LA PRIMERA UTOPÍA AMERICANA: LAS REDUCCIONES DE LOS JERÓNIMOS EN LA ESPAÑOLA (1517-1519)
Tradicionalmente se han destacado como los primeros proyectos reduccionistas llevados a cabo con el indígena americano las desarrolladas, a partir de la tercera década del siglo XVI, por el Padre Las Casas en Verapaz (Guatemala) y por Vasco de Quiroga -Tata Vasco- en Pázcuaro. Sin embargo, como tendremos ocasión de demostrar a lo largo de este trabajo, estos proyectos de pueblos indígenas tutelados tuvieron su primer precedente en las reducciones llevadas a cabo por los Jerónimos en La Española entre 1517 y 1519. Aunque esta primera experiencia era conocida por una parte de la historiografía, lo cierto es que ni se había analizado en profundidad toda la documentación ni se había destacado suficientemente su carácter verdaderamente pionero.
Como es bien sabido, los Jerónimos fueron enviados por el Cardenal-Regente Cisneros a las Indias para llevar a cabo todo un programa de reformaciones, especialmente en materia de indios. Injustificadamente, Giménez Fernández reprochó a los tres cenobitas jerónimos su claudicación ante las presiones de los encomenderos y su decisión de dejar "en vía muerta" el programa de pueblos tutelados que figuraba en sus Instrucciones de gobierno del 18 de septiembre de 1516. Nada más lejos de la realidad; como veremos en las páginas siguientes los Jerónimos, desde un primer momento, y contra el parecer de la mayoría de los vecinos de la isla, planearon, proyectaron y, cuando las circunstancias lo permitieron, pusieron en práctica su programa de reducciones indígenas, suprimiendo previamente la institución de la encomienda. Merece destacarse que los Jerónimos fueron las primeras autoridades indianas en suprimir de hecho la mortífera institución.
Debido a este posicionamiento, socialmente avanzado y contrario a los intereses de la élite, la opinión benévola que los oficiales Reales tuvieron inicialmente de los tres religiosos cambió radicalmente, a medida que fueron conociendo sus verdaderas intenciones. Sin embargo, prácticamente un año después, exactamente el 16 de junio de 1518, el parecer era completamente opuesto, pues el mismo Pasamonte y los demás oficiales decidieron mandar un representante a la Corte para que informase del perjuicio que estaba causando a la isla la política de los Jerónimos.
Obviamente, este modelo de pueblos tutelados no lo habían ideado los Jerónimos que, como es bien sabido, habían permanecido al margen del mundo americano hasta su nombramiento como reformadores de las Indias. Muy al contrario, el proyecto era obra personal de fray Bartolomé de las Casas, que se había encargado de mostrar sus ideas en la Corte a lo largo de 1515. Sin embargo, como veremos en las páginas siguientes, a fray Luis de Figueroa y a fray Alonso de Santo Domingo les cupo el honor de poner en práctica de forma metódica, ordenada e inteligente las primeras reducciones de indios a pueblos tutelados del Nuevo Mundo.
EL GOBIERNO DE LOS JERÓNIMOS
La situación que había en la Corte en torno a 1515 era verdaderamente confusa, debido a las contradictorias noticias que llegaban de las Indias. La propia Corona estimaba por aquellas fechas que hacía falta alguien, en quien no cupiese codicia ni pasión, que pusiese orden en los asuntos indianos, especialmente en lo relacionado con los indios, e informase objetivamente de la situación.
La elección, finalmente, de tres frailes jerónimos para tan delicada empresa se debió a la fama de industriosos que tenían por entonces los miembros de esta Orden. Además, no era la primera vez que se recurría a ellos para cumplir una alta misión de Estado. Como ya hemos afirmado, los Jerónimos recibieron sus instrucciones de gobierno el 13 de septiembre de 1516. En ellas se establecían los pilares fundamentales de la política que debían desarrollar, que pasaba por tres posibilidades: primero, la creación de pueblos de indios libres, segundo, la erección de pueblos tutelados, y tercero, el mantenimiento del sistema de encomiendas, aunque, eso sí, haciendo cumplir estrictamente las Ordenanzas de Burgos de 1512-1513. Quede bien claro que en dichas instrucciones no había una jerarquización concreta en cuanto al orden de aplicación, sino que se suponía que debían utilizar la opción que "in situ" considerasen más apropiada. La primera de las vías señaladas parecía desde luego inviable en las circunstancias que entonces padecía La Española, hasta el punto que ni tan siquiera el Padre Las Casas había insistido en su aplicación. De las otras dos opciones posibles los Jerónimos eligieron, con buen criterio por cierto, mantener a corto plazo la encomienda pero ir preparando progresivamente la supresión de la mencionada institución y la reducción de los aborígenes a pueblos tutelados.
Inicialmente preservaron la encomienda por miedo a desestabilizar la isla, y desde luego no les faltaban razones para ello. Los tres religiosos debieron hacer grandes esfuerzos para evitar una revuelta que parecía inevitable y que hubiera podido acarrear insospechadas consecuencias. Por tanto, su política inicial estuvo encaminada a calmar los ánimos de los pobladores, garantizando a corto plazo el mantenimiento de la encomienda, aunque eso sí, vigilando el estricto cumplimiento de las ya citadas Ordenanzas de Burgos. Y es que realmente, en los años finales de la segunda década del siglo XVI, la isla sufrió una agudísima crisis, causada por el final de la economía del oro y por la marcha de muchos pobladores a la Nueva España. Todo ello creó una sensación de zozobra entre la población, hasta el punto que los mismos vecinos llegaron a pensar que La Española podía ser enajenada por parte de la Corona.
Por lo demás, de los tres frailes jerónimos, solamente fray Bernardino de Manzanedo tenía una opinión favorable de la encomienda, siempre y cuando -escribía- se cumpliesen las ordenanzas vigentes. Sin embargo, Manzanedo pronto regresó a la Península, permaneciendo en la isla fray Luis de Figueroa y fray Alonso de Santo Domingo, ambos decididos defensores del proyecto lascasista de pueblos tutelados.
LAS REDUCCIONES DE INDIOS
Pese a las circunstancias de los primeros tiempos, fray Luis de Figueroa y fray Alonso de Santo Domingo jamás renunciaron a su intención inicial de crear pueblos tutelados. También la creación de estos asentamientos debió llevarse a cabo paulatinamente y en dos fases, nuevamente debido a la delicada situación social y económica que atravesaba la colonia. La primera de las fases se desarrolló entre 1517 y principios de 1518 con los indios arrebatados a los cortesanos, mientras que la segunda se gestó y ejecutó desde febrero de 1518 hasta la marcha a Castilla de los dos Jerónimos en 1519, extendiéndose la experiencia a prácticamente todos los aborígenes de la isla.
En 1517, los tres cenobitas decidieron iniciar su proyecto tan sólo con varios centenares de indios, concretamente con los que acababan de quitar a los cortesanos. Hemos de insistir que tan solo fueron expropiados los absentistas, pues, aunque intentaron también arrebatar los indios a los Jueces de Apelación, estos se opusieron, amenazando con dejar sus oficios y abandonar la isla. Tampoco pudieron quitar los indios al Almirante Diego Colón, debiendo conformarse con arrebatárselos a su ausente hermano don Hernando. Dichos indios fueron "depositados", en el factor Juan de Ampiés, para que los administrase antes y durante el proyecto reduccionista.
Los Jerónimos planificaron con una minuciosidad sorprendente todos y cada uno de los pasos que se debían llevar a cabo para iniciar con éxito su proyecto. Para ello, lo primero que hicieron fue solucionar una cuestión clave, es decir, la financiación. Evidentemente ni los encomenderos, ni la Corona estaban dispuestos a correr con los gastos de un proyecto de la envergadura del que planeaban los Cenobitas. Habida cuenta que no había dotada una partida presupuestaria para desarrollar su proyecto, los Jerónimos decidieron que los indios depositados mantuviesen, durante 1517 y 1518, su demora de ocho meses en las minas de oro del Cibao y San Cristóbal así como en las de sal de la región de Macorís. Evidentemente, acudían a las minas no en compañía de encomenderos sino con mineros asalariados, evitándose de esta forma la explotación intensiva a la que frecuentemente se veían sometidos. Por otro lado, aunque pudiera parecer una decisión drástica lo cierto es que, respondiendo a su fama de estadistas, los tres religiosos solucionaron la financiación de la alimentación, vestido y educación de los indios reducidos.
En febrero de 1518 habían previsto empezar con el poblamiento de los primeros cuatro pueblos de indios, que al finalizar el año debían ser 12. El objetivo ya en 1518 era eliminar totalmente la encomienda, ampliando el proyecto a la mayor parte de los indios de la isla, y reducirlos a pueblos bajo la administración conjunta de frailes y mayordomos. Reducir a todos los indios era una tarea imposible por lo que los cálculos se hicieron en principio para unos 7.000 indios, de los 10.000 que se suponía quedaban en la isla.
Ni que decir tiene que los Jerónimos estaban facultados para tomar tal decisión, pues, era una de las opciones recogidas en sus instrucciones de gobierno. Sin embargo, ambos eran conscientes del problema al que se iban a enfrentar, pues, habían tenido ocasión de conocer directamente la opinión de los distintos grupos políticos de la isla. No debemos olvidar que, aunque la mortalidad progresiva de los indios había reducido el número de indios por encomienda y, en definitiva, su rentabilidad absoluta, todavía en estos años seguían reportando importantes beneficios a sus poseedores. Además, en 1518, el aborigen seguía siendo la mano de obra fundamental de la isla, utilizada tanto en los hatos ganaderos como en los ingenios.
Como era de esperar, pese al empeño y a la minuciosidad con la que los Jerónimos prepararon su proyecto, la oposición de los vecinos fue radical, absoluta y despiadada. Y para colmo, esta vía intermedia de pueblos semilibres disgustó tanto a la élite encomendera, que veía en juego sus intereses económicos, como a los frailes dominicos que, consideraron insuficiente el proyecto y no dudaron en notificar a la Corte su gran malestar por la decisión.
El panorama era desalentador y el futuro incierto, pero los dos cenobitas decidieron seguir adelante con sus planes, entregándose de cuerpo y alma a ello hasta su marcha en 1519. Su empeño por sacar adelante, contra viento y marea, estos pueblos de indios fue encomiable, pues, realmente creían en esta vía como la única posibilidad viable de salvar a los indígenas de una desaparición segura. En este sentido, escribieron al Emperador diciéndole que, cuando ellos llegaron a la Isla, estos estaban tan derramados por toda la Isla y tan pocos en cada asiento por estar todos divididos por las minas, estancias de los castellanos y otras granjerías... Y era difícil multiplicar su generación porque en unos sitios había muchas mujeres y en otros muchos hombres.
Por todo ello, a principios de 1518, comenzaron las acciones encaminadas a poner en efecto su proyecto. Lo primero que hicieron fue ordenar que se buscaran los asientos más adecuados para su ubicación, comisionando para ello a un antiguo vecino de la isla, llamado Antonio de Villasante. La mayoría de los asientos se establecieron en la Vega y en el antiguo cacicazgo de Higüey, pues era allí donde se concentraba la mayor parte de los aborígenes. De esta forma pretendieron evitar un desplazamiento de los indios más allá de lo estrictamente necesario.
Al final, como ya hemos dicho, solo llegaron a ponerse en marcha 17 pueblos porque, en pleno proceso reduccionista, se desató una virulenta epidemia de viruela que diezmó notablemente a la población indígena. De esos 17 pueblos tenemos noticias de al menos 15, a saber: Xaragua, Baní, Villanueva de Yáquimo, Verapaz, Santiago, Santa Ana, La Mejorada, Santa María de la O, San Julián, San Juan Bautista y Santo Tomé, más tres pueblos en la rivera del Minao y otro al Çoco, que no los hemos localizado geográficamente.
La delicadeza con la que los religiosos querían llevar a cabo su proyecto fue tal que dieron la oportunidad a los caciques de elegir el asiento al que preferían mudarse, evitando así un cambio por la fuerza. Y asimismo, para reducir la brusquedad de la mudanza decidieron, siguiendo un consejo mostrado por algunos declarantes del Interrogatorio, que el traslado a los asientos se realizase en dos fases. En un primer momento se reducirían solo los caciques más aculturados, como eran los caciques Ojeda, Francisco y Rodrigo, este último muy buen cristiano y muy buen predicador de indios y muy buen lengua y ha mucho que desea verse en pueblo con tributo. Según los propios Jerónimos, con esta medida pretendían que los demás indios, viendo el ejemplo de estos caciques y los beneficios que su nueva situación les reportaba, optasen por trasladarse a ellos voluntariamente.
EL FRACASO DEL PROYECTO
Desgraciadamente los pueblos apenas si llegaron a tener vida efectiva, pues concurrió un cúmulo de circunstancias adversas que frustraron irremediablemente el proyecto. Para empezar, antes del traslado, los indios se vieron afectados por una epidemia de viruela que duró buena parte del año de 1519 y que produjo la muerte de tres cuartas partes de la población aborigen. Pero, es más, los que sobrevivieron lo hicieron en precarias condiciones físicas y posiblemente también psicológicas. Todo ello nos hace pensar que el entusiasmo con que los Jerónimos habían ideado sus reducciones no consiguieron transmitírselo a los indígenas, desesperanzados por sus precarias condiciones de vida. En este sentido, un vecino, llamado López de Béjar, declaró que la causa de que los pueblos de indios se perdieran fue “la mala gana que los indios tenían de estar en ellos por estar los dichos pueblos fuera de sus tierras y por otras causas...” También hay que reseñar el boicot de los colonos que no se resignaron fácilmente a la pérdida de sus indios de encomienda. En el juicio de residencia, tomado en 1521 al licenciado Rodrigo de Figueroa, numerosos testigos declararon que, después de la epidemia de viruela, los españoles fueron a los pueblos a por sus indios, llevándose la yuca que había sembrada en ellos.
Y finalmente, debemos referirnos a los malos tratos y a los desafueros que cometieron los propios mayordomos y los visitadores sobre los indios tutelados. No solo pretendieron lucrarse personalmente con el oro que granjearon los indios de cada pueblo, sino que también maltrataron a los naturales, provocando la desaparición de algunos pueblos, como ocurrió con el de Verapaz, ante la complicidad del visitador Almaraz. Así, pues, algunos mayordomos abusaron cruelmente de los indios, obligándolos a trabajar con el único objetivo de acrecentar sus patrimonios personales. Y todo ello muy a pesar de que los Jerónimos, previendo tales abusos, asignaron salarios a dichos administradores, situados, como es sabido, en rentas de la ciudad de Santo Domingo.
Al final, los pueblos quedaron despoblados y la mayor parte de los indios fueron de nuevo repartidos entre los españoles. Sin embargo, los Jerónimos demostraron, contra la opinión de la mayoría, que era posible llevar a la práctica los pueblos tutelados que en su día defendiera el dominico padre Las Casas. El talante que muestra el Emperador en los poderes e instrucciones dados a Rodrigo de Figueroa, el 9 de diciembre de 1518, es muy significativo al respecto. En dicho documento afirma que muchos indios eran capaces de vivir "por si ordenadamente en pueblos" y que, por tanto, debía otorgarse la libertad a todos los aborígenes que lo solicitaran, jurando, a cambio, vasallaje y abonando tres pesos de oro anual por su persona y por cada hijo varón mayor de veinte años que custodiasen. Asimismo, el nuevo gobernador llevaba una larga lista con las personas a las que debía volver a quitar sus indios, a saber: cortesanos, oficiales reales y al propio Rey. Un año y medio después el Emperador reconocía que los indios eran libres y, por ello, “nos con buena conciencia no los podemos ni debemos encomendar a nadie, como hasta aquí se ha hecho”. Sin embargo, para evitar los inconvenientes de tan drástica medida, nuevamente, como durante el Triunvirato Jerónimo, pretendía una desaparición paulatina. Sin embargo, Rodrigo de Figueroa no quiso o no pudo continuar con el gran programa indigenista de los Jerónimos, limitándose a la creación de tres pueblos de indios tutelados: Villaviciosa, San Juan de Ortega y Cayacoa. Un esfuerzo mínimo comparado con el amplio y generoso programa de sus predecesores. Dado el escaso empeño mostrado por Rodrigo de Figueroa, los tres pueblos sobrevivieron precariamente hasta 1530, en que se daban definitivamente por desaparecidos.
Pese al fracaso, la labor de los Jerónimos fue recordada en la Corte positivamente, hasta el punto que pocos años después se intentó el regreso de fray Luis de Figueroa a la isla. Concretamente sabemos que, en 1523, el Emperador puso un gran empeño en que retornasen al gobierno de La Española tres frailes jerónimos, encabezados por fray Luis de Figueroa. Éste, en un primer momento se mostró muy reticente a aceptar los cargos de presidente de la Audiencia de Santo Domingo, obispo de Concepción de la Vega y Abad de Jamaica. Sin embargo, la Corona, a sabiendas del buen servicio que podía prestar, presionó al general de la Orden, e incluso al Papa, para que aceptara, destacando el gran servicio que haría por su santa vida y por la experiencia que tiene en la condición de los indios. Las compulsorias del general de su Orden fueron remitidas en abril de 1523, debiendo aceptar el cargo poco después, pues, en julio de ese mismo año se solicitaba el pago a fray Luis de Figueroa de 250 ducados para sufragar la expedición de sus bulas del obispado y de la abadía.
Pero el viejo cenobita debió imponer también sus condiciones, que fueron exactamente dos, a saber: una, que le acompañaran dos frailes Jerónimos y que siempre haya tres cuando uno faltare, y dos, que se le prestasen las bestias suficientes para trasladar sus libros. Finalmente, el cenobita no llegó a embarcarse porque le sorprendió la muerte. Quizás de esta forma evitó tener que presenciar el fracaso absoluto que supuso su experiencia y el dramático final de muchos de los indios a los que, con tanto esmero, se dedicó en los años que permaneció en La Española.
PARA SABER MÁS
MIRA CABALLOS, Esteban: “La primera utopía americana: las reducciones de los Jerónimos en la Española (1518-1519)”, en Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas, Nº 39. Hamburgo, 2002, Págs. 9-36.
ESTEBAN MIRA CABALLOS
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