SOBRE CATALINA SUÁREZ, PRIMERA ESPOSA DE HERNÁN CORTÉS
Pese a la extensa bibliografía que existe sobre la vida y la obra de este conquistador universal lo cierto es que, por difícil que esto pueda parecer, aún quedan múltiples interrogantes sobre su vida. No debemos olvidar en este sentido, y por citar un ejemplo representativo, que aún no han sido estudiadas en profundidad las miles de páginas que se conservan del que fue su juicio de residencia.
En estas líneas queremos contribuir a la biografía del conquistador de Medellín, aclarando ciertos aspectos desconocidos relacionados con su primera esposa, Catalina Suárez Marcayda. No debemos olvidar que hasta la fecha ni tan siquiera existía acuerdo en algo tan básico como su propio nombre, pues mientras unos biógrafos la denominaban Catalina Marcayda para otros era Catalina Xuárez Marcayda, o incluso, Catalina Juárez. El prestigioso historiador Salvador de Madariaga ha afirmado que está cuestión de su primer matrimonio y su enfrentamiento con Diego Velázquez "es algo intrincada y oscura, pues los cronistas no están de acuerdo sobre motivos y hechos, no sólo de unos a otros sino a veces cada uno de ellos consigo mismo".
Este desconocimiento se debía básicamente a la falta hasta la fecha de referencias documentales al respecto. No en vano, casi todos los aspectos que conocíamos relacionados con este asunto se basaban exclusivamente en las escuetas referencias que ofrecieron los cronistas Bernal Díaz del Castillo, Juan Suárez de Peralta -sobrino de Catalina- y el propio Hernán Cortés en sus conocidas "Cartas de Relación".
En este presente estudio vamos a dar a conocer algunos aspectos biográficos inéditos referidos a la primera esposa de Hernán Cortés, Catalina Suárez, y a su ascendencia familiar. Para ello nos basaremos en dos documentos inéditos localizados en el Archivo General de Indias, a saber: uno, la probanza de méritos que presentó su sobrino, Luis Suárez de Peralta, con la intención de conseguir una regiduría en la ciudad de México, y dos, el expediente e información para pasar a las Indias de Lorenzo Suárez de Peralta, también descendiente de la esposa del conquistador de Medellín.
EL ORIGEN DE LA FAMILIA
Como ya hemos afirmado, los orígenes familiares de la esposa de Hernán Cortés eran hasta hace poco tiempo muy controvertidos, pues, apenas si disponíamos de referencias documentales fiables. Francisco López de Gómara afirmó que Juan Suárez de Peralta -al igual que su hermana Catalina-, era natural de la ciudad de Granada. Sin embargo, esta afirmación del cronista de Carlos V hemos de ponerla en duda. Ya Justo Zaragoza en el tercer tercio del siglo XIX dejó bien claro que Juan Suárez de Peralta y sus hermanas habían nacido en Ávila. Esta es la tesis que ha prevalecido desde entonces dada su solidez documental, pues, no debemos olvidar que fue el propio sobrino de Catalina, Juan Suárez de Peralta, quien hizo tales afirmaciones en su "Historia del Descubrimiento y Conquista de México". Por otro lado, gracias a una referencia documental, sabemos que los padres de Catalina Suárez se llamaban Gonzalo Suárez y María de Marcayda.
El problema real comienza a la hora de intentar establecer el momento en el que Catalina Suárez arribó al Nuevo Mundo. Según Perissinotto, Catalina Suárez arribó a la Española, junto a su familia, el 9 de julio de 1509, en el séquito que acompañaba a doña María de Toledo. Sin embargo, hemos de poner en duda esta afirmación a la luz de los nuevos documentos que presentamos.
En la información se afirma con cierta rotundidad que Juan Suárez de Peralta -hermano de Catalina- llegó a la Española en la flota de frey Nicolás de Ovando. En el encabezamiento de la probanza lo primero que dice Luis Suárez de Peralta es que su padre -hermano de Catalina- "fue uno de los primeros descubridores, conquistadores y pobladores de la ciudad e isla de Santo Domingo, en la cual le fue(ron) dados muchos indios de repartimiento en gratificación de los mucho ssque trabajó y gastó en el dicho descubrimiento y conquista". Además, la pregunta cuarta de la probanza deja pocas dudas al respecto al decir lo siguiente:
"Si saben que puede haber cincuenta años poco más o menos que el dicho Juan Suárez vino de España con el Comendador Mayor don frey Nicolás de Ovando y llegados que fueron a la isla Española que ahora llaman de Santo Domingo el dicho Juan Suárez se halló en todas las conquistas y pacificaciones que se hicieron y fueron necesarias así en las conquistas a donde fue personalmente el dicho Comendador Mayor como en otras..."
Todos los testigos respondieron afirmativamente a esta consulta aunque sin aportar datos más concretos ya que todos ellos reconocieron que no se encontraban en América cuando ocurrieron aquellos hechos. Incluso, se puede apreciar una gran imprecisión en cuanto a las fechas, pues, ninguna coincide con el año de 1502. Así, pese a que la probanza se realizó en 1560, los testigos respondieron de forma unánime que Juan Suárez llegó en la flota del Comendador Mayor a la Española "hacía 50 años poco más o menos", retrasando el arribo de Ovando a la Española hasta 1510. Igualmente Alonso de Herrera, representante de Luis Suárez de Peralta, declaró en 1567 que el padre de su representado fue a las Indias con frey Nicolás de Ovando hacía unos 55 años poco más o menos de forma que, si tomáramos en cuenta este dato, debió llegar en 1512.
No obstante, la total coincidencia de todos los testigos y del propio Luis Suárez de Peralta, al afirmar que su padre llegó en la flota de frey Nicolás de Ovando creemos que tiene suficiente credibilidad como para darla por cierta. Las imprecisiones cronológicas se deben, sin duda, a dos circunstancias, a saber: primera, a la lejanía en el tiempo de dichos acontecimientos, y, segunda, a que ninguno de los declarantes estuvo en la Española por esos años.
Así, pues, podemos decir que Juan Suárez de Peralta llegó a la Española en 1502, participando en la conquista de la isla y recibiendo, en compensación por los servicios prestados, una encomienda de indios. Una vez que Juan Suárez de Peralta se asentó en la isla, tras la finalización de su conquista y pacificación, envió a buscar a España al resto de su familia, entre ella a su hermana Catalina que no debió arribar a la Española antes de 1505.
No obstante, los conquistadores eran muchos y el botín para repartir poco por lo que la familia Suárez de Peralta decidió marcharse a la vecina isla de Cuba, en la flota del adelantado Diego Velázquez. Este período comprendido entre 1512, fecha en la que llega a la isla, y 1520, momento en el que Juan Suárez de Peralta partió para México es de suma importancia en la vida de la familia. Nuevamente el hermano de Catalina, participó activamente en la conquista y pacificación de un nuevo territorio, la isla de Cuba.
Una vez pacificada ésta, los Suárez de Peralta se avecindaron en la ciudad de Santiago, recibiendo Juan Suárez una buena encomienda de indios en remuneración por sus servicios. Así, por ejemplo, el testigo Antón de Rojas declaró a la pregunta sexta del interrogatorio lo siguiente:
"Que este testigo vio al dicho Juan Suárez que por sus servicios el dicho adelantado don Diego Velázquez le dio indios de repartimiento los cuales vio este testigo que le servían en la dicha ciudad de Santiago de Cuba y que era persona tenida y habida por tal conquistador de la dicha isla..."
Pasado algún tiempo y una vez lograda una cierta estabilidad económica -gracias a una buena encomienda de indios-, comenzó la ascensión social de la estirpe. Y el hecho más trascendental en este proceso fue sin duda el matrimonio de Catalina Suárez Marcayda con el futuro conquistador de México, Hernán Cortés.
SU MATRIMONIO CON HERNÁN CORTÉS
Nuevamente queremos insistir en lo controvertida que es la cuestión, pues, no en vano, hay historiadores que dudan incluso que el enlace se llegase a celebrar. Por lo demás, existía cierto escepticismo a la hora de establecer el parentesco exacto entre la primera mujer del conquistador de México y la familia Suárez de Peralta. Y finalmente, y como es bien sabido, se acusa al mismo Hernán Cortés de causar la muerte de su esposa.
En relación, pues, a este matrimonio entre el conquistador de México y Catalina Suárez se ha escrito mucho, apareciendo tres posiciones opuestas: la primera, que el compromiso de matrimonio se rompió antes de realizarse. La segunda, que fue un matrimonio sin amor, consumado por las presiones que ejerció el teniente de gobernador Diego Velázquez sobre un jovial Hernán Cortés. Y la tercera, que realmente fue un casamiento en toda regla donde dos enamorados optaron por unir sus vidas.
Por supuesto, en esta probanza queda bien claro que efectivamente el matrimonio de Catalina Suárez y Hernán Cortés se llegó a oficiar en la isla de Cuba. Así, por citar un ejemplo concreto, Antón de Rojas declaró a la tercera pregunta que "en esta ciudad (se refiere a México) se dijo y publicó que la mujer primera del dicho Marqués del Valle era tía del dicho Luis Suárez y Juan Suárez y que era hermana de su padre del dicho Juan Suárez..."
Por lo demás, las relaciones entre la familia Suárez y el conquistador de Medellín fueron muy fluidas tanto antes como después de la Conquista de México. Concretamente, en esta probanza se pone de manifiesto que, a la partida de Hernán Cortés rumbo a su gesta conquistadora en el continente, éste dejó a Juan Suárez de Peralta encargado de la administración de sus haciendas, pidiéndole asimismo que abonase las deudas que había dejado para armar la flota. Concretamente el testigo Andrés de Tapia declaro sobre este particular lo siguiente:
"Que se había quedado a ruego del dicho Hernando Cortés su cuñado, en la administración de su casa, minas, pueblos y haciendas y que oyó decir al dicho Altamirano, que de ordinario residía en las casas del dicho Cortés y que el dicho Juan Suárez tenía ciertas partes de haciendas entre las que administraba y que asimismo sabe este testigo y oyó decir... que el dicho marqués había quedado a deber muchas sumas de pesos de oro para hacer la jornada que hizo para esta Nueva España..."
Obviamente, esta cordialidad entre Cortés y su cuñado muestra una magnífica relación entre el conquistador de Medellín y su familia política. Nada hace sospechar la posibilidad de agravios del conquistador de México hacia su primera esposa.
LA MARCHA DE CORTÉS
También se ha afirmado que Cortés abandonó a su esposa cuando fue a la Conquista del Imperio Azteca, afirmación con la que, a la luz de los nuevos documentos investigados, no estamos totalmente de acuerdo. Evidentemente Cortés marchó con sus hombres para enfrentarse a un mundo desconocido y no había lugar en esa expedición para las familias. Pero, como ya mencionado en líneas precedentes, a su marcha, las relaciones con su cuñado, Juan Suárez de Peralta, eran tan buenas que Cortés lo dejó encargado de sus bienes en Cuba.
Por la probanza sabemos que Juan Suárez de Peralta permaneció en Cuba, tras la marcha de Cortés, el poco más de un año comprendido entre el 18 de febrero de 1519 -fecha en que partió el conquistador del Imperio Azteca- y el 6 de julio de 1521 en que el hermano de Catalina arribó por fin a México. Efectivamente el testigo Andrés de Tapia manifestó que Juan Suárez se quedó en Cuba "a ruego del Marqués" para que administrase sus haciendas y satisficiese todas las deudas que había dejado en el apresto de su armada. En esos 16 meses Juan Suárez vendió tanto las propiedades de su cuñado como las suyas propias, pagando las deudas pendientes y consiguiendo algunos fondos para el apresto de una carabela portuguesa que compró a "un fulano de Nájera". La pregunta sexta de la probanza iba al fondo de esta cuestión al decir lo siguiente:
"Si saben que la dicha carabela fue el primer navío que vino a esta Nueva España en busca del dicho Marqués después que él partió de la dicha isla de Cuba y si saben que vino con licencia y despachado por mandado del licenciado Zuazo, teniente de gobernador que a la sazón tomaba y estaba tomando residencia al dicho adelantado Diego Velázquez, el cual dicho Diego Velázquez entretuvo al dicho Juan Suárez muchos días que no les dejaba partir embargándole por muchas vías porque el dicho Marqués no tuviese socorro..."
La llegada de Juan Suárez se produjo concretamente en el intervalo comprendido entre la derrota de los españoles en la Noche Triste, ocurrida como es de sobra conocido el 30 de junio de 1521, y unos días antes de la victoria definitiva sobre los aztecas en la Batalla de Otumba, contienda librada el 7 de julio del mismo año. Pero, a diferencia de lo que se había pensado en torno a que Juan Suárez marchó a México en compañía de su madre y de sus hermanas -entre ellas la esposa de Cortés-, lo cierto es que en esta probanza queda bien claro que viajó sólo. Posteriormente, una vez conquistada la capital del Imperio Azteca, volvió al menos a por su hermana Catalina. Y fue concretamente Juan Suárez quien acudió, en el mismo año de 1521, a por su hermana, con dos navíos bien pertrechados y, según parece, a ruego del propio Cortés. Es más, según se afirma en la probanza, a su llegada a Nueva España fue "el Marqués a recibirla y que la trajo a Culuacán y que hizo vida maridable con ella hasta que falleció".
LA MUERTE DE CATALINA SUÁREZ
La tesis sostenida tradicionalmente es que Catalina murió en octubre de 1522, en condiciones extrañas, pocos minutos después de haber mantenido una fuerte discusión con su marido. Al parecer, la finada estuvo en una fiesta con Hernán Cortés hasta más allá de las diez de la noche. En ese momento, según numerosos testigos, los esposos tuvieron una pequeña disputa, ella se sintió ridiculizada en público y se marchó llorando a sus aposentos. Según su camarera personal, la cosa no fue a mayores, pues, verificó que la ayudo a cambiarse y la dejó acostada aparentemente sana y tranquila. Poco más de una hora después, antes de mediar la media noche, estaba muerta. En ese momento, Hernán Cortés avisó a cinco mujeres para que la amortajaran. Se trataba de la camarera personal de Catalina, Antonia Hernández, las tres doncellas de la casa, Juana López, esposa de de Alonso Dávila, Ana Rodríguez, esposa de Juan Rodríguez, Violante Rodríguez, mujer de Diego de Soria, y al ama de llaves de Juan de Burgos, María de Vera. La más afectada fue sin duda su camarera personal, Antonia Hernández, que había vivido con Catalina desde 1514 y que quedó verdaderamente desolada. En cambio, Cortés se mostró extremadamente nervioso, dando puñetazos en las paredes, por lo que debieron llamar a fray Bartolomé de Olmedo para que lo calmara. Esos son a groso modo los hechos ocurridos.
Históricamente ha habido un ardoroso debate entre los que pensaban que la muerte fue natural y los que sostenían la tesis del asesinato. Yo debo reconocer que durante mucho tiempo pensé y hasta publiqué que la acusación debía ser una difamación más de los muchos enemigos del medellinense. Sin embargo, después de leer y releer los testimonios de los testigos presenciales, fundamentalmente de la camarera personal y de las otras mujeres que la amortajaron, debo reconocer que albergo bastantes dudas, por las circunstancias cuanto menos extrañas en las que perdió la vida.
La tesis hispanista fundamentaba la negación del homicidio en el carácter enfermizo de Catalina Suárez. Ellos sostenían que doña Catalina padecía gravemente del corazón y que con frecuencia quedaba gran rato amortecida y fuera de su sentido. En esta línea se mostraron historiadores tan solventes como Salvador de Madariaga:
"Su salud no era nada buena. Padecía de asma y es seguro que hallaría difícil aclimatarse a la altura deMéxico después de tantos años al nivel del mar en Santiago de Cuba"
En el interrogatorio sobre su muerte, realizado en 1529, varios testigos aludieron a este carácter enfermizo de doña Catalina. Así, por ejemplo, Antonio Velázquez declaró lo siguiente:
"Que muchas veces vio a la dicha Catalina enferma y así la tenían por mujer enferma y que era delicada y que algunas veces le tomaba un mal que estaba como muerta y que quedaba del dicho mal muy fatigada".
Al parecer, la hermana de Catalina también murió joven, de forma repentina y con los mismos síntomas. Esto, a juicio de los que niegan el homicidio, podría indicar alguna enfermedad congénita de las dos hermanas. Las acusaciones de homicidio, según Fernández del Castillo, fueron promovidas por la primera Audiencia de México con la intención de acabar con el abrumador dominio político del conquistador de México.
La segunda prueba que argumentan los detractores de la tesis del homicidio, insisten en el respeto que, tras su fallecimiento, mostró Hernán Cortés por su difunta esposa. Según Madariaga, llevó luto prácticamente hasta su boda con doña Juana de Arellano y Zúñiga en 1529. Además, dispuso una conmemoración anual que por su alma debía celebrase en la capilla del hospital de la Concepción. Asimismo, aunque no tuvo hijos con ella, sabemos que de los 11 vástagos que tuvo, entre legítimos y naturales, nada menos que a tres hijas le puso el nombre de Catalina.
Bueno, aun aceptando la idea de que mantuvo el luto hasta 1529, lo cierto es que la apariencia era algo importante en la sociedad de la época, y además parecía lo más conveniente para defender su inocencia. El hecho de que, posteriormente, pusiera el nombre de Catalina a tres de sus hijas implica posiblemente un acto de recuerdo o de arrepentimiento hacia su difunta esposa. Ahora bien, pese a los argumentos de los detractores de la tesis del homicidio, lo cierto es que la noche en que ocurrieron los hechos, Hernán Cortés mostró algunos comportamientos muy sospechosos, a saber:
Primero, la finada durante la fiesta no mostró el más mínimo síntoma de estar enferma. Más bien, al contrario, se mostró muy alegre y tranquila hasta la disputa con su marido.
Segundo, cuando Hernán Cortés dio la voz de alarma, ya estaba muerta su esposa. No dio ninguna señal de alerta durante el trance. Simplemente envió a su camarero Alonso de Villanueva para que buscase a las mujeres para que preparasen el cadáver.
Tercero, de las declaraciones de estos testigos presenciales se desprende que observaron en el cadáver algunas cosas que les parecieron raras y que levantaron sus sospechas, a saber: una, que tenía moratones en el cuello. Dos, que estaba toda descabellada como si hubiese opuesto resistencia a alguien. Tres, que se había orinado encima. Y cuatro, que había desparramadas en el suelo cuentas rotas de una gargantilla de color azabache. Por ello, en ese momento murmuraron entre ellas que la había matado Cortés, pero no se atrevieron a decir nada por miedo a sus represalias. Sólo una de ellas, la más atrevida, María de Vera, le preguntó por los cardenales del cuello, a lo que Cortés respondió que se los produjo él al tirarle del collar cuando la vio amortecida. Luego comentó a sus compañeras que Cortés la había ahogado igual que el Conde Alarcos hizo con su mujer. Todas ellas declararon esas circunstancias, menos la camarera personal de doña Catalina, Juana López, que negó haber visto moratones algunos, ni las cuentas rotas de la gargantilla. A las 8 de la mañana llegaron a ver el cadáver María Hernández y una tal Gallarda y le quitaron la toca que le cubría la cabeza, hallando síntomas de ahogamiento y de resistencia, por los ojos salidos y muy abiertos –dijeron-, así como una gota de sangre encima de la frente y un rasguño en la ceja.
Y cuarto, el de Medellín ordenó taparle bien el cuello, meterla en un ataúd y clavar la tapa. Cuando Bartolomé de Olmedo le pidió que mostrara el cuerpo al pueblo para contrarrestar las sospechas que había de asesinato él se negó rotundamente. Tan sólo vieron sus restos mortales, además de Cortés, algunos de sus hombres de confianza y un grupo de mujeres que estuvieron en el entorno de la finada.
Es cierto que, Juan Suárez de Peralta, hermano de Catalina, continuó, hasta 1529 manteniendo una buena amistad con Hernán Cortés. Incluso, participó activamente en la pacificación de las provincias de Michoacán, Jalisco, Pánuco y Oaxaca, recibiendo en compensación la encomienda de Tamazulapa que, como es bien sabido, heredaría a su muerte su hijo mayor Luis. Cortés y su cuñado participaron juntos en la conquista y pacificación del Pánuco, enviándolo luego por su teniente y capitán al descubrimiento de la costa del Mar del Sur hasta el Soconusco. Pero, es más, unas décadas después, los sobrinos de doña Catalina no le reprocharon nada al conquistador, sino más bien al contrario, mostraban una cierta admiración por su célebre tío político.
Pero, todo ello son pruebas circunstanciales. Hernán Cortés y sus herederos gozaron de una fortuna considerable y de una gran influencia política. Enfrentarse a ellos era algo que no estaba al alcance de todos. La madre de la finada, María Marcayda, siempre estuvo convencida de que su hija murió asesinada, pero todos le desaconsejaron emprender un juicio contra el hombre más poderoso de Nueva España. En 1529, las cosas habían cambiado considerablemente. El poderoso conquistador había sido desalojado del poder y ahora sí que parecía factible hacerle pagar viejas deudas. Por ello, animada por Juan Suárez de Peralta, hermano de Catalina, se decidió a plantarle cara en dos procesos paralelos, uno en el que lo acusó de homicidio y otro, reclamando para ella y sus herederos el dinero de gananciales que obtuvo mientras estuvo desposado con su difunta hija. Cuesta creer que una madre, emprendiera todas estas acciones legales sólo por capricho o por dinero.
Nunca se podrá demostrar fehacientemente si murió asesinada o no, entre otras cosas porque el propio Cortés borró todo tipo de pruebas lo más rápidamente que le fue posible. Pero nadie puede dudar que al metellinense no le faltaban razones para hacerlo: en primer lugar, de acuerdo con José Luis Martínez, por los justificados celos que mostraba Catalina. Ésta debió llevar muy mal la actitud de su marido que, en esos momentos, fue padre por primera vez con su concubina mayor, doña Marina. Por tanto, no es de extrañar que el de Medellín no pudiese soportar más las presiones de su legítima esposa. Y en segundo lugar, porque otra de las grandes obsesiones del metellinense, además de las mujeres, fue el ennoblecimiento de su linaje. Y para ello, Catalina era un estorbo insalvable. Si quería desposarse con una importante dama castellana y tener hijos de alta alcurnia con los que perpetuar su apellido, la desaparición de Catalina era necesaria. El testimonio de María Hernández, esposa de Francisco de Quevedo, que era amiga y confidente de Catalina desde sus años en Cuba, es absolutamente clarificador. Cuando supo la muerte de Catalina no se sorprendió porque la finada le había contado su temor de que su marido acabara con su vida:
"Catalina tenía mucha conversación y amistad con este testigo porque se conocían de Cuba, y contándole la dicha doña Catalina muchas veces a este testigo la mala vida que pasaba secretamente con el dicho don Fernando Cortés y como la echaba muchas veces de la cama debajo de noche y le hacía otras cosas de maltratamiento, le dijo a este testigo: ¡ay, señora la de Quevedo, algún día me habéis de hallar muerta a la mañana, según lo que paso con el dicho don Fernando!"
Pero mucho más elocuente era la causa por la que creía que asesinó a Catalina: lo hizo, según era opinión generalizada en Nueva España, porque pretendía casarse con otra mujer de más estado. Una pretensión que, al parecer, el mismo medellinense confesó a su capitán de la guardia, Cristóbal Corral, al día siguiente del fallecimiento de su infortunada esposa.
PARA SABER MÁS:
GÓMEZ-LUCENA, Eloísa: Españolas del Nuevo Mundo. Madrid, Cátedra, 2013.
MIRA CABALLOS, Esteban: “Aportes a la biografía de Hernán Cortés: su matrimonio con Catalina Suárez”, en Fray Bernardino de Sahagún y su tiempo. León, Universidad, 2000.
MIRA CABALLOS, Esteban: Hernán Cortés: el fin de una leyenda. Badajoz, Fundación Obra Pía de los Pizarro, 2010.
ESTEBAN MIRA CABALLOS
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