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Temas de historia y actualidad

RELACIONES ENTRE ESPAÑA Y MARRUECOS: CEUTA, MELILLA Y PEREJIL

 

      La primera idea que queremos dejar bien clara es la inalienable soberanía española sobre las ciudades de Ceuta y Melilla. Ahondando en sus orígenes se podrían rastrear vinculaciones entre Ceuta y los territorios peninsulares casi desde principios de nuestra era. Y además jugando un papel destacado en las relaciones peninsulares. Recuérdense casos como la conjura de don Julián, gobernador de Ceuta, al ver a su hija deshonrada por Roderico, que permitió y facilitó el acceso de las tropas musulmanas a la Península allá por el año 711. Pero, incluso una vez bajo la dominación árabe, Ceuta siguió profundamente vinculada al gobierno de Córdoba, política y culturalmente. Destacado es el caso del ceutí El Isidri, ese sabio, ilustrado e infatigable viajero, formado en la capital califal de Córdoba, y que nos dejó textos deliciosos de sus viajes por Asia y África. A partir de 1415 Ceuta pasó a formar parte del naciente imperio portugués, uniéndose a la Corona española, con el resto de los territorios lusos, en 1580. Desde entonces ha permanecido unida a España de forma ininterrumpida.

      Por su parte, la historia de Melilla presenta ciertos paralelismos con su vecina Ceuta. Al igual que ésta, Melilla estuvo muy vinculada al Califato de Córdoba, especialmente en tiempos de Abderramán III. Mucho después, ya en tiempos de los Reyes Católicos, fue conquistada por los Duques de Medina-Sidonia, integrándose en la Corona española, como territorio de realengo, en 1556. Está claro, pues, que Ceuta y Melilla están vinculadas a la Península Ibérica desde tiempo inmemorial, y estrictamente a lo que hoy llamamos España, desde hace más de cuatro siglos. Por tanto, está bien claro que Ceuta y Melilla son españolas desde mucho antes de la creación del estado marroquí, cuando lo único que había en esos territorios eran, en palabras de Domínguez Ortiz, "tribus indómitas que no reconocían ninguna autoridad". Pero es necesario insistir en que no sólo no existía Marruecos sino ni tan siquiera muchos de los actuales estados europeos. En definitiva, y por poner un ejemplo significativo, si nadie duda que Estrasburgo sea una ciudad francesa con muchos más argumentos hay que afirmar la españolidad de Ceuta y Melilla. Con respecto a otros territorios españoles en el norte de África, como los islotes de Alhucemas o las islas Chafarinas, es también digno reconocer que la realidad no es la misma. Fueron ocupados por España con posterioridad, los primeros en 1673 y las segundas en la ya más tardía fecha de 1848.

      Sin embargo, dicho esto, debemos establecer otras reflexiones. Retomando la cuestión de las relaciones hispano-marroquíes diremos que éstas han pasado, en distintas fases históricas, por momentos muy difíciles y hasta dramáticos. Solo la primera guerra hispano-marroquí, ocurrida entre 1859 y 1860, costó la vida nada menos que a 10.000 españoles. Otros tantos,incluido el general en jefe de las tropas, Fernández Silvestre, murieron en el desastre de Annual, sobrevenido en verano de 1921. En esta ocasión, incluso, peligró la plaza de Melilla que estuvo a punto de caer en manos de las cabilas de Abd-el-Krim.

     El número total de españoles que se han dejado la vida en territorios norteafricanos en los dos últimos siglos suma varias decenas de miles, sin contar con las enormes pérdidas económicas, en una época en la que en la Península escaseaba el dinero y se soportaban graves penurias. De hecho una buena parte de la culpa del déficit crónico que presentaban las finanzas españolas desde principios de siglo se debía sin duda al alto coste de sus aventuras africanistas. Y todo eso tenía a su vez una repercusión directa en los altercados políticos y sociales que se sucedían en España, desde la Semana Trágica de Barcelona hasta la caída de don Antonio Maura y la proclamación de la dictadura de Miguel Primo de Rivera. Pero, es más, es bien sabido que buena parte del golpe de estado de julio de 1936 se larvó en Marruecos y fue encabezado por uno de los grandes generales africanistas de la época, Francisco Franco.

      Así, pues, conviene tener bien presente que, pese a la histórica superioridad económica y militar de España con respecto a Marruecos, los conflictos bélicos siempre han venido rodeados de situaciones trágicas para ambos países. Por ello, me parece fundamental insistir en la idea de que España y Marruecos deben esforzarse al máximo en mantener un diálogo fluido y sincero. La solución no puede ni debe venir en base a bravuconerías de unos u otros, ni a demostraciones de fuerza. Como bien ha escrito el profesor García Cárcel "el reto hay que situarlo en el ámbito diplomático y nunca confundir la dignidad nacional con la testiculina".

      En resumidas cuentas, creo que la única vía posible para resolver la tensa situación actual en las relaciones bilaterales hispano-marroquíes consiste en empeñarse a toda costa en dialogar. Un diálogo que debe estar basado en la sinceridad mutua y en la superación de viejas desconfianzas, pese a las actitudes nada claras que a veces muestra nuestro vecino norteafricano. Una tarea probablemente muy difícil pero no por ello imposible.

Esteban Mira Caballos

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