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Historia de Carmona

BENEFICENCIA EN CARMONA EN LA EDAD MODERNA: LIMOSNAS Y OBRAS PÍAS

BENEFICENCIA EN CARMONA EN LA EDAD  MODERNA: LIMOSNAS Y OBRAS PÍAS

        Prácticamente hasta el siglo XVIII el Estado no se implicó en el campo de la asistencia social. Con anterioridad toda la previsión social de los ciudadanos se debía basar en un sistema privado de contraprestaciones.

         La cobertura social de los carmonenses en el Antiguo Régimen se canalizaba de dos formas diferentes, según se tratase de personas que habían cotizado o de pobres “de solemnidad”. Por ello, Rumeu de Armas habla de dos conceptos diferentes, el de la asistencia y el de la beneficencia.

        La población común normalmente se pagaba su propia asistencia privada a través de las hermandades y cofradías. Para cubrir cualquier eventualidad social prácticamente todas las familias pertenecían a alguna hermandad, algunas de ellas gremiales. De hecho, en otro trabajo nuestro ya afirmamos que a finales del siglo XVIII había en Carmona una cofradía por cada 500 habitantes o por cada 100 vecinos. Esto significaría que prácticamente todas las familias estaban implicadas en algún tipo de corporación, lo que les equivalía a tener una verdadera póliza de seguros para ellos y sus familias. Todas las cofradías tenían, pues, ese doble cometido el devocional y el asistencial, proporcionando a sus hermanos una asistencia en la enfermedad y un enterramiento digno.

         Sin embargo, todos los que participaban en las hermandades y cofradías eran mutualistas que habían cotizado durante toda su vida. Pero, ¿qué ocurría con aquellas personas que no tenían recursos para cotizar? Pues, bien, para ellos no había asistencia sino beneficencia. Y, ¿qué diferencia había? Como dice Rumeu de Armas la asistencia era un derecho mientras que la beneficencia era una gracia o limosna. Los enfermos, los mutilados, los inválidos, los mendigos y los menesterosos en general se sostenían a duras penas de la caridad de los pudientes. Una caridad que se suponía era una virtud cristiana que debían practicar los pudientes, los nobles, los burgueses ricos y, sobre todo, el estamento eclesiástico, al que se le suponía una especial generosidad.

            Esta caridad cristiana se canalizaba, por un lado, de manera informal, a través de las limosnas que decenas de pedigüeños obtenían a las puertas de las iglesias o en los espacios más concurridos de cada localidad. Y por el otro, mediante la fundación de una obra pía en la que, casi siempre a través de un testamento, se dejaba un capital para invertirlos en rentas con las que invertirlas en alguna mejora social. Las obras pías eran de muy diversos tipos, desde redimir cautivos hasta dotar doncellas huérfanas para el matrimonio o para entrar en un cenobio como monja, la escolarización de pobres o la hospitalización de enfermos.

             Dentro de la beneficencia en Carmona hay una institución que ha jugado un papel muy destacado desde la Baja Edad Media. Se trata de la cofradía de la Misericordia, fusionada en 1670 con la de la Santa Caridad. El objetivo de esta cofradía de la Caridad y Misericordia era la asistencia a los presos y a los "pobres vergonzantes". Al menos desde principios del siglo XVI tenía su propio hospital siendo, pues, una más de tantas cofradías asociadas a pequeños hospicios que existían en nuestra localidad. Sus rentas se incrementaron de forma sustancial en 1511 cuando la Duquesa de Arcos la benefició con un importante legado, nombrando a la cofradía y hospital como heredero universal de sus bienes, con el objetivo expreso de que "se reciban y provean y curen y remedien trece pobres". Y ¿quiénes pertenecían a esta corporación?, pues, obviamente las personas más pudientes de Carmona, los Milla, Los Romera, los Tamariz, los Montes de Oca, etcétera.

            Otras cofradías también incluían entre sus estatutos algunas obligaciones para con los pobres no mutualistas. Por ejemplo, entre los cometidos de la cofradía de San Antonio, sita en el convento de San Francisco, figuraba dar de comer a los pobres el día de su festividad.

            Pero, además de esta cofradía, fueron fundadas en Carmona diversas obras pías. Una de las más generosas fue la fundada por el escribano público y de cabildo Pedro de Hoyos en su testamento redactado en 1619. Dicha obra pía la dotó con un pinar, siete tiendas, siete mesones y nueve casas con cuyas rentas pagar una dote de 20.000 maravedís a 15 doncellas pobres. Como patrono y administrador de dicha obra pía se designó perpetuamente a los rectores del colegio de San Teodomiro. Con frecuencia en los años posteriores se subvirtió la voluntad del fundador, rebajando la dotación a 15.000 maravedís y ampliando las dotadas hasta veinte. Así ocurrió, por ejemplo, en 1669, cuando se dotó a las doncellas pobres solo con los citados 15.000 maravedís y ampliando el número de prebendadas hasta la veintena.

            En el siglo XVIII el clérigo de menores, Hernando de Ojeda, alias Cabrito, fundó en el colegio de San Teodomiro un patronato para dotar a parientas suyas. Sus bienes se invirtieron en propiedades con las que se sufragaron dotes, administrando el patronato los jesuitas.     

Mucho más modesta fue la obra pía fundada por el indiano Francisco Navarro dispuso en su testamento, fechado en 1648, que se entregase cierta cantidad de dinero para dotar como monja a su nieta Francisca Navarro, "hija de María Navarro u otra nieta que quisiere ser monja".

            Mucho más generosa fue la fundación que en 1776 hizo doña Josefa Fernández de Córdoba y Zapata, viuda de Diego de la Milla, Marqués del Saltillo. Destinó una buena parte de su capital a la fundación de un hospicio de niñas huérfanas. Contaba el Curioso Carmonense que la fundadora era natural de Granada y que se enterró en la bóveda de entierro de la hermandad del Rosario del convento de Santo Domingo.

            Pues, bien, a continuación daremos a conocer otra obra pía que hasta donde nosotros sabemos no era conocida por la historiografía: la que instituyeron Fernando de Rueda y su mujer Beatriz de Góngora para asistir a “niños expósitos y pobres de la cárcel”. Sabemos muy poco de esta fundación. Lo único que tenemos es un pleito que se generó en 1623 por el que los administradores de la obra pía –el concejo de Carmona- demandaron a Cristóbal Suárez, que tenía en alquiler, una de las casas de la obra pía.

            La fecha de fundación la desconocemos, pues no se especifica en el proceso. Éste es de 1623 y da la impresión que ya entonces era una obra pía fundada de antiguo, por lo que es muy probable que se instituyera en algún momento del siglo XVI.

            De los fundadores, Fernando de Rueda y Beatriz de Góngora tan sólo se dice a lo largo del proceso que fueron “naturales de Carmona y vecinos de Sevilla”. Está claro que pertenecían a la más rancia élite carmonense, pues, los Rueda estaban entre los miembros del regimiento desde la Baja Edad Media. Ya tenemos noticias de que en 1445 era regidor del cabildo carmonense Diego de Rueda, quien casi con toda seguridad era ascendiente del fundador de la obra pía. Unas décadas después, en 1477 y 1478 encontramos a dos regidores de esta misma familia Luis y Pedro de Rueda y en 1483 a Francisco de Rueda.

            El objetivo de la obra pía se menciona en dos ocasiones a lo largo del pleito. Concretamente se dice que se fundó “para la asistencia y remedio de los pobres que son de la cárcel y crianza de niños expósitos”. Por tanto, todo parece indicar que su caritativo objetivo era doble: por un lado, asistir a los presos más pobres y, por el otro, la crianza de los niños expósitos o huérfanos.

            Sobre la dotación económica de la fundación, no se dice mucho. Tan sólo sabemos que al menos una parte de su capital estaba invertido en propiedades urbanas. Éstas se alquilaban y sus réditos servían para dotar de liquidez a la obra pía.

            El patronazgo de la fundación lo tenía el concejo carmonense que periódicamente diputaba a uno de sus miembros para que se encargase de su administración. Según el proceso, había sido administrador Juan de Humanes, regidor y, en 1623, era su administrador Juan de Vilches Tamariz, teniente de alférez mayor de Carmona.

            El pleito se generó en 1623 cuando el arrendatario Cristóbal Suárez, vecino de Carmona fue acusado de no pagar el alquiler y condenado al pago de 30 ducados. Sin embargo, él recurrió a la Chancillería de Granada alegando, primero, que el concejo no podía juzgar el caso aunque “hubiera costumbre de que las apelaciones fueran al cabildo” ya que era la otra parte en litigio. Y segundo, que había gastado mucho más, es decir, 525 reales en reparar las puertas y ventanas porque, sin los dichos reparos, “no se pudieran habitar las dichas casas”.

No obstante, el concejo alegaba que, según un parecer de los alarifes Alonso y Francisco Gutiérrez, los gastos no eran exactamente necesarios. Y, según constaba en el contrato de alquiler, los gastos hechos por su gusto para agrandar o achicar ventanas o puertas debían correr por cuenta del tomador de la vivienda.

            Felipe IV dio autorización por una real cédula dada en Aranda, el 10 de septiembre de 1623, para que el proceso se viese en Granada, por lo que dio al concejo de Carona un plazo de 15 días para que diese poder a algún letrado. Cristóbal Suárez dio poder a Juan Ocaña de la Peñuela, por carta firmada en Sevilla el 19 de septiembre de 1623, mientras que el concejo carmonense dio poder pocas semanas después a Gabriel Mallen.

            El resto del proceso y la sentencia final no aparecen en el documento. De todas formas, lo más interesante del documento ha sido que nos ha permitido conocer la existencia de esta obra pía a favor de los presos más desfavorecidos y de los niños expósitos.

 

APÉNDICE I

 

            Juan Ocaña de la Peñuela en nombre de Cristóbal Suárez, vecino de la villa de Carmona en el pleito con don Juan de Vilches Tamariz diputado nombrado por el cabildo de la dicha villa para la obra de los niños expósitos digo que la sentencia de remate y todo lo demás proveído contra mi parte es nulo y por tal se debe declarar y cuando alguno sea se debe revocar por lo general y que resulta de los autos. Y porque los 30 ducados por que mi parte está ejecutado los tiene pagados en lo que gastó en los reparos que hizo en las casas que se le alquilaron los cuales fueron útiles y necesarios y con orden y consentimiento y en presencia de Juan de Humanes, regidor de la dicha villa, diputado antecesor del dicho Juan de Vilches Tamariz todo lo cual consta por el proceso y por las declaraciones y testimonios por mi parte presentados. Lo otro, no hace contradicción a los dicho lo que declararon Alonso Gutiérrez y Francisco Gutiérrez, alarifes, porque de los mismos autos se echa de ver haberse engañado en la dicha declaración pues los dichos gastos fueron muy necesarios porque sin ellos no se pudieran habitar las dichas casas. Lo otro las condiciones de la escritura las guardó mi parte y en conformidad de ellas hizo los dichos gastos y aunque hayan de ser por cuenta de mi parte las ventanas y puertas que mudare en la dicha casa por su gusto para agrandar o achicar los aposentos o trocar el gobierno de ella no han de ser las ventanas y puertas que es necesario mudarse o hacerse para poder habitar las casas porque esto ha de ser por cuenta del alquiler. Pido y suplico a Vuestra Alteza dé por ninguna la dicha sentencia de remate y todo lo demás contra mi parte proveído o por lo menos lo revoque pues es justicia que pido y costas. En Sevilla a diecinueve días del mes de septiembre de mil y seiscientos y veintitrés.

A.Ch. Granada Cabina 205, Leg. 5330, Pieza 4.

 

 

APÉNDICE II

 

            “Juan de Ocaña de la Peñuela en nombre de Cristóbal Suárez, vecino de la villa de Carmona, en el dicho pleito con el concejo,, justicia y regimiento de ella y don Juan de Vílchez Tamariz en su nombre digo que sin embargo de la declaratoria de contrapuesta por Gabriel Mallen le ha de mandar vuestra alteza que responda derechamente por lo general y que resulta del proceso. Y porque aunque en la dicha villa de Carmona hubiera costumbre de que las apelaciones fueran al cabildo no ha lugar en este caso porque mi parte litiga con el mismo cabildo y sus regidores que siendo partes formales en este pleito y no pueden ni deben ser jueces ni se ha de entender que vuestras leyes reales y pragmáticas les quisieron dar jurisdicción en casos semejantes induciendo corrección de todo el derecho tácitamente. Lo otro mi parte se ha querellado ante v. a. del agravio que se le ha hecho a quien pertenece y toca el remedio supuesto que por ser los mismos regidores los contrarios han hecho seguiir este pleito contra mi parte ejecutándole en virtud de escritura que no es pública ni hecha por escribano público y habiendo mi parte recusado al alcalde mayor le hicieron sentenciar el pleito sin nombrar acompañado, condenándole en lo que de los mismos autos consta no deber en que se echa de ver el agravio notorio que se ha hecho a mi parte y se hará si se diese lugar a que sus contrarios sean sus jueces. Porque pido a v. a.  y suplico que por el remedio que más haya lugar de derecho haga a mi parte cumplimiento de justicias mandando que el dicho Gabriel Mallen y las partes contrarias respondan derechamente sin embargo de su declinatoria para los cuales… En Veintisiete de octubre de mil y seiscientos y veintitrés años.

A.Ch. Granada Cabina 205, Leg. 5330, Pieza 4.

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

EL MECENAZGO DE MARÍA DE MONSALVE CON EL CONVENTO DE AGUSTINAS DE CARMONA

EL MECENAZGO DE MARÍA DE MONSALVE CON EL CONVENTO DE AGUSTINAS DE CARMONA

        A lo largo de la Edad Moderna las fábricas de las iglesias y los cenobios dispusieron de importantes propiedades y rentas con las que construyeron los majestuosos edificios y catedrales que, en buena parte, todavía hoy podemos contemplar.

          En realidad, esas obras de arte se sufragaron directa o indirectamente de la devoción y de la fe del pueblo. Casi todas las personas que testaban dejaban una o varias mandas a la iglesia, a las cofradías, a un convento o a un hospital o a todos ellos. La muerte, omnipresente en siglos pasados, suponía una de las mayores fuentes de ingresos para la iglesia: por un lado, los templos eran los cementerios, y los pudientes pagaban importantes sumas por enterrarse en el presbiterio o en la capilla sacramental. Cuanto más cerca estuviese el enterramiento del Santísimo mayor era su coste económico, mientras que los inhumados a los pies de la iglesia pagaban sumas muy inferiores. Pero, por el otro, los creyentes, al final de sus vidas sentían la necesidad de descargar sus conciencias, dejando una parte de su fortuna en fundaciones, capellanías y obras pías.   Por todo ello, la Iglesia obtuvo unas importantes rentas con las que financió esos majestuosos templos que por fortuna nos han legado.

            En Carmona tenemos numerosos ejemplos de personajes de la élite que dejaron una buena parte de su fortuna a distintos fines religiosos. Entre ellas, doña Ana Salvadora Luisa de Ureña, esposa del regidor perpetuo don Antonio Tamariz y Armijo. Ésta, siguiendo las disposiciones testamentarias de su marido dejó 10.000 ducados para la fundación del convento de carmelitas descalzos de San José.

            Un caso muy similar es el de doña Beatriz de Vargas, esposa del medico Cristóbal Tocado, quien dejó las casas de su morada para la fundación del convento de Santa Catalina. Y por citar un último ejemplo, don Teodomiro Lasso de la Vega dejó 3.000 ducados para labrar la capilla mayor del convento de Carmen.

            Pues, bien, estas líneas queremos citar el caso de otra mujer, doña María de Monsalve, que dedicó gran parte de sus bienes en este caso al convento de las Agustinas Recoletas de Carmona.

          Es muy poco lo que sabemos de la biografía de esta mujer. Debía pertenecer al linaje de los Monsalve sevillanos cuyos orígenes se remontan a la época de la Reconquista de Sevilla. Al parecer, don Guillén de Monsalve, era de origen catalán, pues en el Repartimiento de Sevilla figuraba como uno de los “cien ballesteros catalanes”. Por lo demás, el nombre de María –al igual que el de Guillén- se repite con frecuencia en la genealogía de los Monsalve. De hecho conocemos otra María de Monsalve, que vivió en el siglo XV, hija de Luis de Monsalve y de María Barba que al parecer se crió en la Corte de Juan II, fue apadrinada por los reyes y se desposó con el también linajudo Pedro de Tous, teniente de alcaide del alcázar y de las atarazanas de Sevilla.

        En lo concerniente a nuestra María de Monsalve, sabemos que era esposa de un miembro de la élite carmonense, don Diego de la Milla. Este último pertenecía a una familia muy linajuda de la localidad, originaria de Galicia y residente en Carmona al menos desde el siglo XIV. Tras la muerte de éste se dedicó durante décadas a sufragar diversas obras religiosas en Carmona.

        Teníamos noticias de que, siendo ya viuda, compró un vestido, jubón y saya para la imagen de Nuestra señora del Escapulario, sita en el Carmen.

        Repasando en el archivo de las Agustinas Recoletas encontramos datos inéditos referentes al caudal legado por esta carmonense para favorecer a este cenobio. Según un apunte contable registrado por las religiosas en 1748 recibieron 1.000 reales de limosna de la citada benefactora. Sin embargo, unos años después para acometer las obras del retablo mayor volvieron a apelar a la caridad de sus benefactores. El dinero recaudado –en reales- y sus donantes fue el siguiente: doña María de Monsalve 22.600, doña Juana de Romera 300, Universidad de Beneficiados 300, Martín Barba 75, Marqués del Saltillo 20 y doña Juana de Tovar 20. Está claro que el retablo se pudo sufragar gracias a la donación testamentaria hecha por doña María de Monsalve. Su donativo sirvió para acabar sobradamente el retablo que se tasó con Miguel de Gálvez, maestro ensamblador, en 16.000 reales. Incluyendo una gratificación que se le dio al maestro, el costé quedó en unos 16.500 reales.

        Pero como la dádiva de María de Monsalve fue tan generosa las monjas no dudaron en contratar también el graderío de piedra de jaspe del presbiterio. Así, el 23 de abril de 1755 contrataron la hechura del retablo y tan solo dieciocho días después, es decir, el 11 de mayo del mismo año contrataron con el cantero antequerano José Guerrero la hechura de las gradas de piedra y del sotabanco donde se debía colocar el retablo.

        El coste de esta última obra, incluido su transporte y colocación superó escasamente los 2.000 reales por lo que todavía le siguió quedando a las monjas de la donación para el retablo 4.815 reales. Y las monjas continuaron invirtiendo en su templo, pues decidieron sobre la marcha mandar hacer “la loza del coro y puerta del presbiterio”.  Ocho reales más se gastaron en unas palmatorias que hizo el maestro José Bares y nueve pesos en dorar por dentro el sagrario.

        En definitiva, una donación que sirvió para que la monjas pudiesen sufragar las obras de la capilla mayor del convento de las Agustinas Recoletas. Por tanto, si hoy los carmonenses podemos disfrutar de esa magnifica obra de arte se debe a la generosidad y a la sensibilidad de esta carmonense cuyo nombre hemos rescatado del olvido en estas líneas. 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

LA FUSIÓN ENTRE LAS COFRADÍAS CARMONENSES DE LA MISERICORDIA Y DE LA SANTA CARIDAD (1670)

LA FUSIÓN ENTRE LAS COFRADÍAS CARMONENSES DE  LA MISERICORDIA Y DE LA SANTA CARIDAD (1670)

        Desde la Baja Edad Media la cofradía de la Misericordia jugó un papel muy destacado dentro de la vida religiosa y sobre todo asistencial de Carmona. Pese a ello, y al margen de algunas referencias esporádicas en artículos referidos al Hospital del mismo nombre, su historia sigue siendo hoy en día una gran desconocida.

        Al parecer esta cofradía se fundó a finales del siglo XIV o principios del siglo XV, teniendo como cometido fundamental la asistencia a los presos y a los "pobres vergonzantes". Al menos desde principios del siglo XVI tenía su propio hospital siendo, pues, una más de tantas cofradías asociadas a pequeños hospicios que existían en nuestra localidad. Un golpe de suerte hizo que en el testamento de la Duquesa de Arcos, protocolizado el 5 de abril de 1511, ante Alonso de Baeza, escribano público de Carmona, se dotase a esta cofradía y hospital de un considerable legado. Como es bien sabido, en el testamento se nombraba a la cofradía y al hospital de la Misericordia como heredero universal de sus bienes, con el objetivo expreso de que "se reciban y provean y curen y remedien trece pobres". En el mismo texto de la fusión que ahora comentamos se citaban las obligaciones que tenía contraída dicha cofradía:

 

 

            “La fundación de dicha cofradía fue con obligación de que el prioste hermanos de ella acudiesen a enterrar los cuerpos de los pobres de solemnidad que fallecieren en esta ciudad y su término y acompañar hasta el suplicio a los que por la justicia Real de Su Majestad mandasen ajusticiar y enterrar sus cuerpos y dar en cada un año por el día de Sábado Santo a los pobres de la collación de Santiago de esta ciudad una limosna de pan y carne...".

 

 

        Desde muy pronto esta cofradía se fue poblando de miembros de la élite cabildante y de la alta jerarquía religiosa local. Y es que con frecuencia estas asociaciones caritativas solían estar integradas por las personas más pudientes de cada villa, pues, se suponía que la nobleza y la élite, tenían una obligación moral con los grupos sociales más desfavorecidos. Incluso, antes de la donación de doña Beatriz Pacheco, ya encontramos a destacados personajes carmonenses vinculados a este instituto. De hecho, en 1511, con motivo de la donación, había dos hermanos mayores, don Luis de Romera y don Fernando Montes de Oca, ambos pertenecientes a la élite hidalga de la localidad. 

            Pues, bien, hasta la fecha no se sabía nada de la cuestión de la fusión tratada en este artículo. Es más, ni tan siquiera se tenían noticias de la otra hermandad asistencial, intitulada de la Santa Caridad, y con sede en el arrabal. La historiografía afirmaba erróneamente que lo único que ocurrió en el siglo XVII fue un cambio de nombre, dejando de llamarse Cofradía de la Misericordia y pasando a ser Caridad y Misericordia.

 

 

LA FUNDACIÓN DE LA COFRADÍA DE LA CARIDAD

 

        En principio no consta el año exacto de la fundación y de la aprobación de sus reglas de la Cofradía de la Caridad, intitulada oficialmente de "la Santa Caridad de Nuestro Señor Jesucristo". En cambio, sí constan en el expediente determinados indicios que nos pueden acercar mucho a esta fecha en cuestión. Concretamente encontramos dos datos bastante significativos: uno, sus reglas fueron aprobadas por el arzobispo Ambrosio Ignacio Espínola y Guzmán. Dos, cuando se refieren a esta hermandad se menciona como "nuevamente erigida y fundada en la ciudad de Carmona". Y tres, en 1670 se fusionó con la de la Misericordia.

            Por tanto, teniendo en cuenta que el arzobispo Espínola accedió a su cargo en 1669, y que en 1670 se fusionó con la de la Misericordia es prácticamente seguro que las reglas de esta corporación debieron aprobarse a lo largo de 1669 o, como mucho, a principios del siguiente. En nuestra opinión, fundación y aprobación de reglas debieron ocurrir consecutivamente, muy probablemente en el mismo año de 1669.

            Mucho más problemático es conocer los motivos exactos de esta erección que provocó litigios y enfrentamientos con la señera cofradía de la Misericordia. Y desde luego, por los síntomas que pasaremos a describir, tenemos fundadas sospechas de una rivalidad entre el área del arrabal, y particularmente de la parroquia de San Pedro, con la élite política, económica y religiosa de intramuros. Para empezar es necesario destacar que, la cofradía de la Misericordia, al menos en el siglo XVII, estuvo regida y controlada por los presbíteros de las parroquias intramuros y por la élite de la localidad. En cambio, llama mucho la atención que la de la Santa Caridad estuviese liderada e impulsada por los presbíteros de la iglesia de San Pedro, todos ellos destacados miembros de su junta, así como por algunos profesionales liberales, como los escribanos Francisco Blaso del Vado o Teodomiro de Cifuentes y Sarmiento. Muchos de sus miembros fundacionales, como el propio Blaso del Vado, sabemos que residían en la collación del arrabal y eran parroquianos de la iglesia de San Pedro. 

            Por otro lado, la cofradía nació “unida y agregada” a la cofradía del mismo nombre de la ciudad de Sevilla. Habida cuenta de los sucesos ocurridos años después, y que en líneas posteriores comentaremos, no sabemos si también hubo una pugna entre la hermandad sevillana de la Santa Caridad y la carmonense de la Misericordia. La corporación hispalense había nacido en 1564, es decir, mucho después que la de la Misericordia, con un fin asimismo asistencial pero, desde 1608, había experimentado un gran auge, gracias al impulso de don Miguel de Mañara. La creación de una filial en Carmona debió ser para la hermandad de la Caridad sevillana, por utilizar un conocido refrán, algo así como "poner una pica en Flandes".

 

 

LA FUSIÓN DE AMBAS CORPORACIONES 


            Como ya hemos dicho la fundación y aprobación de la hermandad de la Santa Caridad trajo consigo enfrentamientos, litigios y rivalidades con la de la Misericordia que provocó la propia intervención del arzobispo y la de su provisor. Con la intervención de dicho prelado y, por la buena voluntad de ambas partes, decidieron acabar con sus enfrentamientos y llegar a un acuerdo de fusión. Así, por un lado, la cofradía de la Misericordia dio poder para tal efecto a sus hermanos Alonso Antonio de Armijo y Tamariz y a Martín Barba de la Milla, por carta fechada el 29 de junio de 1670. Y, por el otro, la de la Caridad, el 1 de julio de 1670, nombró al mismísimo don Miguel de Mañara Vicentelo de Leca, caballero de la Orden de Calatrava y hermano mayor de la cofradía de la Caridad de Sevilla, y al carmonense Juan de Cifuentes.

            Y no tardaron en llegar a un acuerdo porque dos días después, es decir, el 3 de julio de 1670, se firmaba la fusión con las condiciones de la misma. Concretamente, se establecía lo siguiente:

 

 

            “Que ambas desde hoy en adelante para siempre jamás estén juntas y sean un cuerpo y una misma hermandad y cofradía en el uso y ejercicio de sus oficios, ejercicios y santas obras de caridad y administración de bienes y demás obras pías que cada uno de por si tenía antes de esta agregación...”

 

 

            Una vez ratificada la fusión lo primero que se hizo fue disolver las dos juntas, cesar al prioste de la Misericordia y al hermano mayor de la Caridad y nombrar un gobierno interino. Quedaba en manos del arzobispo el designar un hermano mayor que se hiciera cargo de la corporación hasta el día de Pascua en que se debían nombrar, en cabildo general, nueva junta de gobierno.

            La sede de dicha cofradía estaría, como no podía ser de otra forma, en la capilla de la Misericordia ya que los hermanos de la Caridad no tenían casa propia. Sin embargo, dicho edificio debía estar en obras porque se decía que, si no estuviese acabado de hacer, residieran en “la parte que eligieren y fuere más conveniente a la dicha hermandad”.

 

 

EL INTENTO DE FUSIÓN CON LA CARIDAD DE SEVILLA


            Años después se dio un curioso suceso que no fue otro que la pretensión de la cofradía carmonense de la Caridad y Misericordia de fusionarse con su homónima sevillana. Los hermanos de Carmona pretendían, en función del vínculo de confraternidad y unión que la cofradía de la Santa Caridad de Carmona poseía desde 1669, que “ambas casas quedasen en un cuerpo unidas”. La pretensión no tenía muchos precedentes en esos momentos porque si bien eran frecuentes las fusiones de hermandades ubicadas en la misma parroquia, o a lo sumo en la misma villa o ciudad, las realizadas entre corporaciones radicadas en distintas ciudades no era en absoluto usual. Parecía una situación difícil o imposible de llevarse a cabo en esa época. Pero estaba claro que los carmonenses se movían probablemente por el interés de unirse a una casa muy prestigiosa socialmente y muy bien dotada económicamente. Mucho más improbable es que lo hicieran, con una mentalidad inusual en su época, por buscar una mayor eficiencia en el cometido de dos casas que desarrollaban tareas similares.

            La oposición de los hermanos de Sevilla fue tajante y contundente: "no podían condescender a lo que proponía la venerable hermandad de la ciudad de Carmona". Según decían se había entendido mal el concepto de confraternidad que, desde 1673, había establecido la hermandad sevillana con otras corporaciones similares de la provincia. Al parecer esta confraternidad solo hacía referencia a la libertad de los hermanos de las distintas corporaciones firmantes de acudir a las funciones públicas de la otra. Concretamente especificaban que la confraternidad entre la hermandad de Sevilla y Carmona solo pretendía:

 

 

            “Recibir a los hermanos de la referida hermandad a la confraternidad que piden de tal suerte quede hecha esta unión, que los hermanos de una casa puedan asistir recíprocamente en las funciones públicas y ejercicios de la otra, según lo acostumbramos con las demás casas unidas a ésta, como son Alanila, Utrera, Carmona, Las Cabezas, haciéndolos participar de todas las obras, ejercicios e indulgencias de ésta en la forma que podemos por derecho y que se siente en los libros, mediante quedar los hermanos de aquella por de ésta para ganar las gracias e indulgencias lo cual hacemos para siempre jamás. Y estas propias son las contenidas en el de mil seiscientos setenta respectivo a la venerable de la ciudad de Carmona como se ve de la referencia que hace”.

 

 

            Finalmente, alegaban que era injusto para las otras hermandades filiales, con las que también se habían establecido lazos de confraternidad, que en el caso de Carmona se entendiese de una forma diferente. Sin embargo, a nuestro juicio la situación no era la misma porque la de la Caridad de Carmona se fundó en 1670 en unas circunstancias muy especiales y, da la impresión por los documentos conservados, que plenamente ligada y dependiente de la sevillana.

            Sea como fuere, lo cierto es que los hermanos de Sevilla no condescendieron ni consintieron tal propuesta de la cofradía carmonense, quedando el intento de fusión en papel mojado.

 

 

APÉNDICE DOCUMENTAL

 

            Aprobación de la fusión entre las hermandades de la Misericordia y de la Santa Caridad (1670).

 

            “Licenciado don Gregorio Bastan y Arostegui, provisor y vicario general de esta ciudad de Sevilla y su arzobispado, por el ilustrísimo y reverendísimo señor don Ambrosio Ignacio Espínola y Guzmán, mi señor arzobispo de esta dicha ciudad y arzobispado de Sevilla, del Consejo de Su Majestad, por cuanto por parte de las cofradías y hermandades de la Santa Misericordia y de la Santa Caridad de Nuestro Señor Jesucristo de la ciudad de Carmona se ha presentado ante mi cierta escritura de concordia por la cual parece que las dichas dos hermandades y cofradías pretenden quedar para desde hoy en adelante para siempre jamás reducidas, agregadas y consolidadas en una y los hermanos de ellas por de una misma hermandad, conferido el título de Misericordia y Caridad de Jesucristo, y obligados a guardar la regla y estatutos de la de la Santa Caridad, ejercicios y buenas obras como de la dicha escritura parece, cuyo tenor es como se sigue:

            In Dei nomine amen, por el tenor del presente público instrumento sea notorio y manifiesto como en la Muy Noble y Muy Leal ciudad de Sevilla, a los dos días del mes de julio del año del nacimiento de nuestro salvador Jesucristo de mil seiscientos y setenta, indiecion octava y del pontificado de nuestro muy Santo Padre Clemente por divina providencia Papa décimo, año primero, en presencia de mi el notario público apostólico y de los testigos infrascritos personalmente constituidos, de la una parte, los seglares don Martín Barba de la Milla, don Alonso Antonio de Armijo Tamariz, vecinos de la ciudad de Carmona, estantes al presente en esta ciudad, hermanos de la cofradía de la Santa Misericordia de la dicha ciudad de Carmona, en nombre y en voz del prioste y hermanos de esta dicha cofradía y en virtud del poder que les otorgaron, ante Alonso María, notario apostólico de la dicha ciudad, su fecha en ella en veintinueve de junio de dicho año, y de la otra parte, el licenciado don Francisco Rodríguez Bordas, presbítero beneficiado propio de la iglesia parroquial del señor san Pedro de la dicha ciudad, consiliario de la hermandad de la Santa Caridad de Nuestro Señor Jesucristo que nuevamente se ha erigido y fundado en la dicha ciudad de Carmona y Juan de Cifontes Lobo, hermano de la dicha hermandad y residente en dicha ciudad, en nombre y en voz de los alcaldes y hermanos de la dicha hermandad de la Santa Caridad y en vista del poder que les dieron y otorgaron, ante Juan Caro Almagro, notario apostólico de la dicha ciudad, su fecha en ella en primero día de este mes de julio que todas las dichas partes me entregaron los dichos poderes para los insertar en esta dicha escritura y son del tenor siguiente:

            In nomine Dei amen, en la Muy Noble y Muy Leal ciudad de Carmona, en veinte y nueve días del mes de junio de mil seiscientos y setenta años, por ante mi el notario apostólico y testigos, el prioste y hermanos de la cofradía de la Santa Misericordia o Caridad de esta dicha ciudad, estando juntos y congregados como lo han de costumbre es a saber: don Juan de Romera Tamariz, prioste, don López del Álamo, presbítero comisario del Santo Oficio de la Inquisición y beneficiado propio de la parroquial del Señor San Bartolomé de esta ciudad, don Luis Barrasa, presbítero, don Luis de Romera Tamariz, presbítero beneficiado propio de la parroquial del señor San Felipe de esta ciudad, don Antonio Gil Barba de la Milla, clérigo de menores ordenes beneficiado propio de dicha iglesia del señor San Bartolomé, don Juan Tamariz de Bordas y Guzmán, don Alonso Antonio de Armijo Tamariz, don Gonzalo Tamariz Bordas y Guzmán, don Juan de Romera, don Martín de Barcia y Milla, todos hermanos de la dicha hermandad por si y en su nombre y de los demás hermanos que de ella son hasta el día de hoy y serán en adelante por quien prestaron bastante voz que estarán y pasarán por lo que aquí será contenido y en su virtud se hiciere y otorgare y a la dicha voz obligaron sus caudales y rentas de la dicha cofradía de un acuerdo y conformidad y que por cuanto la fundación de dicha cofradía fue con obligación de que el prioste y hermanos de ella acudiesen a enterrar los cuerpos de los pobres de solemnidad que fallecieren en esta ciudad y su término y acompañar hasta el suplicio a los que por la justicia Real de Su Majestad mandasen ajusticiar y enterrar sus cuerpos y dar en cada un año por el día de Sábado Santo a los pobres de la collación de Santiago de esta ciudad una limosna de pan y carne y por el Ilustrísimo señor don Ambrosio Ignacio Espínola y Guzmán, arzobispo de la ciudad de Sevilla, del Consejo Real de Su Majestad fue servido de mandar se fundase en esta ciudad dicha hermandad de Caridad por tener su ilustrísima noticia estaba fundada la dicha cofradía de la Misericordia y Caridad y porque por obviar algunos inconvenientes que se pueden recrecer los dichos priostes y hermanos de la santa Misericordia y Caridad están conformes con los hermanos de la santa Caridad nuevamente fundada en que se agregasen de la santa Misericordia para que estén incorporados juntas y consolidadas y se cumpla con las obligaciones de su fundación todo lo cual ha de ser con beneplácito de su señoría Ilustrísima y para que tenga efecto otorgaron que daban y dieron todo su poder cumplido el cual de derecho se requiere y es necesario a los señores don Alonso Antonio de Armijo Tamariz y don Martín Barba de la Milla, hermanos de la dicha cofradía de la Santa Misericordia, dieron poder especial para que ambos y no el uno sin el otro puedan parecer y parezcan ante su señoría ilustrísima y pidan y supliquen que se sirva de mandar se haga la dicha agregación de la dicha hermandad de la santa Caridad nuevamente fundada a la dicha cofradía de la Misericordia o Caridad con la obligaciones, cargos e institutos que constan en la fundación de dicha cofradía de la Santa Misericordia y con las demás que tiene o tuviere la dicha hermandad de la santa Caridad, nuevamente fundada, y las que su ilustrísima fuere servido de mandar añadir que fueren convenientes para su confección y aumento.

            Para todo lo cual los dichos señores otorgantes, por si y en el dicho nombre, resignaron su voluntad en la de su señoría ilustrísima y que para ello mande se despachen las letras y demás despachos que para la dicha agregación se requieren... y los señores otorgantes, a quien yo el notario doy fe conozco, lo firmaron, siendo testigos Juan Sánchez Carreño, Manuel Rodríguez y Diego de Santiago, vecinos de Carmona. Don Juan de Romera Tamariz, don Luis de Romera Tamariz, don Martín Barba de la Milla, Luis Barrasa, don Gil Antonio Barba de la Milla, Don Pedro López Álamo, ante mi Alonso Macías, notario.

            En el nombre del muy alto Dios todopoderoso que vive y reina por siempre y sin fin amen y de la bienaventurada siempre Virgen María Madre de Dios, señora nuestra, concebida sin mancha de pecado original en el primer instante de su ser, sea notorio a cuantos vieren esta carta como en la Muy Noble y Muy Leal ciudad de Carmona en primero día del mes de julio de mil seiscientos y setenta, estando en la iglesia parroquial del señor San Pedro de esta ciudad, juntos y congregados como lo han de uso y costumbre los alcaldes y hermanos de las hermandades de la Santa Caridad de Nuestro Señor Jesucristo siendo llamados a son de campana tañida, conviene a saber: el licenciado Gregorio Alanís y Lara, cura de dicha iglesia, y Francisco Blasco del Vado, escribano público del número de esta ciudad y ambos alcaldes de la dicha hermandad, Bartolomé Canelo, mayordomo, el licenciado Juan Ruiz de Santaella, presbítero cura de dicha iglesia, secretario, Gaspar del Castillo, fiscal, el licenciado Fernando Romero, el licenciado Diego Nuño, el licenciado Juan Moreno, el licenciado Juan Martín, presbíteros consiliarios, el licenciado Bartolomé de Ávila, el licenciado Martín de Ávila, presbíteros, el reverendo padre fray Fernando Gómez, predicador y religioso del Orden de nuestro padre San Agustín, don Alonso de la Plata, consiliario, Antonio Murillo, escribano del cabildo y consiliario, Juan de Cifontes, Teodomiro de Cifontes y Sarmiento, escribano público y del número de esta dicha ciudad, Juan Caro de Almagro, Francisco de Aguilar, Francisco Serrano, Manuel Gómez, todos hermanos de la dicha santa hermandad por si y en nombre de los demás hermanos de la dicha santa hermandad, presentes y ausentes que hoy son y serán de aquí adelante de dicha santa hermandad por quien prestaron voz y caución de rato en forma de que estarán y pasarán por lo que aquí será contenido y no lo contradirán en manera alguna, antes lo ratificarán y aprobarán, y a manera de fianza obligaron los bienes de dicha hermandad habidos y por haber y todos unánimes y conformes en presencia de mi el presente notario y testigos de yuso escritos dijeron que por cuanto, habiéndose fundado dicha santa hermandad en esta ciudad, unida y agregada con la misma de la ciudad de Sevilla, por el prioste y hermanos de la santa Misericordia de esta ciudad se pretendió haber y hacer y cumplir algunas de las obligaciones de esta santa hermandad sobre que acudieron al ilustrísimo y reverendísimo señor don Ambrosio Ignacio de Espínola y Guzmán, arzobispo de la ciudad de Sevilla, del Consejo de Su Majestad y su provisor en su nombre, en orden a lo cual fueron ganados diferentes mandamientos por una y otra parte y ahora por parte de la hermandad de la santa Misericordia se ha entendido el que dicha hermandad y cofradía se agrege con ésta de la santa Caridad y que se guarden y cumplan su regla, capítulos e institutos de dicha santa hermandad, por estar confirmada y aprobada por el Ilustrísimo y reverendísimo señor arzobispo de esta dicha ciudad de Sevilla y para confirmación de dicha unión, deseando estar al mayor servicio de Dios nuestro señor y que permanezca con toda paz y quietud y en aquella vía y forma que mejor puedan y haya lugar de derecho de un acuerdo y conformidad otorgaron y conocieron que daban y dieron todo su poder cumplido cuan bastante de derecho se requiere y es necesario a los señores don Miguel de Mañara Vicentelo de Leca, caballero del orden de Calatraba, hermano mayor de la santa Caridad de la ciudad de Sevilla y vecino de ella, y al licenciado don Francisco Rodríguez Bordas, presbítero beneficiado propio de la dicha iglesia del señor San Pedro de esta ciudad y consiliario de esta dicha santa Caridad de esta dicha ciudad, y a Juan de Cifontes y a cada uno insolidum y especialmente para que en nombre de la dicha santa Hermandad puedan conferir con el ilustrísimo y reverendísimo señor don Ambrosio de Espínola y Guzmán, arzobispo de la dicha ciudad de Sevilla y el reverendo provisor de su arzobispado en su nombre, y con la disposición que pareciere por parte de la Santa Misericordia de esta dicha ciudad y con las demás personas que convengan todos los capítulos, calidades y disposiciones necesarias en orden a la perfecta unión de dichas dos hermandades y que se consiga para el mayor servicio de Dios Nuestro señor... Y los otorgantes que yo el escribano doy fe que conozco lo firmaron, siendo testigos Miguel Sánchez, Jacinto del Real y Juan Castellanos, vecinos de esta dicha ciudad...

            Y usando de los dichos poderes dijeron que las dichas dos hermandades sobre sus ejercicios han tenido algunas diferencias una con otra sobre que se han seguido algún litigio ante el señor provisor y vicario general de esta dicha ciudad y arzobispado de Sevilla en que se hicieron algunos autos y se despacharon mandamientos como de los autos consta a que se refieren y por quitarse del dicho litigio y juzgar ser más deservicio de Dios nuestro señor la paz unión y conformidad entre las dichas dos hermandades y que estén juntas y hechas un cuerpo para siempre jamás: están de acuerdo de la dicha unión y dieron los dichos poderes para que sobre esto se otorgue escritura en razón de la dicha agregación y unión.

            Y los dichos señores otorgantes quieren hacerlo así y, poniéndolo en efecto por esta presente carta, en voz y en nombre de las dichas cofradías de la santa Misericordia y de la santa Caridad de nuestro señor Jesucristo y en virtud y fuerza de los dichos sus poderes hacen, juntan y agregan a la cofradía y hermandad de la Misericordia la dicha hermandad de la santa Caridad; y a la dicha hermandad de la Santa Caridad la cofradía y hermandad de la Misericordia para que ambas desde hoy en adelante para siempre jamás estén juntas y sean un cuerpo y una misma hermandad y cofradía en el uso y ejercicio de sus oficios, ejercicios y santas obras de caridad y administración de bienes y demás obras pías que cada uno de por si tenía antes de esta agregación para que corra con título de la hermandad de la Misericordia y Santa Caridad de Nuestro Señor Jesucristo sin que se puedan dividir ni apartar una hermandad de otra ni los títulos de ella: y que los ejercicios y ocupaciones que cada una de por si tenía estén juntos, gobernados y ejecutados por unos ministros sin que se pueda ir ni venir contra ella por ninguna causa ni razón que sea y así se ha de gobernar por un cuerpo sólo y sola una hermandad y que el gobierno y administración de hacienda, oficios y elecciones han de ser conforme lo dispone la regla de la hermandad de la Santa Caridad que está aprobada por su ilustrísima el señor don Ambrosio Ignacio Espínola y Guzmán, Arzobispo de Sevilla del Consejo de Su Majestad, sin exceder de ella en cosa alguna ni en el numero que la gobiernan que son veintiuno y con condición que han de cesar los oficios de hermano mayor de la Caridad y Prioste de la Misericordia, quedando a cargo de su ilustrísima el nombrar por esta vez hermano mayor de las dichas dos hermandades unidas para que asista y gobierne de aquí a las elecciones generales que son por el día de pascua de Navidad de este año y que unidos todos en cabildo general nombren todos los oficios del gobierno que como dicho es son veinte y ocho como la regla de la Santa Caridad lo dispone y que para hacer las dichas juntas, cabildos, elecciones y demás ejercicios de la dicha hermandad puedan hacerlos y los hagan con efecto en la capilla de la Misericordia por ser ambas hermandades una y con facultad de que en el interín que la dicha capilla no estuviese acabada o por otra cualquiera razón que sean los puedan hacer en la parte que eligieren  y fuere más conveniente a la dicha hermandad... Y lo aprobé en Sevilla, a 3 días del mes de julio de mil seiscientos y setenta años”.

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

NOTICIAS SOBRE LA ANTIGUA HERMANDAD DE SANTA BÁRBARA DE CARMONA

NOTICIAS SOBRE LA ANTIGUA HERMANDAD  DE SANTA BÁRBARA DE CARMONA

        Muy poco es lo que se ha escrito hasta la fecha de esta señera y decana hermandad carmonense y todo ello muy a pesar de que se conserva abundante documentación sin examinar en el archivo parroquial de Santa María.

        Por circunstancias meramente físicas –mi residencia actual lejos de Carmona- no he podido llevar a cabo una investigación exhaustiva sobre los fondos de esta corporación. Por ello, las páginas que vienen a continuación no pretenden agotar la temática sino arrojar alguna luz y ser el punto de partida para futuras y más completas investigaciones.                          

       La hermandad de Santa Bárbara fue fundada en 1470 en la iglesia parroquial de San Felipe por los clérigos "in sacris" de Carmona, según la referencia que nos ofrece el Curioso Carmonense. En un cabildo del siglo XVIII se hizo referencia a las primeras reglas de la hermandad, redactadas el 10 de octubre de 1470 y aprobadas el 16 de ese mismo mes por Nicolás Martínez y Marmolejo, provisor y vicario general del arzobispado de Sevilla ante el notario eclesiástico Juan Núñez. Las segundas reglas se aprobaron casi cuarenta años después exactamente el 8 de agosto de 1508. A comienzos, del siglo XVI está probada la existencia en Carmona de al menos trece cofradías entre las que se contaba, obviamente, la de Santa Bárbara (Lería, 1998: 32).

        Su precoz fundación pudo influir a la hora de elegir una advocación de raigambre bajo medieval y, hasta cierto punto, poco frecuente. Como es bien sabido, Santa Bárbara fue una joven mártir que, por su belleza y con la idea de casarla adecuadamente, su padre encerró en una torre. Al final terminó decapitada por su propio progenitor al enterarse, en una época en la que el cristianismo estaba perseguido, que se había entregado a Dios. Su padre, llamado Dióscoro, sufrió un supuesto castigo divino por su delito nefando, muriendo poco después fulminado por un rayo.

        Desde entonces se la vincula con los fenómenos meteorológicos, encomendándose los fieles a ella cuando hay tormenta. De ahí el famoso dicho de que “solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena”. También se la relaciona con todo lo que suponen explosiones, barrenas o estallidos por lo que tanto los artilleros, como los mineros y los canteros la han tenido históricamente como su patrona. Por ejemplo, en la ciudad Condal de Barcelona había, en la temprana fecha de 1500, una cofradía de Santa Bárbara, vinculada a los artilleros.

        Pese a todo se trata, como ya hemos dicho, de una advocación que no es demasiado frecuente, pues, se cuentan con los dedos de la mano las que existían en cada diócesis. Y los datos en este sentido son bien claros. Por ejemplo, en el obispado de Córdoba de 688 cofradías que se censaban en el siglo XVIII tan solo había una, modestísima por cierto, dedicada a esta joven mártir en la localidad de Fuente Ovejuna. Por otro lado, de las 300 que había en el partido de Badajoz había también una –de seglares obviamente- en la propia capital dedicada a la santa.

        Pues, bien, si es cierto que no es una advocación frecuente menos aún es que además fuese de clérigos “in sacris”, cuando la mayor parte de estas cofradías solían adoptar como patrón a San Pedro. Y ésta es quizás la mayor particularidad de esta corporación carmonense, es decir, que la cofradía de clérigos esté bajo la advocación de Santa Bárbara. 

         Al parecer, y sin que conozcamos los motivos exactos, la cofradía se trasladó en 1595 a la iglesia Prioral de Santa María. Creo que fue desde ese momento cuando se generalizó la realización de una solemne procesión, el día de Santa Bárbara, con la asistencia de todos los clérigos de Carmona, en dirección al templo de San Felipe. Llegado el cortejo a este recinto sagrado, en un altar dedicado a la santa, se oficiaba una solemne función. En 1595 el prioste de la cofradía, Antonio Barba, decía lo siguiente:

 

            “...Que cada año solemos hacer una procesión general el día de Santa Bárbara y vamos desde la iglesia mayor hasta San Felipe donde se hace la fiesta de San Bárbara en presente y sitio no tan decente como es razón...”


 

            En vista de tal circunstancia se solicitaba la adjudicación de sitio en la iglesia para hacer una capilla dedicada a la mártir. En estos momentos, no sabemos mucho más de esta citada procesión ni tan siquiera de los años que estuvo realizándose. Tampoco tenemos información sobre la devoción a Santa Bárbara en el templo de San Felipe. Hernández Díaz citaba la existencia en esta iglesia de un lienzo dieciochesco de grandes dimensiones representando a Santa Bárbara con la custodia que actualmente se encuentra en San Bartolomé (Hernández Díaz 1943: II, 175).

            A principios del siglo XVII recibió por legado testamentario la administración de la capellanía fundada en Santa María por el presbítero y vicario de Carmona Martín Martínez de Carvallar y Cárdeno. Desde entonces nombraba capellán para servir dicha memoria en la pequeña capilla que se sitúa en el muro del coro que da a la nave del evangelio.

            En el siglo XVIII continuó su vida activa como hermandad gremial de los eclesiásticos carmonenses. En 1782 se quejaba el hermano mayor que muchos hermanos no acudían a las solemnidades de Santa Bárbara ni tan siquiera a los entierros de los hermanos. Aludiendo a las reglas pasadas se aprobó que los miembros que no justificasen sus faltas se les condenaría al pago de media libra de cera por cada una.

            Estas cofradías de clérigos eran frecuentes en muchas ciudades y villas de España. El fin básico de la cofradía era la de dar sepultura a los sacerdotes de la localidad. Por tanto, funcionaba a fin de cuentas como una auténtica cofradía gremial, pues, era totalmente corporativa, aunque su fin fuese exclusivamente asistencial, sirviendo de seguro de deceso de sus hermanos. No hay que olvidar que casi todas las hermandades, además del fin puramente devocional, incluían aspectos asistenciales haciendo las veces de seguro de deceso. Pues, bien, así como las cofradías de San José aglutinaban a los carpinteros o las de San Crispín a los sastres éstas de clérigos, casi siempre vinculadas a San Pedro, respondían a las necesidades del importante grupo clerical. Por razones obvias solamente existían en aquellas localidades que por su importancia disponían de un clero secular numeroso (Arias de Saavedra, 2002: 66).

            Por tanto, los objetivos de esta cofradía de Santa Bárbara debían ser dos: uno, la realización de diferentes obras de caridad, como la asistencia a los condenados a muerte o la ayuda a niños huérfanos. Y dos, el auxilio en la enfermedad a los hermanos de la cofradía a quienes debían procurarle además un enterramiento digno a ellos y a sus progenitores. Como se decía en un documento la razón de ser de la corporación era la de “curarnos en nuestras enfermedades y enterrarnos unos a otros cuando alguno falleciere, y (a)demás que cada hermano le ha de decir una misa…”. Asimismo, los clérigos estaban obligados a acudir a velar a los hermanos fallecidos y a proporcionarles un número de blandones o ciriales. Su función era, por tanto, fundamental en una época en la que el bajo clero padecía una escasa remuneración.

            El entierro del hermano se hacía en una bóveda que para tal efecto poseía la hermandad, primero en la iglesia de San Felipe y luego en la Prioral de Santa María. Obviamente, tras su enterramiento el nombre del finado quedaba inscrito en un libro de difuntos. Así, por citar un ejemplo concreto, la partida de enterramiento del beneficiado de la iglesia de Santiago, y gran devoto por cierto de la Virgen de la Esperanza de la iglesia de El Salvador, Juan Rodríguez Borja, decía así:

 

            “El día veinte de marzo del año pasado de mil seiscientos ochenta y cinco fue sepultado en dicha iglesia en la bóveda de la capilla de Nuestra Madre y Patrona Santa Bárbara don Juan Rodríguez Borja, beneficiado propio que fue de Santiago de esta dicha ciudad”.

 

 

Hasta donde nosotros sabemos la cofradía fue languideciendo con el paso de los años hasta bien entrado el siglo XX. Al parecer, su extinción oficial ocurrió en plena II República, allá por el año de 1932. Como es de sobra conocido, aquellos años fueron muy difíciles para la mayor parte de las cofradías carmonenses y españolas en general, donde un buen número de ellas llegaron al punto de su extinción. Pero es que además era una cofradía que tenía un fin muy específico de forma que, cuando el número de curas comenzó a descender perdió en buena parte su razón de ser.

            Para conocer con más detalle los motivos exactos de su desaparición así como una secuencia más completa de este proceso y de su devenir en los siglos XIX y XX haría falta llevar a cabo una investigación en el Archivo Parroquial de Santa María. Solo así podremos conocer con detalle los entresijos de esta importante y señera hermandad carmonense.

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS



    

NOTAS SOBRE LA EXTINGUIDA COFRADÍA DE SAN JOSÉ DE LA IGLESIA DE SAN PEDRO DE CARMONA

NOTAS SOBRE LA EXTINGUIDA COFRADÍA DE SAN  JOSÉ DE LA IGLESIA DE SAN PEDRO DE CARMONA

         En este pequeño trabajo vamos a dar a conocer un cabildo de la antigua cofradía de San José cuya imagen titular se conserva en la iglesia de San Pedro de Carmona. Aunque aparentemente parezca que es un pequeño aporte lo cierto es que estos pocos datos resultan fundamentales porque se desconocía prácticamente todo de esta corporación. Es suficiente para darse cuenta de esto consultar la bibliografía para percatarse que apenas si se limita a la atribución de su imagen titular dieciochesca al escultor Montes de Oca (Hernández Díaz, 1943: II, 154). Nos ha sorprendido, además, no haber encontrado ningún dato complementario en la ya extensa bibliografía cofradiera carmonense.

        El documento que ahora analizamos, aunque breve, ofrece algunos datos de interés. Además como ya hemos dicho, es tanto más importante cuanto que se desconocía prácticamente todo sobre la fundación e historia de esta señera cofradía carmonense. Tan sólo se sabía, por tradición oral, que se había fundado en el convento de Santa Ana y que por motivos desconocidos se había trasladado a la iglesia parroquial de San Pedro.

        El manuscrito que transcribimos y analizamos en el apéndice documental es un cabildo protocolizado el día ocho de junio de 1659 ante el escribano público Juan de Santiago. En él los hermanos otorgaron poder al prioste Juan Amaro para que solicitara al arzobispado de Sevilla su traslado desde el convento de Santa Ana de frailes dominicos a la parroquial de San Pedro. En el citado texto se aporta un dato fundamental para la reconstrucción de la historia de esta corporación:

        Se afirma que la primera fundación de la corporación se había realizado en el mencionado convento de Santa Ana "donde ha estado cinco o seis años". Teniendo en cuenta que escriben en junio de 1659 podemos concluir que la cofradía de San José fue fundada en 1653 o en cualquier caso en 1654 en el convento de Santa Ana. Hemos de destacar la fiabilidad del dato ya que, por un lado, lo aportan los propios hermanos y, por el otro, se refiere a un acontecimiento -la fundación- ocurrido tan sólo cinco o seis años antes. Es una pena que no precisasen la fecha exacta de la fundación que sin duda conocían perfectamente por la cercanía de los hechos.

        En cualquier caso debemos señalar que el primer domingo de mayo de 1650 se hizo una procesión rogativa por una epidemia que azotaba Carmona y que iba acompañada por la imagen de San José. Por lo tanto, parece lógico pensar que antes de ese año ya existía una imagen de dicha advocación en el convento que probablemente fue aglutinante de una devoción que desde 1653 se convertiría oficialmente en cofradía.

        En el documento sin embargo aparece un dato desconcertante, pues se afirma que habían estado asignados a dos conventos antes de pasarse a la parroquial de extramuros. Pero hemos de tener en cuenta que paralelamente se dice que la corporación se fundó en el monasterio de Santo Domingo y que en 1659 se trasladaron desde allí a la iglesia de San Pedro. Por tanto, hemos de pensar que durante los años posteriores a su fundación intentaron trasladarse infructuosamente a otro convento, posiblemente al Carmen o a San Francisco, y que finalmente acabaron en la parroquia de extramuros. Esta iglesia era ya por entonces populosa y, por tanto, podía permitir a la corporación sobrevivir de limosnas y reclutar nuevos hermanos entre la feligresía.

        En cuanto a los motivos del traslado aparecen bien claros: tenían desavenencias con los frailes dominicos por motivos económicos, pues, les hacían cargar con obligaciones que no podían asumir. Hemos de pensar que al tratarse de una corporación recién fundada debía disponer de muy pocos medios económicos. En cualquier caso no fue posible el acuerdo y, en junio de 1659, se reunían ya en la iglesia de San Pedro a la espera de la consecución de la licencia oficial que en breve llegó.

        Estos pocos datos nos han servido para introducirnos en el estudio de una antigua hermandad carmonense que, como tantas otras, permanecía olvidada. Esperemos que en el futuro nuevos documentos alumbren con nuevas informaciones la historia de esta hermandad que aglutinó a un grupo de devotos carmonenses.

 

 

APENDICE DOCUMENTAL

 

   Cabildo de la cofradía de San José, Carmona, 8 de junio de 1659.

 

        “En la ciudad de Carmona en 8 días del mes de junio de mil y seiscientos y cincuenta y nueve años estando juntos en la iglesia del Señor San Pedro de dicha ciudad el  y algunos de los hermanos de la cofradía de San José llamados a son de campana tañida como lo han de uso y costumbre para tratar de cosas que convienen al servicio de Nuestro Señor y de dicha cofradía conviene a saber los siguientes: Juan Amaro, prioste; Lucas Ponce Bonifaz, presbítero; Bernardino Muñoz, diacono; Bartolomé Muñoz Madroñal; Agustín Sevillano; Gregorio de Molina; Isidro de Mata; Lorenzo de Cea; Domingo González; Sebastián Pérez; José de Llamas; Juan Vázquez; Cristóbal de Acosa; Cristóbal Pacheco; Juan Vidal; Diego de Santana; Tomás Holg(u)ín; Juan de Moreda; Juan del Valle; Baltasar de los Reyes; Pedro Jiménez; Francisco Martín; Andrés de Castro; Alonso Martín; Benitos de Vastos; Bartolomé de Cárdenas; Juan de Santiago; Amaro (perdido), todos hermanos de dicha cofradía y el dicho  dijo que bien sabían los dichos hermanos que la dicha cofradía de su primera fundación fue en el convento de Señora Santa Ana de la Orden de Predicadores donde ha estado cinco o seis años y los religiosos les han pedido se obliguen a cosas que la dicha cofradía no las puede cumplir aunque tuviese mucho caudal y por estas y otras causas que protesta decir ante el señor arzobispo y que su parecer era que le era más conveniente a dicha cofradía el estar y pasar a la dicha iglesia parroquial de Señor San Pedro por cuanto en dos conventos que ha estado asignada dicha cofradía no la han podido sustentar y que para ello se acudiese al señor arzobispo y al señor provisor en su nombre para que diese licencia para remover y pasar la dicha cofradía a la dicha iglesia de Señor San Pedro. Que le parecía a los dichos hermanos de este parecer los cuales unánimes y conformes dijeron que el parecer del dicho prioste se guardase porque movía así y que los votos de ellos era el mismo que el del dicho prioste para lo cual en voz y en nombre de la dicha cofradía y en nombre de ella parezca ante el señor Arzobispo de la ciudad de Sevilla u otro juez competente para que les de licencia y su mandamiento para pasar la dicha cofradía a esta Santa iglesia y en razón de ello presente escritos y testigos y probazas y otros velados y haga todos los demás autos y diligencias judiciales y extrajudiciales que convengan...

        Y lo firmaron los que supieron y por los que no un testigo, siendo testigos Gaspar del castillo, José Navarro (y) José Márquez, vecinos de Carmona".

(A.P.C., Escribanía de Juan de Santiago 1659, fols. 626-626v)

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

FERNANDO VILLA NOGALES

ORÍGENES E HISTORIA DEL MONASTERIO DE NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN DE CARMONA

ORÍGENES E HISTORIA DEL MONASTERIO DE  NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN DE CARMONA

            Realmente es muy poco lo que conocemos de este exclaustrado monasterio de Padres Carmelitas Calzados. Como es bien sabido, esta Orden tiene sus orígenes remotos en los primeros siglos de la cristiandad, sin embargo, no comenzaron su expansión en Europa como Orden mendicante hasta el siglo XIII1.

           Su fundación en Carmona se produjo en torno a 1540 en la vieja ermita de Santa Marina, sin embargo, a lo largo de esa década los religiosos decidieron trasladarse a la de San Roque que, aunque se situaba también en extramuros de la ciudad, estaba en un lugar bastante más cercano y accesible para los fieles2. De esta ermita de San Roque no sabemos más que en 1503, su ermitaño, Juan Caro, pidió ayuda al concejo para acabar las obras de construcción3. La ermita no era más que una pequeña capilla y "humilladero", situada en el camino real donde los caminantes "se encomendaban a Dios y aun había aparejo para acogerse algún peregrino día o noche desafortunado"4. En este modesto recinto se albergaba la cofradía de San Roque, pues, en el momento de la fundación del monasterio se reconoció su existencia y "que estaba y residía y se servía en esta casa antes de que se fundase el dicho monasterio"5.

           La fundación de los frailes Carmelitas Calzados en el solar de la vieja ermita de San Roque se produjo en algún momento de la década de los cuarenta, pues, en 1549, los regidores del concejo prestaron 50 ducados que montaron 18.750 maravedís a los cenobitas "para ayuda a hacer la capillita que se hace en el dicho monasterio"6. Sin embargo las tierras donadas por el cabildo debieron ser insuficientes para construir un monasterio con sus dependencias, claustros e iglesia por lo que los frailes desde un primer momento se afanaron y consiguieron finalmente comprar nuevos terrenos colindantes a unos vecinos que, entre 1554 y 1555, las habían recibido del cabildo7. Pese a todo no contentos con estas nuevas adquisiciones los frailes consiguieron entre 1562, 1563 y 1565 nuevas donaciones del concejo que definitivamente le dieron la posesión total de todo lo que fue el antiguo solar de la ermita de San Roque y sus tierras circundantes8.

           El intitulación oficial del monasterio era de "Nuestra Señora del Carmen Calzado de la ciudad de Carmona de antigua observancia". Sin embargo debemos reseñar el hecho de que extraoficialmente a lo largo de varios siglos se conoció esta casa religiosa como "monasterio de San Roque". No debemos olvidar que no sólo se ubicó en el lugar de la antigua ermita sino que los frailes se obligaron con la cofradía de San Roque a que la imagen titula de su corporación estuviera en el altar mayor “por siempre jamás”9. De hecho en tanto en el el Archivo de Protocolos de Carmona como en las partidas de defunción del archivo parroquial de la iglesia de San Pedro aparezca citado el monasterio en el siglo XVII y XVIII indistintamente como Monasterio de San Roque que es de la Orden de Nuestra Señora del Carmen o tan sólo como el convento de Nuestra Señora del Carmen de Carmona10.

           En varios años debieron edificar los cenobitas una precaria iglesia, pues, en el documento de concesión de capilla a la hermandad de la Soledad, fechado en 1569, se insinuaba que ya estaba levantada la iglesia11. No obstante al parecer el templo no fue consagrado definitivamente hasta el 24 de febrero de 1583, por fray Diego de León, sin que por el momento podamos dar explicación al largo tiempo transcurrido entre la construcción del templo y su consagración12.

           Este primer recinto conventual, incluida su iglesia, debió ser tan precario que en los primeros años de la centuria decimoséptima fue enteramente reconstruido. El nuevo templo fue financiado gracias a las limosnas del pueblo pero sobre todo a la donación testamentaria que hizo don Teodomiro Lasso de la Vega, Caballero del hábito de San Juan, quien en su testamento, redactado en la ciudad de Madrid donó nada menos que 3.000 ducados para que se labrase “la capilla mayor del convento de Nuestra Señora del Carmen de la villa de Carmona”, recibiendo a cambio el patronazgo de ella13.

           Así, el 21 de junio de 1607 el prior y frailes del monasterio del Carmen se comprometieron con el alarife carmonense Alonso Pérez Salazar para que por un precio total de 170 ducados labrase "las columnas, capiteles engastados en plomo, arcos, tejado y solado de todo el claustro"14. Ese mismo día se concertaron con el carpintero Juan Padilla para que labrase la madera correspondiente al claustro, es decir, "vigas, puertas y ventanas de pino de Flandes", valorándose su costo en 110 ducados15.

           Al año siguiente y concretamente el 2 de febrero de 1608 los frailes carmelitas se volvieron a concertar con el carpintero carmonense Juan Padilla para que labrase nada menos que el artesonado de la capilla y el coro conventual cubriendo un total de 5 varas de ancho por 30 de largo16.

           Así quedo más o menos constituido el monasterio compuesto por un claustro en torno a un atrio columnado y una iglesia conventual muy similar al tipo conventual que por aquel entonces tenían los monasterios de monjas dominicas de Madre de Dios y Santa Catalina así como las franciscanas clarisas y concepcionistas. Es decir la capilla era de una sola nave con cabecera posiblemente cuadrada y separada de la nave por un gran arco toral y una nave de 13 metros de largo por 6,5 de ancho cubierta por un artesonado simple, y a los pies de la iglesia el coro claustral. En uno de los muros laterales se abría una enorme capilla de 11 varas cuadradas, cubierta por bóveda y “una cúpula grande” donde se albergaba la poderosa cofradía de la Soledad y el Santo Entierro de Carmona.

          Igualmente en dicha iglesia tenía su sede la populosa hermandad de Nuestra Señora del Escapulario, que muy posiblemente no tenía capilla propia sino tan sólo un retablo en uno de los muros colaterales. Desconocemos la fecha de fundación de esta corporación pero debió ser seguramente de las mismas fechas que la de la Soledad. En el siglo XVIII prácticamente no hay testamento de vecinos de la collación de San Pedro que no hagan alguna referencia a esta corporación, enterrándose, incluso, muchos de ellos en su bóveda de entierro. Este fervor popular por la Virgen del Escapulario fue lo que hizo posible que adquiriese un importante patrimonio artístico. Concretamente en un inventario redactado el 14 de agosto de 1733 y que reproducimos en el apéndice I se citaban además de la imagen de la Virgen una talla de San Simón y un crucificado. Entre los enseres debemos destacar un impresionante palio con seis varales de plata y un guión compuesto de un varal con 10 cañones de argento, escudo y cruz del mismo metal.

           Al menos conocemos la existencia de otra hermandad en el Carmen es decir la de las Animas Benditas del Purgatorio que poseía un retablo en la capilla17.

           En el primer tercio del siglo XVIII el templo fue totalmente reconstruido por tercera vez en su historia y nuevamente para engrandecerlo tanto en dimensiones como en decorativismo18. Por las referencias documentales que poseemos e incluso por algún material gráfico de este siglo sabemos que el nuevo templo fue de tres naves, cubiertas con bóveda de cañón y con una modesta cúpula en el crucero.

           Muchos de los enseres de la iglesia también fueron renovados para hacerlos acorde al nuevo estilo del templo y a sus dimensiones. Concretamente en la década de los setenta los frailes se concertaron por dos veces con el prestigioso escultor sevillano Francisco de Acosta para que labrase el retablo principal y los de las cabeceras de las dos capillas colaterales. En la hornacina principal del retablo mayor ubicaron a la Virgen del Carmen, trasladando -contra lo dispuesto en la fundación- la imagen de San Roque a uno de los retablos de las naves colaterales. Además de los tres retablos principales y del que poseía en la cabecera de su capilla la hermandad de la Soledad, labrado en 1702 por Juan del Castillo19, en la iglesia existían otros retablos dedicados a las siguientes advocaciones: San José, San Elías, San Roque, Virgen del Escapulario, Santa Teresa y Cristo de las Animas del Purgatorio.

           La situación del monasterio en el siglo XVIII no era mala, pues, por ejemplo en una visita realizada en 1733 el vicario afirmó que había en él 26 religiosos que "pasan moderadamente"20.

          En el censo de 1786 figuraban nada menos que 38 cenobitas, contando los 33 profesos, 4 legos y un sólo criado, siendo sus rentas suficientes por el importante patrimonio urbano que poseía el convento21.

          En cualquier caso por el proceso desamortizador del siglo XIX el monasterio quedó abandonado llegando sus ruinas hasta este siglo en que se decretó la construcción en su solar de un moderno silo de trigo.

 

APENDICE I:

 

 

Cabildo de Nuestra Señora del Escapulario, sita en el Carmen, 14 de agosto de 1733:

 

          En la ciudad de Carmona en catorce días del mes de agosto de mil setecientos treinta y tres años estando en el convento de Nuestra Señora del Carmen Calzado extramuros de esta ciudad ante mi el escribano público y testigos yuso escriptos parecieron don Alonso Núñez Parrilla, vecino de esta ciudad y hermano mayor y prior de la Orden Tercera de Nuestra Señora del Escapulario, sita en dicho convento y número de hermanos de dicha Orden y dijo que por cuanto el dicho número y Tercera Orden tiene para el adorno de la Santa Imagen de Nuestra Señora y demás cosas pertenecientes a dicha hermandad diferentes alhajas y bienes de los cuales ha muchos años no se hace inventario y siendo muy conveniente el que se tenga presente en todo tiempo los bienes que de presente hay para que los hermanos mayores que fueren en adelante den cuenta de ellos cada uno en su tiempo dijo que quería hacer e hizo inventario de dichos bienes en la forma siguiente:

Primeramente, un vestido, jubón y saya de persiana encarnada y blanca que ha dicha Santa Imagen dio de limosna doña María de Monsalve, viuda de don Diego de la Milla, que está nuevo.

Otro vestido entero de raso liso color de ámbar con vueltas de encajes de Milán de mediado.

Otro vestido entero de tela color de ámbar guarnecido con encajes de Milán.

Otro vestido de media tela entero, color de ámbar guarnecido con encajes de Milán de mediado.

Otro vestido de tela azul guarnecido con galón y punta de oro nuevo y sin escapulario el cual dio a dicha Santa Imagen doña Nicolasa de Auñón, mujer de don Marcos Cansino Nieto.

Un palio pequeño con el cielo de tafetán encarnado y los lados de tela blanca guarnecido con encajes de Milán bueno que sirve al Santísimo.

Un hábito de tela color de ámbar guarnecido con encajes de Milán y capa de tela blanca a flores con puntillas de Milán.

Otro de tela color de ámbar que tiene puesto San Simón éstos.

Un escapulario bordado de oro que sirve a dicho Santo.

Cinco varas de toca y sobre toca de Nuestra Señora nueva que compró este año la dicha hermandad.

Otra toca y sobre toca de mediada.

Dos camisas de la Virgen de Bretaña de campeo.

Dos enaguas blancas con maraña y encajes de mediada.

Dos pares de puños de encajes de pitiflor buenos.

Una palia de raso blanco y encarnado guarnecida de puntilla blanca.

Dos pares de manteles del altar de Nuestra Señora y otros que están sirviendo en el altar.

Un velo de damasco encarnado forrado de holandilla.

Dos atriles con sus perfiles de oro y escudos de la hermandad.

Una sobremesa de terciopelo encarnado con flecos de oro.

Un escudo bordado en un paño de difunto de terciopelo negro el cual está guarnecido con flecos de oro y forrado en holandilla negra de mediado.

Un guión de tela encarnada guarnecido con puntas.

Otro vestido de raso liso bordado de realce entero y nuevo que se estrenó el día titular de este año y se ha costeado por el dicho número.

Otro vestido entero de raso encarnado con flecos de oro de mediados.

Un manto de tela blanca con escudos hechos en telar guarnecidos con encajes de Milán y forrado con tafetán amarillo de mediado.

Otro de raso liso blanco guarnecido con encajes de Milán y forrado en holandilla encarnada de mediado.

Un palio de tela encarnada guarnecida con encajes de Milán y forrado en holandilla de mediado.

Otro de tela blanca guarnecido con flecos de oro y forrado en holandilla encarnada y caídas de tafetán blanco bien tratado el cual dio la dicha doña Nicolasa de Auñón.

Un juego de faldones de raso con florecillas de oro encarnado y flecos de seda.

Otro de raso blanco con flores encarnadas amarillas y azules que juntó de limosna la hermana María Muñoz, mujer de Blas Peña.

Un frontal encarnado con cenefa de raso azul.

Otro de tela blanca que está en la sacristía.

Otro de pintura en lienzo.

Treinta y seis cañones de plata que pesan ciento y cuatro onzas y cinco de plata.

Un escapulario de plata que sirve a San Simón, esto y pesa cuatro onzas.

Un rosario de coral engastado en plata sobredorada, cruz y medalla de filigrana de lo mismo con cuatro dieses y seis onzas.

Otro rosario de cinco dieses con extremos de filigrana.

Otro rosario de coral engastado en plata de filigrana, cruz y medallas y extremos de lo mismo en cinco dieses.

Otro rosario de azabache engastado en plata con su cruz de cuentas y tres medallas de plata.

Un petillo de plata sobredorada cn piedras verdes.

Una sortija con ocho piedras blancas.

Otra sortija de ocho piedras verdes y otra blanca.

Otra de nueve piedras.

Otra de cuatro piedras blancas.

Diez cañones de plata de la vara del guión y dos remates de lo mismo que pesan cuarenta y cuatro onzas y media y tres adarmes.

Un escudo de plata de nueve onzas y cuatro adarmes que sirve al guión.

Una corona de plata que sirve a Nuestra Señora en su altar y pesa nueve onzas y media.

Un cetro de plata sobredorada con su perrilla y remate.

Un ramo de azucena de filigrana de plata.

Dos luceros y una luna de plata con un serafín en medio.

Una bandera y cinco cañones y cruz de plata que sirven a San simón y una diadema de plata de dicho santo.

Una guarnición de puntas de martillo de plata que sirve a Nuestra Señora y se compone de diez puntas de cada lado, las cinco iguales y las otras más pequeñas en disminución todas dobles y las dos últimas con cinco serafines dobles y en cada uno una azucena de filigrana y veinticinco tornillos con sus serafines por cabeza y en la junta de arriba tres puntas pequeñas y dos tornillos con sus serafines y portezuelas de plata.

Veinte y cuatro nudillos de metal sobredorados del palio de Nuestra Señora.

Una lámpara de plata de nueve onzas y cuatro adarmes.

Una lámpara de plata de nueve onzas y cuatro adarmes.

Una demanda de plata con la imagen de Nuestra Señora de oro y forrado en tafetán carmesí, cordones de seda blanca encarnada y borlas de lo mismo.

Otro guión de tela encarnado, viejo, forrado en tafetán carmesí y guarnecido de flecos de seda.

Un cajón con sus gabelas y con su cajón nuevo.

Un Señor Crucificado de madera, una vara de alto con sus potencias y corona de plata.

Un sitial de madera vestido de raso adamascado y velo de raso blanco con su pie dorado que sirve para el Santísimo.

Cuatro faroles de vidrio viejos.

Una mesa de pino de mediada.

Un frontalito de raso encarnado viejo.

Una ara, manteles, palia y corporales.

Un arca de dos varas en que se recoge la cera.

Un cajón con tres gabelas y una taquilla de madera de Ceiba y Flandes en que se recogen los vestidos.

Una Corona imperial con resplandor de rayos y luceros que pesa cuarenta y nueve onzas y media de plata incluyo en dicho peso una fuente de hierro que tiene dicha corona.

Una cruz de plata de guión que pesa treinta y ocho onzas.

Unos candeleros de plata que pesan veinte y cuatro onzas.

 

 

Fernando Villa Nogales

Esteban Mira Caballos

1    ALDEA VAQUERO, Quintín, Tomás MARIN GUTIERREZ y José VIVES GASTELL: Diccionario de Historia eclesiástica de España, Vol. II. Madrid, Instituto Enríquez Flores, 1972, p. 354.

2    La fundación inicial en Santa Marina aparece tanto en el Curioso Carmonense como en los libros de José Martín de Palma, pues, no en vano se trataba de la misma persona. CURIOSO CARMONENSE, ff. 129-130.

3    HERNANDE DIAZ, José, Antonio SANCHO CORBACHO y Francisco COLLANTES DE TERAN: Catálogo Arqueológico y Artístico de la Provincia de Sevilla, T. II. Sevilla, 1943, p. 304. GONZALEZ JIMENEZ, Manuel: Catalogo de documentación medieval del Archivo Municipal de Carmona (1475-1504), T. II. Sevilla, Excma. Diputación Provincial, 1981, p. 332.

4    HERNANDEZ DIAZ: Ob. Cit., p. 304.

5    Archivo de Protocolos de Carmona (en adelante A.P.C.). Escribanía de Juan Rodríguez, 1567-1568, f. 367.

6    Carta fechada en Carmona, a 29 de agosto de 1549. A.P.C., Escribanía de Juan de Toledo 1548-1550.

7    José Martín de Palma se esforzó en recopilar todos los datos sobre estas compras por lo que a continuación mostramos su detallado relato: "Título de la casa o convento de Nuestra Señora del Carmen Calzado de la ciudad de Carmona de antigua observancia, siendo antes ermita del señor San Roque y antes fundaron en Santa Marina, en 19 de noviembre de 1554 el cabildo de esta muy noble y leal ciudad de Carmona hizo merced a Sebastián de Heredia de un solar de 14 varas en cuadro detrás de la ermita del señor San Roque como consta por su testamento del escribano Juan Francisco de Villalobos, escribano de Su Majestad y del cabildo de esta ciudad. En dicho cabildo hizo merced a Andrés Fernández de otro solar detrás de dicha ermita del señor San Roque de otras 14 varas en cuadro.

En tres de diciembre del dicho consta por testimonio del citado escribano Lazaro Martínez de Cozar, en nombre de don Pedro Velez de Guevara, prior de las ermitas de este Arzobispado, arrendó a Juan Sánchez el huerto y cercado junto a la ermita de San Roque por tres vidas, por escritura ante Francisco de Hoyos, escribano público, en 18 de junio de 1555. El dicho Juan Sánchez traspasó el dicho huerto al padre fray Pedro de Aguilar por escritura ante Gómez de Hoyos escribano público. Sebastián Heredia Gitano y Ana Fernández, su mujer, vendieron al convento unas casas en la corredera del Señor San Roque por escritura ante Gaspar de Marchena escribano público en 15 de abril de 1562". José Martín de Palma, L. 6, f. 37v. Archivo de Valverde Lasarte.

En el breve manuscrito conocido como el Curioso Carmonense, José Martín de Palma simplificó en exceso el contenido al decir que los frailes fundaron en 1554. El erróneo dato se explica porque al desconocer referencias más antiguas que aquí hemos presentado nosotros, citó brevemente la fecha más antigua que conocía.

8    El cabildo de esta ciudad hizo merced al convento de Nuestra Señora del Carmen de más tierra para sitio y fundación suya, consta por testimonio de Diego de la Cueva escribano de cabildo de dicha ciudad en 5 de marzo de 1562.

El dicho cabildo de Carmona hizo merced a dicho convento de tierra y sitio para la iglesia, consta por testimonio de Pedro de Hoyos escribano público y del cabildo en 19 de mayo de 1563.

Confirmó el cabildo la merced por testimonio del dicho don Pedro el 21 de mayo de 1564. El cabildo hizo merced al convento de tierra para el sitio como consta de Pedro de Hoyos escribano público y del cabildo en 14 de marzo de 1565. Libro Nº 6 de José Martín de Palma, f. 37v.

9    A.P.C., Escribanía de Juan Rodríguez 1567-1568, f. 367. Todavía en el momento de su exclaustración poseía el convento un retablo colateral donde se veneraba una imagen de San Roque, aunque desconocemos si se trataba de la antigua del siglo XVI o si había sido sustituida en fechas posteriores por otra más acorde a los gustos estéticos barrocos.

10    Por citar un ejemplo concreto en el libro del escribano Alonso Núñez de Parrilla de 1756 (ff. 88, 95, 515 y 923), aparecen varias escrituras referentes a esta casa religiosa y en todas se cita como el "monasterio del Señor San Roque de la Orden del Carmen". Y no hay dudas de que se refiere a este cenobio y no a otro mucho más modesto y de poca vigencia, fundado en 1672, de Carmelitas Calzadas, ya que se hace referencia a hermandades como la del Escapulario o la Soledad ubicadas, como es de sobra conocido, en el Carmen.

11    Véase MIRA CABALLOS, Esteban: "En torno a la antigua cofradía de la Soledad y el Santo Entierro de Carmona", Boletín del Consejo de Hermandades y cofradías de Carmona. Carmona, 1996, s/p.

12    GONZALEZ ISIDORO, José: "Memoria de los edificios", en Carmona, ciudad y monumentos. Carmona, 1993, p. 63.

13    Poder dado a fray Juan Sobrino, Provincial electo de la Orden de Nuestra Señora del Carmen de la Provincia de Andalucía para cobrar la cuantía, Carmona, 12 de marzo de 1607. A.P.C., Escribanía de Gregorio Muñoz de Alanís, 1607.

14    Concierto entre el monasterio del Carmen y Alonso Pérez Salazar, Carmona, 21 de junio de 1607. A.P.C., Escribanía de Alonso Sánchez de la Cruz 1607.

15    Concierto con Juan Padilla, Carmona, 21 de junio de 1607. A.P.C. Escribanía de Alonso Sánchez de la Cruz 1607.

16    Concierto con Juan Padilla, Carmona, 2 de febrero de 1608. A.P.C., Escribanía de Alonso Sánchez de la Cruz 1608.

17    Así se cita en un inventario de bienes que pasaron a la iglesia de San Pedro.

18    Concretamente sabemos que en 1726 el concejo acordó donar 1.000 reales para ayudar a construir la nueva iglesia. HERNANDEZ DIAZ: Ob. Cit., p. 194.

19    Como es bien sabido la hermandad de la Soledad poseía un retablo de Luis de la Haya labrado en 1619, sin embargo, en 1702 lo debió sustituir porque sabemos que abonó a Juan del Castillo nada menos que 11.000 reales por un nuevo retablo. La elevada suma no deja lugar a dudas, el retablo sustituido no eran los colaterales sino el principal de Luis de la Haya. GONZALEZ ISIDORO: Ob. Cit., p. 188.

20    Visita arzobispal a Carmona, 1733. A.G.A.S., Visitas 1375.

21    Véase mi trabajo: La población en Carmona en la segunda mitad del siglo XVIII. Carmona, Carmograf, 1994, pp. 96 y 119.

SUBSAHARIANOS, MAGREBÍES Y AMERINDIOS EN LA CARMONA MODERNA

SUBSAHARIANOS, MAGREBÍES Y AMERINDIOS EN LA CARMONA MODERNA

La temática responde a un encargo de la asociación Intercultural Puerta de Sevilla para que hablase de la integración de inmigrantes en el pasado de Carmona. Y de ello vamos a tratar, aunque evidentemente tenemos que matizar todo esto.

Recientemente se han publicado algunos títulos, en este sentido, en el sentido de la mayor tolerancia e integración en la España Moderna: Concretamente:

 

 

- “Tolerance and coexistence in Early Modern Spain” de mi amigo Trevor J. Dadson

 

-y “Cada uno en su ley. Salvación y tolerancia religiosa en el Atlántico ibérico” de Stuart B. Schwartz.

 

 

El primero defendía la integración de miles de moriscos en la España moderna con la connivencia de los cristianos viejos (los de toda la vida). Y el segundo, observó que algunos de los procesados por la Inquisición afirmaban que cada uno podía salvarse siguiendo su ley religiosa, es decir, su religión.

         Sin embargo, yo hice sendas reseñas, matizando a ambos: sobre el primero, dijo que muchos se quedaron, pero que poco más de 300.000 moriscos fueron enviados al cadalso, lo que evidencia la brutal intolerancia religiosa que se vivía en España. Ese decir, se marcharon 4/5 partes. Y en relación al segundo, me parecía excesivo hablar de tolerancia religiosa, cuando esos mismos que afirmaban que cada uno se salvaba en su ley, fueron condenados y quemados por el tribunal de la Inquisición. Esos que mi amigo Stuart Schwartz llama tolerantes, eran en realidad disidentes que hartos ya de todo se la jugaron a sabiendas, diciendo todas las barbaridades que pensaban antes de ser achicharrados.

Me hubiese gustado contar una historia feliz sobre nuestro pasado: la convivencia pacífica de religiones, la alianza de civilizaciones, la tolerancia y los valores éticos de todos nuestros antepasados carmonenses y españoles.

Sin embargo, como siempre digo, la felicidad son páginas en blanco dentro de la historia. Yo miro al pasado con la misma sensación que ese ángel de la Historia, cuando miraba horrorizado hacia atrás, contemplando la catástrofe y destrucción generada por el progreso.

En esta ponencia quiero empezar hablando de la sombras, que fueron muchas, y terminaremos hablando de las luces que también fueron importantes.

 

 

LAS SOMBRAS DE LA SOCIEDAD ESTAMENTAL

 

 

1.-LA DESIGUALDAD

 

La sociedad estamental de la Edad Moderna se fundamentaba en la desigualdad: los que tenían sangre noble frente a los que no, los cristianos viejos frente a los neófitos, los burgueses ricos frente a los pobres, los hombres sobre las mujeres, los adultos sobre los niños, etc.

Cualquier debilidad física –infancia, vejez, una enfermedad-, mental –síndrome de Down, etc.- o social, podía acarrear graves consecuencias para la persona en cuestión. Los pobres padecían no sólo los rigores de la carestía y el hambre sino también una gran discriminación social. Pobres, mendigos y vagabundos se metían habitualmente en el mismo saco, equiparándolos a personas mentirosas, borrachas e indignas. Y habría que recordar que la pobreza en el Antiguo Régimen era desmedida, se situaba entre el 10 y el 20% de la población y en épocas de guerras y de crisis alimentarias podía alcanzar el 25 y hasta el 50%.

 

 

2.-INTRANSIGENCIA RELIGIOSA

 

Desde tiempos de los Reyes Católicos se fue configurando en España un Estado casticista, donde sólo tenía cabida el homo christianus. Las minorías irreductibles serían expulsadas: los judíos en 1492 y los moriscos entre 1609-1614. En cuanto a las disidencias internas –erasmistas, iluminados y protestantes- serían controladas y cercenadas de raíz por la Inquisición.

        Lo cierto es que los conversos fueron perseguidos por la Inquisición y sus descendientes marginados de la administración, de los más prestigiosos colegios mayores, de las órdenes militares, e incluso, de determinadas congregaciones religiosas, como la jerónima. Fueron considerados, linajes deicidas, con una permanente deuda de sangre. Además implantaron en España una perniciosa tradición, que en algunos sectores sociales ha llegado hasta la Edad Contemporánea, de que sólo la sospecha es suficiente para excluir a alguien. Los estatutos de limpieza sirvieron a los cristianos viejos para limitar la capacidad de los neófitos de acceder a las instituciones castellanas. En ellos había un componente racista, aunque el término no equivalga exactamente al contenido actual. Es por ello por lo que unos hablan de protorracismo y otros, como el profesor Columbus Collado, de racismo cultural.

Los afectados trataron de ocultar su pasado, recurriendo a diversas estrategias: cambio de apellido, mudanza de localidad, falsificación de su propia genealogía, e incluso, comprando testigos que aseverasen su pasado cristiano. El caso es que salió de la Península el grueso de la comunidad judía, unos 100.000.

Se trató, de una verdadera “solución final”, pues, obviamente, expulsados los judíos se acababa definitivamente con el problema. Una decisión brutal, aunque menos que la decretada por los nazis en 1942 para su exterminio en los campos de concentración. Y esta última fecha no deja de ser curiosa porque se trata de los mismos números, anteponiendo el nueve al cuatro. Es posible que los Monarcas Católicos no previesen tal decisión que acarreó un quebranto económico notabilísimo, al tiempo que favorecieron el desarrollo de rivales tales como el imperio Otomano donde fueron bien recibidos.

Los siguientes en caer serían los moriscos, es decir aquellos musulmanes que optaron por quedarse en España, abrazando de mejor o peor grado la religión cristiana. Sin embargo, algunos de ellos -no todos, ni siquiera la mayoría- seguían practicando la religión islámica en la intimidad de sus hogares. Eran falsos conversos. Pero el problema no era tanto la existencia de estos recalcitrantes sino de una minoría cristiana intransigente. Se obligó a las conversiones forzosas, desoyendo la opinión de algunas personas mucho más sensatas.

         Las opiniones intransigentes se encargaron de acentuar el odio hacia el otro, levantando falsos bulos y atribuyéndoles la culpa de todos los males de España. Se les acusó a todos de ser inasimilables, lo cual no era en absoluto cierto. La mayoría estaban bien integrados socialmente y los que no, se debía en gran parte al empeño de algunos de señalarlos continuamente con el dedo. Lo cierto es que a partir de 1609 se decidió solucionar definitivamente el problema, extirpando de raíz a esta minoría en una dramática expulsión de casi 300.000 personas. De Carmona salieron por el puerto de Sevilla 4/5 partes de los moriscos.

 

 

3.-LA ESCLAVITUD

 

La esclavitud fue una institución comúnmente admitida desde la antigüedad pues, siguiendo la tradición aristotélica, había personas que nacían para mandar y otros para servir. Desde entonces y hasta el siglo XIX se admitió como normal, incluso por la Iglesia, pese a la existencia de algunas voces –muy pocas- disidentes en su seno, como las de fray Tomás de Mercado, fray Bartolomé de Las Casas y fray Bartolomé Frías de Albornoz. También es posible que hubiese otras personas pertenecientes a las clases subalternas que en silencio viesen con malos ojos esta perniciosa institución, como Don Quijote, a quien le parecía duro caso hacer esclavos a los que Dios por naturaleza hizo libres.

El caso de Carmona no es diferente al del resto de poblaciones de la Península Ibérica: la institución existió sin solución continuidad desde la Edad Media. Ya el sábado 22 de junio de 1496 se bautizó en la parroquial de Santiago a Francisco, hijo de una esclava del monasterio de Santa Clara. Ocho años después, exactamente el 26 de mayo de 1504, se cristianaban en la misma pila dos esclavas de la Duquesa de Arcos, con el nombre de María e Inés. Estos ejemplos son suficientes para verificar la esclavitud en esta localidad al menos desde finales de la Edad Media. De hecho, Carmona era un importante mercado secundario, muy ligado al de la capital hispalense, que a la sazón era uno de los mayores centros esclavistas de la Península.

         El 50% eran mulatos, la mayoría hijos de Esclava y blanco, y por tanto esclavos, aunque sus padres fuesen los mismos dueños.

El 40% eran negros que procedían de diversos lugares de África, los había Jelofes, Congos, Manicongos, Zapes, Biáfaras, Mandingas, Angolas, etc. Unos procedían de África, otros de América, y otros habían nacido ya en España, eran hijos o nietos de esclavos nacidos en España, por lo que ésta era su tierra.

         Y el 10% restantes eran blancos, y ahí había tanto bereberes de origen norteafricano, como moriscos y también, en la primera mitad del quinientos, un pequeño contingente de amerindios.

En cuanto a los compradores, no había un estamento determinado, pues cualquiera podía adquirir un esclavo si tenía dinero para ello. Si las personas del estado llano no compraban no era por oponerse a la institución sino porque no tenían patrimonio para ello. Había aristócratas, regidores, curas, monjas, agricultores, artesanos.

Su empleo era doble: primero, en las labores domésticas, y segundo, en el trabajo del dueño: agricultura, ganadería, gremios, etc. Se cotizaban a más precio las mujeres. Además, se vendían más esclavas que esclavos, bautizándose muchos de ellos a edad adulta una vez los adquiría el dueño. Todo parece indicar que había un mayor número de esclavas; de hecho en un padrón de 1665 se contabilizaron 210 esclavos de los que 130 fueron de sexo femenino, es decir, el 66,19%.

Que hubo un aprovechamiento sexual de las esclavas es algo que ya conocíamos y que fue duramente criticado por Montesquieu en su obra El Espíritu de las Leyes, de ahí que los precios de algunas jóvenes se disparasen. Lo cierto es que su uso sexual fue frecuente, siendo muchos de sus vástagos hijos naturales de los señores, aunque muy pocos lo reconocieran.

Mucho más controvertido es saber si se utilizaba su fecundidad para procrear nuevos esclavos. Se trata de un viejo debate de la historiografía, pues unos piensan que era rentable y otros que no, aludiendo a la alta mortalidad, al tiempo que la esclava debía estar sin trabajar y a la manutención del infante durante un largo período de inactividad. Sin embargo, rentable o no lo cierto es que en la Historia encontramos múltiples casos de irracionalidad económica; es más, la propia esclavitud era desde un punto de vista meramente económico irracional e inviable a largo plazo. En Carmona hay sobrados indicios para pensar que los dueños, al tiempo que impedían los matrimonios de sus esclavos, sí que favorecían su fecundidad. Muchos se convirtieron en grandes propietarios gracias a que tuvieron dos o tres esclavas que procrearon tres o más esclavos. Al final un propietario con tres esclavas en dos lustros se veía con una decena de esclavos.

En cuanto a las marcas a fuego hablaremos de los 63 esclavos berberiscos vendidos en Carmona entre 1617 y 1618. De ellos se especifica en 58 casos, de los que diez estaban sin herrar y 48 herrados. Todos los que carecen de marca de esclavitud tienen edades comprendidas entre los 5 y los 10 años. Entre los herrados los hay entre 5 y 30 años, siendo la media de edad de 14 años. Aunque hay niños de cinco años herrados, da la impresión que por lo general a los menores de diez años se les exoneraba temporalmente de la marca. Y ello, quizás por alguna luz caritativa o simplemente porque cuando se herraban tan pequeños, al crecer la marca se hacía imperceptible y había que volverlos a herrar de todas formas. La mayoría tenían dos hierros marcados a fuego aunque también los había con uno, y algunos con tres. Obviamente, todas las marcas se colocaban en lugares muy distintos aunque siempre en zonas visibles de la cabeza. Los hierros tenían distintas formas, aunque solo se especifican algunos: una flor, con la que estaba marcado Diego entre las cejas, dos rayas que tenía Yato en el lado derecho de la nariz y dos piquetes en la nariz y una estrella pequeña en el carrillo derecho que tenía Fátima, la esclava adquirida por doña Isabel de Vega.

         El tratamiento dependía del carácter del dueño y de la capacidad de obediencia y de resignación del eslavo. En 1622 Juan Martín donó a su esclavo Hamete, de 28 años, a servir como remero en las galeras reales por espacio de 6 años.

 

 

4.-EL ABANDONO DE NIÑOS

 

El grupo más vulnerable era el de los niños, pues padecían de manera muy especial las hambrunas, las carestías y el trabajo abusivo. Si ya de por sí el grupo infantil era el más sensible a las crisis alimentarias, el eslabón más desfavorecido de toda la cadena eran los expósitos y los huérfanos de padre y madre. Unos niños cuyas perspectivas vitales eran dramáticas, por verse alejados no sólo de una madre sino de la solidaridad de un clan familiar. Efectivamente, el hambre y las epidemias se cebaban con estos niños cuya tasa de mortalidad era elevadísima. Pero, en aquellos felices casos en los que sobrevivían la vida que les esperaba era aún más dura -si cabía- que la de los infantes de la clase subalterna.

Los hijos eran vistos como una carga económica, al menos durante la infancia ya que había que alimentarlos y no producían. De ahí que su abandono fuese el recurso menos costoso para muchas madres que no tenían la posibilidad de alimentar a sus vástagos, o que bien, querían evitar afrontar la carga antisocial que suponía un nacimiento ilegítimo.

Sin embargo, huelga decir que el abandono de los hijos era una actitud tolerada en aquella sociedad, incluso entre la clase noble. De hecho, mientras que las madres más pobres abandonaban a sus hijos, las ricas, los entregaban a nodrizas para su lactancia y cuando eran jóvenes a un preceptor o institutriz. Una práctica heredada posiblemente del mundo grecolatino, en el que la exposición pública de bebés para su adopción por parte de familias con pocos recursos era una práctica habitual y tolerada.

         En Carmona, igual que en otras zonas de España, nos encontramos con una importante cifra de hijos ilegítimos que en Carmona se movía entre el 7,5 y el 3,5%. Una parte de ellos eran esclavos, otros poseían madre –esclava, soltera o viuda- pero no padre y otros, eran expósitos, es decir, hijos de padres desconocidos. La documentación parroquial es muy elocuente en este sentido y suelen aparecer etiquetas muy típicas como: hijo de la iglesia, no se supo quien era su padre y madre, echado a la puerta de..., etc.

Estos últimos, es decir, los niños abandonados que no tenían padre ni madre, suponían aproximadamente el 1% de los bautizados y poco más del 40% de los ilegítimos.

Las posibilidades de supervivencia de estos infantes abandonados eran muy reducidas. Si ya era difícil la vida de cualquier niño de la época, con tasas disparatadas de mortalidad infantil, cuanto más la de estos desgraciados huérfanos. Algunas ciudades como Carmona o Sevilla disponían de casas cuna. En Sevilla había dos, una para niños y otra para niñas. En Carmona solo una, situada precisamente en la calle Cuna, en la collación de San Felipe. Eso hasta 1776 en que se funda el primer hospicio de niñas huérfanas, por doña Josefa Fernández de Córdoba, viuda del Marqués del Saltillo.

Pero salvo excepciones, estas casas cunas no eran ninguna garantía para el expósito. Sobre la de Sevilla que hay estudios, la mortalidad era calificada de catastrófica, hasta el punto de que estas casas cunas son denominadas por algunos historiadores como “morideros”. La mortalidad de estos niños expósitos superaba el 90 por ciento; no era fácil la supervivencia por dos motivos: primero, porque gran parte de la población pasaba hambrunas periódicas, y segundo, porque se necesitaba un ama de cría que no siempre se encontraba.

Fueron pocos los expósitos supervivientes, los mismos que padecieron una infancia robada. Lo mejor que les podía pasar a los supervivientes era acabar como criados de sus padrinos. Pero podía ser peor, otros muchos acaban engrosando el hampa, convirtiéndose en truhanes, mendigos o pedigüeños a los que cada cierto tiempo se reclutaban forzosamente como galeotes o remeros de las galeras reales o como mineros en las mortíferas minas de Almadén.

 

 

LAS LUCES

 

 

1.-INTEGRACIÓN DE MORISCOS

 

Jorge Maier estudió a los moriscos carmonenses, y llegó a la conclusión que una parte de ellos permaneció en la localidad tras su expulsión oficial en 1610; solo se expulsaron 125 moriscos de un total de 33 casas, cuando Carmona era una localidad donde había habido una amplia población morisca. Se quedaron un buen grupo de familias moriscas, particularmente las pertenecientes a la élite.

Uno de los casos más significativos es el del escribano Gregorio Alanís (1572-1653) por dos motivos: uno, porque todos sus contemporáneos sabían que descendía, por parte de padre y madre, de moriscos de rebelados en las Alpujarras. Y dos, porque ni podía incluirse en alguna de las excepciones decretadas por la Corona ni pidió ninguna licencia especial para garantizar su permanencia. Es decir, simplemente se quedó sin que nadie lo importunase en exceso para que saliese de Carmona como hicieron otras 125 familias. Por tanto, entre los moriscos carmonenses embarcados en Sevilla con destino al exilio magrebí no se encontró nuestro escribano, pese a tener sangre morisca por los cuatro costados. Bien es cierto que estos exilados eran, según el corregidor de la villa, jornaleros del campo con tan mísera posada que no pienso tendrán caudal para salir de sus casas los más de ellos. En cambio, Gregorio Alanís, como veremos a continuación, había conseguido situarse entre la élite local. Y este aspecto es importante ya que cada vez está más clara la vinculación entre extracción social y exilio. La élite eludió con mucha más facilidad el cadalso, pues como ha ocurrido desgraciadamente siempre, molesta más el pobre que el rico. Gregorio Alanís tuvo una vida longeva de nada menos que 81 años, estando al pie del cañón como escribano durante varias décadas, hasta muy poco antes de su óbito en 1653. Un morisco de pura cepa que al igual que otros muchos, quedó incrustado en la sociedad cristiano vieja carmonense del siglo XVII.

De esa permanencia fueron conscientes los propios contemporáneos, de ahí que cientos de hermandades y cofradías así como diversos gremios mantuvieran en sus estatutos, aprobados en los siglos XVII y XVIII, la prohibición de acceso a personas que tuviesen ascendencia negra, judía o morisca. Pero, ¿qué sentido tenía incluir semejante cláusula si en teoría habían sido expulsados prácticamente todos? Está bien claro, todo el mundo sabía que muchos conciudadanos eran descendientes de antiguos conversos.

 

 

2.-LA INTEGRACIÓN DE LOS ESCLAVOS

 

Ya dijimos que Carmona fue un gran mercado de esclavos, muy vinculado a Sevilla, donde se vendieron entre el siglo XV y principios del XIX numerosas personas. Había negros, había berberiscos del norte de África y también amerindios.

Por ser más singular, citaremos el caso de estos amerindios. El 26 de mayo de 1504 se bautizaron en la parroquia de Santiago de Carmona dos amerindias, llamadas María e Inés. La partida decía así:

 

 

En domingo 26 de mayo bautizó Alonso Sánchez, capellán de la Señora Duquesa a María e Inés, indias esclavas de su señoría. Fueron padrinos Pedro García y Pedro Martín de Revilla, clérigos, y Francisco y Fernando de Santa Clara, sus criados

 

La propietaria está claro que era doña Beatriz Pacheco, duquesa de Arcos, lo cual no tenía nada de particular porque la alta nobleza y el clero eran los grandes propietarios de esclavos.

         Una india, llamada Beatriz, que con catorce años llegó a la Península en un navío negrero en el cual viajaban cuarenta indios para ser vendidos en la Península. Tras múltiples penalidades se estableció en Carmona como esclava primero de Hernán Pérez de Castroverde y luego del regidor de Carmona Juan Cansino. En esta localidad esta india baja de cuerpo, delgada y con aspecto de india procreó nada menos que a seis hijos y, transcurridos veintisiete años, cuando ya era una adulta, decidió plantar cara contra su propietario y reclamar su libertad. Cuando le preguntaron los motivos por los que había esperado tanto tiempo para pedir su libertad respondió porque no sabía que lo podía reclamar hasta que por cierto mal tratamiento de palos que le dio el dicho Juan Cansino, vino a reclamar. Finalmente, consiguió la liberación, quedándose probablemente en Carmona.

Sobre los libertos tanto la documentación notarial como la Sacramental ofrecen una variada información. Curiosamente, las cartas de ahorría suelen describir muy bien al esclavo liberado porque solo identificándolo bien se podría garantizar que se iban a respetar sus derechos.

Con cierta frecuencia, los dueños otorgaban la libertad a sus más fieles servidores, bien en la última etapa de su vida, o bien, una vez que fuesen finados. Para ello, se solía otorgar una carta notarial en la que se especificaba la descripción física del liberado para que de esta forma le sirviese de documento justificativo. Cuando la liberación se hacía en una escritura de última voluntad no se solía protocolizar una carta de libertad aparte, sino que la cláusula en cuestión servía de documento oficial. Uno u otro documento debía ser guardado por el ya liberto, como si de un tesoro se tratase; era la prueba que tenía de su condición de libre, siempre bajo sospecha sobre todo si era de color negro o mulato.

En muchas ocasiones el final de toda una vida de sacrificio y lealtades incondicionales se compensaba con la libertad. Probablemente, la esperanza de la libertad debió ser uno de los acicates para que estos esclavos mantuviesen la lealtad y la discreción, evitando la desesperación. Incluso, en ocasiones les dejaban algunos bienes, normalmente la cama, y las prendas de su uso diario.

Otros premiaban así largos años de servicio, buen comportamiento y obediencia. Está claro que la liberación altruista como la generosidad fueron limitadas. Muchos no sólo no liberaron a sus esclavos en sus escrituras de última voluntad sino que, bien, los dejaron en herencia a sus herederos, o bien, ordenaron su almoneda y venta como si de cosas se tratara.

Algunas liberaciones eran mucho más sórdidas. Por ejemplo, Rodrigo de Góngora el Viejo, en su testamento fechado en 1525, liberaba a su esclavo Francisco con la condición de que se hiciere fraile en el convento de Santa Ana y “si no quisiese siga como eslavo”. Pero podía ser peor, la esclava mulata Marina de Rueda fue liberada en 1616 porque estaba imposibilitada para servir por algunas razones y achaques, tras haber servido más de 44 años. Una situación que ya advertía Don Quijote de la Mancha cuando decía que muchos los liberaban en la vejez para no tener que mantenerlos, de manera que con título de libres los hacían esclavos del hambre, de quien no piensan ahorrarse sino con la muerte.

Ahora bien, encontramos numerosos libertos que como tales se ganaron su vida trabajando, otorgaron testamento y dejaron descendientes libres. El caso más llamativo de todos es el de un tal Antón Romero, que en sub testamento fechado en 1588 se aprecia su amplio capital y en la buena situación económica que dejó a sus dos hijos: Cristóbal Santana Romero y Antón Romero.

¿Y qué fue de estos amerindios, subsaharianos y berberiscos? ¿Desaparecieron? ¿Hicieron las maletas y se fueron? No desaparecieron, no se fueron, simplemente se integraron. El negro es recesivo con respecto al blanco. Se produjo el mestizaje porque muchas esclavas procrearon con sus dueños aunque estos nunca lo reconocieran.

         Cuando desapareció la esclavitud, no se marcharon; muchos de ellos no conocían otra patria que España. Simplemente se integraron. El negro es recesivo con respecto al blanco. Se produjo el mestizaje porque muchas esclavas procrearon con sus dueños aunque estos nunca lo reconocieran. Aunque ellas mismas lo desconozcan, algunas familias carmonenses tienen antepasados de color en su genética, aunque sean sus descendientes actuales de color blanco. Omito el nombre de esa familia porque a lo peor no les gusta saberlo

Siempre sospechamos que el mestizaje racial en Andalucía fue amplio. Sin embargo, hoy los estudios del ADN mitocondrial nos permiten obtener resultados sorprendentes y cotejar los datos entre la ciencia exacta y la historia. En el único estudio que se ha realizado en Andalucía sobre 419 individuos de distintos pueblos y villas que demostraron al menos dos siglos de permanencia los resultados fueron los siguientes:

 

-94,2% de origen europeo

-2,1% negro subsaharianos

-1,6 berberisco del norte de África

-2% otros orígenes

(Fuente: Lopez Soto, M. y otros: Int. Congress Series 2006).

 

Los datos de mestizaje son inferiores a los que yo sospechaba, sin embargo demuestra que 6 de cada cien andaluces tienen genética extraeuropea dominante.

 

 

3.-MULTICULTURALIDAD

 

El arte mudéjar, tan abundante en Carmona es una buena muestra del aprecio por la cultura musulmana que existía. Los alarifes mudéjares o moriscos estuvieron construyendo en Carmona a su usanza hasta poco antes de expulsión en 1609. ¿Por qué seguían construyendo a la usanza moruna? Pues porque a la gente le gustaba el estilo. Ya lo hizo Pedro I cuando se construyó la fachada de su alcázar de Sevilla. Recuerda a la Alhambra pero hay una diferencia, no es arte islámico sino mudéjar, es decir cristiano, pero se le reconocía una superioridad estética.

         A nivel cultural, los negros impresionaban en la Edad Moderna por su cante y por su música. Tenemos constancia de la participación de negros y de miembros de otras minorías, como moriscos y gitanos, en los desfiles del Corpus Christi de muchas ciudades tanto de España como de América. Unos desfiles encontramos múltiples elementos paganos, como tarascas, cabezudos, gigantes y grupos de bailarines. Danzas de romeros, zarabanda o el guineo como hacían los Negritos que participaban en el Corpus sevillano, celebrando bailes y otras diversiones. Al parecer, estos al igual que los gitanos tenían la obligación de procesionar en dicho desfile, realizando danzas de sarao y danzas llamadas de negros, muy populares entre la población al menos hasta principios del siglo XVIII.

         Seguro que en la Chacona, la jarcha, el zéjel, el majurí y en otras formas de folklore Andaluz hay influencias moriscas, gitanas pero también subsahariana.

 

 

CONCLUSIÓN

         Y para finalizar me gustaría destacar tres cuestiones

 

1.-Hubo mezcla racial, pues decenas de subsaharianos, magrebíes y algunos amerindios se integraron socialmente en Carmona.

 

2.-Los más pobres tuvieron más dificultades para integrarse. Pasaba un poco como ahora, que los inmigrantes no tienen problemas si tienen dinero, pero no si son pobres. A muchos inmigrantes se les discrimina no por ser de otra raza sino por ser pobres. En la Edad Moderna, pasó algo parecido, conversos o moriscos ricos de la élite no tuvieron demasiadas dificultades para integrarse socialmente. Otros, los más pobres, no tuvieron tanta suerte.

 

3.-Hubo influencias culturales mutuas; nuestra cultura y nuestro folclore tiene deudas sobre todo con el mundo africano y, en menor medida, amerindio.

 

4.-Pero, pese a las influencias culturales mutuas y a la integración de una parte de estas minorías étnicas, era una sociedad injusta, que expatriaba a unos y dejaba morir a los niños expósitos. Por ello la única justicia social que existía era la propia muerte que terminaba por igualar finalmente a todos:

 

         Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar en la mar,/ que es el morir;/ allí van los señoríos/ derechos a se acabar/ y consumir;/ allí los caudales,/ allí los otros medianos/ y más chicos;/ y llegados, son iguales/ los que viven por sus manos/ y los ricos.

 

Bien es cierto, que la clase pudiente se empeñaba en prolongar la desigualdad más allá de la muerte. Las pompas fúnebres y las misas a perpetuidad intentaban que los ricos tuviesen un mejor lugar en la otra vida frente a los pobres desheredados que no disponían de recursos para pagarse una mísera misa por la redención de su alma. Una idiosincrasia que obviamente iba contra la línea de flotación de la religión profesada por Jesucristo en la que como él mismo dijo los últimos serían los primeros. Pero está bien claro que nadie pensaba así en la Edad Moderna, ni los ricos ni, por supuesto, los resignados pobres.

 

ORIENTACIONES BIBLIOGRÁFICAS

La mayor parte de los datos son inéditos y proceden de documentación de archivo que he extractado en los últimos veinticinco años. Los datos bibliográficos proceden de dos obras de mi autoría:

 

-“Indios y mestizos en la España del siglo XVI”. Madrid, Iberoamericana, 2000.

 

-“Una venta masiva de esclavos berberiscos en Carmona, 1618-1619”, Archivo Hispalense, Sevilla, 2016 (en prensa).

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

COFRADÍAS DE MUJERES EN LA CARMONA MODERNA

COFRADÍAS DE MUJERES EN LA CARMONA MODERNA

1.-INTRODUCCIÓN

       

        No cabe duda que el fenómeno cofradiero era genuinamente masculino. De hecho, los miembros de estas corporaciones eran mayoritariamente hombres, pues, como escribió José Sánchez Herrero, en la cofradía barroca la mujer tiene cabida pero como una hermana de segunda1. Y obviamente no debemos sorprendernos por esto, pues, las cofradías eran una manifestación más de una sociedad en la que las féminas estaban injustamente relegadas2. No olvidemos que, en mayor o menor grado, casi todas las religiones monoteístas priman al sexo masculino, estando las mujeres bajo la autoridad del varón3.

         En la mayor parte de las cofradías de laicos había mujeres, en algunos casos hijas de..., o la mujer de..., delatando abiertamente su dependencia con respecto al hombre. De hecho, en algunos testamentos, sobre todo del siglo XVI encontramos casos de mujeres que solicitaban ser enterradas por una determinada hermandad como a mujer de hermano que soy. Desde los orígenes se vio privada de los órganos de decisión de las cofradías, e incluso, marginada a lugares concretos en los desfiles procesionales4. Desde el siglo XVII y, sobre todo, en la siguiente centuria las hermandades se abrieron a la incorporación de hermanas en las mismas condiciones de enterramiento que los hermanos de número. Pese a ello, en ningún momento formaron parte de los órganos de decisión y prueba de ello es que no las encontramos nunca en las listas de asistentes a los cabildos generales5.

 

2.-COFRADÍAS DE MUJERES

        

        Dicho esto, mencionaremos la existencia de algunas cofradías de mujeres. Éstas tenían su importancia pues constituían una de las pocas formas que tenía la mujer de participar en la vida pública. Por ello, jugaron un papel destacado a lo largo de la Edad Moderna. Nos referimos especialmente a las congregaciones de mujeres de la Orden Tercera que estaban formadas por personas de este sexo. En estas asociaciones religiosas era frecuente que las mujeres nombraran entre ellas a su mayordoma, hermana mayor o hermana superiora así como a los demás cargos del cabildo6. La mayoría de ellas se dedicaban a la oración o a lo sumo al rosario público. Pero, en general, eran mucho más interioristas que las de hombres, es decir, se dedicaban más a la oración, a la meditación y a los ejercicios espirituales. Sin embargo, hubo algunas que adoptaron el papel penitencial, sacando sus imágenes titulares en Semana Santa de la misma forma que lo hacían las demás cofradías7. Estas congregaciones proliferaron especialmente en el siglo XVIII, siendo la mayor parte de ellas rosarianas8. Ahora bien, todas ellas estaban supervisadas cuanto menos por el clero parroquial, es decir por hombres9.

        En Carmona tenemos constancia de la existencia de varias corporaciones femeninas, todas ellas fundadas en el siglo XVIII. Entre ellas, debemos destacar a las Esclavas de la Virgen de los Dolores que formaban, al menos en 1744, una hermandad aparte aneja a la hermandad de Jesús Nazareno, sitas ambas en la iglesia parroquial de San Bartolomé. Fruto de una segregación de las Esclavas, en 1786, un grupo de mujeres formalizaron la erección de una hermandad Servita en el vecino templo de El Salvador10. Ambos institutos se enzarzaron en un litis en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando la segunda quiso intitularse de la misma forma que la primera. Estos dos casos son muy conocidos en Carmona, entre otras cosas porque perviven ambas corporaciones, las primeras integradas en la cofradía de Jesús Nazareno y, las segundas, como instituto independiente.

Sin embargo, tenemos noticias de al menos otras dos cofradías: una, en la iglesia de San Pedro, donde tenía su residencia canónica la congregación rosariana de Nuestra Señora de las Mercedes, formada exclusivamente por féminas. Ahora bien, como no podía ser de otra forma, estaban tuteladas por los presbíteros de San Pedro, quienes presidían los cabildos. Y por supuesto, las escrituras otorgadas ante escribano, las hacían siempre con testigos masculinos, en algunos casos los mismos religiosos de su templo parroquial. En cualquier caso esta vida corporativa les permitía una cierta participación pública propia aunque, cómo no, siempre bajo la tutela, supervisión y protección de hombres. Estuvo muy activa desde mediados del siglo XVIII y en el XIX. Conocemos los nombres de algunas de las hermanas que ostentaron el cargo de esclava mayor: Juana Cuadrado salió electa en enero de 1756 y fue reelegida sucesivamente en enero de 1757 y de 1758, mientras que en 1759 resultó electa doña Josefa de Talavera11. En 1780 lo fue doña Petronila Talavera, en 1781 Gertrudis Beltrán y en 1782 María Rodríguez de Molina12.

La otra cofradía femenina de que tenemos noticia en Carmona es, una rosariana fundada en 1739 en la iglesia de San Blas, bajo los auspicios de la Marquesa del Saltillo. De esta última disponemos de muy pocas referencias documentales por lo que no es posible de momento verificar el período en el que estuvo en activo13.

 

3.-OTRAS FORMAS DE PARTICIPACIÓN DE LA MUJER

       

        Las mujeres también tuvieron una participación destacada como camareras de vírgenes algo que fue muy común a lo largo de la Edad Moderna y, por supuesto, en la Contemporánea. No en vano, se consideraba que era una actividad típicamente femenina por lo que las imágenes más devotas solían contar con una camarera, oficio que en algunos casos se heredaba de madre a hija14.

Caso muy significativo es el de doña Beatriz de Barrientos y Villafuerte, mujer de Cristóbal Antonio Barba de Mendoza que, hasta 1685, estuvo más de treinta años ejerciendo de camarera de la Virgen de Gracia, custodiando en su casa las alhajas de la imagen15.

Por su parte doña Teresa Maraver Ponce de León y sus descendientes eran las camareras perpetuas de la Virgen de los Reyes de la iglesia Prioral de Santa María16. También la titular de la hermandad de Nuestra Señora del Escapulario, con sede en el templo conventual de Nuestra Señora del Carmen, tuvo una camarera propia encargada de su aseo. Tras la exclaustración de los frailes su última camarera, doña Manuela Iglesias, depositó las alhajas de la titular en la iglesia Mayor de la localidad.

 

 

4.-CONCLUSIÓN

 

En líneas generales el caso de la mujer carmonense no difirió en absoluto del que sufrió en el resto de España. Es decir, padeció la discriminación propia de la época, viviendo o sobreviviendo en todo caso a la sombra del varón. No obstante, en estas páginas se entrevén no pocos casos de mujeres que, por distintos motivos, destacaron en aquel mundo hostil. Pese a las ideas discriminatorias de la época, muchas féminas encontraron sus propios cauces de participación pública, sobre todo a través de las hermandades y de la Iglesia. Siempre estuvieron tuteladas y vigiladas de cerca por varones: hermanos, maridos, padres o, simplemente, su confesor o su párroco. Muchas de ellas hicieron donaciones, fundaron cofradías, establecieron memorias y obras pías o financiaron obras de arte. A través de ese pequeño espacio que la sociedad de la época les dejó asoman los nombres de un puñado de mujeres carmonenses que gozaron de una cierta capacidad de decisión y de libertad. Casi todas ellas, como no podía ser de otra forma, pertenecieron a la élite local, siendo su dinero y el prestigio de sus respectivos linajes los que les permitieron mantener ese grado de independencia.

 

APÉNDICE I

 

Cabildo de la cofradía rosariana de Nuestra Señora de las Mercedes, 4-XI-1781.

 

En el nombre de Dios amén. En la ciudad de Carmona en cuatro de noviembre año mil setecientos ochenta y uno, estando en la iglesia del señor san Pedro parroquial en esta misma ciudad, ante mi el escribano y testigos parecieron don José Canelo, presbítero vice-beneficiado y don Juan Mexía, cura teniente de la enunciada iglesia de san Pedro: doña Petronila Talavera, esclava mayor de la hermandad del Santísimo Rosario de Nuestra Señora de las Mercedes, sita en la dicha iglesia parroquial de San Pedro, doña Gertrudis Beltrán, doña Rosa Roa, doña Ramona de la Barrera, doña Antonia Vázquez, doña Rosalía Gutiérrez, doña Ana Vázquez, doña María Martínez, doña Severina Duarte, doña María de Gracia Vázquez, doña Ignacia de los Ríos, doña Antonia de Prados, doña Isabel de Prados y doña María de Prados, todas de esta vecindad y esclavas que igualmente expusieron son de dicho santísimo rosario y la insinuada doña Petronila Talavera dijo: que por ser muchas ocupaciones no podía continuar su encargo de esclava mayor por lo cual así ésta como las demás hermanas excepto dicha doña Gertrudis Beltrán, de un acuerdo y conformidad nombraron por tal esclava mayor del referido santísimo rosario de Nuestra Señora de las Mercedes a la misma doña Gertrudis Beltrán para que lo sea durante su voluntad o de la hermandad desde hoy en adelante y que prestando como prestaban en forma caución de rato grato por las demás esclavas que eran y fueren de la mencionada hermandad la rija y gobierne, perciba y cobre sus bienes, rentas, efectos y limosnas y disponga de ellas en los fines de su destino; administre y cuide sus fincas, de simples recibos, otorgue escrituras de arrendamiento, cartas de pago y las demás necesarias con todas las cláusulas, condiciones, obligaciones, renuncias, requisitos y demás circunstancias que conduzcan…

         La nominada doña Gertrudis Beltrán aceptó dicho empleo de esclava mayor en cuyo testimonio así lo dijeron y otorgaron, firmaron las que saben y con las que expresaron no saber y a su ruego un testigo, y también firmaron dichos vicebeneficiados y teniente de cura por haber presidido el mencionado cabildo. Fueron testigos don Miguel Roales, clérigo de menores, Juan Núñez y Alonso Caballero, vecinos de esta ciudad, doy fe de conocimiento de las otorgantes y de los mencionados don José Canelo y don Juan Mexías.

(APC. Escribanía de Agustín López Cebreros 1781, fols. 242r-242v)

 

 

 

APÉNDICE II

 

Cabildo de la Esclavitud, 29 de mayo de 1757.

 

        En la ciudad de Carmona en veintinueve días del mes de mayo de mil setecientos cincuenta y siete años, estando en la iglesia parroquial de señor san Bartolomé de ella donde yo el presente escribano fui llamado por la esclava mayor de Nuestra Señora de los Dolores, sita en dicha parroquial que lo es doña Antonia de León y la excusó dicha congregación con otras mujeres esclavas para celebrar el cabildo a fin de nombrar hermanas que le sucediera, consiliarias y secretaria a dicho fin parecieron ante mi presentes don Bartolomé Jiménez del Hierro, presbítero beneficiado propio de la parroquia de Santiago, comisario del santo oficio, se expresó por el susodicho que habiendo cumplido la enunciada doña Antonia de León el año en que había sido nombrada por tal esclava mayor y estándose preciso el hacer elección de otra para el sucesivo año determinaren la hermana que tuviese las circunstancias correspondientes para ello y del propio modo lo ejecutasen en las consiliarias y secretaria lo que entendido por la susodicha que las que son se expresaron por los nombres con que firman y otras muchas que concurrieron señal por no saber firmar una por una secretamente fui tomando los votos y dieron el suyo veinticinco hermanas, nombrando para esclava mayor y por tiempo de un año a doña María Cárdenas y a doña Antonia González y doña Juana Meléndez cada una hubo un voto para el propio empleo. Lo que habiéndose hecho notorio quedó electa por la esclava mayor la enunciada doña María Cárdenas a quien habiéndosele noticiado el nombramiento lo aceptaba y pasaron a hacer elección de consiliarias y nombraron por primera en conformidad a doña Teresa Cordero y por segunda a doña Leonor Pérez de Rivera y por secretaria a Josefa de Armijo a las que habiéndoseles noticiado lo aceptaron igualmente.

Y hecho lo referido todas dijeron por voz como tales aceptaban u en nombre de las demás que lo eran y dicen que otorgaban y consentían y daban y dieron a la referida doña María Cárdenas tan cumplido poder como necesita para que durante el enunciado año haga, perciba y cobre todos los maravedíes y limosnas pertenecientes a la dolorosa imagen distribuyéndolos en el culto y funciones de la Señora y si alguna cantidad fuese necesario dar recibo lo pudiese hacer e hiciese todo lo demás conveniente a favor de la esclavitud pues el poder que para ello necesitase y se le daban sin limitación alguna.

Y a la firmeza de lo cual en todo obrase obligaban los efectos de la referida esclavitud habidos y por haber bajo el poderío de justicias que de ello debiesen conocer y así lo otorgaron y firmaron y por las que no un testigo que lo fueron don Juan Franco, don Francisco Roales y Alonso Enrique, cura, presbítero y sacristán de dicha iglesia.

(APC Agustín López Cebreros 1757, fols. 368r-368v)

1    SÁNCHEZ HERRERO, José: "Las cofradías de Semana Santa de Sevilla durante la modernidad", en Las cofradías sevillanas en la Edad Moderna. Sevilla, Universidad, 1999, p. 95.

2    En el siglo XVIII se sostenía que la mujer debía ser "pacífica y obediente, solícita sexualmente y recogida en el hogar...Todavía más. La mujer prudente debe discurrir cómo dar gusto permanente a su marido, pensando en complacerlo y en dividir la dedicación de su tiempo personal entre él y Dios...". FERNÁNDEZ, Roberto: "La mujer cristiana en la España del setecientos. A propósito de la familia regulada de Antonio Arbiol", en El Conde de Aranda y su tiempo, T. I. Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2000, p. 41.

3 El propio Jesús de Nazaret, como judío que era y con un pensamiento acorde a su tiempo, relegó a la mujer a un papel de muy segundo orden. Como ha escrito Mario Saban, si hubiese querido darle un papel relevante hubiese incluido alguna fémina entre sus apóstoles. SABAN, Mario Javier: El judaísmo de Jesús. Buenos Aires, Editorial Saban, 2008, p. 537-538.

4    Esta practica está documentada en muchas cofradías. Conocemos el caso de la Hermandad de Jesús Nazareno de Carmona en la que el cabildo de la ciudad informó de la necesidad de mantener una tradición discriminatoria. Así, propusieron que, si alguna mujer quisiera acudir a la procesión de penitencia, no podrá ir interpolada entre los nazarenos sino detrás de dicha procesión, sin insignia ni otra cosa que mire a otro objeto más que acompañar a la Virgen. Informe del cabildo de Carmona sobre las reglas de la Hermandad de Jesús Nazareno, Carmona, 20 de julio de 1786. MIRA CABALLOS, Esteban: "El informe del cabildo de Carmona sobre las reglas de la hermandad de Jesús Nazareno de Carmona", Boletín de la Hermandad de Jesús Nazareno de Carmona, Carmona, 2001.

5 Encontramos decenas de testamentos en las que las otorgantes declararon ser hermanas de número de diversas cofradías. Sin embargo, en los numerosos cabildos generales que se protocolizaron no hemos encontrado la presencia de ninguna mujer. No puede ser casualidad; estaban apartadas de todos los órganos de decisión, incluso del cabildo general. En España se conocen algunos casos de integración igualitaria de la mujer en las hermandades pero se trata de excepciones que no hacen otra cosa que confirmar la regla. Por ejemplo, en los estatutos de la hermandad de la Veracruz de Rute se especificaba la igualdad entre los hermanos de ambos sexos, prohibiendo sin embargo a las mujeres disciplinarse en la procesión. Igualmente en la hermandad de la Veracruz de Villabuena del Puente se les otorga a los hombres y a las mujeres las mismas condiciones, incluso la posibilidad de participar en el desfile penitencial en idéntica situación. GARCÍA ÁLVAREZ, Pedro: "Mujeres disciplinantes en una cofradía zamorana de la Vera Cruz en el siglo XVI: Villabuena del Puente", Actas del III Congreso Nacional de hermandades y cofradías, T. I. Córdoba, Cajasur, 1997, p. 514.

6    Éste era el caso de la Congregación Servita de la Virgen María de los Siete Dolores de Zahinos. BOBADILLA GUZMÁN, Francisco Luis: Conozco mi pueblo. Zahinos. Zafra, 1992, p. 60.

7 Así ocurría en la congregación Servita de Nuestra Señora de los Dolores de Feria que sacaba el Viernes Santo a la Virgen de la Soledad en estación pública de penitencia.

8 Inicialmente las mujeres se integraron en los cortejos rosarianos con los hombres, según Carlos José Romero Mensaque habrá que esperar a la segunda década del siglo XVIII para que encontremos los primeros cortejos rosarianos exclusivos de féminas, especialmente desde las misiones de fray Pedro Vázquez Tinoco O. P. ROMERO MENSAQUE, Carlos José: “La cofradía del Rosario de Zufre. Una aproximación a la historia del fenómeno rosariano en la Sierra”, Actas de las XXII Jornadas del patrimonio de la Comarca de la Sierra. Higuera de la Sierra, Diputación Provincial 2009, pp. 183-199.

9 Así ocurría, por ejemplo, en la cofradía de mujeres de San Águeda de Barcelona, cuyas finanzas eran administradas por hombres nombrados para tal efecto. ARIAS DE SAAVEDRA, Inmaculada y Miguel Ángel LÓPEZ MUÑOZ: “Cofradías y ciudad en la España del siglo XVIII”, Studia Historica, Historia Moderna Nº 19. Salamanca, 1998, pág. 208. Reproducido en su libro: La represión de la religiosidad popular. Crítica y acción contra las cofradías en la España del siglo XVIII. Granada, Universidad, 2002, págs. 103-150.

10 El Curioso Carmonense (Edición de Antonio Lería) Carmona, S&C Ediciones, 1997, pp. 117 y 119.

11 Cabildo del 1 de enero de 1757. APC, Diego Piedrabuena 1757, foliación perdida; Cabildo del 7 de enero de 1759. APC, Diego de Piedrabuena 1759, fol. 11r-11v.

12Cabildo del 4 de noviembre de 1781. APC. Escribanía de Agustín López Cebreros 1781, fols, 242r-242v y Cabildo del 29 de diciembre de 1782. A.P.C. Agustín López Cebreros 1782, fols. 337r-338r. Entre las hermanas asistentes a estos dos últimos cabildos se mencionan lo siguientes nombres: doña Gertrudis Beltrán, doña Rosa Roa, doña Ramona de la Barrera, doña Antonia Vázquez, doña Rosalía Gutiérrez, doña Ana Vázquez, doña María Martínez, doña Severina Duarte, doña María de Gracia Vázquez, doña Ignacia de los Ríos, doña Antonia de Prados, doña Isabel de Prados y doña María de Prados, doña Josefa Velázquez, doña Petronila Talavera, doña Ana Talavera, doña Ramona Barrera, doña María Martín, doña Antonia Serrano, doña Bárbara Alcaide, doña Gabriela de Acevedo, doña María Rodríguez y Molina y doña Francisca Viso, doña Antonia Domínguez, doña Isabel de Cota, doña Ana García y doña María Garrido.

13 ROMERO MENSAQUE, Carlos José: “El fenómeno rosariano en la ciudad de Carmona. Apuntes para su estudio”, Boletín del Consejo de Hermandades y Cofradías de Carmona. Carmona, 2008, p. 49.

14 Se trata de ocupaciones comúnmente reservada a mujeres, como las tareas del hogar, el aseo de las imágenes, la asistencia en el parto o el amortajamiento de finados. Conocemos muchos casos de matronas que llegaron a gozar de gran prestigio. Según El Curioso Carmonense, el convento de Santa Clara fue fundado en 1463 por dos honestas matronas. El Curioso Carmonense…, Ob. Cit., p. 97. En relación a su labor en el amortajamiento de cadáveres también disponemos de sobrados testimonios. Por citar sólo uno, en septiembre de 1563, murió un transeúnte en el mesón los Leones de Carmona y las autoridades llamaron a unas mujeres para que amortajaran su cuerpo. A.P.C., Escribanía de Pedro de Hoyos 1563, fols. 1080r-1081v.

15 El 16 de abril de 1685 hizo entrega a los frailes Jerónimos de todas las alhajas de la Virgen, ante el escribano Juan de Santiago, alegando problemas graves de salud.

16 Expediente sobre un vestido nuevo para la Virgen de los Reyes que habían costeado los feligreses con la ayuda del concejo que puso los 1.800 reales que faltaban, Carmona, 13 de mayo de 1772. Archivo Municipal de Carmona, Leg. 1061.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS