser un cuerpo militar mediocre, a pesar de que nunca fueron puestas a prueba seriamente. Con razón se suele decir que mientras la Península Ibérica era defendida con tropas poco cualificadas y mal armadas, la élite militar hispana –los Tercios- se dedicaban a las guerras que la monarquía mantenía en Europa. En cualquier caso, incluso estos cuerpos de élite que lucharon en Europa, fueron perdiendo la supremacía, por no aprovechar las innovaciones tecnológicas que usaban sus adversarios y por la escasez de recursos económicos que reducían el número de hombres disponibles.

         En lo referente a los territorios coloniales, el objetivo siempre fue que la defensa se costease de las rentas que cada uno de ellos producía. También Portugal, durante los años que estuvo anexionada a España, debía financiar su propia salvaguardia costera, así como sus presidios y armadas. Había territorios, como la isla de Cerdeña, que no ofrecían ingresos a la Corona porque todas sus rentas se gastaban en su propia defensa. Sin duda, un gran esfuerzo económico pero parecía coherente que la defensa de las colonias o del imperio portugués se financiase de sus propias rentas.

         Ahora bien, según el derecho medieval castellano sólo el monarca podía construir fortalezas y nombrar alcaides. Sin embargo, en el caso de las colonias americanas esta facultad fue delegada con frecuencia en capitanes generales y adelantados. En cuanto a la estrategia, hubo claramente una política de sostenibilidad del sistema: primero, solo se fortificarían los grandes enclaves coloniales, aquellos que eran estrictamente necesarios para garantizar el control de las remesas de oro y plata americana, cuya principal interesada era la misma institución. Y segundo, todas las colonias debían autofinanciarse, a través de impuestos propios. La mayor parte de estas fortificaciones y su sostenimiento se financiaron  del situado, es decir, de unas partidas de dinero de la hacienda real indiana que se destinaban a sufragar gastos de la administración colonial. Dicho numerario se uso con frecuencia para financiar la defensa, desde las construcciones militares a los salarios de los militares de las principales guarniciones. Aunque a fin de cuentas era dinero de menos que recibía la Corona tenía la ventaja de que evitaba la salida de capital de la Península, favoreciendo la autofinanciación de las colonias. Mediante el situado se financiaron las principales construcciones defensivas indianas, como las de Portobelo, Veracruz, o La Habana.  Gracias al propio metal precioso americano, se construyó a lo largo del siglo XVI una amplia red de plazas bien fortificadas. No obstante, el situado fue la principal fuente de financiación de la defensa pero no la única, pues también se destinó la sisa, un gravamen variable y eventual similar a un arancel que  los cabildos locales solían imponer a la entrada en la ciudad de algún producto.

         Hubo reclutas realizadas en Castilla para el envío a los presidios y fortalezas indianas, pero tan mal pagadas que muchos las aceptaban con el objetivo de desertar y obtener pasaje gratuito a las Indias. Por lo general, siempre adolecieron de guarniciones adecuadas para garantizar la defensa. Y ello ¿Por qué motivo? ¿Se desconocía la necesidad de soldados? ¿Se infravaloraba la ofensiva corsaria? Pues no, nada de eso, la necesidad de proteger tanto la Península como los territorios coloniales fue una de las mayores preocupaciones de la administración de los Habsburgo. El problema era simple y llanamente económico; el sostenimiento de amplias guarniciones militares en cada plaza era absolutamente inviable desde el punto de vista económico no sólo para el Imperio español sino para cualquier otra potencia de su tiempo. Por poner un ejemplo significativo, solamente el mantenimiento de un capitán y 50 soldados en la fortaleza de San Juan de Puerto Rico costaba más de dos millones y medio de maravedís. Asimismo, en 1590, se estimó que sólo en salarios se gastaría en el mantenimiento de una guarnición de poco menos de 300 hombres en la fortaleza de La Habana más de 13 millones de maravedís anuales, mientras que los 244 soldados destinados en las fortalezas de Cartagena costaban al fisco más de 8,5 millones. Y por poner un último ejemplo, los 409 soldados que había en la isla de Cuba en 1612 costaban a la hacienda pública más de 160 millones de maravedís, abonados del situado de Nueva España. Su alto coste provocó que muchas fortalezas indianas en la primera mitad del siglo XVI mantuviesen guarniciones inferiores al medio centenar de hombres. Con tan pobres destacamentos era imposible asegurar ninguna plaza, pues un solo galeón enemigo podía disponer de medio centenar de cañones y 600 hombres. Pero tan sólo el mantenimiento de este pequeño contingente de soldados en todas las ciudades y villas del Imperio habría supuesto un desembolso económico inasumible para la Corona. 

         Por todo ello, en el siglo XVI se pensó que la única forma viable de garantizar la defensa costera era movilizando a la población cada vez que las circunstancias así lo requerían. No es de extrañar que la mayor parte de la tropa estuviese formada por encomenderos y hacendados. Los primeros estaban obligados por ley a prestar contraprestaciones militares, es decir, debían poseer armas, y en los casos de encomenderos con más de medio millar de indios, caballo, y acudir tanto a los alardes como, en caso de ataque, a la defensa del reino. La no comparecencia podía acarrear, al menos en teoría, la pérdida de su encomienda. Por ejemplo, cuando a principios de 1523 se construyó la fortaleza de Cumaná, se destinaron 900 pesos al año como salario del alcaide, Jácome de Castellón y de una guarnición de ¡nueve hombres! Se entendía que se trataba de un retén de vigilancia y que, llegado el caso, debían ser las milicias locales quienes debían defender su propio territorio. Así, lo dispuso Hernán Cortés en sus ordenanzas militares de 1524, aunque sobre todo pensando en un posible alzamiento indígena. En el caso de Puerto Rico, la Corona compelía a los vecinos a que fuesen permanentemente armados y a caballo. En el importante enclave de Cartagena de Indias hasta después del asalto de Drake de 1586 no hubo ninguna guarnición militar. Ya en 1541, ante los rumores de un asalto corsario, el gobernador Pedro de Heredia se presentó en Cartagena y convocó un alarde en la plaza principal para que todos los españoles varones se presentasen con sus armas, los de a caballo a caballo y los de a pie, a pie. Ante la sorpresa del propio gobernador, muchos encomenderos ni siquiera acudieron al alarde, pese a que estaban obligados por ley. Por ello, el corsario francés Roberto Baal no tuvo problemas para asolar y saquear la ciudad con una pequeña escuadra compuesta por cuatro naves y 450 hombres. Pero, en las décadas posteriores la situación no cambio; Cartagena en esta época ni dispuso de fortalezas ni tampoco de guarnición militar. La defensa se confió exclusivamente a los vecinos quienes defendían la tierra, sirviéndoles además la posesión de arma y caballo como un elemento diferenciador de un alto status social. En la tardía fecha de 1650 la defensa de Jamaica se limitaba a medio millar de milicianos, encuadrados en seis escuadrones de infantería y uno de caballería, lo que facilitó su ocupación por los ingleses cinco años después. Con frecuencia estos hacendados, estancieros y dueños de ingenios acudían acompañados de su servidumbre, tanto indios como negros. Ya en la primera batalla naval de la Historia de América, librada en las costas de Nueva Cádiz de Cubagua, en 1528, varias decenas de canoas, una carabela y un bergantín se enfrentaron al galeón de Diego Ingenios que disponía de 45 cañones. Tras una dura resistencia en la que los flecheros indios causaron auténticos estragos, el corsario decidió retirarse en busca de objetivos más asequibles. La primera batalla naval indiana se decantó a favor del Imperio gracias a las tropas auxiliares indígenas.

         Para concluir, permítame el lector insistir en mi hipótesis: pese a las dificultades extremas por las que atravesó el Imperio, el sistema defensivo funcionó razonablemente bien. Y digo más, precisamente, y al contrario de lo que se suele decir, ese fue a mi juicio el mayor mérito de la España Imperial. Otra cosa bien distinta es que precisamente esos excesivos gastos militares a los que tuvo que hacer frente la monarquía, y que en parte pudo haber evitado, terminaron empobreciendo a los reinos peninsulares. Como escribió Antonio Miguel Bernal, las remesas de metales preciosos que pudieron emplearse en inversiones productivas, terminaron pagando los ejércitos de mercenarios que debía mantener en diversas partes del Imperio.

 

 

PARA SABER MÁS

 

ALBI DE LA CUESTA, Julio: “De Pavía a Rocroi. Los tercios de infantería española en los siglos XVI y XVII”. Madrid, Balkan Editores, 1999.

 

BERNAL, Antonio Miguel: “España, proyecto inacabado. Costes/beneficios del Imperio”. Madrid, Marcial Pons, 2005.

 

CALDERÓN QUIJANO, José Antonio: “Las defensas Indianas en la Recopilación de 1680”. Sevilla, E.E.H.A., 1984.

 

MARCHENA FERNÁNDEZ, Juan: “Ejército y milicias en el mundo colonial americano”, Madrid, MAPFRE, 1992.

 

MIRA CABALLOS, Esteban: “Defensa terrestre de los reinos de Indias”, en Historia Militar de España (Hugo O’ Donnell, dir.), T. III, vol. I. Madrid, Ministerio de Defensa, 2012, pp.143-193,

 

-----“La relación coste/eficacia en la defensa de la España Imperial”, Revista de Historia MilitarNº 118. Madrid, 2015, pp. 111-146.

 

O`DONNEL Y DUQUE DE ESTRADA, Hugo: “Los hombres de armas de las Guardas de Castilla, elemento básico en la estructura militar de la España de Felipe II”, en La organización militar en los siglos XV y XVI. Málaga, 1993, pp. 43-47.

 

------ “Defensa militar de los reinos de Indias. Función militar de las flotas de Indias”, en Historia Militar de España (Hugo O’ Donnell, dir.), T. III, vol. I. Madrid, Ministerio de Defensa, 2012

 

PARKER, Geoffrey: “El ejército de Flandes y el Camino Español (1567-1659)”. Madrid, Alianza Editorial, 2006.

 

PI CORRALES, Magdalena de Pazzis: “Las Guardas de Castilla: algunos aspectos orgánicos”, en Guerra y sociedad en la Monarquía Hispánica, política, estrategia y cultura en la Europa moderna (1500-1700), T. I, Enrique García Hernán-Davide Maffi, edts. Madrid, 2006, pp. 767-785.

 

QUATREFAGES, R.: La Revolución Militar Moderna. El crisol Español. Madrid, Ministerio de Defensa, 1996.

 

THOMPSON, I.A.A.: Guerra y decadencia, gobierno y administración en la España de los Austrias, 1560-1620. Barcelona, Crítica, 1981.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS