LA REINTERPRETACIÓN DE LA HISTORIA EN LA ESPAÑA FRANQUISTA
Consumada la victoria, los vencedores pasaron a construir su nueva España. Para ello era fundamental contar con mujeres adoctrinadoras en el hogar y con una escuela vinculada al régimen. Lo primero que hicieron fue desmontar rápidamente la escuela republicana, realizando una dramática purga entre los enseñantes, comenzando por el cuerpo de maestros y profesores de secundaria y terminando con los de la Universidad. Todo aquel que hubiese mostrado alguna inclinación o simpatía hacia la república o simplemente hacia el ideario liberal era posible cabeza de turco de la represión. Unos fueron fusilados y otros consiguieron escapar al exilio. Pero la cosa no quedó ahí; el franquismo asumió desde un primer momento la idea falangista de la revolución social, para ello montó una verdadera contrarrevolución educativa. Su revolución social sólo se podía llevar a cabo a medio plazo, educando a los jóvenes en la ideología Nacional-Catolicista. A la caza de brujas que supuso la depuración de educadores, siguió el expurgo de las bibliotecas escolares, eliminando todas aquellas publicaciones que no fuesen acordes con el nuevo espíritu que ellos llamaban revolucionario pero que en todo caso era contrarrevolucionario. El círculo se cerró con una férrea censura, supervisada por la Iglesia, sobre las publicaciones, los periódicos, el cine, la televisión, el teatro, etcétera. La democratización y la universalización de la escuela, que con tanto ímpetu pretendiera implantar la II República, eran ya agua pasada. La nueva educación se basaría en una visión conservadora y patriótica de la historia nacional.
Para exaltar los valores patrios se creó una asignatura específica, la Formación del Espíritu Nacional (F.E.N.) Sin embargo, al margen de ella, existía, aunque no se denominase así, la transversalidad porque en asignaturas como historia, religión o filosofía se hablaba de la raza, de la grandeza e indivisibilidad de la patria y de Dios. Por supuesto, la Historia de España era una asignatura clave dentro del organigrama educativo. Se trataba de un instrumento al servicio del nuevo régimen.
El Frente de Juventudes auspició una revisión de la Historia de España, cuyos puntales básicos serían tres: la raza, el imperio y Dios. Por supuesto, lo primero que había que hacer era romper con la interpretación marxista de la Historia que causaba furor entre muchos intelectuales de la misma Europa Occidental. Y para ello adoptan la más rancia metodología historicista, auspiciada por el ideario falangista. Esta metodología partía de dos premisas: la primera, destacaba al individuo frente a la colectividad. Los protagonistas de la Historia eran los grandes personajes o los grandes tiranos; eran ellos los que movían los hilos de la evolución. Y la segunda, en oposición a la visión materialista de la Historia, sostenían que lo espiritual ha sido y es el resorte decisivo en la vida de los hombres y de los pueblos. Según la historiografía oficial del Régimen, la infraestructura no estaba formada por los aspectos económicos, como diría Karl Marx, sino por los aspectos espirituales. El Frente de Juventudes y las Cátedras de Historia asumen esta idea:
"Lo espiritual ha sido y es el resorte decisivo en la vida de los hombres y de los pueblos" (Mendoza Guinea, 1957: V, 49).
Y dentro de lo espiritual –decían-, lo religioso ha jugado un papel de primer orden. Ningún hombre –explicaban- puede dejar de formularse las eternas preguntas sobre la vida y la muerte, sobre la creación y el más allá. A esas interrogantes no se puede contestar con evasivas, sino con la afirmación o con la negación. España contestó siempre con la afirmación católica. La interpretación católica de la vida es, en primer lugar, la verdadera, pero es además, históricamente, la española. Por su sentido de catolicidad, de universalidad, ganó España al mar y a la barbarie continentes desconocidos. Los ganó para incorporar a quienes los habitaban a una empresa universal de salvación.
Al Frente de Juventudes le pareció urgente reelaborar una historia de España en la que se destacase la contribución de los españoles a la humanidad. Según la visión falangista, la historia de España era sagrada e intocable. Ésta estaba marcada por grandes hitos y por grandes prohombres como Viriato, el Cid Campeador, Pelayo, Hernán Cortés, y cómo no, José Antonio Primo de Rivera y Francisco Franco. Por ejemplo, en 1966, Manuel Medina Barea, director de las Escuelas del Ave María, proponía para los cursos de 3º y 4º una unidad titulada España en la que se debía tratar lo siguiente:
"Observación del mapa de España e interpretación de señalizaciones. Ídem de los símbolos y fotografía del Jefe del estado. Audición del Himno Nacional e himnos del Movimiento. Investigación de datos en el libro de consulta del alumno. Conversación y discusión sobre las observaciones realizadas y datos obtenidos".
No menos claro, se mostraba el jesuita Gabino Márquez, en su libro Deberes Patrióticos (Madrid, 1940) para alumnos de 1ª y 2ª Enseñanza, que sintetizaba toda la historia patria con las siguientes palabras:
"Es imposible leer la gloriosa historia de nuestra Patria y no sentirse conmovido y noblemente entusiasmado por España. No puede menos de encender nuestro espíritu patriótico el heroísmo sublime de Sagunto y Numancia, el entusiasmo bélico de Pelayo, la caballerosidad guerrera y el noble patriotismo del Cid, la valentía y el amor santo de San Fernando a la Religión y a la Patria, el valor guerrero de Carlos V, la prudencia de Felipe II, el heroísmo sublime de los conquistadores, Hernán Cortés, Pizarro, Vasco Núñez de Balboa, etc, etc, y en nuestros tiempos la Guerra de la Independencia y esta guerra contra el Marxismo salido del infierno… Por eso desea el gobierno de la nueva España que a los niños se les enseñe la Historia de nuestra patria, pues nuestra hermosísima historia, nuestra tradición excelsa, proyectadas en el futuro, han de formar el espíritu de los niños españoles".
Este mismo autor afirma más adelante que la patria española debe ser Una, Grande, Libre, Imperial y Cristiana. Una, porque no es racional que se divida en "una colección de repúblicas de Andorra y a merced de cualquier Estado ambicioso. Grande, trabajando pero sin dejar la religión para que Dios nos ayude desde lo alto. Libre, pero no liberal; eso de ningún modo, pues el liberalismo es un error condenado por la Iglesia que ha causado la ruina de la Patria. Imperial, porque España tiene derecho a la expansión colonial con tal de no faltar a la justicia. Y, finalmente, Cristiana o mejor dicho católica porque todos lo somos y en ello ciframos nuestra mayor gloria". Textos como éste y otros muchos son muy claros sobre la intención educativa del nuevo gobierno surgido tras la victoria de los golpistas en 1939.
La historia la manipulan en base a grandes mitos, el primero de ellos es el casi legendario Viriato, al que se considera esencia de lo más profundo de los valores ibéricos. Le sigue Recadero de quien se decía lo siguiente:
"Recadero es el gran monarca unificador de nuestra Historia: consiguió la unidad de las tierras y de los hombres bajo el signo de la cruz; consiguió la unidad espiritual de vencedores y vencidos, aproximando a las dos razas –dominante y dominada-, a la nobleza y al pueblo" (Mendoza Guinea, 1957: I, 15).
El siguiente héroe de la patria no podía ser otro que el casi legendario Pelayo y la gloriosa batalla de Covadonga (718), allí en los desfiladeros del monte Auseva, protegidos por la Virgen María, que se les había aparecido en la gruta de Covadonga. Allí dio comienzo la gloriosa Reconquista y la búsqueda de España de su unidad de destino en lo Universal (Ibídem: 16). También, de este período se cita la reconquista de Toledo por Alfonso VI, que tuvo una gran importancia no solo militar sino también cultural por la fundación en ella de la Escuela de Traductores, que puso en contacto las culturas cristiana y árabe. La Batalla de las Navas de Tolosa (1212) donde Alfonso VIII derrotó a los almohades abriendo el camino para la reconquista de Andalucía. Y finalmente, la capitulación de Granada en 1492, porque puso fin a varios siglos de dominación mahometana de la Península y sentó las bases de la posterior expansión ultramarina.
Como no podía ser de otra forma, dentro de esa Historia Sagrada ocupó un puesto de honor la Conquista de América. Durante el franquismo se interpretó como una etapa sagrada e intocable, uno de los signos de identidad de la patria hispana. Y por sorprendente que parezca, esta leyenda apologética y legitimadora ha prevalecido prácticamente hasta el siglo XXI. Ésta entendía la conquista como una gesta de guerreros, héroes y santos que ensancharon los dominios de la civilización y de la cristiandad. En 1944, Antonio Floriano destacaba la importancia de una ley que protegía a los indígenas y que recaía con toda su fuerza sobre aquellos que les daban malos tratos:
"España siempre trató al indio como a un hijo menor; que ya la Reina Católica se negó a que fueran reducidos a la esclavitud; que cuando se conocían malos tratos, crueldades o rapacidades, estos se castigaban con rigor" (1944: 145)
Nada más falso, pues ni se trató al indio como a un hijo menor ni por supuesto fueron condenados los españoles por sus actos de crueldad, por sus robos, por las matanzas de indios y por las violaciones de indias. En 1947 en un libro sobre Hernán Cortés, Manuel Trillo escribía, emulando a López de Gómara, destacando la Conquista como la mayor obra realizada en el mundo, después de la venida de Jesús al mundo:
"Conviene recordar la calumniosa exageración en que, sobre todo a propósito de nuestra Obra en América, se ha incurrido por extranjeros malignos y hasta por españoles ofuscados, pintando a España como opresora madrastra de aquellos países… Precisamente nuestra Obra allá, nuestro divino obrón de redenciones, nuestro desdoblamiento abnegado y hasta la locura, es la página mayor, ¿qué digo de los anales de España?, de los anales del mundo, después del advenimiento del Redentor" (Trillo, 1947: 2).
A mediados de, siglo XX se expresaba Rufino Blanco-Fombona elogiaba hasta extremos insospechados a los conquistadores y descubridores españoles:
"Los descubridores y conquistadores españoles de América –hoy podemos juzgarlos sin prevenciones y con exacta noción de su obra- fueron hombres maravillosos, muy de España y muy del siglo XVI" (1956: 175).
Lo cierto es que durante el franquismo se sostuvo que la conquista de América fue muy beneficiosa tanto para los europeos como para los indios. Para muchos la América Precolombina era un mundo "salvaje, subdesarrollado y desaprovechado".
A la Conquista de América, le seguía la gloriosa batalla de Lepanto, librada en el golfo de Corinto, en 1571, por una alianza comandada por don Juan de Austria. El Papa San Pío V, en reconocimiento por sus méritos, le aplicó las palabras del Evangelio:
"Hubo un hombre enviado por Dios, cuyo nombre era Juan, ordenando que en la letanía del Santo Rosario se rezara, de entones en adelante, el Auxilium Christianorum"(Ibídem: 18).
La paz de Westfalia (1648) y de los Pirineos (1659) se destaca tristemente porque supuso la derrota de los ideales que España había defendido en Europa (Mendoza Guinea, 1957: V, 5). Este acontecimiento histórico fue el inicio de una época oscura de la historia de España, en la que solo sobresalieron los carlistas en su intento por reconducir a España por la senda de su destino en lo universal. Todos los manuales de historia franquistas ensalzan a los carlistas por sus "hermosas virtudes de fidelidad a la tradición" y porque decidieron plantar cara a unas ideas liberales que traicionaban "la mejor Historia de España" (Ibídem: 7). El tradicionalismo es una doctrina política o, mejor aún, una posición cultural caracterizada por "la fidelidad a la tradición cultural y política de España". Los requetés carlistas y los falangistas fueron las principales fuerzas que se sumaron a la Guerra Civil heroicamente.
El alzamiento del 2 de mayo de 1808 contra las tropas invasoras de Napoleón, se considera el siguiente hito en la historia de España. Combatieron en Madrid y en el parque de Monteleón, dirigidos por Daoíz y Velarde. La gloriosa batalla de Bailén (1808), ganada por las tropas del general Castaño, fue la primera derrota en campo de batalla del ejército francés. Una resistencia heroica que finalizó con la expulsión de los franceses tras las contiendas de Vitoria y San Marcial, logradas los años de 1812 y 1813. Todo ello es adobado por palabras grandilocuentes sobre el valor y el casticismo hispano, pues, como escribió Mendoza Guinea, "el pueblo español había sabido sufrir, luchar y vencer" (1957: V, 19).
De la Guerra de la Independencia se salta directamente, a la última gran hazaña del pueblo español, es decir, al golpe militar de 1936. Nada de lo sucedido entre 1814 y 1935 tiene interés para el ideario falangista, porque España estuvo contaminada por el "perjudicial y depravador liberalismo".
Uno de los temas que con más reincidencia se tratan en los manuales de la F.E.N. es el del Alzamiento de 1936 y la subsiguiente Guerra Civil. Al nuevo régimen le pareció imprescindible explicar a las nuevas generaciones lo que a todas luces parecía inexplicable. Por ello, convirtieron un burdo golpe de Estado en un Glorioso Alzamiento popular y la sangrienta y fratricida Guerra Civil en una sagrada cruzada en la que se devolvieron a la Iglesia sus legítimos derechos, siguiendo el deseo –decían- de la inmensa mayoría de los ciudadanos. El golpe de Estado del general Franco se alaba como una de las grandes hazañas de la Historia de España. Gabino Márquez señaló concretamente seis hitos, a saber: la defensa de Covadonga en los orígenes de la Reconquista, la reconquista de Granada, el descubrimiento de América, la conquista de los imperios azteca e inca, la Guerra de la Independencia y, cómo no, "la guerra de independencia contra los rojos" (1940: 27). De esos seis hitos, obviamente, el último se destacaba por los escritores de la F.E.N., como el más decisivo, heroico y glorioso. Una ruptura con el mal, protagonizada por el ejército, la falange, la Comunión Tradicionalista y el pueblo, bajo el mando del Generalísimo Francisco Franco Bahamonde. La citada cruzada comenzó el 18 de julio de 1936 y se prolongó hasta el 1 de abril de 1939. Lo que no dicen es que tanto la derecha republicana como los falangistas y algunos monárquicos habían incitado al alzamiento al menos desde 1934. El propio José Antonio, consiguió enviar desde la Cárcel Modelo una carta clandestina, fechada el 4 de mayo de 1936 en la que incitaba a sus compañeros de partido y al ejército a levantarse contra el orden establecido:
"Si permanecéis pasivos puede ser que cuando os deis cuenta España haya desaparecido" (II, 989).
Sea como fuere, lo cierto es que los escritores de la F.E.N. se esforzaron en presentar el Alzamiento como un acontecimiento gozoso, clave para la recuperación de España para su destino universal. Mendoza Guinea escribió en este sentido que desde el "glorioso Alzamiento, la Historia de España vuelve a transcurrir por cauces que nos han de llevar hacia el cumplimiento del destino histórico nacional" (1957: I, 20). Todos los libros de la F.E.N. insisten una y otra vez que el Alzamiento "fue necesario para salvar a España de la destrucción a que la llevaba el gobierno del Frente Popular":
"Con su triunfo España consiguió la Unidad de sus tierras y sus hombres, al desaparecer los separatismos y la lucha de clases, y la Religión Católica amparada y protegida por el Estado; ha vuelto el Crucifijo a las Escuelas; se permite el culto externo, y es obligatoria la enseñanza religiosa en todos los centros docentes" (Ibídem: I, 110).
Ni que decir tiene que esa escalada revolucionaria que se le atribuye al Frente Popular no fue más que otra leyenda creada a posteriori por el régimen de Franco. En realidad, lo que hubo fue un intentó del nuevo gobierno de coalición de izquierda proseguir con la reforma agraria, trayendo la esperanza a decenas de miles de braceros desheredados. Unas esperanzas que el golpe militar y la subsiguiente represión se encargaron de apagar. Las depuraciones de republicanos, izquierdistas y campesinos tuvieron un carácter masivo.
Pero Mendoza Guinea, en el manual de 5º de Bachillerato volvía al tema del Alzamiento. Curiosamente, sostenía que no fue un golpe de Estado, ni un pronunciamiento militar sino "una sublevación del pueblo en armas contra un gobierno que traicionaba el ser de España y hacía imposible la convivencia entre los españoles…" (V, 20). En esta misma línea, Antonio Castro Villacañas afirmaba que el golpe de estado del 36 no lo protagonizó el ejército sino que fue "la reacción del pueblo español en un esfuerzo sobrehumano por acabar con una República que lejos de solucionar los problemas los creaba" (1955: 102). Más sorprendente es que otros prestigiosos historiadores, como Antonio Rumeu de Armas, presentasen también el Alzamiento como fruto de un clamor popular "para atajar el deslizamiento de la nación hacia el comunismo" (1969: II, 221).
Por tanto, la versión de los historiadores franquistas era que el Alzamiento no fue otra cosa que un glorioso movimiento de liberación llevado a cabo por la población civil para salvarnos del comunismo y del separatismo. Algunos autores de la F.E.N., como Castro Villacañas, sospechando que su argumentación del levantamiento popular podía no ser demasiado convincente, le pareció oportuno reforzar su argumento con una serie de horrores de lo que él denominaba la "República roja":
-Las Checas mataron sólo en Madrid a más de 250.000 personas
-Entregaron el oro del Banco de España a Rusia.
-Y permitieron la fragmentación de España.
Manuel Fraga Iribarne, en los años 60, elogiaba la figura del general Franco, quien había dado una estabilidad a España, "cuyos precedentes sólo se encuentran en la Historia Moderna" (1969: 52). Según este político gallego, con Franco y su "Glorioso Alzamiento" confluyó el ideario tradicionalista, tan arraigado en España, con el programa falangista que impulsaba la ansiada justicia social. En este mismo sentido, Marino Díaz Guerra, colaborador del Frente de Juventudes, escribió ¡en 1971! que el Alzamiento supuso el fin de un largo período de inestabilidad en la Historia de España, iniciado en las Cortes de Cádiz. Por ello, desde el triunfo de lo que él llama "Revolución" se inició "la etapa más seria de su historia contemporánea para resolver el llamado problema de España" (Díaz Guerra, 1971: 28-29).
Queda claro que durante varias décadas, uno de los grandes objetivos de la F.E.N. fue reinterpretar el golpe de Estado de 1936. Lo intentó presentar como un fenómeno inevitable que no partió de una cúpula militar golpista sino de una revolución popular. De esta forma, intencionadamente establecían grandes paralelismos entre la insurrección de mayo de 1808 y la protagonizada con Franco en 1936. ¡Increíble!, ¿ha habido en la Historia algún alzamiento militar protagonizado por el pueblo? Obviamente no. Pero, ¿alguien se creería esa patraña del alzamiento popular?, Por sorprendente que parezca, creo que sí; 36 años machacando lo mismo a los niños desde su más corta infancia pueden hacer creíble lo más increíble. Y es que como dijo aquel, una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad.
ESTEBAN MIRA CABALLOS
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