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EL MECENAZGO DE MARÍA DE MONSALVE CON EL CONVENTO DE AGUSTINAS DE CARMONA

EL MECENAZGO DE MARÍA DE MONSALVE CON EL CONVENTO DE AGUSTINAS DE CARMONA

        A lo largo de la Edad Moderna las fábricas de las iglesias y los cenobios dispusieron de importantes propiedades y rentas con las que construyeron los majestuosos edificios y catedrales que, en buena parte, todavía hoy podemos contemplar.

          En realidad, esas obras de arte se sufragaron directa o indirectamente de la devoción y de la fe del pueblo. Casi todas las personas que testaban dejaban una o varias mandas a la iglesia, a las cofradías, a un convento o a un hospital o a todos ellos. La muerte, omnipresente en siglos pasados, suponía una de las mayores fuentes de ingresos para la iglesia: por un lado, los templos eran los cementerios, y los pudientes pagaban importantes sumas por enterrarse en el presbiterio o en la capilla sacramental. Cuanto más cerca estuviese el enterramiento del Santísimo mayor era su coste económico, mientras que los inhumados a los pies de la iglesia pagaban sumas muy inferiores. Pero, por el otro, los creyentes, al final de sus vidas sentían la necesidad de descargar sus conciencias, dejando una parte de su fortuna en fundaciones, capellanías y obras pías.   Por todo ello, la Iglesia obtuvo unas importantes rentas con las que financió esos majestuosos templos que por fortuna nos han legado.

            En Carmona tenemos numerosos ejemplos de personajes de la élite que dejaron una buena parte de su fortuna a distintos fines religiosos. Entre ellas, doña Ana Salvadora Luisa de Ureña, esposa del regidor perpetuo don Antonio Tamariz y Armijo. Ésta, siguiendo las disposiciones testamentarias de su marido dejó 10.000 ducados para la fundación del convento de carmelitas descalzos de San José.

            Un caso muy similar es el de doña Beatriz de Vargas, esposa del medico Cristóbal Tocado, quien dejó las casas de su morada para la fundación del convento de Santa Catalina. Y por citar un último ejemplo, don Teodomiro Lasso de la Vega dejó 3.000 ducados para labrar la capilla mayor del convento de Carmen.

            Pues, bien, estas líneas queremos citar el caso de otra mujer, doña María de Monsalve, que dedicó gran parte de sus bienes en este caso al convento de las Agustinas Recoletas de Carmona.

          Es muy poco lo que sabemos de la biografía de esta mujer. Debía pertenecer al linaje de los Monsalve sevillanos cuyos orígenes se remontan a la época de la Reconquista de Sevilla. Al parecer, don Guillén de Monsalve, era de origen catalán, pues en el Repartimiento de Sevilla figuraba como uno de los “cien ballesteros catalanes”. Por lo demás, el nombre de María –al igual que el de Guillén- se repite con frecuencia en la genealogía de los Monsalve. De hecho conocemos otra María de Monsalve, que vivió en el siglo XV, hija de Luis de Monsalve y de María Barba que al parecer se crió en la Corte de Juan II, fue apadrinada por los reyes y se desposó con el también linajudo Pedro de Tous, teniente de alcaide del alcázar y de las atarazanas de Sevilla.

        En lo concerniente a nuestra María de Monsalve, sabemos que era esposa de un miembro de la élite carmonense, don Diego de la Milla. Este último pertenecía a una familia muy linajuda de la localidad, originaria de Galicia y residente en Carmona al menos desde el siglo XIV. Tras la muerte de éste se dedicó durante décadas a sufragar diversas obras religiosas en Carmona.

        Teníamos noticias de que, siendo ya viuda, compró un vestido, jubón y saya para la imagen de Nuestra señora del Escapulario, sita en el Carmen.

        Repasando en el archivo de las Agustinas Recoletas encontramos datos inéditos referentes al caudal legado por esta carmonense para favorecer a este cenobio. Según un apunte contable registrado por las religiosas en 1748 recibieron 1.000 reales de limosna de la citada benefactora. Sin embargo, unos años después para acometer las obras del retablo mayor volvieron a apelar a la caridad de sus benefactores. El dinero recaudado –en reales- y sus donantes fue el siguiente: doña María de Monsalve 22.600, doña Juana de Romera 300, Universidad de Beneficiados 300, Martín Barba 75, Marqués del Saltillo 20 y doña Juana de Tovar 20. Está claro que el retablo se pudo sufragar gracias a la donación testamentaria hecha por doña María de Monsalve. Su donativo sirvió para acabar sobradamente el retablo que se tasó con Miguel de Gálvez, maestro ensamblador, en 16.000 reales. Incluyendo una gratificación que se le dio al maestro, el costé quedó en unos 16.500 reales.

        Pero como la dádiva de María de Monsalve fue tan generosa las monjas no dudaron en contratar también el graderío de piedra de jaspe del presbiterio. Así, el 23 de abril de 1755 contrataron la hechura del retablo y tan solo dieciocho días después, es decir, el 11 de mayo del mismo año contrataron con el cantero antequerano José Guerrero la hechura de las gradas de piedra y del sotabanco donde se debía colocar el retablo.

        El coste de esta última obra, incluido su transporte y colocación superó escasamente los 2.000 reales por lo que todavía le siguió quedando a las monjas de la donación para el retablo 4.815 reales. Y las monjas continuaron invirtiendo en su templo, pues decidieron sobre la marcha mandar hacer “la loza del coro y puerta del presbiterio”.  Ocho reales más se gastaron en unas palmatorias que hizo el maestro José Bares y nueve pesos en dorar por dentro el sagrario.

        En definitiva, una donación que sirvió para que la monjas pudiesen sufragar las obras de la capilla mayor del convento de las Agustinas Recoletas. Por tanto, si hoy los carmonenses podemos disfrutar de esa magnifica obra de arte se debe a la generosidad y a la sensibilidad de esta carmonense cuyo nombre hemos rescatado del olvido en estas líneas. 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

LA FUSIÓN ENTRE LAS COFRADÍAS CARMONENSES DE LA MISERICORDIA Y DE LA SANTA CARIDAD (1670)

LA FUSIÓN ENTRE LAS COFRADÍAS CARMONENSES DE  LA MISERICORDIA Y DE LA SANTA CARIDAD (1670)

        Desde la Baja Edad Media la cofradía de la Misericordia jugó un papel muy destacado dentro de la vida religiosa y sobre todo asistencial de Carmona. Pese a ello, y al margen de algunas referencias esporádicas en artículos referidos al Hospital del mismo nombre, su historia sigue siendo hoy en día una gran desconocida.

        Al parecer esta cofradía se fundó a finales del siglo XIV o principios del siglo XV, teniendo como cometido fundamental la asistencia a los presos y a los "pobres vergonzantes". Al menos desde principios del siglo XVI tenía su propio hospital siendo, pues, una más de tantas cofradías asociadas a pequeños hospicios que existían en nuestra localidad. Un golpe de suerte hizo que en el testamento de la Duquesa de Arcos, protocolizado el 5 de abril de 1511, ante Alonso de Baeza, escribano público de Carmona, se dotase a esta cofradía y hospital de un considerable legado. Como es bien sabido, en el testamento se nombraba a la cofradía y al hospital de la Misericordia como heredero universal de sus bienes, con el objetivo expreso de que "se reciban y provean y curen y remedien trece pobres". En el mismo texto de la fusión que ahora comentamos se citaban las obligaciones que tenía contraída dicha cofradía:

 

 

            “La fundación de dicha cofradía fue con obligación de que el prioste hermanos de ella acudiesen a enterrar los cuerpos de los pobres de solemnidad que fallecieren en esta ciudad y su término y acompañar hasta el suplicio a los que por la justicia Real de Su Majestad mandasen ajusticiar y enterrar sus cuerpos y dar en cada un año por el día de Sábado Santo a los pobres de la collación de Santiago de esta ciudad una limosna de pan y carne...".

 

 

        Desde muy pronto esta cofradía se fue poblando de miembros de la élite cabildante y de la alta jerarquía religiosa local. Y es que con frecuencia estas asociaciones caritativas solían estar integradas por las personas más pudientes de cada villa, pues, se suponía que la nobleza y la élite, tenían una obligación moral con los grupos sociales más desfavorecidos. Incluso, antes de la donación de doña Beatriz Pacheco, ya encontramos a destacados personajes carmonenses vinculados a este instituto. De hecho, en 1511, con motivo de la donación, había dos hermanos mayores, don Luis de Romera y don Fernando Montes de Oca, ambos pertenecientes a la élite hidalga de la localidad. 

            Pues, bien, hasta la fecha no se sabía nada de la cuestión de la fusión tratada en este artículo. Es más, ni tan siquiera se tenían noticias de la otra hermandad asistencial, intitulada de la Santa Caridad, y con sede en el arrabal. La historiografía afirmaba erróneamente que lo único que ocurrió en el siglo XVII fue un cambio de nombre, dejando de llamarse Cofradía de la Misericordia y pasando a ser Caridad y Misericordia.

 

 

LA FUNDACIÓN DE LA COFRADÍA DE LA CARIDAD

 

        En principio no consta el año exacto de la fundación y de la aprobación de sus reglas de la Cofradía de la Caridad, intitulada oficialmente de "la Santa Caridad de Nuestro Señor Jesucristo". En cambio, sí constan en el expediente determinados indicios que nos pueden acercar mucho a esta fecha en cuestión. Concretamente encontramos dos datos bastante significativos: uno, sus reglas fueron aprobadas por el arzobispo Ambrosio Ignacio Espínola y Guzmán. Dos, cuando se refieren a esta hermandad se menciona como "nuevamente erigida y fundada en la ciudad de Carmona". Y tres, en 1670 se fusionó con la de la Misericordia.

            Por tanto, teniendo en cuenta que el arzobispo Espínola accedió a su cargo en 1669, y que en 1670 se fusionó con la de la Misericordia es prácticamente seguro que las reglas de esta corporación debieron aprobarse a lo largo de 1669 o, como mucho, a principios del siguiente. En nuestra opinión, fundación y aprobación de reglas debieron ocurrir consecutivamente, muy probablemente en el mismo año de 1669.

            Mucho más problemático es conocer los motivos exactos de esta erección que provocó litigios y enfrentamientos con la señera cofradía de la Misericordia. Y desde luego, por los síntomas que pasaremos a describir, tenemos fundadas sospechas de una rivalidad entre el área del arrabal, y particularmente de la parroquia de San Pedro, con la élite política, económica y religiosa de intramuros. Para empezar es necesario destacar que, la cofradía de la Misericordia, al menos en el siglo XVII, estuvo regida y controlada por los presbíteros de las parroquias intramuros y por la élite de la localidad. En cambio, llama mucho la atención que la de la Santa Caridad estuviese liderada e impulsada por los presbíteros de la iglesia de San Pedro, todos ellos destacados miembros de su junta, así como por algunos profesionales liberales, como los escribanos Francisco Blaso del Vado o Teodomiro de Cifuentes y Sarmiento. Muchos de sus miembros fundacionales, como el propio Blaso del Vado, sabemos que residían en la collación del arrabal y eran parroquianos de la iglesia de San Pedro. 

            Por otro lado, la cofradía nació “unida y agregada” a la cofradía del mismo nombre de la ciudad de Sevilla. Habida cuenta de los sucesos ocurridos años después, y que en líneas posteriores comentaremos, no sabemos si también hubo una pugna entre la hermandad sevillana de la Santa Caridad y la carmonense de la Misericordia. La corporación hispalense había nacido en 1564, es decir, mucho después que la de la Misericordia, con un fin asimismo asistencial pero, desde 1608, había experimentado un gran auge, gracias al impulso de don Miguel de Mañara. La creación de una filial en Carmona debió ser para la hermandad de la Caridad sevillana, por utilizar un conocido refrán, algo así como "poner una pica en Flandes".

 

 

LA FUSIÓN DE AMBAS CORPORACIONES 


            Como ya hemos dicho la fundación y aprobación de la hermandad de la Santa Caridad trajo consigo enfrentamientos, litigios y rivalidades con la de la Misericordia que provocó la propia intervención del arzobispo y la de su provisor. Con la intervención de dicho prelado y, por la buena voluntad de ambas partes, decidieron acabar con sus enfrentamientos y llegar a un acuerdo de fusión. Así, por un lado, la cofradía de la Misericordia dio poder para tal efecto a sus hermanos Alonso Antonio de Armijo y Tamariz y a Martín Barba de la Milla, por carta fechada el 29 de junio de 1670. Y, por el otro, la de la Caridad, el 1 de julio de 1670, nombró al mismísimo don Miguel de Mañara Vicentelo de Leca, caballero de la Orden de Calatrava y hermano mayor de la cofradía de la Caridad de Sevilla, y al carmonense Juan de Cifuentes.

            Y no tardaron en llegar a un acuerdo porque dos días después, es decir, el 3 de julio de 1670, se firmaba la fusión con las condiciones de la misma. Concretamente, se establecía lo siguiente:

 

 

            “Que ambas desde hoy en adelante para siempre jamás estén juntas y sean un cuerpo y una misma hermandad y cofradía en el uso y ejercicio de sus oficios, ejercicios y santas obras de caridad y administración de bienes y demás obras pías que cada uno de por si tenía antes de esta agregación...”

 

 

            Una vez ratificada la fusión lo primero que se hizo fue disolver las dos juntas, cesar al prioste de la Misericordia y al hermano mayor de la Caridad y nombrar un gobierno interino. Quedaba en manos del arzobispo el designar un hermano mayor que se hiciera cargo de la corporación hasta el día de Pascua en que se debían nombrar, en cabildo general, nueva junta de gobierno.

            La sede de dicha cofradía estaría, como no podía ser de otra forma, en la capilla de la Misericordia ya que los hermanos de la Caridad no tenían casa propia. Sin embargo, dicho edificio debía estar en obras porque se decía que, si no estuviese acabado de hacer, residieran en “la parte que eligieren y fuere más conveniente a la dicha hermandad”.

 

 

EL INTENTO DE FUSIÓN CON LA CARIDAD DE SEVILLA


            Años después se dio un curioso suceso que no fue otro que la pretensión de la cofradía carmonense de la Caridad y Misericordia de fusionarse con su homónima sevillana. Los hermanos de Carmona pretendían, en función del vínculo de confraternidad y unión que la cofradía de la Santa Caridad de Carmona poseía desde 1669, que “ambas casas quedasen en un cuerpo unidas”. La pretensión no tenía muchos precedentes en esos momentos porque si bien eran frecuentes las fusiones de hermandades ubicadas en la misma parroquia, o a lo sumo en la misma villa o ciudad, las realizadas entre corporaciones radicadas en distintas ciudades no era en absoluto usual. Parecía una situación difícil o imposible de llevarse a cabo en esa época. Pero estaba claro que los carmonenses se movían probablemente por el interés de unirse a una casa muy prestigiosa socialmente y muy bien dotada económicamente. Mucho más improbable es que lo hicieran, con una mentalidad inusual en su época, por buscar una mayor eficiencia en el cometido de dos casas que desarrollaban tareas similares.

            La oposición de los hermanos de Sevilla fue tajante y contundente: "no podían condescender a lo que proponía la venerable hermandad de la ciudad de Carmona". Según decían se había entendido mal el concepto de confraternidad que, desde 1673, había establecido la hermandad sevillana con otras corporaciones similares de la provincia. Al parecer esta confraternidad solo hacía referencia a la libertad de los hermanos de las distintas corporaciones firmantes de acudir a las funciones públicas de la otra. Concretamente especificaban que la confraternidad entre la hermandad de Sevilla y Carmona solo pretendía:

 

 

            “Recibir a los hermanos de la referida hermandad a la confraternidad que piden de tal suerte quede hecha esta unión, que los hermanos de una casa puedan asistir recíprocamente en las funciones públicas y ejercicios de la otra, según lo acostumbramos con las demás casas unidas a ésta, como son Alanila, Utrera, Carmona, Las Cabezas, haciéndolos participar de todas las obras, ejercicios e indulgencias de ésta en la forma que podemos por derecho y que se siente en los libros, mediante quedar los hermanos de aquella por de ésta para ganar las gracias e indulgencias lo cual hacemos para siempre jamás. Y estas propias son las contenidas en el de mil seiscientos setenta respectivo a la venerable de la ciudad de Carmona como se ve de la referencia que hace”.

 

 

            Finalmente, alegaban que era injusto para las otras hermandades filiales, con las que también se habían establecido lazos de confraternidad, que en el caso de Carmona se entendiese de una forma diferente. Sin embargo, a nuestro juicio la situación no era la misma porque la de la Caridad de Carmona se fundó en 1670 en unas circunstancias muy especiales y, da la impresión por los documentos conservados, que plenamente ligada y dependiente de la sevillana.

            Sea como fuere, lo cierto es que los hermanos de Sevilla no condescendieron ni consintieron tal propuesta de la cofradía carmonense, quedando el intento de fusión en papel mojado.

 

 

APÉNDICE DOCUMENTAL

 

            Aprobación de la fusión entre las hermandades de la Misericordia y de la Santa Caridad (1670).

 

            “Licenciado don Gregorio Bastan y Arostegui, provisor y vicario general de esta ciudad de Sevilla y su arzobispado, por el ilustrísimo y reverendísimo señor don Ambrosio Ignacio Espínola y Guzmán, mi señor arzobispo de esta dicha ciudad y arzobispado de Sevilla, del Consejo de Su Majestad, por cuanto por parte de las cofradías y hermandades de la Santa Misericordia y de la Santa Caridad de Nuestro Señor Jesucristo de la ciudad de Carmona se ha presentado ante mi cierta escritura de concordia por la cual parece que las dichas dos hermandades y cofradías pretenden quedar para desde hoy en adelante para siempre jamás reducidas, agregadas y consolidadas en una y los hermanos de ellas por de una misma hermandad, conferido el título de Misericordia y Caridad de Jesucristo, y obligados a guardar la regla y estatutos de la de la Santa Caridad, ejercicios y buenas obras como de la dicha escritura parece, cuyo tenor es como se sigue:

            In Dei nomine amen, por el tenor del presente público instrumento sea notorio y manifiesto como en la Muy Noble y Muy Leal ciudad de Sevilla, a los dos días del mes de julio del año del nacimiento de nuestro salvador Jesucristo de mil seiscientos y setenta, indiecion octava y del pontificado de nuestro muy Santo Padre Clemente por divina providencia Papa décimo, año primero, en presencia de mi el notario público apostólico y de los testigos infrascritos personalmente constituidos, de la una parte, los seglares don Martín Barba de la Milla, don Alonso Antonio de Armijo Tamariz, vecinos de la ciudad de Carmona, estantes al presente en esta ciudad, hermanos de la cofradía de la Santa Misericordia de la dicha ciudad de Carmona, en nombre y en voz del prioste y hermanos de esta dicha cofradía y en virtud del poder que les otorgaron, ante Alonso María, notario apostólico de la dicha ciudad, su fecha en ella en veintinueve de junio de dicho año, y de la otra parte, el licenciado don Francisco Rodríguez Bordas, presbítero beneficiado propio de la iglesia parroquial del señor san Pedro de la dicha ciudad, consiliario de la hermandad de la Santa Caridad de Nuestro Señor Jesucristo que nuevamente se ha erigido y fundado en la dicha ciudad de Carmona y Juan de Cifontes Lobo, hermano de la dicha hermandad y residente en dicha ciudad, en nombre y en voz de los alcaldes y hermanos de la dicha hermandad de la Santa Caridad y en vista del poder que les dieron y otorgaron, ante Juan Caro Almagro, notario apostólico de la dicha ciudad, su fecha en ella en primero día de este mes de julio que todas las dichas partes me entregaron los dichos poderes para los insertar en esta dicha escritura y son del tenor siguiente:

            In nomine Dei amen, en la Muy Noble y Muy Leal ciudad de Carmona, en veinte y nueve días del mes de junio de mil seiscientos y setenta años, por ante mi el notario apostólico y testigos, el prioste y hermanos de la cofradía de la Santa Misericordia o Caridad de esta dicha ciudad, estando juntos y congregados como lo han de costumbre es a saber: don Juan de Romera Tamariz, prioste, don López del Álamo, presbítero comisario del Santo Oficio de la Inquisición y beneficiado propio de la parroquial del Señor San Bartolomé de esta ciudad, don Luis Barrasa, presbítero, don Luis de Romera Tamariz, presbítero beneficiado propio de la parroquial del señor San Felipe de esta ciudad, don Antonio Gil Barba de la Milla, clérigo de menores ordenes beneficiado propio de dicha iglesia del señor San Bartolomé, don Juan Tamariz de Bordas y Guzmán, don Alonso Antonio de Armijo Tamariz, don Gonzalo Tamariz Bordas y Guzmán, don Juan de Romera, don Martín de Barcia y Milla, todos hermanos de la dicha hermandad por si y en su nombre y de los demás hermanos que de ella son hasta el día de hoy y serán en adelante por quien prestaron bastante voz que estarán y pasarán por lo que aquí será contenido y en su virtud se hiciere y otorgare y a la dicha voz obligaron sus caudales y rentas de la dicha cofradía de un acuerdo y conformidad y que por cuanto la fundación de dicha cofradía fue con obligación de que el prioste y hermanos de ella acudiesen a enterrar los cuerpos de los pobres de solemnidad que fallecieren en esta ciudad y su término y acompañar hasta el suplicio a los que por la justicia Real de Su Majestad mandasen ajusticiar y enterrar sus cuerpos y dar en cada un año por el día de Sábado Santo a los pobres de la collación de Santiago de esta ciudad una limosna de pan y carne y por el Ilustrísimo señor don Ambrosio Ignacio Espínola y Guzmán, arzobispo de la ciudad de Sevilla, del Consejo Real de Su Majestad fue servido de mandar se fundase en esta ciudad dicha hermandad de Caridad por tener su ilustrísima noticia estaba fundada la dicha cofradía de la Misericordia y Caridad y porque por obviar algunos inconvenientes que se pueden recrecer los dichos priostes y hermanos de la santa Misericordia y Caridad están conformes con los hermanos de la santa Caridad nuevamente fundada en que se agregasen de la santa Misericordia para que estén incorporados juntas y consolidadas y se cumpla con las obligaciones de su fundación todo lo cual ha de ser con beneplácito de su señoría Ilustrísima y para que tenga efecto otorgaron que daban y dieron todo su poder cumplido el cual de derecho se requiere y es necesario a los señores don Alonso Antonio de Armijo Tamariz y don Martín Barba de la Milla, hermanos de la dicha cofradía de la Santa Misericordia, dieron poder especial para que ambos y no el uno sin el otro puedan parecer y parezcan ante su señoría ilustrísima y pidan y supliquen que se sirva de mandar se haga la dicha agregación de la dicha hermandad de la santa Caridad nuevamente fundada a la dicha cofradía de la Misericordia o Caridad con la obligaciones, cargos e institutos que constan en la fundación de dicha cofradía de la Santa Misericordia y con las demás que tiene o tuviere la dicha hermandad de la santa Caridad, nuevamente fundada, y las que su ilustrísima fuere servido de mandar añadir que fueren convenientes para su confección y aumento.

            Para todo lo cual los dichos señores otorgantes, por si y en el dicho nombre, resignaron su voluntad en la de su señoría ilustrísima y que para ello mande se despachen las letras y demás despachos que para la dicha agregación se requieren... y los señores otorgantes, a quien yo el notario doy fe conozco, lo firmaron, siendo testigos Juan Sánchez Carreño, Manuel Rodríguez y Diego de Santiago, vecinos de Carmona. Don Juan de Romera Tamariz, don Luis de Romera Tamariz, don Martín Barba de la Milla, Luis Barrasa, don Gil Antonio Barba de la Milla, Don Pedro López Álamo, ante mi Alonso Macías, notario.

            En el nombre del muy alto Dios todopoderoso que vive y reina por siempre y sin fin amen y de la bienaventurada siempre Virgen María Madre de Dios, señora nuestra, concebida sin mancha de pecado original en el primer instante de su ser, sea notorio a cuantos vieren esta carta como en la Muy Noble y Muy Leal ciudad de Carmona en primero día del mes de julio de mil seiscientos y setenta, estando en la iglesia parroquial del señor San Pedro de esta ciudad, juntos y congregados como lo han de uso y costumbre los alcaldes y hermanos de las hermandades de la Santa Caridad de Nuestro Señor Jesucristo siendo llamados a son de campana tañida, conviene a saber: el licenciado Gregorio Alanís y Lara, cura de dicha iglesia, y Francisco Blasco del Vado, escribano público del número de esta ciudad y ambos alcaldes de la dicha hermandad, Bartolomé Canelo, mayordomo, el licenciado Juan Ruiz de Santaella, presbítero cura de dicha iglesia, secretario, Gaspar del Castillo, fiscal, el licenciado Fernando Romero, el licenciado Diego Nuño, el licenciado Juan Moreno, el licenciado Juan Martín, presbíteros consiliarios, el licenciado Bartolomé de Ávila, el licenciado Martín de Ávila, presbíteros, el reverendo padre fray Fernando Gómez, predicador y religioso del Orden de nuestro padre San Agustín, don Alonso de la Plata, consiliario, Antonio Murillo, escribano del cabildo y consiliario, Juan de Cifontes, Teodomiro de Cifontes y Sarmiento, escribano público y del número de esta dicha ciudad, Juan Caro de Almagro, Francisco de Aguilar, Francisco Serrano, Manuel Gómez, todos hermanos de la dicha santa hermandad por si y en nombre de los demás hermanos de la dicha santa hermandad, presentes y ausentes que hoy son y serán de aquí adelante de dicha santa hermandad por quien prestaron voz y caución de rato en forma de que estarán y pasarán por lo que aquí será contenido y no lo contradirán en manera alguna, antes lo ratificarán y aprobarán, y a manera de fianza obligaron los bienes de dicha hermandad habidos y por haber y todos unánimes y conformes en presencia de mi el presente notario y testigos de yuso escritos dijeron que por cuanto, habiéndose fundado dicha santa hermandad en esta ciudad, unida y agregada con la misma de la ciudad de Sevilla, por el prioste y hermanos de la santa Misericordia de esta ciudad se pretendió haber y hacer y cumplir algunas de las obligaciones de esta santa hermandad sobre que acudieron al ilustrísimo y reverendísimo señor don Ambrosio Ignacio de Espínola y Guzmán, arzobispo de la ciudad de Sevilla, del Consejo de Su Majestad y su provisor en su nombre, en orden a lo cual fueron ganados diferentes mandamientos por una y otra parte y ahora por parte de la hermandad de la santa Misericordia se ha entendido el que dicha hermandad y cofradía se agrege con ésta de la santa Caridad y que se guarden y cumplan su regla, capítulos e institutos de dicha santa hermandad, por estar confirmada y aprobada por el Ilustrísimo y reverendísimo señor arzobispo de esta dicha ciudad de Sevilla y para confirmación de dicha unión, deseando estar al mayor servicio de Dios nuestro señor y que permanezca con toda paz y quietud y en aquella vía y forma que mejor puedan y haya lugar de derecho de un acuerdo y conformidad otorgaron y conocieron que daban y dieron todo su poder cumplido cuan bastante de derecho se requiere y es necesario a los señores don Miguel de Mañara Vicentelo de Leca, caballero del orden de Calatraba, hermano mayor de la santa Caridad de la ciudad de Sevilla y vecino de ella, y al licenciado don Francisco Rodríguez Bordas, presbítero beneficiado propio de la dicha iglesia del señor San Pedro de esta ciudad y consiliario de esta dicha santa Caridad de esta dicha ciudad, y a Juan de Cifontes y a cada uno insolidum y especialmente para que en nombre de la dicha santa Hermandad puedan conferir con el ilustrísimo y reverendísimo señor don Ambrosio de Espínola y Guzmán, arzobispo de la dicha ciudad de Sevilla y el reverendo provisor de su arzobispado en su nombre, y con la disposición que pareciere por parte de la Santa Misericordia de esta dicha ciudad y con las demás personas que convengan todos los capítulos, calidades y disposiciones necesarias en orden a la perfecta unión de dichas dos hermandades y que se consiga para el mayor servicio de Dios Nuestro señor... Y los otorgantes que yo el escribano doy fe que conozco lo firmaron, siendo testigos Miguel Sánchez, Jacinto del Real y Juan Castellanos, vecinos de esta dicha ciudad...

            Y usando de los dichos poderes dijeron que las dichas dos hermandades sobre sus ejercicios han tenido algunas diferencias una con otra sobre que se han seguido algún litigio ante el señor provisor y vicario general de esta dicha ciudad y arzobispado de Sevilla en que se hicieron algunos autos y se despacharon mandamientos como de los autos consta a que se refieren y por quitarse del dicho litigio y juzgar ser más deservicio de Dios nuestro señor la paz unión y conformidad entre las dichas dos hermandades y que estén juntas y hechas un cuerpo para siempre jamás: están de acuerdo de la dicha unión y dieron los dichos poderes para que sobre esto se otorgue escritura en razón de la dicha agregación y unión.

            Y los dichos señores otorgantes quieren hacerlo así y, poniéndolo en efecto por esta presente carta, en voz y en nombre de las dichas cofradías de la santa Misericordia y de la santa Caridad de nuestro señor Jesucristo y en virtud y fuerza de los dichos sus poderes hacen, juntan y agregan a la cofradía y hermandad de la Misericordia la dicha hermandad de la santa Caridad; y a la dicha hermandad de la Santa Caridad la cofradía y hermandad de la Misericordia para que ambas desde hoy en adelante para siempre jamás estén juntas y sean un cuerpo y una misma hermandad y cofradía en el uso y ejercicio de sus oficios, ejercicios y santas obras de caridad y administración de bienes y demás obras pías que cada uno de por si tenía antes de esta agregación para que corra con título de la hermandad de la Misericordia y Santa Caridad de Nuestro Señor Jesucristo sin que se puedan dividir ni apartar una hermandad de otra ni los títulos de ella: y que los ejercicios y ocupaciones que cada una de por si tenía estén juntos, gobernados y ejecutados por unos ministros sin que se pueda ir ni venir contra ella por ninguna causa ni razón que sea y así se ha de gobernar por un cuerpo sólo y sola una hermandad y que el gobierno y administración de hacienda, oficios y elecciones han de ser conforme lo dispone la regla de la hermandad de la Santa Caridad que está aprobada por su ilustrísima el señor don Ambrosio Ignacio Espínola y Guzmán, Arzobispo de Sevilla del Consejo de Su Majestad, sin exceder de ella en cosa alguna ni en el numero que la gobiernan que son veintiuno y con condición que han de cesar los oficios de hermano mayor de la Caridad y Prioste de la Misericordia, quedando a cargo de su ilustrísima el nombrar por esta vez hermano mayor de las dichas dos hermandades unidas para que asista y gobierne de aquí a las elecciones generales que son por el día de pascua de Navidad de este año y que unidos todos en cabildo general nombren todos los oficios del gobierno que como dicho es son veinte y ocho como la regla de la Santa Caridad lo dispone y que para hacer las dichas juntas, cabildos, elecciones y demás ejercicios de la dicha hermandad puedan hacerlos y los hagan con efecto en la capilla de la Misericordia por ser ambas hermandades una y con facultad de que en el interín que la dicha capilla no estuviese acabada o por otra cualquiera razón que sean los puedan hacer en la parte que eligieren  y fuere más conveniente a la dicha hermandad... Y lo aprobé en Sevilla, a 3 días del mes de julio de mil seiscientos y setenta años”.

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

NOTICIAS SOBRE LA ANTIGUA HERMANDAD DE SANTA BÁRBARA DE CARMONA

NOTICIAS SOBRE LA ANTIGUA HERMANDAD  DE SANTA BÁRBARA DE CARMONA

        Muy poco es lo que se ha escrito hasta la fecha de esta señera y decana hermandad carmonense y todo ello muy a pesar de que se conserva abundante documentación sin examinar en el archivo parroquial de Santa María.

        Por circunstancias meramente físicas –mi residencia actual lejos de Carmona- no he podido llevar a cabo una investigación exhaustiva sobre los fondos de esta corporación. Por ello, las páginas que vienen a continuación no pretenden agotar la temática sino arrojar alguna luz y ser el punto de partida para futuras y más completas investigaciones.                          

       La hermandad de Santa Bárbara fue fundada en 1470 en la iglesia parroquial de San Felipe por los clérigos "in sacris" de Carmona, según la referencia que nos ofrece el Curioso Carmonense. En un cabildo del siglo XVIII se hizo referencia a las primeras reglas de la hermandad, redactadas el 10 de octubre de 1470 y aprobadas el 16 de ese mismo mes por Nicolás Martínez y Marmolejo, provisor y vicario general del arzobispado de Sevilla ante el notario eclesiástico Juan Núñez. Las segundas reglas se aprobaron casi cuarenta años después exactamente el 8 de agosto de 1508. A comienzos, del siglo XVI está probada la existencia en Carmona de al menos trece cofradías entre las que se contaba, obviamente, la de Santa Bárbara (Lería, 1998: 32).

        Su precoz fundación pudo influir a la hora de elegir una advocación de raigambre bajo medieval y, hasta cierto punto, poco frecuente. Como es bien sabido, Santa Bárbara fue una joven mártir que, por su belleza y con la idea de casarla adecuadamente, su padre encerró en una torre. Al final terminó decapitada por su propio progenitor al enterarse, en una época en la que el cristianismo estaba perseguido, que se había entregado a Dios. Su padre, llamado Dióscoro, sufrió un supuesto castigo divino por su delito nefando, muriendo poco después fulminado por un rayo.

        Desde entonces se la vincula con los fenómenos meteorológicos, encomendándose los fieles a ella cuando hay tormenta. De ahí el famoso dicho de que “solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena”. También se la relaciona con todo lo que suponen explosiones, barrenas o estallidos por lo que tanto los artilleros, como los mineros y los canteros la han tenido históricamente como su patrona. Por ejemplo, en la ciudad Condal de Barcelona había, en la temprana fecha de 1500, una cofradía de Santa Bárbara, vinculada a los artilleros.

        Pese a todo se trata, como ya hemos dicho, de una advocación que no es demasiado frecuente, pues, se cuentan con los dedos de la mano las que existían en cada diócesis. Y los datos en este sentido son bien claros. Por ejemplo, en el obispado de Córdoba de 688 cofradías que se censaban en el siglo XVIII tan solo había una, modestísima por cierto, dedicada a esta joven mártir en la localidad de Fuente Ovejuna. Por otro lado, de las 300 que había en el partido de Badajoz había también una –de seglares obviamente- en la propia capital dedicada a la santa.

        Pues, bien, si es cierto que no es una advocación frecuente menos aún es que además fuese de clérigos “in sacris”, cuando la mayor parte de estas cofradías solían adoptar como patrón a San Pedro. Y ésta es quizás la mayor particularidad de esta corporación carmonense, es decir, que la cofradía de clérigos esté bajo la advocación de Santa Bárbara. 

         Al parecer, y sin que conozcamos los motivos exactos, la cofradía se trasladó en 1595 a la iglesia Prioral de Santa María. Creo que fue desde ese momento cuando se generalizó la realización de una solemne procesión, el día de Santa Bárbara, con la asistencia de todos los clérigos de Carmona, en dirección al templo de San Felipe. Llegado el cortejo a este recinto sagrado, en un altar dedicado a la santa, se oficiaba una solemne función. En 1595 el prioste de la cofradía, Antonio Barba, decía lo siguiente:

 

            “...Que cada año solemos hacer una procesión general el día de Santa Bárbara y vamos desde la iglesia mayor hasta San Felipe donde se hace la fiesta de San Bárbara en presente y sitio no tan decente como es razón...”


 

            En vista de tal circunstancia se solicitaba la adjudicación de sitio en la iglesia para hacer una capilla dedicada a la mártir. En estos momentos, no sabemos mucho más de esta citada procesión ni tan siquiera de los años que estuvo realizándose. Tampoco tenemos información sobre la devoción a Santa Bárbara en el templo de San Felipe. Hernández Díaz citaba la existencia en esta iglesia de un lienzo dieciochesco de grandes dimensiones representando a Santa Bárbara con la custodia que actualmente se encuentra en San Bartolomé (Hernández Díaz 1943: II, 175).

            A principios del siglo XVII recibió por legado testamentario la administración de la capellanía fundada en Santa María por el presbítero y vicario de Carmona Martín Martínez de Carvallar y Cárdeno. Desde entonces nombraba capellán para servir dicha memoria en la pequeña capilla que se sitúa en el muro del coro que da a la nave del evangelio.

            En el siglo XVIII continuó su vida activa como hermandad gremial de los eclesiásticos carmonenses. En 1782 se quejaba el hermano mayor que muchos hermanos no acudían a las solemnidades de Santa Bárbara ni tan siquiera a los entierros de los hermanos. Aludiendo a las reglas pasadas se aprobó que los miembros que no justificasen sus faltas se les condenaría al pago de media libra de cera por cada una.

            Estas cofradías de clérigos eran frecuentes en muchas ciudades y villas de España. El fin básico de la cofradía era la de dar sepultura a los sacerdotes de la localidad. Por tanto, funcionaba a fin de cuentas como una auténtica cofradía gremial, pues, era totalmente corporativa, aunque su fin fuese exclusivamente asistencial, sirviendo de seguro de deceso de sus hermanos. No hay que olvidar que casi todas las hermandades, además del fin puramente devocional, incluían aspectos asistenciales haciendo las veces de seguro de deceso. Pues, bien, así como las cofradías de San José aglutinaban a los carpinteros o las de San Crispín a los sastres éstas de clérigos, casi siempre vinculadas a San Pedro, respondían a las necesidades del importante grupo clerical. Por razones obvias solamente existían en aquellas localidades que por su importancia disponían de un clero secular numeroso (Arias de Saavedra, 2002: 66).

            Por tanto, los objetivos de esta cofradía de Santa Bárbara debían ser dos: uno, la realización de diferentes obras de caridad, como la asistencia a los condenados a muerte o la ayuda a niños huérfanos. Y dos, el auxilio en la enfermedad a los hermanos de la cofradía a quienes debían procurarle además un enterramiento digno a ellos y a sus progenitores. Como se decía en un documento la razón de ser de la corporación era la de “curarnos en nuestras enfermedades y enterrarnos unos a otros cuando alguno falleciere, y (a)demás que cada hermano le ha de decir una misa…”. Asimismo, los clérigos estaban obligados a acudir a velar a los hermanos fallecidos y a proporcionarles un número de blandones o ciriales. Su función era, por tanto, fundamental en una época en la que el bajo clero padecía una escasa remuneración.

            El entierro del hermano se hacía en una bóveda que para tal efecto poseía la hermandad, primero en la iglesia de San Felipe y luego en la Prioral de Santa María. Obviamente, tras su enterramiento el nombre del finado quedaba inscrito en un libro de difuntos. Así, por citar un ejemplo concreto, la partida de enterramiento del beneficiado de la iglesia de Santiago, y gran devoto por cierto de la Virgen de la Esperanza de la iglesia de El Salvador, Juan Rodríguez Borja, decía así:

 

            “El día veinte de marzo del año pasado de mil seiscientos ochenta y cinco fue sepultado en dicha iglesia en la bóveda de la capilla de Nuestra Madre y Patrona Santa Bárbara don Juan Rodríguez Borja, beneficiado propio que fue de Santiago de esta dicha ciudad”.

 

 

Hasta donde nosotros sabemos la cofradía fue languideciendo con el paso de los años hasta bien entrado el siglo XX. Al parecer, su extinción oficial ocurrió en plena II República, allá por el año de 1932. Como es de sobra conocido, aquellos años fueron muy difíciles para la mayor parte de las cofradías carmonenses y españolas en general, donde un buen número de ellas llegaron al punto de su extinción. Pero es que además era una cofradía que tenía un fin muy específico de forma que, cuando el número de curas comenzó a descender perdió en buena parte su razón de ser.

            Para conocer con más detalle los motivos exactos de su desaparición así como una secuencia más completa de este proceso y de su devenir en los siglos XIX y XX haría falta llevar a cabo una investigación en el Archivo Parroquial de Santa María. Solo así podremos conocer con detalle los entresijos de esta importante y señera hermandad carmonense.

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS



    

NOTAS SOBRE LA EXTINGUIDA COFRADÍA DE SAN JOSÉ DE LA IGLESIA DE SAN PEDRO DE CARMONA

NOTAS SOBRE LA EXTINGUIDA COFRADÍA DE SAN  JOSÉ DE LA IGLESIA DE SAN PEDRO DE CARMONA

         En este pequeño trabajo vamos a dar a conocer un cabildo de la antigua cofradía de San José cuya imagen titular se conserva en la iglesia de San Pedro de Carmona. Aunque aparentemente parezca que es un pequeño aporte lo cierto es que estos pocos datos resultan fundamentales porque se desconocía prácticamente todo de esta corporación. Es suficiente para darse cuenta de esto consultar la bibliografía para percatarse que apenas si se limita a la atribución de su imagen titular dieciochesca al escultor Montes de Oca (Hernández Díaz, 1943: II, 154). Nos ha sorprendido, además, no haber encontrado ningún dato complementario en la ya extensa bibliografía cofradiera carmonense.

        El documento que ahora analizamos, aunque breve, ofrece algunos datos de interés. Además como ya hemos dicho, es tanto más importante cuanto que se desconocía prácticamente todo sobre la fundación e historia de esta señera cofradía carmonense. Tan sólo se sabía, por tradición oral, que se había fundado en el convento de Santa Ana y que por motivos desconocidos se había trasladado a la iglesia parroquial de San Pedro.

        El manuscrito que transcribimos y analizamos en el apéndice documental es un cabildo protocolizado el día ocho de junio de 1659 ante el escribano público Juan de Santiago. En él los hermanos otorgaron poder al prioste Juan Amaro para que solicitara al arzobispado de Sevilla su traslado desde el convento de Santa Ana de frailes dominicos a la parroquial de San Pedro. En el citado texto se aporta un dato fundamental para la reconstrucción de la historia de esta corporación:

        Se afirma que la primera fundación de la corporación se había realizado en el mencionado convento de Santa Ana "donde ha estado cinco o seis años". Teniendo en cuenta que escriben en junio de 1659 podemos concluir que la cofradía de San José fue fundada en 1653 o en cualquier caso en 1654 en el convento de Santa Ana. Hemos de destacar la fiabilidad del dato ya que, por un lado, lo aportan los propios hermanos y, por el otro, se refiere a un acontecimiento -la fundación- ocurrido tan sólo cinco o seis años antes. Es una pena que no precisasen la fecha exacta de la fundación que sin duda conocían perfectamente por la cercanía de los hechos.

        En cualquier caso debemos señalar que el primer domingo de mayo de 1650 se hizo una procesión rogativa por una epidemia que azotaba Carmona y que iba acompañada por la imagen de San José. Por lo tanto, parece lógico pensar que antes de ese año ya existía una imagen de dicha advocación en el convento que probablemente fue aglutinante de una devoción que desde 1653 se convertiría oficialmente en cofradía.

        En el documento sin embargo aparece un dato desconcertante, pues se afirma que habían estado asignados a dos conventos antes de pasarse a la parroquial de extramuros. Pero hemos de tener en cuenta que paralelamente se dice que la corporación se fundó en el monasterio de Santo Domingo y que en 1659 se trasladaron desde allí a la iglesia de San Pedro. Por tanto, hemos de pensar que durante los años posteriores a su fundación intentaron trasladarse infructuosamente a otro convento, posiblemente al Carmen o a San Francisco, y que finalmente acabaron en la parroquia de extramuros. Esta iglesia era ya por entonces populosa y, por tanto, podía permitir a la corporación sobrevivir de limosnas y reclutar nuevos hermanos entre la feligresía.

        En cuanto a los motivos del traslado aparecen bien claros: tenían desavenencias con los frailes dominicos por motivos económicos, pues, les hacían cargar con obligaciones que no podían asumir. Hemos de pensar que al tratarse de una corporación recién fundada debía disponer de muy pocos medios económicos. En cualquier caso no fue posible el acuerdo y, en junio de 1659, se reunían ya en la iglesia de San Pedro a la espera de la consecución de la licencia oficial que en breve llegó.

        Estos pocos datos nos han servido para introducirnos en el estudio de una antigua hermandad carmonense que, como tantas otras, permanecía olvidada. Esperemos que en el futuro nuevos documentos alumbren con nuevas informaciones la historia de esta hermandad que aglutinó a un grupo de devotos carmonenses.

 

 

APENDICE DOCUMENTAL

 

   Cabildo de la cofradía de San José, Carmona, 8 de junio de 1659.

 

        “En la ciudad de Carmona en 8 días del mes de junio de mil y seiscientos y cincuenta y nueve años estando juntos en la iglesia del Señor San Pedro de dicha ciudad el  y algunos de los hermanos de la cofradía de San José llamados a son de campana tañida como lo han de uso y costumbre para tratar de cosas que convienen al servicio de Nuestro Señor y de dicha cofradía conviene a saber los siguientes: Juan Amaro, prioste; Lucas Ponce Bonifaz, presbítero; Bernardino Muñoz, diacono; Bartolomé Muñoz Madroñal; Agustín Sevillano; Gregorio de Molina; Isidro de Mata; Lorenzo de Cea; Domingo González; Sebastián Pérez; José de Llamas; Juan Vázquez; Cristóbal de Acosa; Cristóbal Pacheco; Juan Vidal; Diego de Santana; Tomás Holg(u)ín; Juan de Moreda; Juan del Valle; Baltasar de los Reyes; Pedro Jiménez; Francisco Martín; Andrés de Castro; Alonso Martín; Benitos de Vastos; Bartolomé de Cárdenas; Juan de Santiago; Amaro (perdido), todos hermanos de dicha cofradía y el dicho  dijo que bien sabían los dichos hermanos que la dicha cofradía de su primera fundación fue en el convento de Señora Santa Ana de la Orden de Predicadores donde ha estado cinco o seis años y los religiosos les han pedido se obliguen a cosas que la dicha cofradía no las puede cumplir aunque tuviese mucho caudal y por estas y otras causas que protesta decir ante el señor arzobispo y que su parecer era que le era más conveniente a dicha cofradía el estar y pasar a la dicha iglesia parroquial de Señor San Pedro por cuanto en dos conventos que ha estado asignada dicha cofradía no la han podido sustentar y que para ello se acudiese al señor arzobispo y al señor provisor en su nombre para que diese licencia para remover y pasar la dicha cofradía a la dicha iglesia de Señor San Pedro. Que le parecía a los dichos hermanos de este parecer los cuales unánimes y conformes dijeron que el parecer del dicho prioste se guardase porque movía así y que los votos de ellos era el mismo que el del dicho prioste para lo cual en voz y en nombre de la dicha cofradía y en nombre de ella parezca ante el señor Arzobispo de la ciudad de Sevilla u otro juez competente para que les de licencia y su mandamiento para pasar la dicha cofradía a esta Santa iglesia y en razón de ello presente escritos y testigos y probazas y otros velados y haga todos los demás autos y diligencias judiciales y extrajudiciales que convengan...

        Y lo firmaron los que supieron y por los que no un testigo, siendo testigos Gaspar del castillo, José Navarro (y) José Márquez, vecinos de Carmona".

(A.P.C., Escribanía de Juan de Santiago 1659, fols. 626-626v)

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

FERNANDO VILLA NOGALES

EL CONVENTO DE CARMELITAS DE TALAVERA LA REAL EN LOS MANUSCRITOS DE ASCENSIO DE MORALES (S. XVIII)

EL CONVENTO DE CARMELITAS DE TALAVERA LA REAL EN LOS MANUSCRITOS DE ASCENSIO DE MORALES (S. XVIII)

        Ascensio de Morales y Tercero en una carta autógrafa, fechada en Badajoz, el 26 de abril de 1754, explicaba todos los pormenores de su comisión de archivos. Una orden del Consejo de Estado dada en 1743 le encomendó la tarea de investigar en los archivos para hacer una Historia Eclesiástica de España. Sin embargo, detrás de esa aparentemente altruista misión había motivos de más calado. Al parecer, los cardenales Acquaviva y Belluga, comisionados para negociar el Concordato de 1723 habían sostenido, frente al Papa, que la grandeza de los conventos y de las iglesias de España se debía al mecenazgo de los reyes. Felipe V quiso llevar a cabo una investigación para verificar eso y de paso recuperar los legítimos derechos que con la Corona le habían dejado los señores reyes sus predecesores gloriosos en las iglesias que habían conquistado, fundado y dotado en sus dominios, y saber cuántas eran fundaciones reales. Y para llevarlo a cabo se le otorgó el cargo de oidor honorario de Sevilla con la intención de que recibiese un sueldo de 75 reales diarios para llevar a cabo su misión. Empezó investigando en Castilla, León, Asturias y Galicia, para ver la regalía de patronatos de las iglesias catedrales de Palencia, Valladolid, León, Astorga, Santiago, Tuy, Lugo, Orense, Oviedo y Burgos. Con Fernando VI se le propuso Galicia, y, finalmente, por decreto del 23 de junio de 1750 se le encargo los obispados de Cuenca, Murcia, Cartagena, Orihuela, Plasencia y Badajoz (Rodríguez Moñino, 1930: 121-136).

        Su obra más acabada fueron cuatro volúmenes con documentación sobre la diócesis de Badajoz. El cuarto de esos volúmenes, conservado por duplicado en el Archivo Histórico Nacional y en la Biblioteca Colombina fue publicado en Badajoz en 1910 bajo el título de Crisis Histórica de la Ciudad de Badajoz y reeditado en la misma ciudad en el año 2006. Sin embargo, este último volumen era resumen de los tres anteriores, conservados en la sección de Códices del Archivo Histórico Nacional y que nunca vieron la letra impresa. Uno de estos tres volúmenes es la historia de los conventos del obispado de Badajoz, de los que extractamos en estas líneas lo correspondiente a la villa de Talavera la Real.

        Fue mal investigador y buen copista, se dedicó a copiar literalmente de fuentes muy concretas: las crónicas de las respectivas órdenes, los libros de profesión de cada convento y de la Historia eclesiástica de la ciudad y obispado de Badajoz de Juan Suárez de Figueroa. Su valor es relativo, de aquellos cenobios de los que se conserva su documentación apenas presenta ninguna novedad reseñable pero sí, en cambio, de aquellos otros en los que la documentación está desaparecida o perdida.

        Y por último decir que hemos adoptado como criterios de transcripción la actualización de las grafías. Asimismo, hemos corregido sin previo aviso las erratas del propio autor y alterado aquellos signos de puntuación colocados inoportunamente, todo ello para facilitar su lectura.

 

TALAVERA. CONVENTO DE CARMELITAS DESCALZAS

 

            Por los años de 1618, ocupando la silla de Badajoz don Cristóbal de Lovera, tuvo principio el convento de Carmelitas Descalzas de la villa de Talavera. Era este prelado primo hermano de la venerable madre Ana de Jesús, carmelita descalza y coadjutora de Santa Teresa en sus fundaciones de conventos. Y por lo tanto deseaba fundar un convento del referido orden e instituto en esta ciudad. Solicitó para esto del padre general de la religión que le diese fundadoras, pero por la distancia y por otros motivos no vino en ello, lo cual consta por un capítulo de la carta respuesta que la venerable Ana de Jesús, su prima, le escribió desde Flandes consolándola de que el general se hubiese resistido a su pretensión en que le dice no hay que reparar en ninguna dificultad, solo procure vuestra Señora le den monjas que comiencen. Si no estuviéramos tan lejos de acá se las daríamos, que tengo muy buenas españolas de las damas y criadas de la infanta, que fueran de buena gana. Yo la tengo de que como pudiere se funde.

            Éste era el estado que tenía este negocio cuando habiendo venido de Indias, Juan del Campo Saavedra, vecino de Talavera y queriendo emplear en servicio de Dios una buena parte del caudal que había traído, vino a consultarlo con el obispo y a pedirle monjas para el nuevo convento que deseaba hacer en aquella villa. Como el prelado estaba tan inclinado persuadió a que eligiese carmelitas. Pareciole bien y quedó ajustado por escritura que se otorgó en 20 de agosto del referido año de 1618, que se hiciese la fundación del convento con título de la Concepción de Nuestra Señora, hábito y regla de carmelitas y dotación de 900 ducados de renta.

            Juntó el obispo al general para que le diese monjas fundadoras y consta que se las negó (por) segunda vez porque quejándose de nuevo a la venerable Ana, su prima, de ello le respondió: “No deje vuestra señora de hacer la amistad que pudiere a nuestros frailes y aunque se muestre ahora seco el general, otro día no lo estará; no hay que desconfiar que con el tiempo muchas cosas se hacen. Entre tanto no cese vuestra señora de fundar si hubiere ocasión en alguna parte, aunque sean sujetas al ordinario, pero siempre con condición que lo estén a los frailes en queriéndolas ellos.

            Con este dictamen resolvió el obispo traer fundadoras para el nuevo convento del de Villanueva de Barcarrota porque aunque eran de la Tercera Orden vivían con mucho recogimiento y reformación y tenían andado mucho para introducir la observancia y aspereza del Carmen. Las que vinieron fueron María de la Trinidad por priora, María de San Gerónimo, sub-priora, maría de la Encarnación, maestra de novicias, y María de San Juan, tornera. Entraron éstas en la nuestra habitación el día 18 de agosto del dicho año de 1618 en que ya estaba el convento en proporción. No asistió el obispo este día pero lo hizo en el de la Natividad de Nuestra Señora, a 8 de septiembre, en que con la correspondiente solemnidad, colocó el Santísimo Sacramento en la iglesia, les enseñó el tono que habían de cantar y, después, habiendo comunicado las monjas a la señora Mariana de los Ángeles, religiosa carmelita de Talavera, la Reina les envió estos ceremoniales y el modelo de hábito, tocas y túnicas que habían de vestir. Con lo cual salió este convento tan perfecto en la observancia que hoy es un relicario y de él han salido a fundar el convento de Fuente de Cantos, villa del conde de Cantillana, en el priorato de San Juan. Y han florecido en él en santidad muchas religiosas que refieren sus crónicas.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

EL CONVENTO DE CONCEPCIÓN DE VALENCIA DEL VENTOSO EN LOS MANUSCRITOS DE ASCENSIO DE MORALES (S. XVIII)

EL CONVENTO DE CONCEPCIÓN DE VALENCIA DEL VENTOSO EN LOS MANUSCRITOS DE ASCENSIO DE MORALES (S. XVIII)

        Ascensio de Morales y Tercero en una carta autógrafa, fechada en Badajoz, el 26 de abril de 1754, explicaba todos los pormenores de su comisión de archivos. Una orden del Consejo de Estado dada en 1743 le encomendó la tarea de investigar en los archivos para hacer una Historia Eclesiástica de España. Sin embargo, detrás de esa aparentemente altruista misión había motivos de más calado. Al parecer, los cardenales Acquaviva y Belluga, comisionados para negociar el Concordato de 1723 habían sostenido, frente al Papa, que la grandeza de los conventos y de las iglesias de España se debía al mecenazgo de los reyes. Felipe V quiso llevar a cabo una investigación para verificar eso y de paso recuperar los legítimos derechos que con la Corona le habían dejado los señores reyes sus predecesores gloriosos en las iglesias que habían conquistado, fundado y dotado en sus dominios, y saber cuántas eran fundaciones reales. Y para llevarlo a cabo se le otorgó el cargo de oidor honorario de Sevilla con la intención de que recibiese un sueldo de 75 reales diarios para llevar a cabo su misión. Empezó investigando en Castilla, León, Asturias y Galicia, para ver la regalía de patronatos de las iglesias catedrales de Palencia, Valladolid, León, Astorga, Santiago, Tuy, Lugo, Orense, Oviedo y Burgos. Con Fernando VI se le propuso Galicia, y, finalmente, por decreto del 23 de junio de 1750 se le encargo los obispados de Cuenca, Murcia, Cartagena, Orihuela, Plasencia y Badajoz (Rodríguez Moñino, 1930: 121-136).

        Su obra más acabada fueron cuatro volúmenes con documentación sobre la diócesis de Badajoz. El cuarto de esos volúmenes, conservado por duplicado en el Archivo Histórico Nacional y en la Biblioteca Colombina fue publicado en Badajoz en 1910 bajo el título de Crisis Histórica de la Ciudad de Badajoz y reeditado en la misma ciudad en el año 2006. Sin embargo, este último volumen era resumen de los tres anteriores, conservados en la sección de Códices del Archivo Histórico Nacional y que nunca vieron la letra impresa. Uno de estos tres volúmenes es la historia de los conventos del obispado de Badajoz, de los que extractamos en estas líneas lo correspondiente a la villa de Valencia de Alcántara.

        Fue mal investigador y buen copista, se dedicó a copiar literalmente de fuentes muy concretas: las crónicas de las respectivas órdenes, los libros de profesión de cada convento y de la Historia eclesiástica de la ciudad y obispado de Badajoz de Juan Suárez de Figueroa. Su valor es relativo, de aquellos cenobios de los que se conserva su documentación apenas presenta ninguna novedad reseñable pero sí, en cambio, de aquellos otros en los que la documentación está desaparecida o perdida.

        Y por último decir que hemos adoptado como criterios de transcripción la actualización de las grafías. Asimismo, hemos corregido sin previo aviso las erratas del propio autor y alterado aquellos signos de puntuación colocados inoportunamente, todo ello para facilitar su lectura.

 

VALENCIA. CONVENTO DE RELIGIOSAS DE LA CONCEPCIÓN

            El convento de religiosas de Nuestra Señora de la Concepción de la villa de Valencia del Ventoso lo mandó fundar, por su testamento que otorgó en 24 de junio de 1542 y bajo de cuya disposición murió, el ministro Íñigo de Rosales, cura de la villa de Yepes, en el arzobispado de Toledo, natural de la referida villa y uno de los primeros colegiales que tuvo después de su fundación el colegio de Santa María de Jesús de Sevilla. Previniendo que las religiosas fuesen de la Concepción y que estuviesen sujetas al ordinario, así se ejecutó todo y aunque no constan las particularidades de esta fundación se sabe que vinieron por fundadoras Beatriz de San Bernardo y Luisa de Santo Domingo, del convento de Yepes. Es convento poco autorizado en la fábrica y las religiosas viven con desacomodo. No se ha podido averiguar de él otra cosa.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

REPENSANDO EL GENOCIDIO DE LA CONQUISTA DE AMÉRICA

REPENSANDO EL GENOCIDIO DE LA CONQUISTA DE AMÉRICA

        A continuación procederemos a aclarar los conceptos de etnocidio y genocidio. Empezando por el primero, se trata de una noción popularizada en los años 70 por los estudios del antropólogo francés Robert Jaulin. Éste lo utilizó para designar cualquier acción conducente a la desaparición, a corto, medio o largo plazo, de una cultura indígena. En el diccionario de la RAE aparecía definido como destrucción de una etnia en el aspecto cultural. Con mucha más precisión, en la Reunión de San José de Costa Rica, patrocinada por la Unesco, el 11 de diciembre de 1981, se consensuó la siguiente definición:

 

        "El etnocidio significa que a un grupo étnico colectiva o individualmente, se le niega el derecho de disfrutar, desarrollar y transmitir su propia cultura y su propia lengua. Esto implica una forma extrema de violación masiva de los derechos humanos, particularmente del derecho de los grupos étnicos al respeto de su identidad cultural…"


 

        A juzgar por estos axiomas queda claro que, tanto en la conquista como en la colonización de América, se produjo un etnocidio generalizado. De hecho, el fin último siempre fue la integración de los nativos cultural y religiosamente. Se pretendía hacer tabla rasa con ellos, sustituyendo su mundo imperfecto por el perfecto orbe cristiano. En el Imperio de los Habsburgo tan sólo tendría cabida el homo christianus. ¿Se trataba de una decisión exclusivamente religiosa o también tenía un componente racista? Inicialmente era una exclusión de tipo religioso como ha defendido Antonio Domínguez Ortiz, pero de alguna forma ésta implicaba un cierto grado de racismo, como lo prueban los expedientes de limpieza de sangre. Además, en América, la primacía social la detentaron los blancos, seguidos en teoría por los indios y, en el último eslabón, se situaron los negros y las castas. Los propios manuscritos de la época lo decían con toda claridad: en una sociedad dominada por los blancos tienen más privilegios quienes tienen menos porción de sangre negra o india. Siglos después, el alemán Alexander von Humboldt, que recorrió América del Sur, escribió en este sentido lo siguiente:

 

        "En España, por decirlo así, es un título de nobleza no descender de judíos ni de moros. En América, la piel más o menos blanca decide la posición que ocupa el hombre en la sociedad".

 

 

        Los testimonios, pues, muestran a una sociedad en la que existía una intolerancia casticista pero también un componente racista, donde el fenotipo determinaba la ubicación de cada grupo dentro de la sociedad. Y este racismo era más manifiesto en las colonias, hasta el punto que los expedientes de limpieza de sangre se aplicaron más en la discriminación de las castas que en la persecución de los judeoconversos como había ocurrido en la Península. Por tanto dejaron de ser un mecanismo de persecución del neófito para convertirse en un instrumento de limpieza fenotípica.

        El indigenismo era pues esencialmente etnocida, pese a contar con personajes de la talla del defensor de los indios, fray Bartolomé de Las Casas. El objetivo último de todos –desde la Corona hasta los colonos, pasando por los religiosos- era su conversión y su integración como labradores de Castilla. A eso llamaban en el siglo XVI, vivir en policía. Todos tenían claro que la empresa indiana no estaría concluida hasta que todos sus habitantes hablasen el castellano y practicasen la religión católica. De hecho, desde 1550 encontramos disposiciones Reales para que no se demorase la enseñanza del castellano a los indios, considerándola un vehículo fundamental para la adopción de las costumbres hispanas. Obviamente, si algunos religiosos aprendieron las lenguas nativas no fue por un afán altruista de conservación sino para lograr una más rápida conversión y aculturación. Hubo decenas de casos, por ejemplo, el del jesuita Juan Font que cultivó la lengua que se hablaba en Vilcabamba para catequizar personalmente, sin necesidad de usar intérpretes. También fray Domingo de Santa María dominó el habla mixteca, publicando incluso un catecismo en dicha lengua, mientras que Vasco de Quiroga editó otra doctrina en el idioma de Michoacán.

        Ni tan siquiera fray Bernardino de Sahagún, padre de la antropología, lo hizo por un afán de conocimiento, sino como un medio para hacer más eficiente su conversión. Como muy acertadamente escribió Luis Villoro, Sahagún, no fue un científico sino un misionero, un soldado del Señor en lucha constante contra la idolatría y el pecado.

        El etnocidio quedó definitivamente consagrado a partir de las Ordenanzas de nueva población y pacificación de las Indias, expedidas en el Bosque de Segovia, el 13 de julio de 1573. La palabra conquista fue desde entonces desterrada; en adelante, cumpliendo con las bulas de donación, solamente habría penetración misional. Etnocidio puro y duro, con la coartada de la evangelización.

        No obstante, huelga decir que toda forma de colonización a lo largo de la Historia ha sido etnocida porque siempre se pretendió la imposición de la cultura de los vencedores sobre los vencidos. Y etnocidas siguen siendo los intentos contemporáneos de integrar a los aborígenes en la sociedad actual. De hecho, cuando el presidente ecuatoriano José María Urbina manifestó, en 1854, su determinación de sacar definitivamente a los indios de su barbarie y civilizarlos, estaba actuando de forma etnocida.

        Pero el etnocidio no excluye el genocidio. La RAE define este último concepto como el exterminio o eliminación sistemática de un grupo social por motivo de raza, de religión o de política. También la ONU, por una resolución de 1948 para la prevención y sanción de dicho delito, refería en su artículo segundo:

 

        "Se entiende por genocidio cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal: a) matanza de miembros del grupo; b)lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo; c) sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial; d) Medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo; e) traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo".

 

 

        Posteriormente ha habido algunos intentos de clasificar y sistematizar los distintos tipos de genocidio. Por ejemplo, Vahakn Darian propuso cinco tipos posibles, a saber: el cultural -que pretende la asimilación-, el latente –que provoca daños no deseados como la propagación de epidemias-,  el retributivo –que castiga a las minorías irreductibles-, el utilitario –que provoca matanzas para obtener el control económico- y el optimal –exterminio intencionado de un grupo humano- . Christiane Stallaert sostiene que en la Conquista hubo tres subtipos de genocidios, es decir, el cultural, el latente y el utilitario. El primero de ellos se correspondería más bien con lo que nosotros hemos llamado etnocidio, mientras que sí que hubo claramente sendos genocidios latente y utilitario. Y aunque no existiera como fin último el extermino de grupos humanos, sí es cierto que no se tomaron las medidas oportunas para evitarlo. Y aunque Stallaert no lo menciona, en casos muy concretos, se dio la forma más dura y cruel de genocidio, el optimal, que pretendía intencionadamente el exterminio de grupos humanos.

        El genocidio americano tenía un precedente inmediato, como el desencadenado en las islas Canarias a lo largo del siglo XV. Los guanches fueron diezmados y esclavizados hasta su total extinción. En América ocurrió exactamente lo mismo, con la única diferencia de la magnitud, porque cuantitativamente la población canaria no podía compararse con la americana. Las Casas estimó que, entre 1492 y 1560, murieron en las Indias Occidentales al menos 40 millones de nativos, despoblándose unas 4.000 leguas, cosa nunca jamás otra oída, ni acaecida, ni soñada. Los taínos de las Antillas Mayores fueron exterminados de la faz de la tierra en apenas unas décadas.

        Se ha afirmado sin razón que, pese al desastre demográfico, no hubo genocidio porque no existió voluntad de aniquilación sino de incorporarlos a la cadena productiva como mano de obra. Pero, esta afirmación parte de una idea errónea, es decir, la de considerar a los amerindios como una unidad. En realidad, como es bien sabido, en América hubo tres categorías de pueblos indígenas, a saber: una primera formada por las complejas civilizaciones de los Andes y Mesoamérica. Los incas eran los que disponían de un imperio más avanzado políticamente a diferencia de los mexicas que no tenían sometidos a los tlaxcaltecas, huejotzingos y cholultecas ni a los pueblos mayas. Una segunda categoría, que abarcaba las regiones caribeñas y las áreas araucanas, sedentarias en su mayor parte pero con una estructura socio-política poco desarrollada. Vivían en estado tribal y practicaban una agricultura de roza. Y una tercera categoría en la que se incluían los amplios territorios tropicales y septentrionales donde habitaban pueblos seminómadas, dedicados básicamente a la caza y a la recolección y, por tanto, muy atrasados cultural y tecnológicamente. 

        Pues bien, fueron sobre todo los indios de la primera categoría los que se incorporaron de forma menos traumática a la cadena productiva, aunque fuese en penosísimas condiciones laborales. Los propios españoles, con alborozo, se dieron cuenta que los naturales de Nueva España eran más hábiles para el trabajo y estaban acostumbrados a tributar a sus señores, al igual que lo hacían los labradores de España. Igualmente, decía Cieza de León que los quechuas del Perú, a diferencia de los indómitos nativos de Popayán, tenían muy buena razón y una gran capacidad de trabajo porque siempre estuvieron sujetos a los reyes Incas.

        Los nativos de la segunda categoría no se llegaron a adaptar al trabajo sistemático, por lo que perecieron aceleradamente, sin que apareciese una voluntad clara de evitar su dramático final. Y citaré un ejemplo concreto, por una Real Cédula, fechada el 30 de abril de 1508, se declaró a los islotes de las Bahamas y a algunas de las Antillas Menores como islas inútiles y, por tanto, su población susceptible de ser deportada. Los pacíficos e inocentes lucayos de las Bahamas fueron trasladados en condiciones inhumanas a los centros neurálgicos de las Antillas Mayores, especialmente a La Española, para que a cambio de su trabajo se les enseñase la doctrina cristiana. Pero, estos primitivos seres, acostumbrados a formas de vida pre-estatales,  fueron incapaces de adaptarse a la nueva vida que se les proponía: se les daría las aguas del bautismo y con ello la salvación eterna, y a cambio, servirían a los cristianos. La mayor parte de ellos pereció en la travesía o en los meses inmediatamente posteriores a su arribo. Su única culpa, vivir en unas islas que, al menos en esos momentos, no reportaban beneficios económicos. Tan drástica y cruel disposición, lejos de abolirse, fue ratificada en 1513, deportándose en tan sólo cuatro o cinco años entre 15.000 y 40.000 personas. El licenciado Alonso de Zuazo describió en una carta, fechada en enero de 1518, las penosísimas condiciones en que fueron trasladados estos desdichados individuos:

 

        Como los sacaron de sus naturalezas y por causa de los pocos mantenimientos de que iban fornecidos los navíos, ha sucedido que se han muerto más de los trece mil de ellos; y muchos al tiempo que los sacaban de los navíos, con la grande hambre que traían se caían muertos, y los que quedaron, siendo libres, los vendieron a muy grandes precios por esclavos, con hierros en las caras; y pieza hubo que se vendió a ochenta ducados.    

    

 

        Las Bahamas se despoblaron de tal forma que el padre Las Casas ironizó, diciendo que quedó habitada exclusivamente por flores y pájaros. Aunque probablemente no previera el desenlace, la decisión del rey Católico fue verdaderamente genocida. Un cruel decreto que abocó a los lucayos a su desaparición en apenas unos años. Pero no fueron los únicos; también los taínos antillanos, los picunches y huilliches en el norte del área araucana, los chichimecas, los caribes o los nómadas de la pampa argentina fueron diezmados, algunos hasta su exterminio, en un descabellado intento por integrarlos en el sistema socio-laboral.

        Y en cuanto a los nativos del tercer grupo, ni tan siquiera existió un intento de incorporarlos a la cadena productiva. Se trataba de grupos seminómadas dedicados en gran parte a la caza y a la recolección que ocupaban territorios tropicales, esteparios o montañosos de escasa productividad económica. En algunas zonas al norte de Nueva España, el chaco argentino, Uruguay y Paraguay se dieron estas circunstancias y dado que, además de no ser aptos para el trabajo sistemático, suponían una molestia para los europeos, se planteó una verdadera guerra de exterminio. Los chichimecas del norte de México fueron masacrados indiscriminadamente y su afán fue puramente genocida porque ni tan siquiera hubo un intento serio de integración. Juan de Cárdenas, en el siglo XVI se planteó, por qué los chichimecas enfermaban y morían poco después de ser capturados por los hispanos. Sus conclusiones fueron claras: por los estragos de la mudanza pero también por la tristeza que les producía verse entre gente que por tan extremo aborrecen. Lo mismo podemos decir de las tribus calchaquíes del noroeste argentino, cuyo conflicto duró hasta el siglo XIX y provocaron verdaderas campañas de exterminio. En otras zonas inhóspitas de la frontera guaraní los bandeirantes portugueses, causaron grandes estragos sin que nadie hiciera gran cosa por remediarlo. El resto de los territorios tropicales fueron ocupados mucho más tarde por portugueses, ingleses, franceses y holandeses que paulatinamente provocaron su repliegue o su desplazamiento hacia las zonas más inaccesibles.

        Esta estructuración se puede reducir aún más; Los hispanos distinguieron a groso modo dos tipos de territorios, a saber: los útiles, que serían poblados y explotados en base a la mano de obra indígena y negra. Y los inútiles, como las islas Lucayas, Nicaragua, Yucatán o Río Pánuco, cuya población fue deportada hacia las áreas neurálgicas como mano de obra esclava y prácticamente exterminada.  

        Hubo, asimismo, un exterminio sistemático de caciques y de líderes indígenas que eran sustituidos por sus propios hijos o sobrinos, ya leales al Emperador. Los ejemplos se cuentan por decenas. Así, cuando, en 1524, Pedro de Alvarado se adentró en territorio quiché lo primero que hizo fue ejecutar a los jefes indígenas Tecum Umal y Tepepul, quemando sus pueblos. Acto seguido, para evitar el vacío de poder, les quitó las cadenas a sus respectivos hijos y los proclamó oficialmente como nuevos caciques. Y todo ello lo hizo, según contó él mismo a Hernán Cortés, para bien y sosiego de esta tierra. Con no menos saña se comportó el medellinense Gonzalo de Sandoval que, al norte de México, en la región de Pánuco, quemó en la hoguera a 400 caciques, hecho que fue elogiado después por su paisano Hernán Cortés.

        Se utilizó sistemáticamente el terror como medio de sometimiento. En la plaza mayor de Cholula se cometió una de estas grandes matanzas de que estuvo jalonada la Conquista. Hernán Cortés siempre alegó que previamente los indios cholutecas habían urdido una conspiración para acabar con ellos. Y probablemente era cierto, pues, todos los cronistas coinciden en señalar toda una serie de síntomas. Para empezar, habían sacado de la ciudad a la mayor parte de sus mujeres e hijos y habían acumulado piedras en las azoteas. Y además, habían sacrificado a varios niños lo que se interpretó como parte del ritual previo al combate. Pero, con conspiración o sin ella, lo cierto es que la matanza fue brutal, despiadada y desproporcionada, dejando sin vida sobre el frío pavimento de la Plaza Mayor a seis millares de nativos. El objetivo real de tal masacre no fue frenar esa conspiración, pues con el ajusticiamiento de los cabecillas hubiese sido suficiente. Se pretendía infundir en los nativos tal temor que perdieran toda esperanza de resistencia. Uno de los españoles que participaron en la masacre, Bernal Díaz del Castillo, escribió en este sentido lo siguiente:

 

        "Que si no se hicieran estos castigos esta Nueva España no se ganara tan presto, ni se atreviera (a) venir otra armada y que ya que viniera fuera con gran trabajo, por que les defendieran las puertas".


 

        No menos claro fue el padre Las Casas cuando dijo que la única justificación que tuvieron para consumar la masacre de Cholula fue sembrar u temor y braveza en todos los rincones de aquellas tierras.

        La colonización fue aún peor porque el indio fue discriminado y depauperizado hasta límites insospechados. Todavía en nuestros días quedan residuos de ello en nuestra lengua. Cuando hablamos de hacer el indio nos referimos a hacer el tonto, equiparando indio con un ser poco inteligente o inferior intelectualmente. 

        Ahora bien, ¿es posible comparar el genocidio de la Conquista con el llevado a cabo por los Nazis antes y durante la II Guerra Mundial? Bueno, Christiane Stallaert ha establecido paralelismos entre la Alemania Nazi y la España Inquisitorial porque ambas tenían como objetivo la cohesión social, aunque la primera optase para ello por la exclusión y, la segunda, por la asimilación. La pureza racial Nazi y la pureza religiosa española tuvieron puntos en común. Cuando un español probaba su condición de cristiano viejo y, por tanto, libres de sangre mora o judía, llevaba implícito necesariamente un componente racista. Incluso llega a afirmar esta antropóloga que los Nazis no lograron finalmente su objetivo de limpieza étnica pero España sí, en unos territorios andalusíes que había perdido hacía más de siete siglos. 

        A mi juicio, ya es hora de liberarnos de prejuicios y, aunque a priori nos pueda parecer anacrónica esta comparación lo cierto es que, a lo largo de la Historia, el genocidio y los genocidas siempre han tenido puntos en común. Pese a ello, a mi juicio, el Nazismo implicó una versión de genocidio mucho más acabada, perfeccionada y malvada. Implicó la instrumentalización de la ciencia, el apoyo estatal y la eliminación de pruebas y testigos, conscientes de que algún día la historia les juzgaría. Además, el exterminio de las minorías formaba parte intrínseca de la Alemania Nazi: judíos, gitanos, polacos o disminuidos físicos debían ser eliminados. Incluso, Hitler pensó en sus últimos meses de vida que el mismo pueblo alemán merecía su aniquilación por no ser lo suficientemente fuerte como para dominar el mundo.

        En cambio, los conquistadores asolaron más por su afán de hacer fortuna que por un deseo de exterminio en sí mismo. En general, no parece que llegaran a desarrollar una voluntad explícita de exterminio. España pretendió uniformizar e integrar; sólo habría una lengua, una cultura y una religión. Todo lo demás no tendría cabida. Pero no existió nada parecido a lo que los Nazis llamaron la solución final. Ahora, bien, también es cierto que la Conquista tuvo dos agravantes: el primero, la magnitud de la mortandad que afectó a más de 70 millones de personas. Y el segundo, que los crímenes quedaron impunes, pues no hubo ningún proceso parecido ni similar al de Nuremberg, donde, como es sabido, una buena parte de los Nazis supervivientes fueron condenados a muerte o a cadena perpetua.  

        En definitiva, hubo un etnocidio sistemático y más puntualmente un genocidio que podríamos llamar arcaico o moderno. Muy lejos de esa versión más perfecta, y a la vez más siniestra, que alcanzará en la Edad Contemporánea.    

 

¿SE PUEDE CULPAR A ESPAÑA?

 

        En 1894 el eminente historiador y erudito García Izcalbalceta afirmó que, a diferencia de otras potencias colonizadoras, ni el gobierno ni la nación española fueron cómplices de las crueldades cometidas en el Nuevo Mundo. Obviamente, con el volumen de documentación que hoy disponemos, dicha afirmación es absolutamente indefendible. La Corona recibió cientos de memoriales delatando los malos tratos que estos recibían. Pero, desgraciadamente su máxima preocupación nunca fue la verdadera y efectiva protección de los aborígenes sino evitar que disminuyese el flujo de metal precioso con destino a la Península. Además, siempre temió mucho más un posible alzamiento de los conquistadores o de las élites encomenderas que de los nativos. Conforme avanzó la colonización siempre fue consciente del mayor peligro que suponían los mestizos y, sobre todo los criollos, intentando no disgustarlos en exceso.   

        Ahora bien, dicho esto, también debemos reconocer que es tan gratuito como absurdo responsabilizar a España de una forma de actuar que han practicado todos los pueblos de occidente desde hace más de 2.000 años. Obviamente, no se puede sostener el europeismo exculpatorio sino al revés pero, insisto, de todos, no solamente de España.

        Tampoco es posible pedir hoy disculpas por lo que hicieron otros hace ya medio milenio, como no es posible que los italianos pidan perdón por lo que hicieron los romanos con los pueblos primitivos del Mediterráneo. Por tanto, es inútil y falaz pedir indulgencia tal y como se ha solicitado en más de una ocasión desde algunos foros indianistas. Algunos grupos indígenas han sido más prácticos, pues en 1989 exigieron ante el Tribunal Internacional de La Haya una indemnización de 10 billones de dólares. Ni cortos ni perezosos cuantificaron el daño recibido en un buen puñado de billetes, lo cual no deja de ser subjetivo, surrealista y hasta ofensivo con la memoria de los millones de seres humanos que perdieron sus vidas en tan dramático encuentro.

        Juan Pablo II, en 1984 destacó la cristianización del Nuevo Mundo como una de las obras más bellas llevadas a cabo por la Iglesia. Sin embargo, eso no le impidió que 16 años después, concretamente, el 12 de enero de 2000, en un documento titulado Memoria y Reconciliación pidiera perdón oficialmente en nombre de la Iglesia por los excesos allí cometidos. Un gesto de buena voluntad que honra a este venerable y recordado Pontífice pero que no deja de ser anacrónico y absurdo. E igual de irracional es sentirse ofendido cuando se describen los dramas y las brutalidades que allí ocurrieron.

        Lo que, en cambio, sí es posible y deseable es narrar y censurar el comportamiento de aquellos conquistadores del siglo XVI y, de camino, recordar que todavía en el siglo XXI muchos Estados continúan sometiendo y aniquilando a la minoría indígena. No se les puede pedir a los conquistadores que hubiesen practicado la interculturalidad o al menos el relativismo cultural, que son conceptos de nuestro tiempo, pero sí existía una importante corriente crítica, única en Europa, contraria a los métodos de expansión utilizados. Además está demostrada la existencia de unos conceptos morales absolutamente universales: el asesinato, la mentira, el incesto o la pederastia han sido siempre comportamientos censurables, al menos desde el origen de la civilización. Incluso la esclavitud fue reprobada por no pocos pensadores de la época, como el padre Las Casas, Tomás de Mercado o fray Bartolomé Frías de Albornoz y, ya en el siglo XVII, por el Capuchino fray Francisco José de Jaca. Y es que desde siempre se valoró la libertad –o lo que se entendía como tal- como un derecho natural y como un preciado bien. Ya en las Partidas de Alfonso X se destacaba la libertad como el bien más apreciado que las personas podían tener. Más claro aún fue don Quijote de la Mancha quien, en un pasaje, le dijo a su fiel escudero lo siguiente:

 

        "La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres".

 

 

        Ahora, bien, insisto que los españoles actuaron exactamente igual que otros pueblos occidentales antes y después de la Conquista. No se les puede culpar de pensar y actuar de acuerdo con el pensamiento dominante en la Europa Moderna. Fueron tan etnocidas y genocidas como los demás pueblos occidentales antes y después de la Conquista. Ni que decir tiene que portugueses, ingleses, franceses, holandeses y alemanes actuaron de forma parecida en sus respectivas colonias. Sin ir más lejos, a los Welser les concedió Carlos V la gobernación de Venezuela. Estos nombraron a varios delegados: Ambrosio Alfinger, Espira, Hutten, Dortal, Féderman, etcétera. Todos ellos causaron gravísimos estragos, cometiendo matanzas sistemáticas y convirtiendo el territorio en un inmenso mercado de esclavos. Esto prueba, una vez más, que el genocidio era realmente la forma en que occidente entendió cualquier forma de expansión durante buena parte de nuestra era. Estaba generalizada la creencia de que existían pueblos superiores e inferiores y que era un derecho y una obligación someterlos para llevarles la luz de la civilización y una religión superior. Salvaje era sacrificar muchachos al dios de la guerra o comerse a los prisioneros; civilizado era quemar a los herejes en la hoguera o someterlos a cruel esclavitud. Eran civilizaciones en estadíos evolutivos muy diferentes, ni mejores ni peores, pero los europeos no supieron apreciar ni valorar esta circunstancia.

            La Conquista fue presentada como el triunfo de la civilización sobre la barbarie. Para la mayoría de los europeos de la época los amerindios constituían sociedades degeneradas y bárbaras por lo que se imponía la necesidad caritativa de civilizarlos o de cristianizarlos, que era la misma cosa. Por ejemplo, Antonio de Herrera contrapuso la civilización castellana al barbarismo indígena, donde mandaban todos con violencia, prevaleciendo el que más puede. Ahora bien, excluía del barbarismo a los mexicas y a los incas. El padre Las Casas también contrapone el concepto civilización-barbarie, aunque invirtiéndolos. Para él los bárbaros eran sus compatriotas mientras que los civilizados eran los indios.

        Esta oposición entre civilización y barbarie ha estado presente invariablemente al menos hasta el Imperialismo decimonónico. Precisamente, en 1885, George Clemenceau se oponía a la opinión mayoritaria en Francia de la misión civilizadora en África, afirmando en la Cámara de los Diputados:

 

            "¡Razas superiores!, ¡razas inferiores! Es fácil decirlo, no existe el derecho de las llamadas naciones superiores sobre las llamadas inferiores… La conquista que usted preconiza es el abuso, liso y llano de la fuerza que da la civilización científica sobre las civilizaciones primitivas, para apropiarse del hombre, torturarlo y exprimirle toda la fuerza que tiene, en beneficio de un pretendido civilizador".

 

 

        Unos años más tarde, en la II Internacional, se criticó la política colonial porque llevaba al avasallamiento de las poblaciones primitivas. R. Tagore, Mahatma Gandhi y otros pensadores contemporáneos censuraron igualmente el expansionismo capitalista, es decir, el dominio de los pueblos presumiblemente civilizados sobre los supuestamente bárbaros.

        Creo que han quedado bien asentadas y demostradas tres premisas: una, que los españoles del siglo XVI actuaron exactamente igual que los demás pueblos de occidente a lo largo de nuestra era. Dos, que aún siendo ciertos los crímenes cometidos es tan absurdo como anacrónico culpar a los españoles de hoy por lo que hicieron personas de hace cinco siglos. Y tres, que todavía hoy algunos poderes hispanoamericanos siguen culpando a España de sus males para ocultar sus propias miserias. Ricardo García Cárcel, citando a Mario Vargas Llosa, lo ha dicho con una claridad meridiana:

 

        "No son los conquistadores de hace quinientos años los responsables de que en el Perú de nuestros días haya tanta miseria, tan aparatosas desigualdades, tanta discriminación, ignorancia y explotación, sino peruanos vivitos y coleando de todas las razas y colores".


 

        Dicho todo esto, sólo queda concluir, que no es posible pedir perdón hoy por lo que hicieron aquellos conquistadores y colonizadores del siglo XVI. De acuerdo con Manuel Lucena, el único objetivo de los historiadores de hoy debe ser conocer la verdad histórica y aceptarla, por dura que resulte.

 

 

PARA SABER MÁS:

 

 

MIRA CABALLOS, Esteban: “Conquista y destrucción de las Indias (1492-1570)”. Sevilla, Muñoz Moya Editor, 2009.

 

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

EL CONVENTO DE FRANCISCANOS DE VALVERDE DE LEGANES EN LOS MANUSCRITOS DE ASCENSIO DE MORALES (S. XVIII)

EL CONVENTO DE FRANCISCANOS DE VALVERDE DE LEGANES EN LOS MANUSCRITOS DE ASCENSIO DE MORALES (S. XVIII)

        Ascensio de Morales y Tercero en una carta autógrafa, fechada en Badajoz, el 26 de abril de 1754, explicaba todos los pormenores de su comisión de archivos. Una orden del Consejo de Estado dada en 1743 le encomendó la tarea de investigar en los archivos para hacer una Historia Eclesiástica de España. Sin embargo, detrás de esa aparentemente altruista misión había motivos de más calado. Al parecer, los cardenales Acquaviva y Belluga, comisionados para negociar el Concordato de 1723 habían sostenido, frente al Papa, que la grandeza de los conventos y de las iglesias de España se debía al mecenazgo de los reyes. Felipe V quiso llevar a cabo una investigación para verificar eso y de paso recuperar los legítimos derechos que con la Corona le habían dejado los señores reyes sus predecesores gloriosos en las iglesias que habían conquistado, fundado y dotado en sus dominios, y saber cuántas eran fundaciones reales. Y para llevarlo a cabo se le otorgó el cargo de oidor honorario de Sevilla con la intención de que recibiese un sueldo de 75 reales diarios para llevar a cabo su misión. Empezó investigando en Castilla, León, Asturias y Galicia, para ver la regalía de patronatos de las iglesias catedrales de Palencia, Valladolid, León, Astorga, Santiago, Tuy, Lugo, Orense, Oviedo y Burgos. Con Fernando VI se le propuso Galicia, y, finalmente, por decreto del 23 de junio de 1750 se le encargo los obispados de Cuenca, Murcia, Cartagena, Orihuela, Plasencia y Badajoz (Rodríguez Moñino, 1930: 121-136).

        Su obra más acabada fueron cuatro volúmenes con documentación sobre la diócesis de Badajoz. El cuarto de esos volúmenes, conservado por duplicado en el Archivo Histórico Nacional y en la Biblioteca Colombina fue publicado en Badajoz en 1910 bajo el título de Crisis Histórica de la Ciudad de Badajoz y reeditado en la misma ciudad en el año 2006. Sin embargo, este último volumen era resumen de los tres anteriores, conservados en la sección de Códices del Archivo Histórico Nacional y que nunca vieron la letra impresa. Uno de estos tres volúmenes es la historia de los conventos del obispado de Badajoz, de los que extractamos en estas líneas lo correspondiente a la villa de Valverde de Leganés.

        Fue mal investigador y buen copista, se dedicó a copiar literalmente de fuentes muy concretas: las crónicas de las respectivas órdenes, los libros de profesión de cada convento y de la Historia eclesiástica de la ciudad y obispado de Badajoz de Juan Suárez de Figueroa. Su valor es relativo, de aquellos cenobios de los que se conserva su documentación apenas presenta ninguna novedad reseñable pero sí, en cambio, de aquellos otros en los que la documentación está desaparecida o perdida.

        Y por último decir que hemos adoptado como criterios de transcripción la actualización de las grafías. Asimismo, hemos corregido sin previo aviso las erratas del propio autor y alterado aquellos signos de puntuación colocados inoportunamente, todo ello para facilitar su lectura.

 

VALVERDE, CCONVENTO DE DESCALZOS DE SAN FRANCISCO

            El convento de Valverde, está media legua de la villa de su nombre, tierra del marqués de Leganés y obispado de Badajoz y un cuarto de legua de la rivera de Olivenza, donde dividen la jurisdicción los dos reinos, España y Portugal. Es uno de los conventos más estrechos y pobres que tiene la provincia, siempre basta solo el decir que el dormitorio  tiene una vara de ancho, poco más. Fundose este convento por los años del Señor de 1540, siendo provincial el señor San Pedro de Alcántara que fue quien le recibió. Estaba en este sitio una ermita (que hoy permanece inclusa en el convento) del señor San Antonio de Padua y tomó primero la advocación suya. Después el señor don Enrique, obispo de Ceuta, que a la sazón se hallaba en la villa de Olivenza, reino de Portugal, dio copiosas limosnas para la fundación y una imagen de Nuestra Señora de la Encarnación que ésta estaba en la iglesia de Santa María, primera parroquia de dicha villa de Olivenza, y de aquí y por los muchos y raros milagros (que parece imposible reducirlos al guarismo) que obró Dios por medio de esta santa imagen, tomó el convento el título: la Madre de Dios de Valverde. Con que con lo que dio dicho señor obispo, la villa de Valverde y otras personas de ambos reinos, se principió y concluyó la obra.

            El pie de religiosos con que se fundó este convento fue de nueve a once. Y que por los años del Señor de 1640 en aquella rebelión que tuvo Portugal contra su legítimo dueño, vinieron los portugueses y robaron la santa imagen patrona. Padeció muchos atrasos esta comunidad en la enajenación porque faltaron las limosnas de Portugal, porque como éstas las daban a título de los milagros que hacía, como faltó el objeto principal, faltaron ellos con su devoción. Escarmentada la comunidad con este suceso no esperado, el año de setecientos y tres, cuando el rey de Portugal se declaró auxiliar del archiduque, retiró su santa imagen a Badajoz. Entonces los portugueses vinieron de tropel al convento e hicieron tal estrago que hasta las cosas más menudas robaron del convento. Quedó éste desamparado porque los religiosos se retiraron A Badajoz. En este desamparo quedó tan arruinado que solo quedó la iglesia y las paredes maestras.

            Llegó el día feliz de las paces y determinó la provincia el reedificarlo a instancias de la devoción de Castilla y Portugal. Los que concurrieron con copiosas limosnas para la fábrica que se levantaron las paredes media vara más de lo que tenían sus antiguas. Se hizo un hermoso retablo y se doró. Y proporcionado un hermoso trono se colocó la santa imagen Madre de Dios de la Encarnación. Después ha habido parciales reedificaciones, como una azotea que se hizo de bóveda y algunas oficinas. No ha tenido este convento traslación alguna. Mantiene hoy día de dieciséis a diecisiete religiosos y algún donado.

            Varones ilustres en virtud y ciencia ha tenido muchos este convento. Sea en primer lugar fray Juan de Cabrera, religioso lego. Nació en la villa de Alcántara, en Extremadura, de la nobilísima familia de los Cabrera. Manifestó el cielo su futura santidad al tiempo de bautizarle, pues por ser el primogénito y tan deseado, asistieron muchos al bautizo. Vieron todos que sobre la cabeza del niño le servía de trono una cruz bien formada de color oscuro. Padeció en los primeros años muchos trabajos por causa de una madrastra que a ésta la tomó por instrumento el demonio, porque presagió el ruido que había de dar al infierno. Era dócil y de buen genio y estaba de todas las virtudes morales adornado. Con tan buena disposición le movió Dios a que tomase el hábito y dejase las vanidades y placeres del mundo. Obediente a la inspiración, habiendo muerto su padre, tomó el hábito en el convento de Villalpando, de la provincia de Santiago. Pero deseoso de vida más estrecha, dejó el hábito y se vino a Alcántara, su patria, y haciendo renuncia de todos sus bienes los repartió todos a los pobres. Pidió el hábito en esta provincia de San Gabriel y lo admitió gustoso el provincial. Enviolo al convento de Belvis para que pasara su noviciado. Pero, viéndole los religiosos tan ricamente vestido y, al parecer tan delicado, lo despidieron, juzgando no ser capaz para tolerar los trabajos de la religión.

            Muy afligido el santo mozo, hizo voto de visitar a Nuestra Señora de Guadalupe donde derramó su corazón en ternuras y desconsuelos, viendo malogrados sus designios. Alentole la madre de piedad y le inspiró que dejase aquel vestido, vistiéndose en traje rústico y hiciese una buena experiencia, de lo que en la religión se pasa. Así lo ejecutó, poniéndose a servir a un labrador en el lugar de la Calzada, sin perdonar en el oficio tarea, ni penuria y sin olvidar la oración y penitencia. Aquí le armó un  peligroso lazo el demonio, pues conocidas sus prendas de su señor, se le aficionó una hija suya y él se sintió inclinadísimo a casarse con ella. Atribulado entre este peligro y su vocación primera, recurrió a Dios. Pero el Señor que sabe hacer para muestras de sus maravillas que raye la luz entre las tinieblas le inspiró: que celebrase el matrimonio con la doncella y que sin consumarle entrase en religión.

            Así lo ejecutó, y la noche del desposorio declaró a su consorte que tenía la virginidad consagrada a Dios y que esperaba que en esta revocación tan santa, le hiciese grata y gustosa compañía. Halló a la moza de buen temple, y en su voluntad muy conforme. Un mes durmió con ella en un mismo lecho, viéndose el poder de la diestra divina, rayar en tan rara continencia. Cumplido el mes salió el devoto mozo de su casa, pretextando un negocio grave y que deseaba con ansias el cumplirle. Fue al convento referido de Belvis y habiendo perdido el hábito, se lo dio el guardián muy gustoso, y él lo recibió consoladísimo. Escribió a su esposa el nuevo estado, confortándola en el servicio del altísimo. Ya alistado en la milicia de Francisco, tanto de novicio como de profeso emprendió tan penitente vida que aseguró con ella una buena muerte.

            Sus disciplinas, silíceos, ayunos, desnudez y total pobreza causaba en los religiosos tal admiración que parecían inimitables a nuestro modo flaco de entender. Cuando iba a pedir limosna a algún pueblo, se iba azotando todo el camino. Formó un silíceo como jubón, que le ceñía pecho y espaldas, de puntas de alfileres, y apretábaselo de tal modo que era una pura llaga todo su cuerpo. Lo más del año ayunaba a pan y agua. Era obediente, humilde y casto y en la oración muy fervoroso. Era devotísimo, de la pasión de Cristo nuestro bien, en cuya memoria absorto vivía, padecía y gozaba. Arrebatado un día a la vista de una cruz, fue tal el dolor íntimo de su ccoracón y la avenida del gozo espiritual que se salió al campo y, postrado en cruz, arrastrando la boca por la tierra decía: “Quitaos Señor allá, apartaos de mí, que no puedo con tanto; apartaos señor que me abrasáis las entrañas”. Eran muy frecuentes sus éxtasis y en ellos se le vio muchas veces clamar al Señor: “Ya no más Señor mío, ya no más: y estos favores para quien os ama de veras, no a mí indigno pecador”. En el misterio de la Natividad del Señor, con extraordinaria alegría salía fuera de sí, y desde prima noche se iba al establo de las bestias y entre ellas se quedaba arrobado hasta maitines, despidiendo de sí soberanas luces. Una noche de esta festividad, hallándose en el lugar de Vicencio, asistió a la misa del gallo. Acabada ésta, pidió con instancias al cura le dejase encerrado en la iglesia. Volvieron a la misa de la aurora y no le hallaron, aunque exquisitas diligencias hicieron. Acabada la misa, cerraron las puertas hasta la tercia u, cuando abrieron les salió al encuentro, bañado en súbitos indecibles y exhalando de sus admirables resplandores. Creyeron todos haber sido arrebatado su cuerpo y alma a Belén, donde tenía su deseo y corazón.

            Tuvo don de profecía, como se verificó en muchos y repetidos casos. Viviendo en el convento de la Lapa, en tiempo de gran sequedad, era allí el siervo de Dios fray Pedro de Valencia, guardián, dijole a fray Juan un día, porque no ruega al Señor que nos envíe agua, yo os digo que os habemos de azotar si no lo pedís a Dios. Él respondió con alegría: “Aquí a mañana hemos de tener mucha agua”. Riéronse los frailes que le oyeron porque el cielo estaba muy sereno y sin alguna señal de agua. Pero sucedió como lo dijo el siervo de Dios, pues antes del día siguiente llovió con tanta abundancia que quedó bien harta la tierra.

        Estando en Badajoz, fray Juan fue a visitar a un caballero, llamado Julián Becerra,   que estaba a la sazón con yerno don Íñigo de Argüello y le dijo: padre fray Juan, pídale a Dios dé sucesión a mi hija, que tres años está casada y no pare y estamos con bastante desconsuelo. Miró entonces el siervo de Dios a don Íñigo y le dice así: “haga usted estas devociones y entre ellas mande decir unas misas que, cuando se comenzaren las misas a decir, se pondrá preñada su mujer. El caballero luego que se retiró a Brozas, puso en planta lo que le dijo fray Juan pero a los nueve meses después que se empezaron a decir las minas, parió la señora un niño tan hermoso que fue de todos consuelo y alegría y gloria de aquella familia.

        Lo mismo sucedió a la condesa de Cifuentes que, estando muchos años sin parir y sin esperanzas de ello, le pidió a fray Juan de Cabrera (a quien tenía una devoción suma) rogase a Dios le diese sucesión. Fray Juan, entonces, le dio un Niño Jesús que tenía y le prometió hijos con abundancia. Así sucedió con admiración de todos, imprimió de la mucha devoción que tenía a la provincia de San Gabriel y al siervo de Dios fray Juan. A la duquesa de Feria le profetizó los trabajos que había de tener por medio de una doncella suya, llamada doña Mayor, pero que de todo saldría bien. Así le sucedió a esta señora, y con el dicho fray Juan se consolaba. Fuera nunca acabar si todas sus profecías se hubieran de referir, y así me contento con decir de lo mucho poco.

        Por esto y por la notoriedad de sus virtudes y milagros fue estimadísimo este siervo de Dios, de los pueblos, príncipes y señores. Nuestro católico rey don Felipe II le trajo algunas veces a la Corte, y veneraba sus cartas como a oráculo, ejecutando los documentos que para bien de su alma le decía.

        Lo mismo sucedió con las serenísimas reinas doña Isabel y doña Ana, y mucho más con la señora princesa de Portugal, doña Juana, a quien una vez alcanzó milagrosa sanidad. Las señoras marquesas de Priego y duquesa de Feria, su nuera, le trataron con tanta cercanía como veneración, teniéndole en su compañía en Madrid y Montilla, muchas veces con licencia de los prelados generales, siendo estas señoras testigos de muchas maravillas y milagros. Lleno de méritos y virtudes llegole la última hora tan feliz como su portentosa vida. Predicó algunos meses antes la hora de su muerte y a donde se había de enterrar. Y al pié de la letra sucedió que fue en este convento de la Madre de Dios de Valverde de Leganés a los sesenta años de su edad, y ocho de abril (de) 1571. La señora duquesa de Feria, pudo lograr tiempo después la cabeza de este siervo de Dios para el convento de La Lapa que es de su estado. La misma señora había guardado un hábito suyo para amortajarse en él y en el verano de 1581 mandó (a) una familiar suya, doña Bernardina, a cuyo cuidado estaba, que lo pusiese al aire en una torre, donde nadie subía. Una noche se apareció en sueños el venerable padre a una criada y le dijo: “Decid a Bernardina que se ha descuidado mucho de mi hábito, que está caído en el suelo”. Así le hallaron y tuvieron en mayor veneración. La señora al tiempo de morir, escrupulizó santamente en vestirse de aquel hábito y mandó amortajarse con otro de la Orden, y que aquel se le pusiese doblado sobre la cabeza. Ha hecho Dios por su intercesión muchos y repetidos milagros.

        Yace en este mismo convento fray Antonio Requengo, religioso lego, el que estaba antes de la fundación de este convento en la ermita de San Antonio, que ya está inclusa en el convento, haciendo vida solitaria. Era de una sinceridad columbina. Después que entraron los religiosos, deseoso de su vida apartada de todo comercio humano, consiguió breve de su santidad por medio del duque de Berganza (que éste le amaba mucho, lo uno por sus virtudes y lo otro por haber sido su criado) para retirarse a la sierra del Alor, término de Portugal, y una legua de este convento. Allí, en una ermita vivió en estrecha, se ejercitó algunos días en muchas y graves penitencias y dejando entre ambos reinos mucho olor de sus virtudes, acabó su vida santamente y se trajo a enterrar a este convento por ser religioso de esta santa provincia.

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS