HISTORIA DE LOS CONVENTOS DE ZAFRA EN LOS MANUSCRITOS DE ASCENSIO DE MORALES (S. XVIII)

Ascensio de Morales y Tercero en una carta autógrafa, fechada en Badajoz, el 26 de abril de 1754, explicaba todos los pormenores de su comisión de archivos. Una orden del Consejo de Estado dada en 1743 le encomendó la tarea de investigar en los archivos para hacer una Historia Eclesiástica de España. Sin embargo, detrás de esa aparentemente altruista misión había motivos de más calado. Al parecer, los cardenales Acquaviva y Belluga, comisionados para negociar el Concordato de 1723 habían sostenido, frente al Papa, que la grandeza de los conventos y de las iglesias de España se debía al mecenazgo de los reyes. Felipe V quiso llevar a cabo una investigación para verificar eso y de paso recuperar los legítimos derechos que con la Corona le habían dejado los señores reyes sus predecesores gloriosos en las iglesias que habían conquistado, fundado y dotado en sus dominios, y saber cuántas eran fundaciones reales. Y para llevarlo a cabo se le otorgó el cargo de oidor honorario de Sevilla con la intención de que recibiese un sueldo de 75 reales diarios para llevar a cabo su misión. Empezó investigando en Castilla, León, Asturias y Galicia, para ver la regalía de patronatos de las iglesias catedrales de Palencia, Valladolid, León, Astorga, Santiago, Tuy, Lugo, Orense, Oviedo y Burgos. Con Fernando VI se le propuso Galicia, y, finalmente, por decreto del 23 de junio de 1750 se le encargo los obispados de Cuenca, Murcia, Cartagena, Orihuela, Plasencia y Badajoz (Rodríguez Moñino, 1930: 121-136).
Su obra más acabada fueron cuatro volúmenes con documentación sobre la diócesis de Badajoz. El cuarto de esos volúmenes, conservado por duplicado en el Archivo Histórico Nacional y en la Biblioteca Colombina fue publicado en Badajoz en 1910 bajo el título de Crisis Histórica de la Ciudad de Badajoz y reeditado en la misma ciudad en el año 2006. Sin embargo, este último volumen era resumen de los tres anteriores, conservados en la sección de Códices del Archivo Histórico Nacional y que nunca vieron la letra impresa. Uno de estos tres volúmenes es la historia de los conventos del obispado de Badajoz, de los que extractamos en estas líneas lo correspondiente a la villa de Zafra.
Fue mal investigador y buen copista, se dedicó a copiar literalmente de fuentes muy concretas: las crónicas de las respectivas órdenes, los libros de profesión de cada convento y de la Historia eclesiástica de la ciudad y obispado de Badajoz de Juan Suárez de Figueroa. Su valor es relativo, de aquellos cenobios de los que se conserva su documentación apenas presenta ninguna novedad reseñable pero sí, en cambio, de aquellos otros en los que la documentación está desaparecida o perdida.
Y por último decir que hemos adoptado como criterios de transcripción la actualización de las grafías. Asimismo, hemos corregido sin previo aviso las erratas del propio autor y alterado aquellos signos de puntuación colocados inoportunamente, todo ello para facilitar su lectura.
CONVENTO DE LA ENCARNACIÓN. DOMINICOS
El convento de Santo Domingo de Zafra, extramuros de la villa, con título de Nuestra Señora de la Encarnación (que ordinariamente llaman La Mina), tiene sobre la portería un título que dice: Doña María Manuel, Condesa de Medellín, año de mil quinientos y once, como dando a entender haberle fundado esa señora en dicho año. Pero consta en el instrumento de su fundación, que conserva el convento, haber sido y pasado en Zafra, a 8 de febrero de 1528, en las casas de su morada que tenía en la calle de Sevilla. Y fueron testigos fray Pedro de Espinosa, prior de Santo Domingo y del Campo, y fray Alonso de Villegas y la señora firmó María de Jesús. Dotole en ciento y ochenta mil ciento y cincuenta y tres maravedís de renta en censo de diez mil el millar, con algunas tierras. Y en sesenta mil maravedís de hierbas cada año en las dehesas de Setefilla y el Fresno, término de Badajoz y de las casas de su morada en la calle de Sevilla, linde con casas del capitán Hernando de Guillade, y casas del comendador frey Gómez Maraver.
En su testamento dispuso que la enterrasen en la capilla mayor del convento, permitiendo que don García de Toledo, su hermano, y doña Mencía Manrique, su mujer, y descendientes se puedan enterrar en ella si quisieren. Dejó por herederos a don Lorenzo de Figueroa, hijo de los susodichos y hace particulares mandas, como son los mil (maravedís) de renta para que mantengan una lámpara en la iglesia de su casa. Otros diez mil maravedís a las monjas de Santa Marina. Siete mil quinientos a las beatas de Santo Domingo del Campo, que son las de Santa Catalina; y cinco mil a las de Salvatierra. Murió esta piadosa señora en el año de 1544 y fue hija de don Gómez Suárez de Figueroa y doña María de Toledo, Condes de Feria. Y aunque aró en su nobiliario no se acordó de esta matrona ilustre y virtuosa, ni del referido don Lorenzo de Figueroa, su sobrino y universal heredero, consta claramente de ambos, y de lo demás que queda dicho en el citado testamento que existe original.
CONVENTO DE SAN BENITO. OBSERVANTES
El convento de San Benito, religiosos Observantes de la villa de Zafra, villa de los Duques de Feria, es uno de los más graves de la provincia de San Miguel de esta religión. Fundole por los años de 1480, con bula del Papa Sixto IV, el segundo Conde de Feria, don Gómez Suárez de Figueroa, en una ermita antigua de San Benito, en donde hay tradición habían habitado algunos ermitaños.
Desde el año de 1553 hasta el de 1599, estuvo este convento dedicado a la Recolección, después le han continuado habitando los observantes hasta el presente, habiendo extendido y ampliado su situación. Son sus patronos los Duques de Feria y de algunas capillas, diferentes bienhechores.
Es casa que pasa de cuarenta religiosos y en ella han florecido muchos varones insignes en virtud. Tales fueron en tiempo de la reforma, fray Diego de San Alejo, lego, de nación portugués, fray Blas, también lego, varones muy penitentes y de gran oración, humildad y silencio. En el de los observantes, fray Juan de San Miguel, lego, natural de la villa de Bodonal, lugar de este obispado, como cinco leguas de Zafra. Fray Juan de Sotomayor, natural de Salvatierra, también de este obispado. Fray Mateo de Maheda, sujeto igualmente virtuoso que docto. Fray Antonio de Monleón, natural del lugar de su apellido, en Castilla la Vieja, religioso lego. Fray Juan de San Miguel, natural del lugar de Redonda, obispado de Ciudad Rodrigo, de los cuales todos trata la crónica de San Miguel, exponiendo las cosas memorables de sus vidas.
CONVENTO DE SANTA CLARA
El convento de Santa Clara de Zafra es de los primeros que tiene la religión seráfica en el Estado de Feria. Fundaronle a lo último de su vida don Gómez Suárez de Figueroa, señor de Zafra, y doña Elvira Laso de Mendoza, progenitores de los Condes, hoy Duques de Feria, según el estilo e instituto de las de Tordesillas, llamadas Urbanistas. Así lo dice una inscripción que hay en él, cuyo tenor es: Este monasterio es de Santa María del Valle, orden de Santa Clara, de observancia. El cual dotaron los muy magníficos señores así en vida como en sangre, Gómez Suárez de Figueroa y doña Elvira laso de Mendoza, cuyos cuerpos huelgan en medio del coro de dicho monasterio, del cual principiación hace el año de nuestro salvador Jesucristo de 1428.
Hay tradición de que el cielo aprobó esta fundación con dos cosas bien singulares: la primera, que ciertas personas de mucha virtud y oración vieron que desde el sitio donde después se edificó el convento se levantaba hasta el cielo una escala por donde subían muchas almas en traje de religiosas. Y la segunda, que al tiempo de abrir los cimientos se halló una imagen de piedra blanca con un letrero que decía: Santa María del Valle ora pro nobis. Y por este motivo quedó el convento con la advocación de Santa María del Valle, título que en aquellos tiempos era celebrado, pues en el convento del señor San Francisco de Sevilla se halló una imagen con la propia advocación.
Para la firmeza de esta fundación, expidió la correspondiente bula el Papa Martino V, dirigida al obispo de Badajoz que entonces lo era don fray Juan de Morales, de la Orden de Santo Domingo, obispo después de Jaén, confesor del rey don Enrique III, maestro y confesor del rey don Juan II y contado entre los de excelente virtud en su religión y que se había hallado por lo tanto en el Concilio Constanciense, en virtud de la cual, hallándose en Zafra, habiendo admitido la dote asignada por los fundadores que fue el quinto de los bienes muebles que don Gómez Suárez había dejado por su testamento y cinco mil florines que de los suyos añadió doña Elvira, su mujer, en 25 de agosto del año de 1430, se puso todo lo contenido en la bula en ejecución. Y al siguiente día, en presencia de la fundadora, dio el obispo la posesión del convento que todo lo perteneciente a él, al padre fray Juan del Río, vicario, en nombre del religioso varón fray Francisco de Soria, visitador del monasterio de Tordesillas, que era el propio prelado, y cuya memoria celebra el martirologio franciscano al día 7 de julio.
Trajeronse para esta fundación religiosa del convento de Tordesillas, pero parece que tardaron algún tiempo en habitar el monasterio, sin duda para dar lugar a la obra. Fueron sus dos primeras abadesas doña Isabel y doña Teresa de Figueroa, hijas de los fundadores, los cuales habiendo señalado que hubiese de constar la comunidad de veinticinco religiosas, después se ha ido dilatando hasta sesenta que regularmente suele haber.
De él han salido fundadoras para los conventos de Constantinopla, de Madrid, Santa Clara de Fregenal y Santa Ana de Badajoz. Ha sido convento siempre muy religioso y en él han florecido muchas religiosas de singular virtud como son doña Sancha (cuyo apellido se ignora), la cual en una gran peste que trabajó la Extremadura vio en la oración dos ángeles que discurrían por el aire despidiendo saetas de fuego, preservando sola al convento por haber salido a la defensa Nuestra Señora del Valle. Doña Catalina Diosdado, fulana Chanca. La hermana María, otra anónima, y otra que llamaban La Toledana, cuyos nombres se ignoran. Doña Catalina de Ocampo, doña Gerónima Enríquez, María de Jesús, doña María de Céspedes, doña Inés de Alvarado, doña Elvira de Melgar, Isabel de Melgar, la venerable católica de Santa Clara Elvira de la Asunción, María de la Cruz, Andrea de Jesús María, María de Santa Clara, Ana de San Buenaventura y María de San José, hermanas y católicas de Cristo de cuyas vidas y virtudes tratan las crónicas de la religión y particularmente la de la provincia de San Miguel.
CONVENTO DE SANTA MARINA
El convento de Santa Marina de la villa de Zafra, de religiosas, orden de Santa Clara, tuvo principio a lo que se puede averiguar por un recogimiento de beatas que sin más instituto que su devoción vivían retiradas del mundo en una ermita de Santa Marina, llamada de Pomares.
Sus más antiguas memorias llegan a la de 1430. Por los años de 1518 profesaron la regla de Santa Clara, trayéndose para fundadora y maestra del instituto nuevo, (a) la venerable Catalina de la Puerta, cuyas grandes virtudes celebran las crónicas. No se sabe las licencias que concurrieron para ello, solo sí que como este monasterio tuvo el principio que se ha referido, se mantuvo siendo muy corto y pobre hasta que la Duquesa de Feria, doña Juana Dormer, lo reedificó. La ocasión fue el estar situado cercano al palacio que los Duques tenían en aquella villa, pues con este motivo, tomándoles cariño la Duquesa a las monjas persuadió a doña Margarita de Harinton, prima suya, que habiendo venido con la Duquesa de Inglaterra y cas(ad)o con don Benito de Cisneros, de quien se hallaba viuda y sin sucesión, tenía determinado dejar sus más bienes destinados a obras pías que los convirtiesen en la refundación de este monasterio como al fin lo hizo, dejando en su testamento la libre disposición a la Duquesa, su prima, quien impetrando bula del pontífice Paulo V para disponer a su voluntad sobre este asunto, que fue expedida en 13 de noviembre de 1606, derribó la iglesia antigua y sacó desde los cimientos la que hoy subsiste que es de las más primorosas del obispado, así por su arquitectura como por su adorno. Enriqueció la sacristía con muchos ornamentos y plata, labró las necesarias oficinas en el convento, hizo tribuna desde su palacio, creo capellanías y ejecutó otras cosas que comprenden las dos inscripciones que hay (en) la capilla mayor de la expresada iglesia, de las cuales la primera está al lado del evangelio, bajo de un túmulo de mármol en que está una estatua de doña Margarita puesta de rodillas que dice: Aquí yace doña Margarita Harinton, hija de Jacobp Harinton, varón de Exton, y de doña Lucía, hija de Guillermo Signei, Vizconde de Lube y Barón de Remhurse, nacida en Inglaterra, mujer de don Benito Cisneros, cuyas singulares virtudes pudieran hacerla insigne cuando le faltaron tantos títulos de nobleza para serlo. Rogad por ella a Dios. Murió en mayo, año de 1601. Doña Juana Dormer, Duquesa de Feria, primera albacea y patrona, en cumplimiento de su amor y del testamento mandó hacer esta capilla y sepultura.
La otra inscripción está al lado de la epístola y dice: La Excma. Señora doña Juana Dormer, Duquesa de Feria, albacea de la señora doña Margarita Harinton, su prima, que comunicó con su excelencia su voluntad, demás del edificio de esta capilla y entierro de la señora doña Margarita y sus dos hijos, edificó esta iglesia que enriqueció su sacristía de ornamentos y dio al convento 1.100 ducados de renta dotando de ellos dos capellanías de 100 ducados cada una, 30 aniversarios en las fiestas principales de cada año y salario para un sacristán y dos acólitos y el remanente para este convento con derecho de nombrar una monja perpetuamente su excelencia y los excelentísimos Duques de Feria que la sucedieron en el patronazgo”.
Como este monasterio tuvo su principio en la ermita de Santa Marina, mantuvo hasta este tiempo el ordinario el derecho de visita. Pero habiéndole representado la comisión y religión los inconvenientes que esto tenía y que con la reedificación había mudado forma, hizo censura de él, que se aprobó, a instancias de la Duquesa, el Papa Paulo V, por su bula de 13 de marzo de 1612.
En su iglesia hay colocadas dos cabezas de las once mil vírgenes y una canilla del cementerio de San Calixto. Y el señor don Juan de Austria puso en ella la milagrosa imagen de Nuestra Señora de la Enjara Aña (sic), dándole el título de la Concepción, la cual trajo de Unguela, lugar de Portugal, donde fue hallada milagrosamente y se cree ser una de las muchas que escondieron los godos en la pérdida de España. Es monasterio que mantiene por lo regular cuarenta religiosas. Y en él han florecido muchas de singular virtud, como sor Catalina de la Cruz y María de San Pedro, María de Santiago y Beatriz de San Antonio, de cuyas vidas y virtudes hace mención muy honorífica la crónica de esta provincia de San Miguel.
CONVENTO DE LA CRUZ
También tuvo principio el convento de la Cruz de religiosos de la Orden Tercera por un recogimiento de beatas, pues consta que por los años de 1511, María de la Cruz, tercera profesa, trayendo a su parecer y piadosa determinación otras terceras de la villa de Zafra, y entre ellas Ana González, María de los Ángeles y Ana de San Francisco, trató de elegir y componer una casa a modo de monasterio en que las cuatro, y las demás que quisiesen entrar en su compañía, sirviesen a Dios, observando la tercera regla de San Francisco. Así lo ejecutaron y vivieron hasta los años de 1530 en que parece murió la referida María de la Cruz, que ejerció siempre el título de prelada y en que le sucedió, el expresado año, Ana González, en cuyo tiempo se encuentra haber crecido el número de religiosas y rastros de comunidad formal, aunque no consta si profesaban ya los tres votos sustanciales. Antes bien resulta que no observaban clausura y acudían al convento de San Benito de la Orden de San Francisco a recibir los sacramentos y enterrarse hasta el año de 1553 que, en conformidad de lo determinado en el Capítulo General de Salamanca y orden que se les remitió, la guardaron y adelante, el de 1591, revivieron el velo negro y quedaron hechas perfectas religiosas.
Con su primera institución de beaterio, estuvo este convento situado en el arrabal de la expresada villa, calle de San Benito, y sus primitivos fondos fueron la casa y demás bienes que poseía María de la Cruz y dejó por su testamento. Aumentolos después Gabriel de Cabrera con lo cual, considerando que la casa que habitaban no era suficiente para el número de religiosas que cada día se aumentaba y que no había caudales para edificar de nuevo convento acomodado y con oficinas correspondientes, compraron unas casas principales a la puerta Oriental de la villa, que llaman de los Santos, a don García de Toledo y Figueroa, las cuales, por oposición que tuvieron, les costó hartas fatigas el ocuparlas y se solicitó despojarlas de la posesión que de ellas tomaron una noche en el silencio de ella pero, al fin, con autoridad del nuncio, fueron amparadas y en ellas formalizaron sus oficinas y convento en la forma que hoy subsiste, manteniendo expresamente la prerrogativa que tenían las casas de tribuna a la iglesia colegial con lo cual se suple el defecto de iglesia propia que aunque la tienen es muy pequeña por no haber permitido la formación de las casas más extensión.
Es convento que por lo regular mantiene cuarenta religiosos. Ha conservado siempre el primer título de la Cruz. Poseen una canilla de Santa Isabel, Reina de Hungría, y una cabeza de las once mil vírgenes.
Han florecido en el monasterio religiosas de virtud, en primer lugar las dos fundadoras: María de la Cruz y Ana González. Después María de los Ángeles, Isabel de San Bernardino, Doña María de Porras en el siglo y de Corpus Christi en la religión, y Lucía de San Gerónimo, de cuyas virtudes hacen muy particular memoria la crónica de esta provincia de San Miguel.
CONVENTO DE LA LAPA, DESCALZOS DE SAN FRANCISCO
El convento de San Onofre de la Lapa es de la provincia de San Gabriel de religiosos descalzos de nuestro padre San Francisco. Está fundado en el estado del Ducado de Feria. Dista legua y media de la villa de Zafra. Lo fundó don Lorenzo Suárez de Figueroa, señor de dicho estado de Feria, el año de 1447, según se infiere de una lápida que está sobre el arco del coro y en ella esculpido un letrero en latín que traducido fielmente en romance dice así: Año del nacimiento de Nuestro Salvador Jesucristo de 1447. Mandó hacer este oratorio el noble caballero Lorenzo Suárez de Figueroa, ruega a los que en él sirven a Dios, hagan oración por él y por los demás a quien tiene obligación.
Hay tradición que fueron religiosos de la Orden Seráfica los que le habitaron, no en forma conventual sino a lo eremítico y solitario, como en aquel tiempo usaban. Mucho después, el año de 1507, don Gómez Suárez de Figueroa, segundo nieto del primer fundador y sucesor en el dicho Estado, se le dio a la provincia de San Gabriel, entonces custodia del Santo Evangelio, siendo su custodio el padre fray Pedro de Melgar, y general de la orden fray Raynaldo de Contignoa, por lo que el patronato está en la casa y señores del Estado de Feria, los cuales socorren a los religiosos de dicho convento con especiales limosnas, sin haber establecido número determinado para su habitación.
Dicho convento permanece donde se fundó en el principio, que es la falda de una sierra no muy alta, llamada la Lapa, en la cual, y dentro de la cerca del convento, está una antigua ermita dedicada a San Onofre, e inmediata a ella hay una concavidad a manera de cueva (que vulgarmente llaman esta tierra Lapa) cuyo alto, por la parte de adentro, destila continuamente gotas de agua como nube, cosa que admira a cuantos la ven, por ser extraordinaria. Por cuyo motivo se le dio al convento el título de San Onofre de la Lapa.
El sitio es devoto y solitario para darse a la oración y otros ejercicios espirituales, por lo cual ha sido siempre de la mayor estimación a los excelentísimos Duques de Feria, en especial cuando dichos señores residían en su villa de Zafra, pues se retiraban a él en las cuaresmas y otras festividades principales para celebrarlas con más devoción, para lo que tenía y hoy persevera un cuarto inmediato a la iglesia.
El año de 1589 don Lorenzo Suárez de Figueroa, cuarto de este nombre y el segundo que tuvo el título de Duque de Feria, reedificó este convento casi profundamente y se aumentó algunas piezas y un dormitorio con seis celdas. La iglesia la adornó y colocó en el altar mayor un hermosísimo Niño Jesús, que es el hechizo y devoción de toda esta tierra, por ser muchos los beneficios que reciben los que acuden a su divina protección.
Dentro de la clausura exterior, hay cuatro ermitas muy devotas a donde se retiran los religiosos a sus ejercicios espirituales y actos de mortificación como lo demuestran las paredes salpicadas de sangre. La una es la primitiva de San Onofre, otra dedicada a San Juan Evangelista, la cual mando hacer a su costa la Excelentísima señora doña Juana Dormer, viuda del Excelentísimo señor don Gómez Suárez de Figueroa, primero que obtuvo el título de Duque de Feria, la cual bendijo el Ilustrísimo señor don Juan de Ribera, siendo obispo de Badajoz. Las otras dos, una está dedicada al señor san José y la otra al seráfico doctor San Buenaventura.
No hay en esta tierra gozo que iguale al que tiene el alma en este santo convento pues está convidando a devoción y santidad. En él fue guardián tres años el portento de santidad San Pedro de Alcántara, hijo de esta provincia. Y siendo guardián de dicho convento escribió el celebrado libro de Derecho de oración y meditación. Es uno de los conventos que la provincia tiene destinados para casa de noviciado, y hoy mantiene veintiocho individuos, entre religiosos, novicios y donados, sin tener más renta que la divina providencia, explicada en las limosnas que libremente ofrecen los bienhechores.
Dentro de la villa de Zafra tiene dicho convento de San Onofre de la Lapa una enfermería para la curativa de los religiosos enfermos, la cual se estableció el año de 1669 en una casa cercana al sitio que llaman el Pilar Redondo, que con limosnas de bienhechores se tomó para dicho fin. Y en ella asisten de continuo dos religiosos y dos donados para asistir a sus enfermos, y también confesar y ayudar a bien morir, y otras necesidades espirituales que se ofrezcan a los vecinos de dicha villa.
Entre los religiosos que florecieron en este convento fue uno, fray Alonso del Almendral, natural de la villa de su apellido, en el estado del Duque de Feria. Halláronse en este siervo de Dios las virtudes de la humildad, pobreza y caridad en grado perfectísimo. También se escribe por especial y singular prerrogativa suya, que le dotó Dios de tan ferviente oración y le elevó a tan alta contemplación que muchos juzgaban se aventajaba en esto a San Pedro de Alcántara, contemporáneo suyo. Dios es el que conoce y pesa rectamente los espíritus de sus siervos y solo Su Majestad sabe con infalible certeza quién excede de quién. Pero no es pequeño elogio de este siervo de Dios, que religiosos ejercitados y experimentados en materias de oración y contemplación y que comunicaban familiarmente como de dentro de la casa del y San Pedro de Alcántara llegasen a hacer juicio o a opinar que era a más alto grado sublimado. Murió este siervo de Dios con grande fama de santidad el año de 1564 y está sepultado su cuerpo sobre dicho convento.
Por ejemplo de paciencia en las enfermedades y dolores corporales se propone al padre fray Diego del Almendralejo, confesor, natural de la villa del Almendralejo, del maestrazgo de Santiago, porque resplandeció en él esta virtud. Fue también adornado de las demás, muy humilde, muy pobre, muy obstinante, muy caritativo, de mucho recogimiento y silencio, de grande austeridad y de continua oración y alta contemplación. Hizo el oficio de maestro de novicios y de guardián muchas veces, desempeñando no u otro con especial aprovechamiento espiritual de sus súbditos. Movido de los actos, sobre heroicos de Jesucristo nuestro bien en la Pasión y muerte, meditaba de continuo, le pidió con instancia a Su Majestad que le diese ocasiones en que padeciese a su imitación y por su amor. Concedióselo el señor, dándole un tan recio mal de gota en todas las junturas de pies, piernas, manos y brazos, con tan intensísimos dolores que le postró en la cama más de doce años, haciéndosele en todas las junturas unos grandes tumores y torciéndosele las manos y pies. En tanta y tan larga enfermedad, siempre se vio en el bendito fray Diego una alegría espiritual, una tolerancia de mártir y unas continuas gracias a Dios por la merced que le hacía. Aseguró su confesor que en estos trabajos le regaló el Señor con favores y consuelos espirituales. En los últimos años le dio un tan grande hastío que no podía comer, ni pasar más que algunos pocos tragos de sustancia por lo que llegaron a persuadir a los frailes que solo le alimentaba y conservaba la vida el sacro santo manjar Eucarístico que recibía todos los días. Conoció la hora última y pidió los santos Sacramentos, que recibió con admirable devoción, entregado el alma a su criador un viernes en cuyos días sentía con más viveza la Pasión y Muerte de Nuestro Redentor, a veintisiete de febrero de 1604, y está sepultado en sobre dicho convento de San Onofe de la Lapa.
Confusión grande es para los que están cargados de mayores obligaciones que los frailes legos, verlos sublimados a grado de alta perfección de vida, elevándose como águilas reales a lo soberano y divino. Muéveme a decir esto y a confesarlo con sentimiento del alma la consideración de las eminentes virtudes del siervo de Dios fray Juan de Guinaldo (o fray Juan Pecador, como él mismo se llamaba, reputándose por tal y el mayor de todos). Religioso lego, destinado por su profesión al servicio de los demás frailes. Fue fray Juan natural de la villa de Fuente Guinaldo, cuatro leguas de Ciudad Rodrigo. Desde su tierna edad fue inclinado a la virtud y a los diecisiete años dejó padres y patria y recibió el hábito en esta santa provincia de San Gabriel, donde profesó. Admiraban todos cuantos le veían su profunda humildad y fue tan inseparable compañera suya que no hizo cosa donde esta virtud no resplandeciese.
Ardía siempre fray Juan en fuego en perfecta caridad para con los pobres y daba con sus obras a entender que su mayor consuelo y gozo era el socorrerlos y servirlos. Todo el tiempo de religioso tuvo especial cuidado de hacer una olla de comida que daba a los pobres a la puerta. Antes de repartírsela, puesto él y ellos de rodillas, les enseñaba la doctrina cristiana y les amonestaba que tuviesen paciencia en los trabajos, hambres y necesidades. A los que venían rotos los remendaba y limpiaba, a otros les lavaba los pies y tal vez le sucedió lamer con su propia lengua las llagas ulceradas y llenas de materia a un pobre que llegó a pedirle limosna. Muchas veces iba a los hospitales donde se recogían los pobres forasteros, llevándoles algún socorro que para ellos había pedido a personas devotas que si hallaba alguno enfermo en la cama se la componía y aseaba lo mejor que podía. Repararon los religiosos con especial cuidado que el bendito fray Juan servía con más amor y afecto aquellos pobres que estaban más asquerosos y llagados. En ocasiones que iba por alguna cosa para dar a los pobres, si alguno le preguntaba qué hacía o dónde iba, solía responder voy por tal y tal cosa para darlas a Jesucristo Nuestro Señor que está a la puerta. En una ocasión acudió un pobre anciano y muy enfermo, y compadecido del alcanzar licencia del guardián para curarlo, hízole cama en una celda escusada y le sirvió por muchos días. El pobre enfermo (ordenándolo Dios así, para mayor mérito de su siervo fray Juan) mostró tan recia condición y tanta ingratitud al beneficio que se le hacía que como señor con esclavo suyo tienta con fray Juan. Decíale con enfado palabras injuriosas y cuando podía le daba empellones. Un día, llevándole una taza de caldo, probándola, dijo con mucho enfado que no la quería porque estaba desabrido. Respondió fray Juan: hermano perdone, que yo le traeré otro mejor, fue por otra de la olla de la comunidad y apenas la gustó cuando con mayor enfado le dijo que la volviese porque estaba muy salado. Perdone hermano y aguarde, y le guisaré otra a su gusto. Tercera vez le llevó otra aderezada con una yema de huevo y especias y cuando esperaba que la había de comer, más irritado que antes tiró con ella. Quién sin inflamado amor de Dios y caritativa piedad para los pobres pudiera con humildad y paciencia llevar lo referido que hizo aquel enfermo. A todo esto, le correspondía el bendito fray Juan sirviéndole con más cuidado, con mayor puntualidad, se desvelaba en su regalo y con palabras más amigables y cariñosas le trataba y consolaba. Otra vez curó también dentro del convento a un pobre tan leproso que llegaron a temer los frailes no les infeccionase, pero fray Juan les aseguraba de este peligro y así no resultó daño alguno. Otras muchas cosas de grande edificación en esta materia se dice de este siervo de Dios por las cuales mereció ser llamado padre de los pobres.
Tan atento fue fray Juan de Guinaldo a no perder el tiempo que nunca le vieron estar un instante ocioso. Servía puntualísimamente el oficio que le encargaba la obediencia y después de haber cumplido con él, iba luego a ayudar a los demás, como si todos los oficios trabajosos de la comunidad corrieran por su cuenta. Por muy ocupado que actualmente estuviese, si algún religioso le encomendaba alguna cosa de trabajo la hacía con gran gusto y le daba las gracias porque se la mandaba. Y otras veces iba por las celdas de los frailes pidiendo que le diesen los paños menores o ropa para remendarla. Acompañaba a los novicios en los ejercicios humildes y con el disimulo de que los quería enseñar los hacía él en su presencia, tomando para sí lo más penoso y les movía pláticas espirituales de cómo se habían de portar en las horas de oración y las obligaciones de los preceptos de la regla que habían de profesar.
En las mortificaciones corporales fue muy austero y riguroso hasta que el flujo de sangre de narices muy copiosa que le sobrevino se las moderaron los prelados. Su ordinaria comida en salud era una escudilla de agua caliente en que humedecía unos pedazos de pan y otras veces solo comía de lo que se recogía de las sobras de los demás frailes. Hacía disciplinas que parecían ni humanas, y traía a continuo un áspero silíceo de rallo y otro de cerdas. En todo tiempo llevaba a la comunidad, en el refectorio, algunas penitencias y en la cuaresma unas veces entraba desnudo del medio cuerpo, arriba cubierto de ceniza, azotándose cruelmente y otras arrastrando por la tierra, tirando de él otro fraile con una soga de esparto. Padeció muchas persecuciones del demonio que rabioso de ver en el siervo de Dios tanta perfección procuró derribarle de ella y que cayese en alguna culpa grave. Por muchos años le molestó con una vehemente tentación y estímulos de carne, a la manera que al apóstol San Pablo. Afligíase notablemente fray Juan cuando sentía este soplo diabólico; y para apagar los incentivos que en su penitente cuerpo encendía el demonio, usaba de más rígidas penitencias y mortificaciones. Muchas veces en las mayores inclemencias del invierno se entraba, ya desnudo ya vestido, en el hábito en los estanques o albercas de agua casi helada y allí se detenía largo espacio hasta que la frialdad del agua apagaba aquel maldito incendio del infierno. Pidió a Dios le librase de esta tentación o se la conmutase en alguna penosa y larga enfermedad; lo que alcanzó, dándole su Majestad un cotidiano flujo de sangre de narices tan copioso que le duraba muchas horas y, desde entonces jamás volvió a sentir tentación de impureza, sino tanta sujeción al espíritu como si no fuera hombre o fuera ángel en la naturaleza.
Como Dios ligó al demonio para que no pudiese acometer al bendito fray Juan con tentaciones impuras, acometiole después con otras en forma visible, ya representándose en figuras horribles ya maltratándole con golpes tan recios que le dejaba tendido en tierra sin sentido y derramando mucha sangre. En la oración mental fue continuo y fervoroso, gastando en la este santo ejercicio las más de las horas de la noche. Su orden era recogerse a descansar de las ocho a las once de la noche, desde esta hora se ocupaba en oración por las ánimas del purgatorio, de quien fue muy devoto hasta las doce que acudía la comunidad a maitines, asistía a ellos y, después que la comunidad se retiraba, se quedaba en el coro hasta la hora de prima. Se puede decir de él que siempre sin cesar oraba. Muchas veces fue visto en la oración estático y levantado de la tierra en el aire, y que de su rostro procedía un grandísimo resplandor, como rayos del sol. Manifestó Dios cuan grata le era la perfecta y santa vida de su siervo fray Juan de Guinaldo con algunas maravillas que aparecen sobrenaturales y milagrosas, en la sanidad de algunos enfermos; y multiplicar las cosas para el sustento y alivio de los religiosos y pobres necesitados que llegaban a pedir limosna.
En el año de 1605 se le aumentó en tanta copia el flujo de sangre por las narices, a que se le juntaban otros achaques de sus continuas penitencias, que el guardián mandó llevar al bendito fray Juan a la enfermería que está en Zafra para que se curase. Cuando llegó a la enfermería, preguntándole al enfermo cómo venía, respondió: hermano solo vengo a cumplir la obediencia que bien sé yo que en breve he de morir. Así fue porque el segundo día pidió le diesen el viático y recibiole con tanta devoción que movió a los circunstantes a que la tuviesen y se enterneciesen. Después pidió y recibió el santo óleo, con sano y perfecto entendimiento y dentro de media hora, pronunciando el dulcísimo nombre de Jesús, expiró, en el año ya dicho, aunque no hallo escrito el día. Trajeron a enterrar su cuerpo al dicho convento de San Onofre de la Lapa. Trece años después de su muerte se abrió la sepultura para enterrar otro religioso difunto y fue hallado su cuerpo entero, sin corrupción, ni mal olor y de tan agradable aspecto como cuando acabó de expirar.
Por los años de 1624 murió en dicho convento de San Onofre de la Lapa, fray Diego de Salvaleón, religioso lego, natural de la villa de su apellido, en el estado del excelentísimo Duque (de) Feria. Fue religioso de grande austeridad y mortificación. Vestía un hábito solo, ceñía a su cuerpo un áspero silíceo de nudosas cerdas y otro de hoja de lata. Anduvo siempre con los pies desnudos, dentro y fuera del convento. Ayunaba la mayor parte del año y hacía otras muchas penitencias corporales y, con todo, llegó a tanta ancianidad que pasó de cien años de vida y setenta de religión. Fue fray Diego muy atento y continuo en la oración mental, porque toda la mañana hasta la hora de comer se estaba de rodillas en la iglesia, ayudando a las misas, u oyéndolas. Por la tarde iba a trabajar a la huerta. Desde prima noche hasta las nueve se estaba en el coro en oraqción, y aquella hora se recogía, levantándose a maitines a las doce. Y se quedaba allí hasta la mañana, de modo que lo más del tiempo gastaba en oración. Y en ella fue visto muchas veces en elevados éxtasis, uno de los cuales le duró tres días continuos, sustentándose solo con gozos y consolaciones celestiales. Diole una calentura y llevándole a curar a la enfermería de Zafra, recibió los santos Sacramentos, con muy tierna devoción y entregó el alma a su criador. Luego que expiró se conmovió toda la gente de dicha villa de Zafra, diciendo a voces por las calles: “vamos a ver al santo que ha muerto”. Y le quieren llevar a enterrar a la Lapa. Fueron innumerables las personas que acudieron a ver el cuerpo difunto de fray Diego y, como le tenían por santo religioso, con devoción le cortaban pedazos de hábito para reliquias. No consintieron que aquel día se llevase el cuerpo; pero el siguiente, con numeroso acompañamiento al convento de la Lapa, donde está enterrado. Las cuentas del rosario en que rezaba se distribuyeron entre personas que con devoción las pedían, y se dice que con ellas sanaron algunos enfermos.
En dicho convento de San Onofre de la Lapa está sepultado el reverendo padre fray Diego Jaramillo, padre de provincia y religioso adornado de perfectísimas virtudes. Fue natural de la villa de Zafra, cabeza del estado de Feria. En todo tiempo predicó con espíritu y afecto de apóstol, atendiendo a sus méritos le ocupó la provincia en guardián de los conventos principales, en definidor y en el ministerio provincial, y en todo dio entero cumplimiento. Fue muy austero en su persona porque nunca vistió más que un hábito simple, andaba de todo punto descalzo, aunque hiciese jornadas largas por tierras ásperas. Ayunaba las siete cuaresmas de nuestro padre san Francisco. Traía ceñido continuamente áspero silíceo, su cama era una colcha, velaba muchas horas de la noche en oración y como muy experimentado en ella hablaba altamente en materias místicas. Fue singularísimo devoto de la Virgen Nuestra Señora y en la defensa de su Purísima e Inmaculada Concepción padeció trabajo mucho en Sevilla. Y fue de los principales coadjutores que, para aclamación de este misterio, tuvo el venerable siervo de Dios fray Francisco de Santiago. Luego que concluyó el provincialato se retiró a este solitario y devoto convento de la Lapa para darse con más celo a los ejercicios de la oración y penitencias. Diole Dios dos meses antes de morir intensísimos dolores que padeció con admirable paciencia, agraváronsele tanto que fue preciso llevarle a curar a Zafra. Nada aprovechaban las medicinas pero sí la súplica que el bendito fray Diego hizo a María Santísima de que alcanzase de su Hijo Santísimo el que le quitase aquellos dolores el día antes de morir porque la fuerza de ellos no le impidiesen la quietud interior del alma. Y asimismo, suplicaba que su muerte fuese en fiesta de Nuestra Señora como en señal de que le eran aceptos los cortos servicios que en vida le había hecho. Oyó y concedió nuestro Señor y su Santísima Madre la súplica de fray Diego, su siervo. La víspera de la Asunción de Nuestra Señora (con admiración de los médicos) cesaron de todo punto los dolores y conociendo se le acercaba la muerte recibió los sacramentos con singular espíritu. A las doce de la noche, cuando los conventos de aquella villa tocaban a maitines para cantarlos a la gloriosa Asunción de la Virgen se enfervorizó con la memoria de este misterio, y levantando los ojos para el cielo para donde caminaba dio su espíritu al Señor. Llevaron su cuerpo al convento de San Onofre de la Lapa, donde le dieron sepultura, año de 1627.
Fray Antonio de Texeda, sacerdote, fue natural de un lugar así llamado en el obispado de Plasencia. Sus padres fueron muy nobles y ricos, aplicaron a su hijo a los estudios y a poco tiempo murieron, quedando fray Antonio por único heredero de su copiosa hacienda. Prosiguió estudiando hasta ordenarse sacerdote. Con el nuevo estado cargó la consideración a las muchas obligaciones y procuró cumplir con ellas, viviendo tan recogido que no le veían sino era en la iglesia o visitando pobres enfermos. Deseaba estrecharse más con Dios y hacer algunas mortificaciones, y no se determinaba porque era muy delicado. Éralo tanto que no podía comer sino traía en los pies dos pares de escarpines, los zapatos, además de las suelas ordinarias, habían de tener otra de corcho con otros defensivos para dar calor al estómago, y cualquiera de estas cosas que faltase luego al punto caía enfermo. Traía fray Antonio unas ansias grandes de su salvación y era terrible la batería que tenía con verse imposibilitado de poner los medios que le habían de librar de los peligros de conseguirla. Aconsejose con un religioso espiritual y docto de esta provincia. Dijole que atendiese solo a lo que su espíritu le pedía y no a lo que la carne y amor propio le aconsejaba porque esa le había de contradecir y oponerse a todo aquello que fuese utilidad del alma. Con este buen consejo se resolvió a ser religioso y en breve lo consiguió y, tomando el hábito en esta provincia de San Gabriel, luego al punto se quitó camisa y zapatos, siguiendo en todo la desnudez y mortificaciones que en esta provincia se practican que son bien rigurosas. Prosiguió su noviciado con buena salud y habiendo hecho la profesión y distribuida antes su hacienda en obras pías y pobres, se entregó a la penitencia que deseaba de ayunos, disciplinas y silíceos. Su cama era una tabla desnuda y ésta usaba pocas veces porque el poco sueño que tomaba era de rodillas arrimado, y apenas llegaba a dos horas. Lo demás del tiempo se entregaba a la oración que en ella andaba tan absorto que parecía estaba siempre estático. Solo cinco años vivió en la religión, en ellos compuso un lleno tan grande de virtudes que en muchos no pueden alcanzar otros perfectos varones. Quedó opinión para con religiosos y seculares de muy perfecto y de inculpable vida con ésta murió en el convento de San Onofre de la Lapa, año de 1616.
El año de 1661 murió en dicho convento de la Lapa, fray Antonio de Zafra, sacerdote, el cual desde niño manifestó su mucha inclinación a la virtud. Luego que tuvo la edad competente recibió el hábito en esta provincia en el convento de Nuestra Señora de los Ángeles. Tal robusticidad (sic) infundió el Señor en aquella tierna edad que no contentándose con lo común en que se ejercitan los novicios añadía nuevas mortificaciones de grande aspereza. Después que los compañeros y el maestro se iba a recoger el tiempo que había desde que salían de los maitines hasta la mañana se quedaba en el coro a cumplir con los ejercicios que le dictaba su espíritu. Lo primero era tomar una áspera disciplina hasta derramar la sangre y entraba en la oración, después caminaba de rodillas desde el coro hasta el altar mayor, que es un moderado trecho y se presentaba al Santísimo Sacramento y a la imagen de Nuestra Señora de los Ángeles, diciéndole dulcísimos coloquios y jaculatorias que labraba la fragua de su abrazado corazón. En la misma postura, rodillas por tierra, bajaba a otro altar, puesto en él tomaba una calavera de un difunto que tenía prevenida y con la otra mano una piedra, con la cual se hería cruelmente. Doliéndose de sus pecados y pidiendo a Dios misericordia por ellos y por los de todo el mundo. Así permanecía hasta que llegaba la hora de ir (a) asistir con los demás novicios al coro.
Profesó, y en la profesión se mudó el nombre de Gonzalo que tenía por el de Antonio. Prosiguió en lo comenzado sin aflojar un punto de aquel rigor. Era el sueño que tomaba muy poco porque solo eran las dos horas que hay de las diez a las doce de la noche, gastando todo lo demás en la mortificación y oración, la cual fue muy ferviente y continua, y en ella recibió singulares favores de su divina Majestad y grandes arrobos por los cuales padeció muchas tribulaciones, afrentas y otras mortificaciones con que le probaban, de lo cual hacía materia que ofrecer al Señor. Y con ellas le comunicaba alegrías suaves de su alma. Ordenose de sacerdote, crecieron con la dignidad los afectos y entre ellos un celo ardentísimo de la honra de Dios y salvación de las almas. Y para conseguir la encomienda de algunas, tomaba por medio la mortificación propia. Cuando la obediencia le mandaba a algún lugar, acostumbraba a entrar en él desnudo de la cintura arriba, cubierta de tierra la cabeza y azotándose rigurosamente. No se le oía más palabra que ésta: penitencia, penitencia con la que obró maravillosos efectos y enmienda de muchos pecadores. Manifestole también el Señor el estado de algunas consciencias y por su mandado sin ser en su mano otra cosa, amonestó a algunas personas para que saliesen de culpas y que solo ellos y Dios sabían las cuales les manifestaba fray Antonio. Padeció por esto muchos ultrajes y llegó a tanto la ceguedad de algunos que sacrílegamente le pretendieron quitar la vida, lo cual hubieran conseguido, si Dios milagrosamente no le hubiera librado, como se vio en la ocasión que un sujeto le tiró una estocada para quitarle la vida y la espada se dobló de calidad que volvió para el agresor la punta, sin que pudiese ofender al inocente, que le aconsejaba su bien, sucediéndole de estos casos muchos. Y muchas mortificaciones padeció por seguir su espíritu porque no contentándose algunos con las injurias personales que con él obraban se quejaban al prelado para que se castigase lo que hacían algunos con sobrado rigor. Pero fray Antonio quedaba muy gozoso de padecer por la honra de Dios y salvación de las almas. Fue en todo muy perfecto religioso, humilde, paciente en las tribulaciones y trabajos que fueron los que padeció, aún más de lo que buenamente se puede decir. Cogiole la muerte aun no cumplidos treinta años, pero con muchos de buenas obras y virtudes, viviendo en sobre dicho convento. Afirmaron con juramento los que asistieron a su muerte que después de haber entregado su alma a su criador exhaló de sí tal fragancia que llenó de ella no solo el cuarto donde estaba, pero toda la enfermería y que era tal y de tan suave gusto que no hallaban olor en la tierra con quien compararle. Y que por mucho tiempo perseveró en él aquella suave fragancia. Declarando con ella el Señor, cuan de su gusto había sido el olor que este su siervo había dado en el mundo de sus virtudes.
Por los años de 1709 trocó esta vida mortal por la eterna, el reverendo padre fray Agustín de Badajoz, lector emérito de teología, custodio que había sido de la provincia y provincial actual de ella. Fue sujeto de sobresalientes prendas en virtud y letras. Profundísimo teólogo y en la filosofía nada inferior, de uno y otro dejó escritos varios tratados muy dignos de la luz pública. En el púlpito parecía un apóstol, pues con la eficacia de sus sermones movía a penitencia a los pecadores más envejecidos en sus vicios. Y así logró la conversión de muchos. En su persona fue muy austero y reformado y de una grande humildad. Aborrecía los oficios de gobierno pero la provincia, atendiendo a su utilidad propia le obligaba por obediencia a que los admitiese. Cuando salió electo en provincial fue con general aplauso pero muy contra su gusto porque deseaba retirarse a un convento solitario para darse todo a los ejercicios espirituales. No obstante, el oficio, eligió éste de San Onofre de Lapa donde murió aun no cumplidos cuatro meses de haber entrado de provincial, y en dicho convento está sepultado.
ESTEBAN MIRA CABALLOS
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