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EXCESOS SEXUALES EN EL SANTO DOMINGO COLONIAL

EXCESOS SEXUALES EN EL SANTO DOMINGO COLONIAL

Preparando una ponencia para noviembre de este año en Santo Domingo sobre la libertad y el libertinaje sexual, uno se sorprende no tanto de los excesos que se cometieron como de la impunidad. Adelantaré un par de casos tangenciales que no afectan al fondo de mi ponencia para que el lector se haga una idea.

           América se convirtió en una especie de paraíso de Mahoma, donde muchos conquistadores y colonizadores practicaron la barraganía y el concubinato. En España había muchos casos de transgresiones, pero había una diferencia notabilísima, un control mucho mayor lo que hacía que pocos casos quedasen impunes, máxime si eran de la magnitud de los que vamos a relatar a continuación. No hay que olvidar en este sentido que las autoridades hispanas apenas controlaban un veinte por ciento del continente, quedando grandes vacios, como el oeste de Norteamérica, la Pampa austral o los Llanos venezolanos. Baste ofrecer un dato referente a la Inquisición: en la Península Ibérica había dieciséis tribunales inquisitoriales para una extensión de medio millón de km2 mientras que un único tribunal novohispano debía ocuparse de una extensión seis veces superior.

           Algunos mantuvieron relaciones con niñas de siete u ocho años, sin el más mínimo problema legal ni social. Así, el 15 de febrero de 1578, el doctor Gregorio González de Cuenca en una carta dirigida al rey narró el comportamiento indecoroso del licenciado Paredes. Al parecer, éste había condenado un alcalde llamado Baltasar Rodríguez por haber ejecutado la sentencia de muerte sobre un cacique que había quemado en la hoguera a tres indios inocentes. Le dijo que si quería evitar la pena de muerte le debía entregar su hija de ocho o nueve años para casarla con hijo suyo de año y medio. Baltasar Rodríguez accedió al casamiento, pero poco después falleció en circunstancias extrañas. Y el suceso fue aprovechado por el licenciado Paredes para llevarse a la niña a su casa, donde la tiene a la fuerza dando clamores a Dios. Solicitaba que tan gran delito no quedase sin castigo, pero no sabemos mucho más del caso. Todo parece indicar que se trata de un abuso sobre la menor aunque en el documento en cuestión no se especifican los abusos o las intenciones exactas del licenciado Peralta.

           No era el único que llevaba una vida escandalosa; el oidor de la audiencia, licenciado Esteban de Quero, llevó una vida absolutamente desordenada sin que nadie hiciese o pudiese hacer nada para remediarlo. Vivía amancebado con una mujer, que era hermana de una monja del convento de Regina Angelorum; y realizó todo tipo de presiones a las religiosas para que la nombrasen priora. Finalmente no ocurrió por la intervención del provincial fray Juan de Manzanillo y del presidente de la audiencia doctor González de Cuenca. Pero además, mantenía relaciones con muchas otras mujeres; así por ejemplo, llegó a la isla la gobernadora de la isla de La Margarita, doña Marcela Manrique y fue público que se encerró en casa con dicha señora, y no acudía ni a las sesiones de la audiencia. Pero tampoco sus excesos se limitaban a la vida privada, era frecuente verlo por las noches con una o varias mujeres de compañía, ofreciendo escandalosos espectáculos. El doctor Cuenca, presidente de la audiencia, se sentía incapaz de solucionar los problemas, dado que vivía atemorizado por los oidores que lo amenazaban de muerte. Él se limitaba a informar en un tono verdaderamente dramático:

 

            "Si hubiere de referir los clamores de los vecinos de esta ciudad por los malos tratamientos que estos dos oidores les hacen y por ver deshonradas las más principales mujeres de esta ciudad sería no acabar".

 

 

           Una vez más se evidencia la incapacidad de las autoridades peninsulares, frente al poder de la oligarquía local. En una ocasión pretendió embarcar para España a una de las mujeres que traía perdido al licenciado Quero y descasados a muchos otros vecinos de Santo Domingo. Sin embargo, al tiempo de la partida de los navíos la escondieron y no se pudo cumplimentar los deseos del presidente de la audiencia. En otros casos tomó la decisión de enviar a La Habana a algunos casados para que regresasen a España a por sus mujeres. Pero unos se fugaban y evitaban el embarque y otros iban a La Habana y luego regresaban a la isla sin haberse embarcado para España.

           Más llamativos aún son los abusos que algunos frailes cometían sobre las monjas en los conventos de Santo Domingo. Fray Lucas de Santa María O.F.M., vicario de los franciscanos, tenía una fama ganada a pulso de ser un potro desbocado y depredador de monjas. No era el único, pues el provincial de la misma orden, fray Alonso de Las Casas, había convertido el convento de clarisas en su mancebía, y allí acudía a regocijarse con ellas y a realizar tocamientos a las más jóvenes y guapas. Y hasta tal punto se extralimitó que “desvirgó” a doce de ellas, dejando embarazada a una, aunque éste no llegó a término. Hay una carta que el guardián del convento de San Francisco y los demás religiosos del mismo escribieron a su superior en 1584 que es absolutamente demoledora, pese a ser un correligionario. Merece la pena extractarla en sus partes más importantes. Afirma que no tenía de religioso más que el nombre y que se impidiese su vuelta a la isla, pues después del infierno no les podía venir mayor calamidad, así a nosotros como a estas pobres monjas, cuya casa violó y profanó. Al parecer acudía al cenobio en compañía de su compañero de tropelías fray Francisco Pizarro, y se iban a algunas celdas con la monja que más le gustaba y se echaba con ella, le ponía las manos atrás y el desvergonzado le alzaba las faldas y le miraba su honestidad. Y a una tal sor Isabel Peraza la llevaba a su celda en el convento de San Francisco y en una ocasión los vieron juntos en la ermita de San Antón. Y a un criado suyo de color, que lo tenía de alcahueta para pasar los mensajes a sus amantes, habló públicamente de sus deshonestidades y le dio tal castigo que estuvo al borde de la muerte. Menciona el guardián en su carta que el arzobispo de Santo Domingo procedió contra él por vía inquisitorial, pero no parece que llegara a buen puerto su sentencia pues de hecho, el religioso se disponía a volver a su convento. Sorprenden estos hechos tan graves y que quedasen totalmente impunes. ¿Cómo podía ocurrir esto? El guardián del cenobio lo deja muy claro: porque nuestros prelados mayores están tan remotos que no es posible acudir a ellos.

           En España también había infinidad de casos de amancebamientos, de estupros y de violaciones, pero había dos diferencias con respecto a La Española y en general a las colonias: uno, cuantitativamente eran menos los casos, ya que la presión de las autoridades era mucho mayor, por la cercanía del poder. Los párrocos y los familiares de la inquisición establecían a veces una presión insufrible, lo que servía como elemento disuasorio. Y dos, la impunidad en España se limitaba a las esclavas y a aquellas mujeres libres que no estaban suficientemente protegidas, es decir, que permanecían solteras o viudas y no vivían bajo la protección de ningún hombre en particular.

           Una vez más la historia nos enseña la bajeza moral de muchos seres humanos, no muy diferente en el siglo XVI que en el XXI.

 

 

PARA SABER MÁS

 

DEIVE, Carlos Esteban: “La mala vida. Delincuencia y picaresca en la Colonia Española de Santo Domingo”. Santo Domingo, Fundación Cultural Dominicana, 1988.

 

MIRA CABALLOS, Esteban: “Conductas sexuales en el Santo Domingo del siglo XVI: la violación de doña Juana de Oviedo”, en La Española, epicentro del Caribe en el siglo XVI. Santo Domingo, Academia Dominicana de la Historia, 2010.

 

RODRÍGUEZ MOREL, Genaro: Cartas de la Real Audiencia de Santo Domingo (1578-1587). Santo Domingo, Archivo General de la Nación, 2016

 

SCHWARTZ, Stuart N.: “Cada uno en su ley. Salvación y tolerancia religiosa en el Atlántico ibérico”. Madrid, Akal, 2010.

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

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