DISCURSO PRONUNCIADO POR JORGE BONSOR, CON MOTIVO DE SU NOMBRAMIENTO COMO HIJO PREDILECTO DE CARMONA
Nota del transcriptor: me ha parecido interesante incluir en mi blog una transcripción del discurso que pronunció el pionero arqueólogo Jorge Bonsor Saint Martin, con motivo de su nombramiento como hijo adoptivo de Carmona. El citado discurso fue publicado en el periódico La Voz de Carmona el viernes 16 de septiembre de 1927, aunque nosotros hemos optado por transcribirlo del original. Es un discurso emotivo y pasional en el que se aprecia su gran amor por Carmona y por los carmonenses, a quienes llama cariñosamente paisanos. No en vano, sus excavaciones en Carmona le inmortalizarían como uno de los primeros grandes arqueólogos de la Edad Contemporánea. Su lectura es deliciosa porque nos introduce en la Carmona de antaño, a medio camino entre el atraso y la modernidad. Aguadores, serenos, farolas verdes y jaramagos en los tejados se entrecruzan junto a la defensa del patrimonio y su importancia como elemento de atracción turística.
SEÑOR ALCALDE, SEÑORITA, SEÑORES DEL AYUNTAMIENTO:
No sé como expresaros mi gratitud por el honor que me dispensáis, nombrándome hijo adoptivo de esta hermosa ciudad y entregándome este pergamino artísticamente iluminado por mi excelente amigo, el laureado pintor don Juan Rodríguez Jaldón, honra de Carmona y de España. Llama también la atención el magnífico marco de estilo renacimiento, obra del hábil tallista carmonés Joaquín Daza.
Como supongo que mis paisanos, presentes, querrán saber cuándo y por qué vine yo a vivir a Carmona, contestaré dando primeramente la fecha para mi memorable de mi llegada que fue el jueves 24 de febrero de 1880, hace más de 46 años.
Vine, como muchos vienen y vendrán a Carmona; a ver, a gozar del clima, a pintar y a excavar, gastando mis rentas en excavaciones que, gracias a Dios, resultaron provechosísimas y del mayor interés para la ciencia. Tuve mucha suerte en toda una serie de exploraciones arqueológicas: en los alcores, entre los ríos Corbones y Guadaira, en el valle del Guadalquivir y, sobre todo, en la exploración metódica de la necrópolis romana de Carmona. Ésta se empezó a descubrir en 1881. Por un convenio con mi compañero don Juan Fernández López que en paz descanse se decidió que a mi fallecimiento esta necrópolis y su museo pasarían a ser propiedad del Estado.
Dediqué los primeros años de mi residencia en Carmona a la pintura. Pinté escenas populares por las calles y los patios; las casas blanqueadas, los viejos edificios bañados de sol, las torres y campanarios de las 14 iglesias de Carmona, constituían para mi la mayor atracción. Las calles todas empedradas, donde crecía la hierba, el jaramago floreciendo en los tejados, el típico aguador, los grandes faroles verdes del alumbrado público, el riego de la plaza con cubos por los municipales y serenos, el toro de cuerda, las candelas de San Juan, las tertulias familiares del verano en los patios... Siento recordar la descripción de todas estas costumbres que fueron el encanto de mis primeros años en Carmona.
Los adelantos modernos nos trajeron en cambio, el adoquinado, el agua por tubería, la luz eléctrica, el automóvil, y el aeroplano, el cinema y la radio, que constituían el sueño del pasado y son el encanto de la generación actual.
Carmona se ha modernizado y sigue, sin embargo de esto, muy pintoresca precisamente por su situación y la conservación de muchos de sus edificios antiguos.
Entre estos monumentos citaré, en primer lugar, la Prioral de Santa María que se construyó al mismo tiempo que la Catedral de Sevilla, del mismo estilo y por uno de sus arquitectos, el maestro Antón Gallego.
La existencia anterior en este sitio de un templo romano nos lo indica las grandes columnas de la lonja. De la mezquita árabe queda hoy el pintoresco patio de los naranjos, donde, sobre una columna que procedía de un primer templo cristiano, se ve grabado en el mármol la lista de los pocos santos de la época... Este es el calendario más antiguo de España. ¿Dónde, señores, se podrán ver reunidos en un mismo solar sagrado tantos recuerdos históricos?.
Pasamos a la Puerta de Sevilla, hoy declarada Monumento Nacional, lo que quiere decir que la Nación se encarga de asegurar su conservación para los tiempos venideros. Si hubiera necesidad de restaurar algunas de sus partes, el Estado lo haría siguiendo el parecer de las Academias de la Historia y la de Bellas Artes, representadas en Sevilla por la Comisión Provincial de Monumentos, que preside el Gobernador. Creo que más no se puede hacer.
En esta puerta, un importante lienzo de sillares almohadillados se remonta probablemente a la República Romana; los dos arcos interiores parecen del tiempo de Trajano. Por la fachada exterior ostenta esta puerta un valioso arco de herradura de los almohades que hizo la admiración de cierto embajador de Marruecos que iba a Madrid a reclamar del Rey la devolución de una biblioteca de la cual se habían apoderado unos corsarios españoles. Hombre de gran instrucción y fino observador, el moro se detuvo y mirando con el mayor interés este arco, declaró que no había visto otro igual en todos sus viajes por el Islam, en el Oriente y el norte de África. ¿Y quién no se detiene, señores, delante de este alarde arquitectónico? que trae a la memoria tantos recuerdos.
Allí mismo, como el embajador moro, se detuvo mi padre por 1845, de paso para Sevilla y a él debo haber venido yo a Carmona para admirar esta monumental entrada a una gran ciudad. En pocas palabras, señores, a esta Puerta de Sevilla debo mi presencia hoy aquí.
Conservad paisanos estos edificios antiguos, las mismas ruinas que quedan del recinto amurallado deben conservarse, también son el recuerdo de un pasado glorioso de prosperidad, poder y riqueza.
Por los pueblos que nada tienen que ofrecer a la curiosidad del forastero pasa hoy a toda velocidad el auto del turista... sin pararse... parece que huye mientras que en las guías publicadas en todas las lenguas leen la breve información que en estos pueblos no hay nada que ver.
Gracias a Dios que Carmona, debido al buen espíritu de conservación de sus autoridades y de los habitantes en general, no figura hoy en la lista de estos pueblos.
Los edificios modernos que tengan, con rara excepción, no constituyen un(a) atracción para el extranjero: a la vista de estos, contestará siempre lo del cuento del portugués, declarando que "los tienen mejores en su tierra".
Hay que convencerse, la cuestión del turismo es la que más debe interesarnos actualmente. Yo creo que toda persona que tiene la suerte de poseer notables obras de arte debe durante el año del gran Certamen abrir de par en par las puertas de su casa y satisfacer así la natural curiosidad del turista, quien para vernos y conocernos viene de muy lejos y merece, por esto solo, toda nuestra consideración.
Los Grandes de España no son los últimos en creer que debe enseñarse la riqueza artística particular. Sabemos que los lores de Inglaterra tienen por costumbre dedicar un día de la semana a la visita de sus castillo históricos por el público, cobrando una pequeña cuota que dedican luego a obras de caridad.
¡Con que satisfacción entra el distinguido extranjero en la casa particular de un grande o de una persona rica de gusto, averiguando así como se vive en estos hermosos patios de Sevilla o de sus grandes pueblos...
Mucho se ha hecho ya para esta ciudad. La excursión de Sevilla a Carmona por la carretera de los Alcores es la primera indicada en los itinerarios de las agencias internacionales a los turistas que vendrán a la gran Exposición Ibero-americana.
Concluiré, señores, recordando haber pasado en Carmona los años más felices de mi vida... pintando, estudiando la historia y las costumbres, revisando los archivos y, sobre todo, el trabajo que considero de más utilidad, el de seguir excavando en todas partes con el mayor interés y entusiasmo...
Pero no creo por eso haber merecido este homenaje que agradezco de todo corazón. Jorge Bonsor.
(Archivo de Andalucía, fondo Bonsor; publicado en La Voz de Carmona, el 16 de septiembre de 1927 y más recientemente en MAIER, Jorge: Jorge Bonsor (1855-1930). Madrid, Real Academia de la Historia, 1999, pp. 283-284).
Esteban Mira Caballos (Transcriptor)
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