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LA AMÉRICA INDÍGENA: NI DIOS NI BIBLIA, SIMPLEMENTE JUSTICIA SOCIAL

LA AMÉRICA INDÍGENA: NI DIOS NI BIBLIA,  SIMPLEMENTE JUSTICIA SOCIAL

Leyendo el libro de Luis Amado, La Espiga de Fuego, ha habido un párrafo que me ha conmovido y que quiero recordar aquí. Cuando Juan Pablo II visitó Perú en 1985 varios representantes de movimientos indígenas le entregaron una carta que sobre coge por su sensatez:

 

"Nosotros indígenas de los Andes y de América, decidimos aprovechar la visita de Juan Pablo II para devolverle su Biblia, porque en cinco siglos ella no nos dio ni amor, ni paz, ni justicia. Por favor, tome de nuevo su Biblia y devuélvala a nuestros opresores, porque ellos necesitan sus preceptos morales más que nosotros…"

 

Hay que recordar que la caída de los Incas comenzó con la captura de Atahualpa en la ciudad de Cajamarca. El dominico fray Vicente de Valverde se acercó al Inca y le habló del Dios de los cristianos, entregándole la Biblia. Sin embargo, el Inca, que ni tan siquiera acertó a abrir el libro, lo arrojó, mientras se ponía en pie para advertir a los suyos que estuviesen apercibidos para el combate. Justo en ese instante, el padre Valverde se remangó el hábito al tiempo que corría hacia Pizarro, gritándole: ¿No veis que mientras estamos aquí gastando el tiempo en hablar con ese perro lleno de soberbia, se llenan los campos de indios?, ¡Salid a él, que yo os absuelvo!

Su actitud no pudo ser más absurda e infame, impropia de un dominico, cuya orden se había destacado desde 1511 en la lucha a favor de los indios desde aquel sermón del segundo domingo de adviento de Antón de Montesino, Ego vox clamantis in deserto. Y digo lo de absurda porque se dirigió al Inca como si éste tuviese una formación cristiana previa que evidentemente no tenía. Y aunque supuestamente Felipillo le traducía, es obvio que el Inca no estaba familiarizado con la escritura alfabética y no podía entender al fraile, ni menos aún el texto del libro. E infame, porque pretendía que la máxima autoridad religiosa del Perú, traicionase sobre la marcha a sus viejos dioses para convertirse al cristianismo. Una crítica que no es nueva, pues, ya en aquella época le fue recriminada, incluso por religiosos de su misma orden, como fray Antonio de Remesal.

        Está claro que la biblia está en el origen de la conquista, y en 1985 los representantes indígenas simbolizaron el final. Existe, sin duda un problema de aceptación de la conquista en el imaginario colectivo peruano. Realmente la Conquista todavía no ha sido asimilada como lo prueba la polémica permanente en torno a los sucesivos traslados que ha sufrido la estatua ecuestre de Pizarro en Lima que diseñara el estadounidense Charles Rumsey. El problema no es psicológico, ni tan siquiera cultural, sino social. Para una parte de la población peruana, la efigie de Pizarro representa sólo a una parte del Perú mestizo, el de los vencedores, pero no el de los vencidos. Estos últimos, tras la Conquista, fueron postergados, discriminados y pauperizados hasta límites insospechados. Y lo peor es que cinco siglos después siguen excluidos en un alto grado y hasta discriminados racialmente. Los descendientes de aquellos amerindios no necesitan biblias sino justicia, reconocimiento de unos derechos negados primeros por los europeos y luego por los criollos. Una tarea que no pertenece al pasado sino al presente y de la que son responsables por omisión las actuales autoridades políticas.

La historia de la conquista del Tahuantinsuyu fue violenta y trágica, pero forma parte de la historia inalienable de la nación peruana. Como escribió J. Mallorquí, el trujillano fue hijo de España pero padre del Perú, una nación que es fruto del crisol de dos mundos, el europeo y el indígena. Para que los descendientes de los vencidos puedan asumir sin traumas esta realidad se hace necesario que previamente se les repare moral y socialmente, integrándolos políticamente, devolviéndoles las tierras que les fueron arrebatadas a sus comunidades y respetando su pasado indígena.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

2 comentarios

Esteban -

Totalmente de acuerdo Luis, Pizarro fue un conquistador y ninguno de ellos se caracterizaba por la compasión. Seguramente, si él pudiese escuchar esos comentarios de su supuesta bondad, tolerancia y comprensión, se sonrojaría. No eran esas precisamente las características de un guerrero.

Luis Amado -

Dice MC. Martín Rubio que Pizarro sentía una gran sensibilidad hacia los Incas, que era un gran estadista, vamos, todo un guayabo.
Pues nada de eso y lo mantengo: Quería a los Incas, efectivamente...pero a su ORO.
En cuanto a la sensibilidad con los aborígenes, ya lo demostró asesinando a Atahualpa y si como dice lloró, fue por remordimiento. Toda una estupidez.
De todas formas fue el destructor del imperio Inca. Hay que escuchar la voz de los vencidos...