HERNÁN CORTÉS: MITOS Y LEYENDAS DEL CONQUISTADOR DE NUEVA ESPAÑA
Buenas tardes: es un placer estar de nuevo aquí en Trujillo, cuna de grandes guerreros y conquistadores, para hablar de uno de ellos, concretamente de Hernán Cortés.
Nuevamente me veo en la tesitura de desmontar viejos mitos y de narrar la crudeza de lo ocurrido. No podemos olvidar que unos eran los conquistadores, es decir, los invasores, y otros, los conquistados o invadidos. En ese sentido, todas las reacciones de los naturales por defenderse, fuesen o no crueles, debemos verlas como legítimas.
Dicho esto, antes de comenzar a contar horrores, quisiera señalar tres aspectos:
Primero, por supuesto que los conquistadores eran personas de su tiempo y actuaban de la forma que todos esperaban que actuasen, pero eso no los puede eximir del juicio de la historia.
Segundo, lo mismo Hernán Cortés que Francisco Pizarro, Hernando de Soto o Francisco de Orellana, fueron personajes singulares que cambiaron el curso de los acontecimientos. Por eso han atraído la atención de miles de personas a lo largo de cinco siglos, entre ellos el que les habla.
Y tercero, al primero que le duele analizar algunas de las atrocidades que cometieron es a mí, pero la conquista fue lo que fue, un campo de batalla en donde no había sitio para la bondad. El ser humano puede dar lo mejor o lo peor de sí mismo dependiendo de las circunstancias y las que vivieron los conquistadores fueron las que fueron y no pasa nada.
Lo de la conquista entendida como una gesta de guerreros, héroes y santos que ensancharon los dominios de la civilización y de la cristiandad es algo que hay que desterrar por dos motivos: uno, porque es inasumible para millones de Hispanoamericanos, y otro, porque no se lo cree nadie ya.
En particular en lo referente a Hernán Cortés, trataré en esta ponencia de desmontar algunos de los mitos que han rodeado su vida y sus hechos.
1.-LA BATALLA DE LA PROPAGANDA
Cuando se aborda la conquista es inevitable la comparación entre Hernán Cortés y Francisco Pizarro. Ambos se desenvolvieron en un contexto muy similar, pero tuvieron personalidades muy diferentes. Así, mientras el metellinense fue ante todo un político y un diplomático, el trujillano fue un militar, con todas sus consecuencias.
Ahora bien, el de Medellín se preocupó por crear toda una literatura en torno a su persona, utilizando su oratoria, sus dotes de escritor y rodeándose de biógrafos oficiales de la talla de Francisco López de Gómara o de Francisco Cervantes de Salazar. Se encargó de crear su propia leyenda y, como buen político, tuvo una capacidad excepcional para tergiversar los hechos a su antojo, para presentar como éxitos sus propios fracasos, y para culpar a otros de sus males. Hay que recordar que su gran instrumento de propaganda fueron sus propias Cartas de Relación, el primer gran best seller de la historia, pues sus ejemplares se vendieron por miles y en pocos años se tradujeron a varios idiomas. Justo en ese momento comenzó a forjarse la leyenda de Cortés. Incluso en el siglo pasado hubo grandes defensores de la gesta cortesiana, como Carlos Pereyra, para quien Cortés encarnaba todas las virtudes y Pizarro todos los vicios.
Esta leyenda destacaba las virtudes de Hernán Cortés, convirtiendo a su máximo rival Francisco Pizarro en un mero imitador. Desde el mismo siglo XVI se generalizó la idea de que el trujillano lo tuvo presente en todo momento, entre otras cosas por la mayor antigüedad de la obra cortesiana que, desde mediados de los años veinte del siglo XVI, todo el mundo conocía. Es cierto que en el proceso de conquista se observan paralelismos que han llevado a pensar a la historiografía que el trujillano se inspiró continuamente en las estrategias de su sobrino. Sin embargo, como ha recordado Matthew Restall, existía una forma de hacer la guerra indiana que comenzó en La Española en 1493 y que se basaba en tres premisas: primero, en el uso de la caballería, arma contra la que sus oponentes tenían pocos recursos defensivos. Segundo, la guerra psicológica, impresionando a las tropas indígenas con prácticas aterrorizantes. Y tercero, la captura del jefe local para conseguir el sometimiento del resto de la población. Estas estrategias se usaron ya en 1493 con la captura de Caonabo que fue apresado, torturado y ejecutado para someter a su cacicazgo. Esta misma estrategia fue usada por los españoles de forma reiterada hasta el final de la conquista.
Y es que el trujillano jamás se preocupó por forjar su leyenda. Contó con algunos cronistas, como Francisco de Jerez o Sancho de la Hoz, que hicieron las veces de pajes o secretarios y que fueron algunos de los encargados de redactar los sucesos protagonizados por él. Pero las dotes literarias de estos no son comparables con las del sabio y erudito Francisco López de Gómara o con la pluma directa y siempre aguda del propio metellinense.
Podemos decir que el metellinense ganó la batalla de la propaganda, creando el mismo la ficción de ser el arquetipo de conquistador, una idea que, como ha escrito Matthew Restall, no es exactamente cierta y perdura hasta nuestros días.
2.-RECTIFICACIONES SOBRE SU BIOGRAFÍA
a.-Sus orígenes familiares
Dalmiro de la Válgoma y siguiéndole a él la mayoría de la historiografía, ensalzaron y fabularon los orígenes nobiliarios de la familia Cortés. Se hacía descender a Martín Cortés directamente de don Fernando de Monroy y María Cortés. De este linajudo matrimonio nacieron dos vástagos, Rodrigo de Monroy y Martín Cortés de Monroy, padre del conquistador. Sin embargo, en los últimos tiempos algunos estudios genealógicos se han encargado de desmentir esta versión, pues, ni Fernando de Monroy estuvo casado con María Cortés, ni tuvo más hijo que Rodrigo de Monroy. En realidad, como demostré en el libro que sobre el conquistador publiqué en el año 2010, éste tenía orígenes nobiliarios pero mucho más modestos de lo que se le atribuía.
Su familia paterna procedía de tierras del antiguo reino de León, seguramente de Salamanca. Su bisabuelo, el hidalgo Nuño Cortés, fue el último que permaneció en tierras castellanas, siendo su hijo Martín Cortés el Viejo, el primero en establecerse en el condado de Medellín. Arraigaron en la tierra, llegaron a ser una familia extensísima, con bienes raíces hasta la Edad Contemporánea. Su abuelo, Martín Cortés el Viejo, sirvió con su caballo en la vega de Granada, a las órdenes de los casi legendarios Álvaro de Luna y Pedro Niño. En recompensa por sus servicios, el rey Juan II de Castilla, el tres de julio de 1431, lo armó solemnemente caballero de Espuela Dorada. Tras finalizar su etapa como militar, se asentó definitivamente en tierras de Medellín. Una decisión que no tenía nada de particular, pues Extremadura se repobló básicamente con castellano-leoneses.
Como otros caballeros, la familia Cortés tenía su casa solariega en la villa matriz, pero pasaban la mayor parte del tiempo en una aldea del entorno, concretamente en Don Benito, donde tenían sus fincas rústicas. Las tierras las adquirió seguramente en compensación por sus servicios de guerra, siendo normal que los caballeros recibiesen entre cuatro y doce yugadas. Tuvo al menos seis hijo legítimos –cuatro varones y dos mujeres-, además de una hija ilegítima. El padre del conquistador, era el más pequeño de los hijos varones de Martín Cortés El Viejo, nacido en torno a 1449, probablemente en la casa solariega que la familia poseía en el centro de la villa de Medellín, en la calle Feria, y donde pasaban una parte del año. En el concejo de esta villa desempeñó distintos cargos, como regidor y procurador general. Se desposó con Catalina Pizarro Altamirano, una mujer de ascendencia hidalga, cuya familia procedía de Trujillo a donde había llegado en el siglo XIII, procedente de Ávila. El matrimonio tuvo un solo hijo varón, el futuro conquistador de México.
La situación económica era modesta, pues aunque Martín Cortés El Viejo, abuelo del conquistador, tuvo una considerable fortuna, debió repartirla entre su extensa prole. Las rentas familiares apenas superaban los 30.000 maravedís anuales, incluyendo varios réditos de vacas de hierba, un viñedo, algunas fanegas de trigo y un molino de trigo en el río Ortigas, conocido como de Matarratas. Las rentas eran suficientes, pero en años de malas cosechas, la escasez y las estrecheces debían hacerse patentes en el hogar familiar.
b. Su parentesco con Francisco Pizarro
Otras de las cuestiones peliagudas sobre la que queremos arrojar luz es sobre su parentesco con Francisco Pizarro. Efectivamente estaban emparentados lejanamente por vía materna, aunque compartían unos rebisabuelos, Hernando Alonso de Hinojosa y Teresa Martínez Pizarro. Es bien sabido que fue esta última la que antepuso a sus hijos el apellido de los Pizarro al de los Hinojosa. Al parecer, hubo un enfrentamiento con otro linaje en el que resultó muerto el bisabuelo de Francisco Pizarro, Hernando Alonso de Hinojosa, y dado que la familia no vengó su muerte, su esposa decidió que sus hijos, Martín, Gracia y Hernando Alonso –abuelo de los conquistadores del Perú- antepusieran el apellido Pizarro. Por tanto, queda claro que el abuelo del conquistador fue el primer por línea de varonía en apellidarse Pizarro. Bien es cierto que los Hinojosa también constituían una familia linajuda, cuyos descendientes decían descender nada menos que de un primo del Cid Campeador, llamado Nuño Sancho.
Ahora bien, la mayor parte de la historiografía ha dicho que ambos conquistadores eran primos segundos. Así se recoge en las principales biografías tanto de Francisco Pizarro como de Hernán Cortés, así como en infinidad de páginas Web. Sin embargo, nadie se ha percatado de que la línea de Hernán Cortés había corrido una generación más que la de Francisco Pizarro. Y ello por un motivo muy simple: el abuelo de Francisco Pizarro, Hernando Alonso Pizarro, había sido el hijo menor y hasta póstumo de Hernando Alonso de Hinojosa, y se llevaba casi veinte años de diferencia con su hermano mayor Martín Pizarro de Hinojosa, bisabuelo materno de Hernán Cortés.
c.-El mito de sus estudios universitarios
La historiografía ha sido tajante en ese sentido, llegó a Salamanca en 1499 con 14 años y regresó a Medellín en 1501 con 16, pasando dos años por las aulas de la Universidad de de Salamanca. Como el lector puede imaginar, los datos no cuadran, primero porque era demasiado joven para cursar estudios universitarios. Obviamente, dada la corta edad que tenía a su llegada, el bagaje educativo que podía traer de su localidad natal eran unas enseñanzas de primeras letras. Pero si prolongamos su estancia en Salamanca durante tres o cuatro años sí que resulta factible que pudiese aprender, como lo hizo, leyes, latín y gramática.
Ya estamos en condiciones de abordar otra de las grandes interrogantes: ¿pasó realmente por las aulas de la Universidad? La respuesta no admite duda alguna y es así de rotunda: ¡no! Su paso por las aulas de la señera institución no fue más que otro de los grandes mitos que han rodeado la vida del extremeño. Y no se trata sólo de una opinión propia; ya en el siglo XIX Lucas Alamán dudaba de sus estudios universitarios, e incluso, de que se hubiese graduado como bachiller. Una idea que retomó Demetrio Ramos en un excelente trabajo publicado hace tres lustros en el que desmontó definitivamente el mito de sus estudios universitarios. Realmente, ni tenía la edad adecuada para cursar estudios universitarios, ni estudios previos. Como ya hemos dicho, cuando se presentó en Salamanca poseía solo una formación elemental, entre otras cosas porque en su Medellín natal solo existía una infraestructura educativa básica.
Sin embargo, pese al mito de la Universidad, el extremeño aprovechó bien su estancia de tres o cuatro años en la ciudad de sus antepasados paternos. De hecho, aunque nunca obtuvo ningún título universitario, su formación era similar a la de un bachiller en leyes. Simplemente, tenía dos o tres años de estudios, lo que en aquella época significaba tener bastantes más conocimientos que la mayoría.
d.- Su llegada a América
El período comprendido entre su salida de Salamanca en 1501 y su embarque para La Española en 1504 es probablemente el más desconocido de toda su biografía. Apenas disponemos de dos o tres datos sueltos proporcionados por las crónicas que, a veces, incluso, se contradicen entre sí. La historiografía sostiene que pensó primero en ir a Italia a enrolarse en las tropas del ya afamado Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba. Varios cronistas de la época, como Cervantes de Salazar, lo ubicaron en Valencia, ciudad desde la que pretendía embarcarse hacia Nápoles, cambiando de opinión a última hora. Siguiendo los pasos de otros metellinenses, marchó a Sevilla con la idea de enrolarse en la flota del nuevo gobernador de las Indias frey Nicolás de Ovando. Es posible que el viaje de regreso lo hiciera a través de Granada, pues, por algunas alusiones suyas sabemos que conocía personalmente la ciudad y muy especialmente sus hilaturas de seda. La armada del nuevo gobernador se aprestó a lo largo de 1501 y en las primeras semanas de 1502, zarpando de Sanlúcar de Barrameda en febrero de este último año. Fue la más grande enviada hasta entonces al Nuevo Mundo, pues estuvo formada por una treintena de buques y unos 1.200 pasajeros, además de la tripulación, instrumental, animales, material litúrgico, etcétera. Pero, ¿por qué no se embarcó finalmente? Se trata de otra incógnita no resuelta de su biografía. Los cronistas de la época aluden a dos argumentos más o menos compatibles: el primero, un lío de faldas en las semanas previas a su embarque y otra que resultó afectado por unas fiebres cuartanas, una variedad de malaria, que le obligó a regresar a la casa paterna para recuperarse.
Una vez recuperado de su larga enfermedad, a finales de 1502 o en 1503 volvió a salir de su villa natal, esta vez con destino a Valladolid, para ponerse de nuevo bajo el tutelaje de su apreciado tío Francisco Núñez. Éste se había mudado a Valladolid con su familia al ser designado relator del Consejo de Castilla. Con su tío pudo completar su formación humanística y jurídica, llegando a dominar el latín y a conocer los corpus jurídicos tradicionales, especialmente las Siete Partidas. Al parecer, su formación teórica se completó con un trabajo al lado de un escribano.
Afirma el cronista y sobrino político del conquistador, Juan Suárez de Peralta, que de Valladolid volvió directamente a Sevilla donde trabajó junto a un escribano, lo cual le permitió subsistir durante meses en la puerta y puerto de las Indias. En 1504 se embarcó rumbo a la Española en la nao de Alonso Quintero pero, por motivos que desconocemos, regresó a la Península a finales de ese mismo año, para reembarcarse dos años después: En el Archivo Histórico Provincial de Sevilla se conserva la carta de pago del conquistador por su pasaje en la nao San Juan Bautista. Le pagó a Luis Fernández de Alfaro, maestre de la nao San Juan Bautista 11 pesos de oro.
En diciembre de 1506 estaba de nuevo en la isla, una fecha muy tardía que explica su escasa promoción social. Vivió -o malvivió- como asistente de la notaría de Azua, cuya titularidad la ostentaba Diego Velázquez. El salario debió ser tan escaso como la limitada actividad legal, completando sus ingresos con una pequeña encomienda en el Dayguao, concedida por el gobernador frey Nicolás de Ovando. No consiguió fortuna, pero obtuvo algo no menos valioso: una relación más o menos interesada con el influyente Diego Velázquez. En 1511 viajó a la vecina isla de Cuba como su secretario, adquiriendo en breve plazo un gran prestigio social y una buena posición económica. En esta isla caribeña sí que ostentó el mérito de ser uno de los primeros conquistadores y pobladores, siendo nombrado en 1512 escribano de la capital, Santiago de Baracoa. En los primeros años mantuvo unas magníficas relaciones con Diego Velázquez, gozando de su apoyo y protección. Disfrutó de un buen repartimiento de indios que usó lo mismo en la extracción de oro que en la cría de ganado. Todo ello le reportó una buena posición económica y un gran prestigio social que a la postre le sirvieron para consolidar su liderazgo. Entre 1514 y 1515 se desposó con una de las pocas españolas casaderas de la isla, Catalina Suárez Marcayda, fallecida siete u ocho años después en circunstancias muy extrañas como luego veremos.
3.-EL EPISODIO DE LOS BARCOS EN VERACRUZ
En cuanto a la quema de naves en Veracruz es una vieja idea sostenida durante siglos y que sorprendentemente que haya sobrevivido en algunos casos hasta el siglo XXI. Según Hugh Thomas, el error partió de Cervantes de Salazar que en un documento leyó quemando en vez de quebrando. El Marqués de Polavieja, ya en el siglo XX, continuó sosteniendo la tesis de la quema, aprovechando el dato para ensalzar su heroísmo, pues, según él, si otros capitanes actuaron así antes, nunca con un ejército tan pequeño. La fabulación de sus hagiógrafos hizo el resto, representando a Cortés con la tea en la mano, quemando sus buques. Pero, sorprende que este falso mito se haya perpetuado porque ya algunas cronistas de la época y el mismísimo Cortés advirtieron que no las quemó sino que simplemente dio con los barcos al través.
El objetivo real no era tan heroico; más bien pretendía evitar que algunos aprovecharan la primera ocasión que se les presentase para retornar a Cuba e informar a Velázquez de la defección de su capitán. Pero, obviamente esta explicación no era políticamente correcta por lo que el mismo Cortés se encargó de difundir el falso motivo. De hecho, poco antes de proceder a su desguace conoció la conspiración encabezada por Diego Escudero, Juan Cermeño, el piloto Gonzalo de Umbría y otros fieles a Velázquez para hurtar uno de los bergantines y volver a Cuba. Descubierta la trama ahorcó a los dos primeros y cortó el pie al tercero. A continuación, procedió a su hundimiento para evitar más motines. Transcurría el mes de agosto de 1519. Antonio de Herrera, en el siglo XVI, sí que captó perfectamente el motivo real, al escribir que los echo al través por quitar la esperanza a los amigos de Velázquez de volverse a Cuba.
Por tanto, en la misma época de la Conquista tuvieron claro que no los quemaron sino que más bien, dado su lamentable estado, los encallaron para luego desguazarlos, utilizando la jarcia para los bergantines que después construyó para la toma de Tenochtitlán. De paso, se aseguró que se cortaba toda relación entre su expedición y Diego Velázquez. En definitiva, ni ardieron las naves ni se hizo valerosamente para cortar el retroceso. Pero, es más, aunque lo hubiese hecho así, tampoco habría constituido un hecho excepcional, como una parte de la historiografía ha dado a entender. Existen decenas de precedentes, algunos muy lejanos en el tiempo pero otros sorprendentemente cercanos. Sin ir más lejos, en 1508, al llegar la expedición de Diego de Nicuesa a Veragua, rompieron los navíos en la costa, para que los hombres no confiasen en la partida. Y siete años después, es decir en 1515, el tristemente recordado conquistador Gonzalo de Badajoz quemó sus naves en el puerto de Nombre de Dios precisamente con el mismo objetivo, es decir, para evitar que sus hombres huyeran.
4.-LA DERROTA DE LA CONFEDERACIÓN MEXICA
¿Quiénes eran estos mexicas o aztecas? formaban una confederación formada por Texcoco, Tlatelolco y Tenochtitlán una especie de imperio que tenía su propio emperador Moctezuma II y una gran capital: Tenochtitlán ¿Se parecían en algo a los indios tarascos, a los apaches, a los taínos o a los arahuacos? Pues francamente no, pues se trataba de una organización estatal que tenía su emperador, sus gobernantes, sus funcionarios, sus militares, etcétera.
Lo más difícil fue la conquista de la majestuosa ciudad de los lagos, cuya fundación se remontaba al año 1325. Según la mitología mexica, en la elección del sitio medió el dios de la guerra, Huitzilopochtli, quien les indicó que debían hacerlo en el lugar donde encontrasen a un águila sobre un nopal, devorando a una serpiente. El lugar indicado fue una zona lacustre, rodeada de volcanes y con algunos valles fértiles. Es difícil imaginar en la actualidad lo que debió ser el entorno de la capital, en medio de más de 2.000 Km2 de lagos, incluyendo el central, que era el Tezcoco, y varios menores. Había muchos peces, mientras que en las tierras de aluvión circundantes se practicaba una agricultura irrigada muy productiva que permitía los altos índices de población de la zona. Tenochtitlán llegó a tener en su período más álgido una población que debía rondar los 200.000 habitantes, siendo una de las ciudades más pobladas del planeta, comparable con Constantinopla o Nápoles. Es más, para alimentar a una población como esa se requerían al menos 4.000 cargadores diarios que la abasteciesen, lo que implicaba un trasiego constante de personas y amplísimo mercado. Fernández de Oviedo la describió como una ciudad palaciega, edificada en medio del lago, con casas principales, porque todos los vasallos de Moctezuma solían tener residencia en la capital, donde residían una parte del año. Era una urbe refinada, con baños públicos, con una treintena de palacios que albergaban finas cerámicas y elegantes enseres textiles. El palacio de Moctezuma, incluyendo sus jardines, ocupaba dos hectáreas y media, es decir, era más extenso que el alcázar de Sevilla. Los propios mexicas se sentían orgullosos de su capital así como de los grandes logros que habían conseguido, especialmente en las décadas inmediatamente anteriores de la llegada de los hispanos.
Obviamente, la empresa no se antojaba fácil porque por su ubicación en medio de una laguna, unida a tierra firme a través de calzadas y puentes, se prestaba bien a una defensa numantina. Parecía una ciudad inexpugnable, algo de lo que además se jactaban los propios mexicas. Cortés sabía que, antes de iniciar su asalto, debía someter a todos los pueblos aliados del entorno. Por ello, se encargo de provocar la defección de todos hacia Tenochtitlán, dejándola totalmente aislada. Logró sendas alianzas de los tlaxcaltecas con cempoaleses y cholutecas, pese a que eran viejos enemigos. Los mexicas fueron traicionados por todos, excepto por Tlatelolco, pues incluso Texcoco, la segunda ciudad más grande de Mesoamérica, se había adherido a los españoles a través de un resentido Ixtlelxochitl. En el fondo, muchos de los pueblos sometidos a los mexicas lo estaban bajo el yugo del temor y con un soterrado descontento que Cortés supo canalizar en su favor. Lo cierto es que, como declaró Pedro de Sepúlveda, tras ese tiempo, no quedó de guerra otra cosa sino la misma ciudad de México.
Para colmo, la viruela se cebó con los sitiados. Los mexicas ardían en calenturas y muchos cuerpos yacían por el suelo en Tenochtitlán, desde mucho antes de iniciarse el asedio. De hecho, el valiente y arrojado Cuitláhuac, sucesor de Moctezuma, pereció en dicha epidemia, quedando de nuevo descabezada la más alta jerarquía de mando. Entre los supervivientes cundió el desánimo, pues, otra vez interpretaron que se trataba de nuevas señales del más allá que vaticinan su final. Como sucesor de Cuitláhuac se nombró a Cuauhtémoc, un hombre de 25 años, señor de Tlatelolco, hijo de Ahuizotl, hermano y antecesor de Moctezuma. Éste, a diferencia de su tío, resultó ser otro valiente guerrero que se negó a entregar Tenochtitlán y que se conjuró con sus hombres para morir en su defensa.
Éste era un jovencísimo mexica, que se encargó de la defensa de la ciudad. Si Cortés pasa por ser un ardoroso guerrero con amplias dotes diplomáticas, no menos lo fue su contrincante. Cuauhtémoc, tenía el mismo espíritu de lucha y, al igual que aquél, lo sabía compaginar con una buena habilidad diplomática. El joven tlatoani tenía buenas dotes para la oratoria que utilizó en más de una ocasión para enfervorizar a sus hombres y convencerlos de la importancia de su sacrificio. No le faltaba tampoco una gran capacidad diplomática. Tenía claro que no se podía ganarla guerra sin conseguir alianzas. Por ello, se pasó gran parte de la guerra enviando emisarios para obtener alianzas con reyezuelos y caciques de las ciudades vecinas. No lo consiguió porque el predominio mexica se basaba en su antigua superioridad militar, inexistente ya en plena guerra con los extranjeros. Y eso él lo tenía muy claro; significaba el final de su mundo, era una cuestión de tiempo. Pese a ello, no decayó su ardor guerrero, defendiendo la plaza hasta el final.
No obstante, cometió un error táctico que precipitó su derrota: no acopió alimentos suficientes como para resistir un largo asedio, quizás porque nunca pensó que pudiera prolongarse tanto tiempo.
Al igual que Cortés, tan pronto era indulgente con los suyos como se veía en la obligación de tomar cruentas decisiones. Sus manos, como las de su contrincante, también estaban manchadas con la sangre de las muchas atrocidades que cometió. El de Medellín le envió en varias ocasiones embajadores para que rindiese la ciudad, casi siempre parientes suyos, y en las mismas ocasiones los ejecutó. Lo cierto es que todo resultó infructuoso porque Cortés ató todos los cabos detenidamente. Para empezar, justificó ante sus hombres y ante el mundo la legalidad de su conquista. Para ello, alegó el traspaso de soberanía de Moctezuma a Carlos V, cuyo representante en esos momentos era él. De esta forma, presentó ante sus hombres el asedio no como una conquista sino como una reconquista de lo que legítimamente pertenecía ya al Emperador.
Asimismo, organizó, aconsejado por Martín López, una pequeña flotilla de doce chalupas –él los llamaba bergantines-, labrados con la jarcia de los buques desguazados en Veracruz que contribuyeron decisivamente al bloqueo. Se ha discutido mucho si la victoria se debió más a los medios terrestres o a los navales, pero el planteamiento no deja de ser bizantino porque el éxito se debió precisamente al asedio simultáneo terrestre y naval. Por supuesto, lo primero que hicieron fue cortar el acueducto de Chapultepec, una importante decisión, pues, redujo la disponibilidad de agua potable de los sitiados. La idea no era novedosa, pues, desde la Antigüedad clásica se usó sistemáticamente en todos los cercos. La respuesta de los hombres de Cuauhtémoc fue innmediata: ordenó a sus hombres que acudieran con su flota de canoas para romper el bloqueo. No fue posible por dos motivos: primero, por su inexperiencia en batallas navales, pues las canoas sólo las utilizaban para el transporte. Y segundo, por la desigualdad ofensiva entre canoas y chalupas. Se libró una batalla naval verdaderamente asimétrica. Un solo bergantín podía destrozar en una acometida a más de una decena de canoas.
Cortés lo tenía todo controlado; la ciudad estaba totalmente aislada. Era absolutamente impensable que alguien pudiera acudir en su defensa. A los invasores les hubiese bastado con esperar a la rendición por hambre y por desesperación. Sin embargo, no querían treguas. Cortés se empeñó en tomar la ciudad al asalto, causando un enorme sufrimiento especialmente entre los defensores, y destruyendo la ciudad que tanto admiraba.
Acechado por los hispanos, a Cuauhtémoc se le ocurrió una brillante idea para salir victorioso. Decidió vestirse con un traje de plumas de su padre que representaba a un búho de Quetzal, que era mágico, pues, decían que con sólo verlo los enemigos huían despavoridos. Obviamente, el milagro no se obró y todos se desmoralizaron cuando vieron que no funcionaba.
La resistencia de Tenochtitlán fue heroica, total, brillante y suicida. Heroica porque en inferioridad de condiciones y con la causa perdida decidieron presentar combate. Total, porque colaboraron en la defensa niños, mujeres y ancianos, es decir, todo el que tenía capacidad para coger una piedra o cavar un foso. Al principio, las mujeres, los ancianos y los niños fueron meros auxiliares, pero cuando fueron cayendo los hombres se incorporaron como los demás a la primera línea del combate. Brillante, porque los asediados desplegaron todo su ingenio bélico y diplomático. Sembraron las principales calzadas de piedras y obstáculos punzantes para dificultar la movilidad de la caballería. Mientras tanto, nunca cejaron en su intento de convencer a los tlaxcaltecas de que se pasasen de bando. Y suicida porque, traicionados por todos, incluidos sus tradicionales aliados, fueron conscientes al menos en la fase final de que, pese a la resistencia, el fin de su mundo se encontraba próximo.
Al final, Cuauhtémoc, viendo que había llegado el final, sugirió a sus capitanes supervivientes alcanzar un honroso acuerdo de rendición. Pero estos se negaron; incluso, los sacerdotes le prometieron que, si persistía en la defensa, los dioses le darían la victoria. La guerra prosiguió mientras fue posible. Finalmente, viendo todo perdido decidió huir en canoa, junto a su familia y a otros capitanes. Sin embargo, fue rápidamente interceptado y detenido. El joven tlatoani volvió a cometer un error pueril. Prepararon medio centenar de piraguas, con sus capitanes y sus familias, embarcándose él y otros nobles en la más lujosa. De esta forma, los españoles no tuvieron ningún problema en identificarla y detenerlo, sin darle opción alguna a escapar. Viéndose descubierto, decidió identificarse, suplicando que dejasen en libertad a sus mujeres y a sus hijos. Obviamente, no fue escuchado. Era el martes 13 de agosto de 1521, festividad cristiana de San Hipólito. La toma de Tenochtitlán había concluido. Con ella caía finalmente el quinto sol mexica, y nacía una nueva era, la de un imperio en el que pronto el sol nunca se pondría.
Los cabecillas fueron apresados, pero al resto de la población se le permitió abandonar libremente la ciudad. Ello sorprendió a los propios vencidos. Mientras salían del recinto, las mujeres más guapas se ensuciaron la cara con barro para evitar que los españoles se fijaran en ellas y las retuvieran. Querían permanecer con sus hombres en la victoria y en la derrota, en los momentos más álgidos y también en la zozobra más absoluta. Una fidelidad que les honra.
5.-EL ASESINATO DE SU PRIMERA ESPOSA
Por si tuviera pocos reproches su actuación en la conquista se le reprocha nada más y nada menos que el asesinato de su propia esposa. Obviamente, el asunto ha sido silenciado o negado por una parte de la historiografía, sobre todo la hispanista.
Lo cierto es que Catalina murió en octubre de 1522, en condiciones extrañas, pocos minutos después de haber mantenido una fuerte discusión con su marido. Al parecer, la finada estuvo en una fiesta con Hernán Cortés hasta más allá de las diez de la noche. En ese momento, según numerosos testigos, los esposos tuvieron una pequeña disputa, ella se sintió ridiculizada en público y se marchó llorando a sus aposentos. Según su camarera personal, la cosa no fue a mayores, pues, verificó que la ayudo a cambiarse y la dejó acostada aparentemente sana y tranquila. Poco más de una hora después, antes de mediar la media noche, estaba muerta. En ese momento, Hernán Cortés avisó a cinco mujeres para que la amortajaran. Se trataba de la camarera personal de Catalina, Antonia Hernández, las tres doncellas de la casa, Juana López, esposa de de Alonso Dávila, Ana Rodríguez, esposa de Juan Rodríguez, Violante Rodríguez, mujer de Diego de Soria, y al ama de llaves de Juan de Burgos, María de Vera. La más afectada fue sin duda su camarera personal, Antonia Hernández, que había vivido con Catalina desde 1514 y que quedó verdaderamente desolada. En cambio, Cortés se mostró extremadamente nervioso, dando puñetazos en las paredes, por lo que debieron llamar a fray Bartolomé de Olmedo para que lo calmara. Esos son a groso modo los hechos ocurridos.
Históricamente ha habido un ardoroso debate entre los que pensaban que la muerte fue natural y los que sostenían la tesis del asesinato. Yo debo reconocer que durante mucho tiempo pensé y hasta publiqué que la acusación debía ser una difamación más de los muchos enemigos del medellinense. Sin embargo, después de leer y releer los testimonios de los testigos presenciales, fundamentalmente de la camarera personal y de las otras mujeres que la amortajaron, debo reconocer que albergo bastantes dudas, por las circunstancias cuanto menos extrañas en las que perdió la vida.
Ahora bien, pese a los argumentos de los detractores de la tesis del homicidio, lo cierto es que la noche en que ocurrieron los hechos, Hernán Cortés mostró algunos comportamientos muy sospechosos, a saber:
Primero, la finada durante la fiesta no mostró el más mínimo síntoma de estar enferma. Más bien, al contrario, se mostró muy alegre y tranquila hasta la disputa con su marido.
Segundo, cuando Hernán Cortés dio la voz de alarma, ya estaba muerta su esposa. No dio ninguna señal de alerta durante el trance. Simplemente envió a su camarero Alonso de Villanueva para que buscase a las mujeres para que preparasen el cadáver.
Tercero, de las declaraciones de estos testigos presenciales se desprende que observaron en el cadáver algunas cosas que les parecieron raras y que levantaron sus sospechas, a saber: una, que tenía moratones en el cuello. Dos, que estaba toda descabellada como si hubiese opuesto resistencia a alguien. Tres, que se había orinado encima. Y cuatro, que había desparramadas en el suelo cuentas rotas de una gargantilla de color azabache. Por ello, en ese momento murmuraron entre ellas que la había matado Cortés, pero no se atrevieron a decir nada por miedo a sus represalias. Sólo una de ellas, la más atrevida, María de Vera, le preguntó por los cardenales del cuello, a lo que Cortés respondió que se los produjo él al tirarle del collar cuando la vio amortecida. Luego comentó a sus compañeras que Cortés la había ahogado igual que el Conde Alarcos hizo con su mujer.
Y cuarto, el de Medellín ordenó taparle bien el cuello, meterla en un ataúd y clavar la tapa. Cuando Bartolomé de Olmedo le pidió que mostrara el cuerpo al pueblo para contrarrestar las sospechas que había de asesinato él se negó rotundamente. Tan sólo vieron sus restos mortales, además de Cortés, algunos de sus hombres de confianza y un grupo de mujeres que estuvieron en el entorno de la finada. Y por último, cuesta creer que una madre, emprendiera todas estas acciones legales sólo por capricho o por dinero.
6.-VALORACIÓN DE SU FIGURA
La conquista de América se inserta dentro de un proceso expansivo de Occidente iniciado en la antigüedad, con el mundo grecolatino, y culminado con el imperialismo contemporáneo. En realidad, todo ser vivo, y en particular el humano, tiende a expandirse y a colonizar nuevos espacios donde expandir su especie o su genética. De hecho, en las propias capitulaciones, la toma de posesión de los territorios, el repartimiento de tierras y solares, tan usuales en la conquista, fueron prácticas muy similares a las usadas por Roma en su proceso de expansión por el Mediterráneo, mil quinientos años antes.
Todavía en pleno siglo XXI su figura sigue despertando pasiones encontradas. Pero lo cierto es que ni fue un caballero andante ni un santo sino ni más ni menos que un conquistador. Una persona con las mismas virtudes y defectos que la mayor parte de las personas de su época. Un conquistador con suerte, pero a fin de cuentas un conquistador, con sus éxitos y sus fracasos. Un hombre que sabía reír y también llorar. Contaba Herrera que, tras conocer la magnitud del desastre de la Noche Triste, no pudo contener las lágrimas. Fue compasivo o cruel, dependiendo de las circunstancias.
Fue también sumamente implacable con los paganos que no querían aceptar las aguas del bautismo. Es bien sabido que, cuando entró en Culiacán, derribó el templo y, porque un indio principal no quiso ayudar en ello, lo mandó ahorcar y lo ahorcó con los diablos a cuestas. También infringió durísimos escarmientos a los indios rebeldes. Por ejemplo, en 1523 los nativos de Pánuco acometieron a los hombres de Francisco de Garay, matado a varias decenas de ellos. Hernán Cortés mandó a su capitán Gonzalo de Sandoval para que castigase sin cuartel a los responsables. Mató a cientos de ellos, despedazándolos después de tal forma que los demás indios ya no se atrevían ni a levantar un dedo contra su poder. A veces también sabía actuar con dureza con sus propios hombres si lo creía oportuno. En una ocasión el metellinense vio como uno de sus soldados, robaba dos gallinas a un indio y lo quiso ahorcar, impidiéndoselo Pedro de Alvarado que cortó a tiempo la soga del infortunado.
Pero, para una adecuada valoración de su figura es importante no extraerlo de su contexto histórico. Estaba inmerso en ese cristianismo intransigente que desde finales de la baja Edad Media había llevado al exilio a todas aquellas personas que no profesaban la religión cristiana. Por otro lado, se trataba de una sociedad intolerante que justificaba y legitimaba el uso de la fuerza para conseguir sus objetivos o imponer sus ideales. Es obvio que la tolerancia o la razón son conceptos anacrónicos en aquella época, caracterizada justo por lo contrario por la intolerancia, la intransigencia y la sinrazón. También formaba parte de una civilización occidental etnocéntrica que se consideraba mejor y, por tanto, con el derecho a ocupar y a civilizar a los pueblos inferiores. ¿Se le puede censurar por ello? Evidentemente no; no se le puede criminalizar por pensar y actuar de una forma que estaba generalizada en la España de su tiempo. Pertenecía a su época y, obviamente, actuó de acuerdo a los principios intransigentes imperantes en su época y de la forma que la sociedad de su tiempo le exigía.
ESTEBAN MIRA CABALLOS
(*)Ponencia, sin notas ni ilustraciones, leída en la conferencia inaugural de los XLIV Coloquios Históricos de Extremadura, el 21 de septiembre de 2015. El texto íntegro, con notas a pie de página, apéndices e ilustraciones se publicará el año próximo en http://www.chdetrujillo.com
0 comentarios