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MULEY XEQUE: CONVERSIÓN, INTEGRACIÓN Y DECEPCIÓN DEL PRÍNCIPE DE LOS MORISCOS

MULEY XEQUE: CONVERSIÓN, INTEGRACIÓN Y  DECEPCIÓN DEL PRÍNCIPE DE LOS MORISCOS

        En esta ponencia vamos a analizar la figura de Muley Xeque (Marrakech, 1566-Vigevano, 1621), legítimo candidato al trono de Fez, convertido años después al cristianismo. Por tanto, desde su conversión se paseó por España como un miembro de la élite morisca, es más como el más linajudo de los moriscos españoles.

Su biografía ha sido objeto de una clásica biografía firmada por Jaime Oliver Asín, titulada Vida de don Felipe de África, príncipe de Fez y Marruecos (Madrid, C.S.I.C., 1955). Este autor describió la estancia de este príncipe y de su tío Muley Nazar en Portugal a través de su correspondencia con Felipe II. Sin embargo, para su estancia en Carmona apenas si dispuso de referencias y de su trascendental paso por Andújar se debió conformar con las referencias de la obra de Lope de Vega. La etapa final de su vida en Italia también es bastante desconocida, reconstruyéndose casi en exclusiva a través de la narración escrita por Matteo Gianolio di Cherasco. Y es que a Muley Xeque apenas se le conocen testimonios escritos, a diferencia de lo que ocurre con su tío Muley Nazar que redactó numerosas cartas, unas fechadas durante su estancia en Portugal y otras desde la localidad sevillana de Utrera.

En esta ponencia aportamos, por un lado, algunos datos inéditos sobre la vida de Felipe de África, especialmente de su estancia en Carmona, en cuyo archivo municipal se conservan algunos documentos de gran interés. Y por el otro, realizamos una interpretación de su figura.

La conquista del reino de Granada, convirtió al Mar de Alborán en la frontera entre cristianos y musulmanes. El Magreb, que abarcaba desde Trípoli a Agadir, y muy en particular el reino de Marruecos, constituía un territorio estratégico para los intereses del Imperio de los Habsburgo. Una frontera permeable, pues en el norte de África había moriscos renegados y viceversa, en España magrebíes que habían abjurado de sus creencias islámicas. La victoria de Lepanto, en 1571, con ser importante no garantizó la supremacía de los Habsburgo en el Mediterráneo. Es más, tras la caída en 1574 de Túnez y La Goleta en manos de los otomanos, la situación de los españoles en el Mediterráneo dejó de ser ofensiva para limitarse a su defensa. Nápoles y Sicilia sufrieron desde entonces una amenaza creíble de invasión. El equilibrio se mantenía a través de los enclaves de Orán y Mazalquivir y mediante la consolidación de las relaciones con los sultanes de Marruecos para garantizar que no caían bajo la influencia de la Puerta Sublime.

En el trasfondo de toda la política española en el reino de Fez desde el último cuarto del siglo XVI, estaba su interés por ocupar la plaza de Larache, como medio de evitar la expansión turca en el Magreb. Portugueses, españoles y turcos ambicionaban esta estratégica plaza desde principios del siglo XVI, a medio camino entre Tánger y Mazagán. Aunque pudiera parecer una política ofensiva en realidad era meramente defensiva, el objetivo último era proteger un paso estratégico para la defensa de las islas Canarias y de la ruta de las Indias, al tiempo que se mejoraba la protección de las costas del sur peninsular. La idea era proporcionar ayuda a alguno de estos príncipes exiliados en la Península a cambio de la entrega de dicha plaza.

En ese contexto de la política exterior hispánica y norteafricana hemos de entender el interés de la Corona por mantener bajo control a estos tránsfugas como Muley Xeque y su tío, aspirantes legítimos al trono de Fez y Marruecos.

 

 1.-DE ÁFRICA A EUROPA

        Nuestro protagonista, el príncipe Muley Xeque, posteriormente bautizado como don Felipe de África, nació en Marruecos en 1566. Era hijo de Muhammad, rey de Fez y Marruecos, destronado en 1576 por su tío Abd al-Malik con la ayuda otomana y los dos fallecidos, junto a don Sebastián de Portugal, en la célebre batalla de Alcazarquivir o de los Tres Reyes.

Con tan solo 12 años de edad, quedó sin más amparo que el de los portugueses, quienes decidieron ponerlo a salvo y enviarlo a Lisboa fuera del alcance del nuevo sultán. Nueve años permanecieron en Portugal el joven príncipe Saadí y su tío, exactamente desde el 27 de entre diciembre de 1578 hasta marzo de 1587. En Lisboa se le asignó una pensión de 2.000 maravedís diarios, y esporádicamente otras cantidades a Muley Nazar. Estuvieron sucesivamente en la capital lusa, en la pequeñísima villa de Alvalade, hoy perteneciente al concejo de Santiago do Cacém, y finalmente en la de Santarém, a donde fueron trasladados por el prior de Crato.

El 11 de septiembre de 1580 Felipe II incorporó el reino luso a sus dominios, disponiendo al año siguiente que se le continuase ofreciendo al príncipe Saadí el citado estipendio. Bien es cierto que hubo continuos retrasos en los pagos lo que provocaba los lamentos de los refugiados, al faltarles en ocasiones lo más básico.

        Muley Xeque todavía conservaba intactas sus aspiraciones de acceder al trono de Marruecos que legítimamente le correspondía. Por ello, solicitaba al monarca que le entregase algunos hombres y barcos para ir a su tierra, en donde presuponía –ingenuamente, por cierto- que la gente se levantaría en armas en su apoyo y recuperaría su trono. Sin embargo, el rey Prudente, que por algo recibía ese apelativo, decidió con mejor criterio trasladarlo a España con su corte de 57 personas. La orden se expidió el 21 de marzo de 1589, y el motivo era ajeno a los intereses de los dos príncipes saadíes, pues trataba de evitar que estos marchasen a Inglaterra, donde eran solicitados para usarlos en su propio beneficio. Su cumplimiento por el Duque de Medina-Sidonia no se hizo esperar, pues seis días después informaba que iba a proceder de inmediato a su traslado pero, a dos lugares diferentes, Utrera y Carmona, o en su defecto a El Coronil y Lebrija. Y ello por dos motivos: primero porque tío y sobrino no tenían buena relación, y segundo, para tratar de repartir los costes entre dos municipios.

 

2.-SU ESTANCIA EN CARMONA (1587-1591)

Como ya hemos dichos, la primera localidad española en la que residió fue en Carmona, una villa de la provincia de Sevilla. Al parecer, su elección se debió a que, además de disponer de un alcázar real en el que hospedarlo, poseía un cierto tamaño lo que permitía un mejor reparto de los costes entre su población. Aún así, el séquito era tan abultado que causó un notable quebranto económico a las arcas locales, así como un gran malestar entre la población. Y ello, porque los caudales prometidos para el sostenimiento del príncipe se demoraron hasta el punto que se abonaron después de su marcha. Ahora bien, Carmona no parecía el lugar más idóneo, primero, por la importante comunidad morisca que albergaba y segundo por su cercanía al puerto de Sevilla. De hecho, entre 1570 y febrero de 1571 habían llegado a una villa de tan solo 3.000 vecinos un total de 1.080 moriscos, procedentes del reino de Granada.

Traía consigo un séquito de 57 personas, incluyendo a seis mujeres, permaneciendo en la villa hasta febrero de 1591. Debió llamar la atención este joven príncipe de talle extremado, fornido y de perfectas proporciones, por su color de la piel moreno, lo suficiente como para que fuese conocido popularmente como el Príncipe Negro. No tardaron en aparecer los primeros problemas por el quebranto económico que suponía para una villa que todavía se recuperaba de la peste que la había asolado en 1583 y de las malas cosechas que padeció en 1587 y 1588.

Pocos días después de la llegada de la comitiva, exactamente el 28 de mayo de 1587, el corregidor de la villa, Esteban Núñez de Valdivia, anticipándose a los problemas, expidió un bando en el que exigía lo siguiente: a los cristianos viejos que los tratasen bien y que no les vendiesen más caro que a los vecinos de la villa, y a los moriscos que se abstuvieran de comunicarse con ellos, todo ello bajo pena de 10.000 maravedís al que lo incumpliera. Pese a tales prevenciones, los problemas no tardarían en llegar como luego veremos.

En cuanto al alojamiento, tradicionalmente se dudaba en cuál de los dos alcázares que seguían en pie en Carmona se hospedó. Pues bien, está claro que no fue ni en el alcázar de la Reina, demolido en 1478, ni en el de la Puerta de Sevilla, sino en el de Arriba o de Pedro I. De hecho, en varias ocasiones el corregidor envió comisiones al alcázar de Arriba a tratar diversos asuntos con el príncipe saadí. Según Manuel Fernández López este edificio fue en otros tiempos muy suntuoso y capaz y servía de alojamiento a los reyes cuando estos residían en Carmona. Una fortaleza inexpugnable construida en época almohade y, posteriormente, restaurada y engrandecida por el rey Pedro I, quien se construyó dentro un palacio que era réplica del que poseía en el alcázar Real de Sevilla. Sin embargo, tras el terremoto de 1504 quedó maltrecho y desde entonces solo se realizaron pequeños reparos, por lo que su habitabilidad era ya en el último cuarto del siglo XVI más que dudosa. Realmente no parece que el alcázar estuviese perfectamente acondicionado ni que dispusiese de los enseres más básicos para llevar una vida medianamente confortable. De hecho, en la tardía fecha del 2 de junio de 1589, el alguacil Francisco López entregó al alcaide Almançor un total de 13 colchones, 14 sábanas y 14 almohadas para las personas alojadas en el alcázar.

Y ¿a qué se dedicaron en esta villa sevillana? Tenemos algunas noticias al respecto. Hay que empezar diciendo que entre los alojados la mayoría más o menos entendían el castellano pero no lo escribían. Pero al menos uno de ellos no solo lo entendía sino que también lo escribía, pues de hecho, cuando en 1589 el alcaide Almançor tuvo que firmar el acuse de recibo de los colchones declaró que no sabía la lengua pero que a su ruego lo firmó en su lugar Mohamete Benganeme.

Al año siguiente de su llegada, exactamente en julio de 1588, el sultán saadí debió vivir las fiestas solemnes que se hicieron para rogar por la gran armada que se disponía a invadir Inglaterra. Para ello se celebraron varios actos: primero, el sábado cuatro de julio se hizo procesión de rogativa hasta el convento de Nuestra Señora de Gracia, regentado por frailes Jerónimos, donde se encontraba la patrona, entonces oficiosa, de la localidad. Se trajo a la iglesia mayor para celebrarle un novenario. Asimismo, el 10 de julio, toda la clerecía y las cofradías se dirigió en una procesión solemne desde la iglesia mayor a la de Santiago con misa cantada en ese último templo. Y finalmente, el miércoles 13 del mismo mes se realizó otro desfile en el que se devolvió a la venerada Virgen de Gracia a su templo conventual.

La oligarquía local, siguiendo las órdenes del Duque de Medina-Sidonia y del corregidor, trató de complacer en lo posible al príncipe y a su corte. En el acta capitular del 16 de noviembre de 1589 se dice que los proveyeron siempre de trigo, camas y ropa y que acudían al alcázar a entretenerlo, jugando con él. Asimismo lo llevaban de cacería y celebraban fiestas de toros y cañas en su honor. Concretamente, el 11 de agosto de 1589, el concejo comisionó al regidor Ángel Bravo de Lagunas y al alférez mayor Lázaro de Briones Quintanilla, para que proveyesen de varas y lo demás necesario para correr toros en la plaza y para los juegos de cañas. Y ¿con qué motivo? Pues por estar en esta villa el infante Muley Xeque, a quien su Majestad ha mandado lo festejen y regalen.

Pese a estos agasajos, hay razones para pensar que las relaciones entre estos musulmanes y los cristianos viejos de la localidad fueron malas o muy malas. Uno de los problemas era que el príncipe era muy joven y apenas era capaz de controlar a su propia gente. Aunque bien es cierto es que la dispersión de parte de su cortejo por distintas casas de la villa no favorecían precisamente ese control.

Dado que entre el grupo de marroquíes había tan solo seis mujeres, la mayoría llevaba meses o años sin mantener relaciones sexuales. Esto fue una fuente de graves conflictos pues, algunos de ellos, al caer la noche y vestidos como cristianos acudían a casas de mujeres para mantener sexo con ellas. No parece que forzaran a ninguna de ellas sino que acudían a casas donde éstas aceptaban su entrada, probablemente a cambio de alguna compensación económica. Enterado el corregidor, ordenó que cesasen dichas prácticas, poniendo vigilancia. Como resultado de ello, una noche se supo que un musulmán había entrado en una casa donde vivían Juana Gómez, viuda, y sus dos hijas solteras. El caso es que el mahometano pudo entrar pero el corregidor y los alguaciles no, quienes tras aporrear la puerta durante largo tiempo la desquiciaron y encontraron en el corral de la casa un moro en hábito de cristiano. Acto seguido, el corregidor acudió a ver al príncipe saadí para solicitarle encarecidamente que sus hombres aprovechasen la noche para salir a la calle y causar altercados.

Sin embargo, la situación no mejoró; el 14 de noviembre de 1589, tres criados del Xeque causaron ciertos altercados públicos por lo que se ordenó al alcaide Almançor que remitiese a los responsables a la cárcel pública, cosa que se negó a hacer. Cuando el alguacil mayor, Juan Tamariz de Góngora, los intentó apresar fue gravemente herido, provocando que los vecinos se situasen al borde de la rebelión. El corregidor tuvo que andar rápido y acudir a caballo con otros alguaciles para evitar males mayores, pacificando a los vecinos y encarcelando a los tres responsables de las heridas al alguacil, ante el enojo del príncipe saadí. Acto seguido, se envió una comisión al alcázar para informar de lo sucedido al Infante, pero se encontraron con una sorpresa: éste lo tenía todo preparado para abandonar la villa:

En el dicho día el concejo se dirigió al alcázar de arriba y hablaron al infante Muley Xeque al cual hallaron alborotado, vestido de camino y su caballo aderezado y muchas tiendas cargadas para irse fuera de esta villa y aunque le significaron la voluntad de la villa y del corregidor que no saliese del alcázar y porque lo que se había hecho había convenido respecto de sosegar los vecinos estaban escandalizados del alboroto y escándalo que los moros habían dado, que recogiese los moros y los quietase que el corregidor haría lo propio con los vecinos, el cual dicho infante dijo que él tenía cosas que tratar con su Majestad y le convenía partirse que él respondería a la villa lo cual respondió por la lengua que allí tenía.

Como puede observarse la situación que se vivió fue extremadamente delicada y a punto estuvieron, musulmanes y cristianos, de llegar al enfrentamiento directo. Pero, ¿a dónde pretendía marcharse? Según el Duque de Medina-Sidonia su intención era ir a otra localidad más cerca de Sevilla. Y ¿con qué objetivo? Pues no lo sabemos pero, obviamente, la capital Hispalense seguía siendo por aquel entonces la gran metrópolis del sur, el puerto desde el que se podía viajar lo mismo al norte de África que al continente americano. Es posible que desde ese puerto más de un morisco pasase a las colonias indianas, aunque en el caso de Muley Xeque, lo probable es que pensase en embarcarse con destino al Magreb. No olvidemos que su conversión y todo lo que eso suponía de renuncia a sus orígenes y a sus derechos dinásticos no cambiaron hasta después de su llegada a tierras jiennenses. Lo cierto es que el corregidor pudo convencerlo de que permaneciera en la villa hasta nueva orden del rey. Pero el ambiente estaba ya demasiado enrarecido; urgía su traslado a otra localidad.

También vieron con malos ojos la compra-venta de esclavos, pues Carmona poseía un notable mercado, satélite del sevillano, en el que se vendía tanto subsaharianos como berberiscos. El rey fue informado que los musulmanes se dedicaban a rescatar esclavos moriscos, aunque no se ha podido verificar dicha práctica, al menos de manera masiva. No hemos podido documentar la liberación en Carmona por parte de Muley Xeque de ningún morisco, aunque sí consta alguno liberado en Utrera por Muley Nazar y otro por su homónimo, unos años después. Como es bien sabido, dentro de la élite morisca hubo dos actitudes bien diferentes: unos, optaron por comprar la libertad de numerosos esclavos berberiscos, casos que están bien documentados en Granada. Y otros, hicieron justo lo contrario, emulando a los cristianos, pidieron licencia especial para poseer esclavos. Es factible pensar que Muley Xeque optó por la primera de las opciones.

Jaime Oliver, citando a Cabrera de Córdoba, y otros historiadores siguiendo a ambos, han sostenido que al alcázar acudían neófitos del entorno a rendirle pleitesía y ofrecerles su apoyo para una posible liberación. Sin embargo, a qué clase de liberación se referían, ¿era el alcázar de Carmona una especie de cárcel domiciliaria? Pues todo parece indicar que sí; el joven sultán vivía en una situación de semilibertad, siempre vigilado por las autoridades locales y supervisado por la atenta mirada del Duque de Medina-Sidonia. El joven saadí soñaba todavía con regresar a su tierra natal, aunque fuese sin apoyos hispanos, pensando que a su llegada miles de compatriotas les mostrarían su lealtad y derrocarían al usurpador. Pero Felipe II, haciendo de nuevo gala de su prudencia y a sabiendas de lo arriesgado de dicha operación, se negaba. Los moriscos carmonenses debían tener suficientes contactos como para facilitar su huida y embarque con destino a tierras magrebíes. Y tanto fue el riesgo que, según el biógrafo Felipe II, este último pensó en reenviarlo al reino luso aunque finalmente se decidiera por alojarlo en la ciudad jiennense de Andújar. El rey Prudente no se fiaba de él, pues mientras a su tío Abd al-Karin ibn Tuda le concedió permiso para moverse libremente por la Península, a Muley Xeque y a Muley Nazar se lo negó, estando en todo momento vigilados y controlados. Además, no solo había en Carmona moriscos sino incluso musulmanes, unos esclavos y otros posiblemente libertos que acentuaban el miedo de la población cristiana a una posible revuelta.

Por cierto, dicho sea de paso, como una mera anécdota, que estando en Carmona el Muley Xeque, en febrero de 1590, llegó un recaudador de impuestos para requisar cierto trigo y aceite que la Corona reclamaba, se trataba nada más y nada menos que de Miguel de Cervantes. Es casi seguro que en Carmona se produjo un encuentro entre ambos que le dejó la suficiente huella como para que luego aludiese a él en su obra.

No sabemos que a ciencia cierta lo que ocurría en aquella pequeña corte mora de Carmona y probablemente nunca lleguemos a saberlo. Tenía un traductor lo que le permitía comunicarse con los ediles y responder a las misivas del Duque de Medina-Sidonia. Sin embargo, está claro que el descontento de los carmonenses por los costes de la corte mora y el temor a las consecuencias de esos contactos entre los hombres de Muley Xeque y los moriscos, aconsejaron su salida de la villa.

El concejo de Carmona estaba deseando el traslado del príncipe y su corte a otro lugar, primero por los altercados que provocaban y segundo, por lo gravoso que resultaba su mantenimiento. A regañadientes seguía sufragando su mantenimiento, aunque solicitando encarecidamente tanto el abono de lo gastado como la pronta salida del príncipe.

La decisión de trasladar al príncipe y su corte a Andújar fue notificada por carta del Duque de Medina-Sidonia que trajo personalmente Pedro Altamirano, comisionado para gestionar su traslado y sugiriendo por cierto el desembargo de los 13.200 reales. El cabildo no pudo más que manifestar su alegría por la gran merced que se le concedía. En cambio, Muley Nazar permanecería en Utrera hasta que el monarca decidiese si lo dejaba volver a Magreb.

 

3.-SU CONVERSIÓN

Finalmente, fue encaminado a Andújar (Jaén), ciudad que tenía fama de albergar a poca población morisca y de profesar una gran devoción a Nuestra Señora de la Cabeza. Recién llegado a la ciudad jiennense volvió a escribir al rey insistiendo en su deseo de retornar a Berbería para recuperar su trono. Está claro que trece años después de su llegada a la Península Ibérica seguían intactas sus aspiraciones a la corona marroquí.

Sin embargo, las cosas iban a cambiar drásticamente en cuestión de meses, pues el saadí, decidió allí su conversión al cristianismo. Bien es cierto que la única referencia que tenemos sobre tal decisión procede de Lope de Vega quien introduce una narración clásica: la del típico pagano o infiel que acude a una romería a burlarse de la religión popular y descubre por obra divina la fe cristiana. Según el dramaturgo, quedó deslumbrado por la devoción y el recogimiento de la procesión de la Virgen de la Cabeza en el último domingo de abril de 1593. Lo que no consiguió la Virgen de Gracia de Carmona lo logró la de la Cabeza de Andújar. Bien es cierto que en aquella época era una de las imágenes que más culto mariano recibía de toda España, tras las de Guadalupe, Montserrat y el Pilar. Al contemplar el cortejo de romeros que se dirigían al santuario, seguidos de un sinnúmero de fieles que acudían de los alrededores y finalmente de la propia Virgen, se obró el milagro de la conversión. El príncipe siguió a la Virgen al santuario se arrodilló y juró ante ella perpetua servidumbre, renunciando al Islam.

Esta conversión espontánea y sincera obviamente hay que matizarla. Es posible que el joven se convenciese definitivamente de que su futuro como sultán de Marruecos era tan incierto como inseguro.. Aunque era el más legítimo de los aspirantes por ser hijo, nieto y biznieto de sultanes saadíes, sus posibilidades de recuperar el trono eran remotas, pues habían transcurrido ya casi tres lustros. No ignoraba que el sultán Ahmed al-Mansur, había dado una razonable estabilidad al reino, pues su mandato duraba ya quince años y se prolongaría hasta su muerte en 1603. Y prueba de que estaba en lo cierto fue el dramático fracaso poco después de su tío Muley Nazar que no solo no pudo recuperar el sultanato sino que perdió su vida de manera violenta. Muley Xeque debió sopesarlo todo, optando por la salida más viable. Si iba a permanecer por más tiempo en la Península debía jugar sus bazas y adoptar la religión mayoritaria, como habían hecho antes que él miles de musulmanes y moriscos. Siendo miembro de una casa real, la conversión le abría unas perspectivas nuevas e ilusionantes para él, entre otras la de ejercer como una de las cabezas visibles de la nación morisca. Él había podido comprobar durante su estancia en Carmona, el respeto con el que estos trababan a su élite nobiliaria y a él mismo.

Las autoridades españolas, decepcionadas ya de su utilidad estratégica, vieron esta conversión con buenos ojos, un claro símbolo del triunfo del Cristianismo sobre el Islam. Desde ese momento, Muley Xeque, dejaría de ser el príncipe de Fez y Marruecos para convertirse en el príncipe de los moriscos, un ejemplo a seguir por los demás en su conversión sincera y en su capacidad de integración.

Evidentemente, su decisión provocó un enorme alboroto entre los suyos que incluso trataron de envenenarlo. Su tío Abd al-Karin estuvo implicado en el suceso, al tiempo que la mayoría de los miembros de su séquito le afearon su deseo de abjurar del Islam. Bueno, todos menos su tío Muley Nazar que desde ese momento se consideró el legítimo heredero del trono marroquí, el único sucesor posible de Muhammad. Él siempre manifestó su deseo de ir a vivir o a morir entre los suyos, haciendo efectivo su derecho al trono. Felipe II se lo concedió, pensando en quitarse de encima a un musulmán incómodo e irreductible y a sabiendas de las pocas perspectivas de éxito que tenía. Efectivamente, el 8 de mayo de 1595 desembarcó en Melilla, aunque las cosas no le salieron como esperaba. Con muy pocos apoyos, a los pocos meses era derrotado por las tropas del sultán y, aunque en un primer momento consiguió huir, fue finalmente apresado y apuñalado hasta la muerte.

En cuanto a Muley Xeque, se dispuso que fuese catequizado por Francisco Sarmiento de Mendoza, obispo de Jaén, quien estuvo enseñándole el dogma durante dos meses aproximadamente. El 3 de noviembre de 1593 se produjo la solemne ceremonia, oficiada por García de Loaísa, Arzobispo de Toledo, actuando de padrino el mismísimo Felipe II y de madrina su hija Isabel Clara Eugenia, futura esposa del Archiduque Alberto de Austria. Su nombre cristiano sería el de Felipe, en honor a su padrino y protector, el rey Prudente. Desde entonces se le conoció como Felipe de África.

La conversión llevó aneja varias preeminencias sociales y económicas. En cuanto a las primeras, se le concedió el tratamiento de Grande de España y poco después un hábito de caballero de la orden de Santiago, tras hacer una información sobre su nobleza. No deja de ser curioso que los testigos alegaran que tenía sangre real y ninguna ascendencia judía, ambas cosas ciertas, pero eso sí, eludiendo hablar de sus honda raigambre musulmana. Se demuestra una vez más que el rechazo hacia todo lo judío era mucho mayor que a lo morisco, de ahí que encontremos estos casos de sultanes y moriscos de alto rango que pudieron profesar como caballeros en órdenes militares como la de Santiago, sí, la del santo matamoros. En relación a las prebendas económicas, se le otorgó la histórica encomienda de Bédmar y Albánchez, en la diócesis de Jaén. Ésta le fue concedida el 14 de febrero de 1596, al haber quedado vacante por la promoción de don Pedro López de Ayala, Conde de Fuensalida a la encomienda mayor de Castilla. Dicha encomienda había proporcionado importantes rentas a sus poseedores hasta que en 1556 su titular don Alonso de la Cueva vendió la villa de Bédmar a cambio de un juro sobre la renta de la seda de 99.128 maravedís. Al final, como de costumbre, la renta se fue devaluando de tal manera que en 1600, cuando su titular era don Felipe de África, apenas producía 12.000 reales, que además se invertían en reconstruir la iglesia del pueblo de Albánchez. No es de extrañar que el príncipe sufriese continuos problemas económicos y que en Vigevano muriese al borde de la pobreza extrema.

Tras la muerte de Felipe II, siguió contando con el apoyo del nuevo rey. Prueba de ello es que al año siguiente acudió a Valencia a los respectivos esponsales de Felipe III y de su hermana Isabel Clara Eugenia con el Archiduque Alberto de Austria.

El príncipe se comportaba como un morisco plenamente integrado en la sociedad y en las costumbres castellanas. Hay un dato muy significativo, le gustaba presenciar las fiestas taurinas de los pueblos, una costumbre tan típicamente hispánica, de la que presumían algunos moriscos de la élite.

 

4.-SU VIDA EN MADRID (1594-1609)

Entre 1594 y 1609 vivió habitualmente en la ya por entonces capital de España, concretamente en una amplia casa propiedad de Ruy López de Vega, ubicada en la confluencia de las calles de Huertas y del Príncipe, justo en el sitio donde años después se construiría el palacio de los Duques de Santoña. Allí disfrutó de un cuerpo de servicio, que incluía sirvientas, mayordomo y jardinero. Desde su casa acudía al corral de comedias, donde tenía arrendado un aposento, asistiendo a numerosas representaciones teatrales. Asimismo acudía periódicamente a escuchar misa a la iglesia de Nuestra Señora de Atocha, cercana a su morada.

Pero desde 1600 estaba intentando la concesión de un cargo militar en alguna plaza, probablemente para sentirse útil y de paso aliviar su delicada situación financiera. Durante varios años solicitó un puesto como capitán de caballería en la guerra de Flandes. El rey aceptó la propuesta, concediéndole incluso 6.000 ducados de ayuda de costa para el viaje. Sin embargo, parece ser que el Duque de Lerma y el secretario Andrés de Prada recomendaron impedir su marcha, por lo que nunca llegó a viajar a los Países Bajos.

 

5.-EXILIO Y MUERTE

Muchos neófitos de la élite se terminaron integrando sin problemas en la sociedad cristiana. Hay casos muy conocidos de la aristocracia nazarí, pero también escribanos, como el carmonense Gregorio Muñoz de Alanís, así como regidores y grandes propietarios de algunos municipios. Sin embargo, el príncipe Felipe de África, que hubiese conseguido sin problemas licencia para permanecer en España, optó por el exilio. En 1609, decidió marchar a Italia y evitarse el triste espectáculo de la extirpación quirúrgica del grupo converso al que pertenecía. No tenemos datos sobre las razones que lo movieron a abandonar España, pero no puede ser casualidad su marcha, cuando ya estaba decidida la expulsión de los neófitos. Se ha dicho que se debió simplemente a su deseo como cristiano de conocer el Vaticano y de saludar personalmente al Papa. Sin embargo, esto podía ser solo la excusa, pues la realidad era que su situación en España se había tornado muy delicada. No es difícil entender su desolación e incomprensión ante la noticia, pese a las excelentes relaciones que había mantenido con la realeza, lo mismo con Felipe II que con su hijo Felipe III.

La elección de Italia tampoco fue azarosa pues es bien sabido que allí, y particularmente en Sicilia, se refugiaron numerosos moriscos linajudos, ante la protección que les brindó el virrey, Duque de Osuna. Conocemos la existencia en este reino de otros príncipes conversos, como don Carlos de Austria, hijo del último soberano de Túnez, muerto en 1601 y enterrado en la iglesia de Santa María la Nueva de Nápoles, o don Gaspar Benimerín, inhumado en el templo de Santa María de la Concordia de la misma ciudad.

Es posible que el traslado a Italia lo hiciera desde el puerto de Sevilla o desde alguno de los puertos andaluces pues, en a mediados de 1610, está documentada su presencia en la península Itálica. Tras una fugaz visita al Vaticano, donde se entrevistó con el Papa Pío V, se dirigió a Milán. En la ciudad lombarda entabló una buena amistad con el gobernador Pedro Enríquez de Acevedo, Conde de Fuentes, a cuyas órdenes se puso como capitán de infantería. Prueba de esta magnífica relación es que en el testamento del anciano gobernador, fallecido el 22 de julio de 1610, lo designó como uno de sus albaceas. Su relación con el nuevo gobernador no fue tan buena por lo que, en 1612 se trasladó a Vigevano, un pueblo cercano donde viviría los últimos años de su vida. Allí mantuvo una gran amistad con el obispo Pietro Giorgio Odescalchi hasta el punto de trasladarse a vivir al palacio episcopal en 1620 por sus graves problemas financieros. En esta villa italiana disfrutó de paz y tranquilidad, aunque también de estrecheces económicas. Unos días antes de su óbito, dictó su testamento, reconociendo como heredera a su hija natural Josefa de África, monja profesa en el convento de San Pablo de Zamora. Una neófita de primera generación en una época muy incierta por lo que la solución monacal parecía la mejor opción para no ser importunada. La vida monacal era la mejor prueba de una integración total, por lo que quedaba fuera de toda sospecha inquisitorial. El resto de sus disposiciones testamentarias fueron modestas por su escasa capacidad económica: la mitad de su capital se invertiría en el mantenimiento de tres lámparas encendidas –en la catedral de Vigevano y en las madrileñas capillas de Atocha y de Nuestra Señora de los Remedios- y en dos capellanías, una en la catedral de Vigevano y otra en alguna iglesia de España. La otra mitad de sus rentas las disfrutaría su hija y, tras su óbito, engrosarían las rentas de las disposiciones citadas anteriormente. El 4 de noviembre de 1621 fallecía a los 55 años de edad el príncipe de los moriscos, siendo su cuerpo inhumado en la catedral de Vigevano.

 

6.-MULEY XEQUE, LOS MORISCOS Y LA CORONA

        Obviamente, para los monarcas españoles Muley Nasar y Muley Xeque no eran más que dos bazas, dos peones de su ajedrez, en la partida que jugaban por el control del mediterráneo y que pasaba por conseguir la plaza de Larache. Bien es cierto que Ahmed al-Mansur también tenía el suyo, un hijo del prior de Crato, don Cristóbal, pretendiente al trono luso. Eran cartas con las que unos y otros podían presionar a su adversario y, llegado el caso, negociar.

Pero la actitud de la Corona con lo islámico y con lo morisco en general fue extremadamente ambigua y hasta contradictoria. Tanto Felipe II como su hijo Felipe III mantuvieron unas buenas relaciones tanto con la élite morisca como con la nobleza marroquí estante en España. En los años previos a los decretos de 1609 nada parecía indicar que se fuese a llegar a ese extremo. El cambio de decisión del Consejo y del propio rey ocurrió muy poco antes, en 1608, en buena parte impulsado por la delicada situación del Imperio, por la amenaza turca y sobre todo por la falta de liquidez de la Corona. Es posible que en la Corte se viese la expulsión como una posibilidad de hacer dinero fácil, mediante la confiscación y subasta de sus bienes. Hoy sabemos que, aunque se trató de justificar en base a la seguridad de estos reinos, en realidad había un velado interés económico, de lucrarse a corto plazo de los bienes dejados por la minoría. De hecho, el soberano inmediatamente después envió a toda una legión de comisionados para subastar todos sus bienes e ingresarlos en las arcas reales. Sin embargo, la operación resultó ruinosa, porque los moriscos tenían menos de lo que pensaban y por el irreversible perjuicio a medio y largo plazo para la economía española, necesitada siempre de manos para trabajar. Efectivamente, la creencia de que los moriscos poseían grandes riquezas no es nueva, pues, desde el mismo siglo XVII circularon libros, algunos llegados de África, en los que se intentaban localizar los lugares donde los judíos y los moriscos, tras sus respectivas expulsiones, escondieron sus tesoros. Proliferaron los mapas de tesoros, obviamente falsos. Los propios contemporáneos se equivocaron al estimar las rentas y las propiedades de los moriscos muy por encima de su valor real. Estos distaban mucho de ser pobres de solemnidad –utilizando un concepto de la época- pues la mayoría eran trabajadores eficientes que se repartían en los tres sectores económicos. Sin embargo, a lo largo del siglo XVI se habían empobrecido considerablemente, debido a la excesiva presión fiscal, a las multas y a la confiscación de sus propiedades. Todo esto está bien documentado en muy diversas zonas de la Península. En el caso de Granada, entre 1559 y 1568, se revisaron los títulos de propiedad de todas sus fincas, cambiando de manos unas 100.000 hectáreas. En Almería, tras su expulsión después del alzamiento de 1568, se supo que la mayor parte de sus propiedades estaban fuertemente cargadas con censos perpetuos. Igualmente, en el condado de Casares, en la actual provincia de Málaga, la mayor parte de ellos se dedicaban a las tareas agropecuarias, siendo el 75 por ciento de ellos pequeños propietarios, con menos de cinco hectáreas. Y en Hornachos, en Extremadura, ocurrió lo mismo, que se obtuvo mucho menos dinero del esperado, porque los bienes inmuebles están fuertemente censados, incluso por importes superiores a su propio valor de tasación.

         En España permanecieron algunas moriscas desposadas con cristianos viejos, enfermos y niños. Los matrimonios mixtos no habían sido muchos porque la discriminación de la sociedad cristiana los empujaba a la endogamia. También eludió el exilio casi la totalidad de la nobleza y una buena parte de la élite burguesa morisca. Una parte de la realeza nazarí quedó integrada en la nobleza castellana, hasta el punto que algunos de sus descendientes adquirieron títulos nobiliarios. Otros llegaron desde África, como los Muley Xeque, o Felipe Gaspar Alonso, sobrino de Muley Walid, que fue bautizado solemnemente en la Capilla Real de Madrid en febrero de 1636. Evidentemente estos bautizos de musulmanes de estirpe eran vistos como un triunfo de la cristiandad sobre el islam. Por cierto que continuaron llegaron por decenas los esclavos berberiscos, casi todos ellos bautizados y por tanto conversos. En 1618 se vendieron 56 esclavos berberiscos en Carmona.

        En definitiva, los príncipes de Fez, y entre ellos Muley Xeque, fueron utilizados a su antojo por la Corona. Se les hospedaba de buen grado en la Península con el objetivo de tener bajo control a un posible heredero por lo que pudiera pasar, manteniendo de paso la discordia en su país de origen. El saadí no tuvo opciones serias de recuperar su trono por lo que, consciente de ello, optó por convertirse para así tener un futuro mejor. Su ejemplo, pudo ser interpretado como un gran triunfo del cristianismo sobre el islam, al tiempo que significaba un ejemplo a seguir por la nación morisca instalada en España. Se le concedió una grandeza de España y un hábito de Santiago; ahora bien, cuando en 1596 solicitó que sus hijos pudiesen ser aceptados en cargos públicos y en colegios como los cristianos viejos, el Consejo de Inquisición se negó, alegando que sería un precedente que provocaría miles de peticiones de otros muchos en su misma situación. Por mucho que fuese descendiente de la realeza y grande de España, no dejaba de ser un converso al igual que el resto de los moriscos.

Pudo haber un acercamiento de posturas: los moriscos eran asimilables, no solo los moriscos antiguos, casi confundidos con los cristianos viejos, sino también los recién convertidos como el príncipe de Fez. Sin embargo, todo fue en vano, porque la decisión se tomó en la Corte, sin considerar los esfuerzos de integración de esta minoría étnica. Estos serían expulsados, al tiempo que una parte de la élite salía en dirección a Italia, donde encontraron un refugio alternativo donde seguir profesando el catolicismo.

Y Muley Xeque, decepcionado, y a sabiendas de que él y sus descendientes quedarían estigmatizados para mucho tiempo optó por el exilio voluntario. Él quiso compartir el cadalso del resto de moriscos y decidió marchar a un territorio en el que pudiese seguir viviendo sin el estigma de su condición neófita.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

 

(Se trata de un resumen sin notas de una ponencia del mismo título, publicada en el II Congreso Internacional Descendientes de Andalusíes moriscos en el Mediterráneo Occidental, Ojós, 2015, pp. 190-211).

1 comentario

Karlos -

Mu curiosa la historia de este sultán.