QUÉ FUE DE AQUELLA CATALUÑA...
Corren tiempos difíciles, para España, para Europa y para el mundo. Tras la II Guerra Mundial, con el fin de una parte de los totalitarismos, algunos creyeron que nos encaminábamos irremediablemente a un mundo más justo, más equitativo y más humano. Pero desgraciadamente nos equivocamos porque la tozudez del ser humano no tiene límites y es capaz de estrellarse reiteradamente en la misma piedra. Del horror de los totalitarismos pasamos al horror del capitalismo que está sembrando el mundo de desolación, hambre y desigualdades sociales, al tiempo que está socavando irremediable el ecosistema. En medio de este panorama, la situación de España, es especialmente crítica, por tener más de 5,5 millones de parados, y porque la clase media se está empobreciendo a un ritmo estremecedor.
Por si la situación no fuese ya especialmente grave, la Comunidad Autónoma de Cataluña está aprovechando la debilidad de España para reivindicar su independencia. Parece increíble que el pueblo de Cataluña, que está sufriendo con rigor la crisis y el paro, al igual que otros territorios españoles, se movilice en un porcentaje altísimo en defensa del independentismo. Nada de ataques a la banca, ni a la élite económica, ni tan siquiera a la oligarquía política. Nada de movimiento obrero, proletario o de clases medias frente al poder, frente a la élite dirigente. Nada de eso, como si en Cataluña existiese la igualdad social. Todo se focaliza en la independencia, que se ha convertido en algo así como el edén soñado por decenas de miles de personas. La reivindicación puede ser –y lo es- legítima, pero desde luego no prioritaria, ni por supuesto oportuna.
Y cuando pienso en la situación actual de Cataluña me planteo una pregunta de difícil respuesta: ¿cómo se ha deteriorado tanto la visión que el resto de España tiene de Cataluña? Recuerdo de pequeño, en los años setenta del siglo pasado, que Cataluña era admirada por toda mi generación: tierra de gente no solo laboriosa y emprendedora sino también solidaria. Casi a diario veías a vecinos, parientes y amigos que decidían hacer maletas, dejar el pueblo y viajar a Cataluña. Esta palabra representaba para niños como yo, la ilusión de una tierra abierta, de libertad, donde cualquier persona, de cualquier raza y condición, podía prosperar con esfuerzo y tesón. Cataluña era sinónimo de éxito y de eficacia; todo lo fabricado en Cataluña era bueno por definición. Los catalanes eran personas inteligentes, educadas, trabajadoras y solidarias. Un territorio que, con los precarios medios de comunicación de la época, desde un pueblo andaluz lo veíamos como una frontera lejana y a la vez cercana. De vez en cuando, la locura se desataba entre mis hermanos cuando recibíamos en casa un paquete de los parientes catalanes, con camisetas, chocolates y otras golosinas que no estaban a nuestro alcance en nuestro pueblo.
¿Quién o quiénes se han encargado de arruinar la merecida fama de Cataluña? Supongo que no habrá un único responsable, pero los políticos han tenido mucha parte de la culpa. Trasmiten la idea de una Cataluña egoísta e insolidaria, empequeñecida, cavernícola... Resulta que desde la Edad Media los catalanes rompieron fronteras para navegar por todo el Mediterráneo, incluso por el norte de África. Y ahora, estos politicastros de turno, se empeñan en levantar nuevas barreras donde no las hay y en sembrar discordias con otras nacionalidades de su entorno. Pero, que nadie lo olvide: ¡Quien siembra vientos recogerá tempestades! Si la situación no da un vuelco radical, llegarán las tempestades, y de una magnitud todavía impredecible.
Los políticos deberían dedicarse a gobernar en pro del pueblo y no a costa de él. Pero el pueblo tampoco está libre de culpa. La desidia les impide movilizarse y exigirles a los gobernantes responsabilidades por los agravios pasados y presentes. Es hora de la unión del pueblo en una lucha por la justicia social. El enemigo del pueblo catalán no es el pueblo español, sino que todos tenemos un enemigo común que es la oligarquía capitalista y el neoliberalismo que están acabando con el mundo.
ESTEBAN MIRA CABALLOS
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