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TRABAJO, RESISTENCIA Y CASTIGO DE LOS ESCLAVOS EN TIERRA DE BARROS (SIGLOS XVI AL XVIII)

TRABAJO, RESISTENCIA Y CASTIGO DE LOS ESCLAVOS EN TIERRA DE BARROS (SIGLOS XVI AL XVIII)

        Buenas tardes: nuevamente, traigo a estas jornadas un trabajo relacionado con la esclavitud un tema que yo vengo estudiando desde que era estudiante de la carrera de Historia. Empecé analizando la esclavitud en el reino de Sevilla, luego trabajé la de las colonias americanas, y últimamente llevo varios años investigando la de Tierra de Barros. Pero está claro que es difícil ser el primero; antes que yo fue estudiada globalmente por Fernando Cortés en su libro la esclavitud en la Baja Extremadura y más recientemente por Rocío Periáñez, mientras que para el caso de esta comarca contábamos con unas valiosas páginas que Francisco Zarandieta dedicó al tema, aunque limitadas, a Almendralejo en los siglos XVI y XVII.

El máximo esplendor de la institución en Extremadura se produjo entre la segunda mitad del siglo XVI y la primera del XVII, descendiendo notablemente en la segunda mitad de esta centuria, para convertirse en un fenómeno residual en la segunda mitad del XVIII.

En el siglo pasado, algunos historiadores sostuvieron que el principal motivo del fenómeno esclavista fue la ostentación social de las familias propietarias. Fernand Braudel, Antonio Domínguez Ortiz o Bartolomé Bennassar sostuvieron tal extremo aunque actualmente hay sobradas pruebas que demuestran la rentabilidad económica de los aherrojados como su principal razón de ser. De hecho, esta mano de obra forzada se solía emplear en las ocupaciones al que se dedicaba su dueño. Era fácil que el maestro de una forja lo tuviese trabajando en su taller o el agricultor lo emplease en las tareas agrícolas. Otros muchos se usaban en las tareas domésticas, y a veces, cuando el dueño estaba necesitado de liquidez, hasta se alquilaban sus servicios, cobrando aquel el estipendio. Algunas esclavas además eran empleadas como amas de crías, debiendo amamantar al hijo de sus dueños con preferencia incluso al suyo propio. Hemos detectado la existencia de bautizos de hijos de esclavas justo después de haberse bautizado el vástago de sus dueños, lo que podría indicar una intencionalidad.

En esta comunicación analizamos algunos casos singulares sobre las no siempre fáciles relaciones entre los dueños y los esclavos. Se trata de un aspecto poco estudiado por la historiografía debido a que la documentación notarial y sacramental no suele aportar mucha información sobre ese aspecto. En estas páginas aportaremos algunos datos documentales, obtenidos a pie de archivo, sobre las relaciones dueño-esclavo, a veces muy traumáticas y siempre lesivas para la parte más débil de la cadena, es decir, para el aherrojado.

 

UNAS RELACIONES DIFÍCILES


Si la relación entre dueño y esclavo era buena o muy buena, la situación de éste era más o menos llevadera. Ahora bien, si por el contrario era mala la situación se podía tornar muy delicada para el esclavo. En ocasiones, si el adquiriente comprobaba que la pieza adquirida no era de su agrado podía deshacer la transacción, que era la solución menos gravosa para el cautivo. Este fue precisamente el caso de una esclava comprada por una señora de Solana de los Barros. Ésta encargó a su compadre Gabriel Joseph, en febrero de 1710, que adquiriese para ella una esclava para el servicio doméstico de su casa. Éste se personó en Ribera del Fresno y, en enero de 1710, la compró al presbítero de Fuente de Cantos Francisco Guerrero de las Beatas. Ésta estaba bautizada con el nombre de Ana Florencia, tenía 22 años, de color blanco –debía ser berberisca, aunque no se especifica- y pagó por ella 1.750 reales de vellón. Pues bien, una vez en Solana, transcurridos tan solo unos días, la señora decidió devolverla, alegando que no era de su gusto. Su compadre aceptó realizar las gestiones para su devolución alegando lo siguiente: que lo hacía por no importunar a su comadre que era la que tenía que lidiar con ella aunque se había informado de que era una buena trabajadora y que poseía bondades no muy comunes entre los aherrojados. Dicho y hecho, remitió la escritura de compra-venta y una carta con sus intenciones, y tres días después, exactamente el 6 de febrero de 1710, ante el escribano de Ribera, Alonso Rodríguez de la Fuente se formalizó la devolución de la esclava y el reintegro del dinero. Se trata de una muestra singular de cómo se trataba a estas personas hace poco más de tres siglos. Se comerciaba con ellas como si fuesen animales y su suerte dependía básicamente del capricho de su propietario o de su interés por preservar su inversión.

La documentación notarial y sacramental no suele aportar información sobre las relaciones entre dueños y esclavos. Solo encontramos casos extremos en los que en la carta de compraventa se señala alguna merma o enfermedad provocada por los malos tratos de su dueño. Y ello porque el vendedor estaba obligado a especificar las posibles enfermedades o taras que tuviese la pieza que pretendía vender. Fue el caso de la esclava María, de 21 o 22 años, de color albarrana que fue vendida por Juan Ortiz Guerrero, vecino de Villalba de los Barros, el 27 de marzo de 1762. El comprador, Juan de Bolaños y Guzmán, se comprometió a pagar 2.700 reales por ella. Sin embargo, el abono no se realizaría hasta el día de Santiago, tras verificar que su enfermedad no se agravaba. Y ello porque el vendedor reconoció que en general estaba sana pero que había sufrido un pequeño accidente que describió con las siguientes palabras:

 

"Que estaba sana más que en una ocasión que yo el dicho Juan Guerrero la castigué por haberse vuelto contra su ama y porque le dio al parecer un accidente de que llamado al médico actual de esta villa y reconocida dijo que era aflicción a perecer"

 

Estaba claro que la esclava padecía una especie de depresión traumática y que su miedo a morir se debía fundamentar en los castigos que su dueño le imponía. No parece que el comprador deshiciese la transacción por lo que posiblemente la aherrojada mejoró de su aflicción.

 

LA CONDENA A TRABAJOS FORZADOS


Otras veces, cuando el dueño interpretaba que la actitud de su esclavo merecía una condena o sanción, la situación podía ser verdaderamente delicada, pues no dudaba en emplearlo en ocupaciones más sórdidas, enviándolo, temporalmente o de por vida, a realizar alguna prestación real que no fuese de su agrado. Sin embargo, el trabajo en las minas reales de Almadén era tan duro que los dueños sólo los enviaban cuando estaban dispuestos a perder su inversión. Rocío Periáñez documentó un caso en Cáceres en el primer tercio del siglo XVII, y Francisco Zarandieta otro en el Almendralejo en la misma centuria. A juzgar por los testimonios que hemos localizado, parece que el envío a las minas Reales era tan duro y tenían tal fama que debió ser la amenaza habitual de los dueños a aquellos que no se comportaban como se esperaba de ellos. Debió constituir una forma de presión y de control del comportamiento de estas minorías aunque sólo en ocasiones puntuales y quizás extremas se llegaba a convertir en realidad.

Hemos conseguido documentar unos cuantos casos más en la comarca de Tierra de Barros. Así ocurrió en 1735 cuando Rodrigo Villalobos Moscos, vecino de Almendralejo, envió a su esclavo Sebastián, de 45 años, robusto y de color amembrillado, por un año y medio a servir en las perniciosas minas de mercurio. Los motivos que lo impulsaron a ellos no podían ser más explícitos: por haberle faltado a la obediencia y respeto que le debe tener como al tal su amo y señor y se ha ausentado de su casa, llevándose consigo a algunas mujeres de mal vivir y andaba de un pueblo a otro. Más claro aún fueron Juan Montaño y María Rengela de Guzmán, vecinos de Aceuchal, cuando fundamentaron la donación al Rey de su esclavo Juan Martínez, de color blanco, de unos 30 años, robusto de cuerpo y capaz de cualquier trabajo corporal en los siguientes términos:

 

        "El cual por justas causas que me mueven lo doy y cedo para que sirva a Su Majestad por todos los días de su vida en las Reales minas de Almadén o Espartería o en otro cualquier presidio, donde más utilidad con su trabajo pueda dar al Rey… sin que pueda el susodicho salir con su libertad de la parte donde se dé dicho destino porque mi ánimo es que perezca trabajando a beneficio de la Real hacienda, sin tener libre uso de su persona"

 

        Las palabras de sus dueños están henchidas de malas intenciones: lo envían a la mina de por vida, para que muriese allí trabajando, es decir, que la carta parece como mínimo una condena del esclavo a cadena perpetua o peor aún, a la pena de muerte.

        No menos claro es el caso de un esclavo de Ribera del Fresno donado por su dueño, Fernando de Brito Lobo y Sanabria, a la Corona para que sirviera por tres años en el citado yacimiento. Al parecer había mantenido una relación carnal con la sirvienta de la casa, contraviniendo el sexto mandamiento de la Ley de Dios: No cometerás actos impuros. Tras denunciarlo fue encerrado en la cárcel real de Ribera y, poco después, donado por su dueño a servir durante tres años en las temidas minas de mercurio. Se supone que ello le debía servir de escarmiento. Una medida que de nuevo nos parece extremadamente cruel e injusta por tres motivos: primero, porque el esclavo no hizo más que mantener una relación secreta con una sirvienta, algo que tenía prohibido, pero que no dejaba de ser natural en un chico de 25 años. Segundo, porque los propios dueños contravenían el sexto mandamiento cada vez que le daba la gana, teniendo incluso hijos con sus esclavas, ante la connivencia de todos. Y tercero, porque era casi una condena a muerte, pues la supervivencia media en Almadén se situaba entre los tres y los cuatro años. Así que no sabemos si el pobre esclavo Antonio José, mulato de un cuarto de siglo de edad sobrevivió a tal condena. Sorprende la actitud de Fernando de Brito, que había sido varias veces alcalde ordinario de Ribera por el estado noble, ya que liberó altruistamente a al menos tres esclavas, a saber: A María Ana el 20 de marzo de 1749, a Anselma Lucía el 18 de agosto de 1749 y a María Candelaria el 4 de febrero de 1754.

El mal comportamiento no era el único motivo por el que un encadenado podía acabar sirviendo al rey, en sus minas o en sus galeras, como remeros. Si le sobrevenía un defecto físico, tal como una ceguera, podía convertirse en una pesada carga para una familia, pero podía desempeñar sin problemas otros trabajos en el banco de una galera como remero o en una mina, extrayendo el preciado cinabrio. El 28 de septiembre de 1747, el presbítero de Villafranca de los Barros, Fernando Gutiérrez de la Barreda, apoderó a Manuel Gutiérrez Cervantes y Bartolomé Sánchez, también vecinos de esa villa, para que tratasen de vender en Sevilla o en otro lugar, a un esclavo ciego que el otorgante había heredado de su tía Catalina Mexía. Se trataba de Marcos, color amembrillado, 25 años y de buena corpulencia. Al parecer, se había criado en casa de su tía desde pequeño, hijo de una esclava de ésta. Pero el presbítero no podía o no podía atender al pobre ciego y tampoco parece que quisiera mantenerlo sin obtener beneficio alguno. Por ello, si no encontraban comprador, algo que parecía lógico, les daba amplios poderes para que hagan "cesión y donación de él a favor de Su Majestad el Rey Nuestro Señor, en paraje donde su trabajo pueda serle de alguna utilidad, o al de cualquier convento, monasterio, obra pía o persona particular que bien visto les fuere y se haga cargo de su manutención y de cualquier suerte que efectúen la enajenación otorguen escrituras de venta o donación…"

Otro dato más que ejemplifica bien la perversión social que la esclavitud ha supuesto a lo largo de la historia de la humanidad. Bien es cierto, que Catalina Mexía sí que permitió el mantenimiento del ciego hasta los veinticinco años de edad. Su muerte debió ser una verdadera desgracia para el pobre Marcos, cuyo destino exacto desconocemos pero que con toda probabilidad debió ser trágico. Uno siempre tiene la esperanza de que estos retazos del pasado nos sirvan para ser mejores en el presente y en el futuro, aunque la realidad casi siempre se muestra tozuda.

 

LA HUIDA


Podríamos preguntarnos, si el esclavo podía rebelarse ante la tiranía de su dueño. Es cierto que a veces la única opción desesperada que les quedaba era la huida, pero apenas si recurrían a ella porque al estar marcados a hierro no tenían ninguna posibilidad de éxito. Y una vez capturado las consecuencias podían ser dramáticas para el huido, pues incluso podían ser encarcelados, enviados a galeras o a las minas de cinabrio, de las que como hemos señalado pocos escapaban con vida. En esto la historia fue muy diferente a lo ocurrido en las colonias americanas, donde se formaron extensas áreas de cimarrones.

        Hemos documentado algunos casos sonados de huídas pero necesariamente fueron escasos y acabaron con la captura del fugado. El 19 de julio de 1710, Manuel Lorenzo, vecino de Ribera dio poder a Pedro de Torrejón para que fuese a la cárcel de los padres teatinos de Sevilla donde estaba retenido un esclavo suyo que se había fugado de su casa la víspera del día de San Pedro. El esclavo en cuestión se llamaba Joseph, de 20 años, y cuyos rasgos físicos eran los siguientes: "de color tinto, de buen cuerpo, la cabeza larga (y) algo hoyoso de viruelas". Como puede observarse, el esclavo se había escapado el 28 de junio y el 19 de julio, ya sabía su dueño que estaba preso en Sevilla. Es decir que la libertad apenas le debió durar diez o quince días, aunque sorprende que pudiese llegar hasta la capital hispalense.

En 1778 encontramos otro caso de resistencia, pero muy diferente al anterior. En la localidad de La Parra vivía Francisco González y Rivera que disponía de un matrimonio de esclavos, llamados Domingo y Antonia. Tras su muerte, y dado que no tenía hijos, heredaron sus sobrinos correspondiéndole a Francisco Antonio Zalamea, vecino de Ribera del Fresno, un lote de bienes que incluía a los dos aherrojados. Pues bien, dicho matrimonio se negó a marchar a Ribera y permaneció viviendo en La Parra con sus recursos, escasos pero suficientes. Sin embargo, Francisco Antonio Zalamea, con la ley en la mano, otorgó poderes a Vicente González Máximo, vecino de La Parra para que procediese contra sus esclavos, deportándolos forzosamente y confiscándole sus bienes, con el objetivo de resarcir al demandante de sus pérdidas. No conocemos más del asunto, pero dado que al demandante le asistía el derecho y la justicia es posible que consiguiese sus objetivos y que los aherrojados fuesen expropiados y deportados de La Parra.

        Otro signo de una relación difícil o problemática entre esclavos y señores se aprecia en algunas cartas de ahorría. Con cierta frecuencia encontramos que los liberaban con la condición de que se marchase a vivir fuera de la localidad. En 1654, Francisco Calderón liberó a su esclavo Juan Dorado, mulato, de 27 años, con la condición de que residiese fuera de un radio de diez leguas a la redonda de Almendralejo y Don Benito. Gómez Golfín de Figueroa fue algo más allá, pues en su testamento, fechado el 24 de septiembre de 1662, liberó a un esclavo mulato con la condición que se exiliase perpetuamente no sólo de Almendralejo sino de toda Extremadura:

 

Declaro tengo por mi esclavo sujeto a servidumbre a Juan, de color mulato luego que yo muera es mi voluntad quede libre con calidad y condición que dentro de ocho días salga de esta villa y no resida en ella ni en lugar alguno de la Extremadura. Y si asistiere quede sujeto a servidumbre para Su Majestad y que cualquier justicia lo pueda prender y remita a reales galeras porque mi voluntad expresa es que no pare en esta villa ni en lugar alguno de esta provincia de Extremadura”.

 

        Algunos esclavos, incluso se atrevieron a litigar frente a sus dueños. Fue el caso de Fernando y Diego Ortiz, dos esclavos que habían gozado del aprecio de su dueña María Esteban de Nieto, esposa de Pedro Martín Rengel. Al parecer, la señora había mostrado siempre su deseo de liberarlos, pues había sido incluso madrina de sus respectivos enlaces. El problema se presentó cuando la mujer falleció abintestata y, por tanto, no pudo disponer la citada liberación. Su heredero, el licenciado Diego Fernández Nieto, cura de la villa, se negó a aceptar su ahorría por lo que los hermanos dieron poder al procurador de causas Pedro Hernández Bermejo para que interpusiese diligencias. Desconocemos el desenlace del proceso pero probablemente desistieron o en cualquier caso perdieron el juicio, pues poco podían hacer con el testimonio verbal de una difunta frente a un miembro de la élite local.

 

CONCLUSIONES

 

La institución traía consigo una alienación tal de las personas que, incluso su liberación se podía convertir en un agravante para sus míseras condiciones de vida. El trato a los esclavos dependía simplemente de la voluntad y de la humanidad de sus dueños. Los esclavos Antonio González y María Vivas, temían a su dueño Juan Rodríguez Diosdado de quien decían que su amo era de terrible y áspera condición. Su indefensión era total no sólo por su condición de esclavos sino porque su dueño, hijo de un alcalde ordinario del mismo nombre, pertenecía a una de las familias más influyentes de la villa. A veces los dueños usaban de manera perversa de sus esclavos, obligándolos a cometer delitos contra sus enemigos, arriesgando sus vidas. Éste fue el caso de Sebastián Hernández Corrales, vecino de Almendralejo, que envió a su esclavo Juan a acuchillar a Diego Hernández Corrales, lo cual hizo con gran eficacia, siendo encarcelado por tales hechos.

Y para colmo, algunos dueños solían actuar con total desprecio hacia la maternidad y hacia la familia, vendiendo a sus esclavas y a los hijos de éstas juntos o separados, a su conveniencia. Ante todo ello, el esclavo no podía hacer otra cosa más que aguantar, aunque como hemos visto en esta comunicación algunos optasen infructuosamente por la huida.

Es cierto que no todos los dueños actuaron con mala fe; muchos, sobre todo los que los habían tenido en sus casas desde niños, les dieron trato más o menos humano, dándoles un enterramiento digno e incluso dejando sufragios por la redención de sus almas. Pero si las relaciones eran malas, el que podía ver su vida convertida en un infierno era sin duda el esclavo.


 

ESTEBAN MIRA CABALLOS


 

(*)Se trata del texto resumido que defendí en la comunicación, sin notas a pie de página ni apéndices. El próximo año saldrá publicada completa en las Actas de las VII Jornadas de Historia de Almendralejo y Tierra de Barros.

1 comentario

Yo -

Estupendo artículo. Gracias.